5 feb 2025

Precisiones sobre el derecho de privacidad

 Publicada hoy en LN, acá

https://www.lanacion.com.ar/opinion/seis-precisiones-sobre-el-derecho-de-privacidad-nid05022025/



Seis precisiones sobre el derecho de privacidad

Roberto Gargarella

Días atrás, y de los peores modos (como suele ser la práctica propia de estos tiempos), se reabrió en nuestro país la discusión sobre la moral privada -más precisamente, sobre el derecho a la privacidad, sus alcances y límites. Primero, a partir de un inexcusable discurso presentado por el primer mandatario, en Davos; y luego, en razón de las apresuradas e impertinentes aclaraciones (tal como es ya habitual) hechas por su Jefe de Gabinete (del tipo: “ningún problema con la homosexualidad, pero puertas adentro”). La cuestión en juego es difícil y de enorme importancia pero, por suerte, lo que sostiene nuestro derecho en la materia es muy claro y contundente. En todo caso, en honor a la relevancia del tema, y la complejidad del asunto, en lo que sigue ofreceré seis precisiones en torno a esta discusión, con la ayuda del derecho vigente y -en lo que resulte necesario- referencias a la teoría jurídica contemporánea.

En primer lugar, corresponde decir (contra lo sostenido por el Jefe de Gabinete), que el derecho de privacidad que protege el art. 19 de la Constitución no se refiere a un “espacio geográfico” (“puede hacer lo que quiera, pero en su cuarto”), ni se limita a garantizar protección a las acciones que se realizan “lejos de la vista de los demás” (“haga lo que quiera, pero cerrando las persianas de la casa”). Ese modo de pensar la “privacidad” fue muy justamente criticado (años atrás, y sobre todo), por defensores de los derechos de las mujeres. Aquella vieja lectura (privacidad como “lo que quiera, pero en su cuarto”) parecía implicar que la violencia marital era irreprochable, si se hacía “lejos de la mirada de los otros” (el astro del futbol americano, O.J.Simpson, que terminó matando a su pareja, alegó alguna vez, desde la ventana de su departamento, y al ver que la policía lo perseguía, que “mi casa es mi castillo” -nadie, por tanto podía meterse con lo que él hacía allí adentro). Contra esa lectura reduccionista, errónea, de la idea de privacidad, nuestra Constitución define a las acciones privadas, primariamente, como aquellas que no “perjudiquen a un tercero”. Por eso mismo, aun si ciertos sistemáticos actos de violencia se llevasen a cabo en el subsuelo del propio domicilio (como en el caso de Josef Fritzl, el “monstruo de Austria”), esos actos no podrían considerarse como “actos privados” (y por tanto irreprochables), según nuestro derecho. Ello así, desde el momento en que implican un grave “daño a terceros”. Conviene subrayar que, de este modo, nuestro derecho incorpora un principio que el gran pensador liberal John Stuart Mill consideró que era suficiente para organizar a todo el derecho: el principio según el cual ninguna acción merece ser regulada o limitada por el Estado, en la medida en que no implique un daño sobre terceros.

En segundo lugar, la idea de daño a terceros no debe entenderse como incorporando lo que son meras “preferencias externas” (al decir del notable jurista Ronald Dworkin). Es decir, si una persona religiosa y de costumbres conservadoras alegara sufrir un “daño,” luego de ver a dos personas del mismo sexo besándose por la calle, habría que aclararle que ésa es su mera “preferencia externa”, es decir, simplemente, su fuerte deseo de que los demás vivan o actúan del modo en que él prefiere. Para nuestro derecho, este tipo de reclamos (preferencias externas) no califican como “daños”.

En tercer lugar, la idea de “no provocar daño sobre terceros” -aunque siempre será difícil de precisar en sus mínimos detalles- debe entenderse como referida a daños serios, graves. Si, por dar un ejemplo, un padre dijera que sufre un “daño” porque su hijo opta por seguir una carrera artística, en lugar de medicina o ingeniería, como él querría, ese reclamo de “daño” no debería tomarse en cuenta, siquiera si luego comprobáramos la realidad de la afectación física (un dolor de estómago, pongamos) de ese padre: no se trata de una acción (un daño) que amerite hacer un llamado a la intervención del Estado. Es el tipo de cosas que dejó en claro la Corte Argentina en “Alitt”, cuando precisó que el daño alegado debía ser serio, cierto y concreto (vale la pena aclarar que en este fallo, del 2006, la Corte dejó contundentemente de lado la posición, conservadora y perfeccionista, que ella misma había sostenido 15 años atrás, en el caso de la “Comunidad Homosexual Argentina”, en la que el actual juez Carlos Rosenkrantz actuara como abogado de la CHA).

En cuarto lugar, tampoco corresponde que el derecho le impute a la persona 1 el daño que sufre la persona 2, si entre la acción que realiza 1 (por ejemplo, consumir estupefacientes), y la que realiza 2, imitándolo -imaginemos que 2 muere por sobredosis, luego de haber tratado de emular o “copiar” a 1- se encuentra un acto voluntario, realizado por una persona adulta (en este caso, supongamos, 2 imitando la conducta de consumo de 1). Este principio también forma parte del derecho argentino, al menos desde el fallo “Arriola”, y toda su (gloriosa, y aún más robusta) progenie liberal (i.e., “Bazterrica”, de 1986 y la Corte durante el gobierno de Alfonsín).

En quinto lugar, para determinar que cierta acción, efectivamente, es la que “causa” un cierto daño, debe examinarse la fortaleza de la correlación causal que existe entre la acción de un sujeto X, y el daño eventual o ya provocado por esa acción. Para que se entienda, y por ejemplo: se cumple bien con el “principio de Mill” (“la intervención del Estado se justifica para prevenir o responder a daños sobre terceros”) cuando, luego de un control positivo de alcoholemia, se sanciona a alguien (i.e., se le impide conducir en estado de embriaguez), porque la correlación entre “conducir alcoholizado” y generar daños o accidentes, es muy alta. En cambio y, por ejemplo, los estudios con los que contamos no muestran una correlación fuerte entre el consumo de pornografía (violenta) y las agresiones contra las mujeres (esto, por ejemplo, contra lo que alegara Catharine MacKinnon en su libro “Only Words”, en donde esta gran feminista radical procuró demostrar que cierta pornografía no debía verse como “mero discurso” -y por tanto como no censurable- sino como “daño”, y por tanto susceptible de censura).

En sexto y último lugar, mencionaría que la idea -aquí defendida- según la cual puede justificarse que el Estado intervenga -por ejemplo, sancionando a alguien- luego de que dicha persona cometa un (serio) daño a terceros, no debe entenderse nunca como ofreciendo una “carta blanca” a cualquier tipo de respuesta estatal (i.e., un castigo violento, la privación de la libertad). El principio en juego siempre debe ser el de que los castigos más fuertes (i.e., una eventual prisión; una inhabilitación permanente) deben entenderse como “última ratio,” es decir reservarse sólo para los casos más extremos -en lugar de distribuirse ligeramente, como suele ocurrir en nuestro país, en cualquier caso, y frente a cualquier causa.

Presenté las precisiones anteriores, como un modo de contribuir a la discusión pública sobre la cuestión de la “moral privada,” y para impedir que ella quede a la merced de los agraviantes y confusos dichos que, sobre el tema, hoy nos llegan desde la cúpula del poder. El derecho a la privacidad es uno de los asuntos más delicados, importantes y difíciles que tenemos pero, por fortuna, tanto nuestro derecho, como la teoría contemporánea, nos ofrecen una extraordinaria ayuda para transitar con claridad y firmeza en torno a la cuestión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Precisiones sobre el derecho a la igualdad (real)

 Publicada en Clarín, hoy, acá:

https://www.clarin.com/opinion/exigencias-constitucionales-igualdad_0_MBRdLtW443.html




Las exigencias constitucionales sobre la igualdad

Desafortunadamente, para el Presidente, el Ministro de Justicia, y algunos de sus seguidores digitales, el embate que hace tiempo iniciaran contra el principio de igualdad se encuentra también condenado al fracaso: hace décadas que la Constitución exige más bien lo contrario de lo que ellos piden. Más aún: la concepción que abraza la Constitución de 1994, en materia de igualdad, no es una más, o una cualquiera, sino una de las más exigentes, la “igualdad real de oportunidades” (art. 37). Y todavía más. Esa renovada idea de igualdad, que hoy define al derecho argentino, nació en oposición a otras, dentro de las cuales se incluye la que el Presidente favorece en sus discursos: la decimonónica idea de la “igualdad ante la ley.” Esta noción de igualdad fue precisada y reforzada por la Constitución del 94, que entendió que aquella idea primitiva resultaba insuficiente, sino directamente funcional a la preservación y reproducción de injustas desigualdades. Ello no niega que, en su momento, la “igualdad ante la ley” resultara revolucionaria. En efecto, en tiempos de la declaración de la independencia, y después de siglos de dominio colonial, amplios sectores de la sociedad habían quedado transformados en “ciudadanos de segunda”, al no poder votar, reclamar por sus derechos, o por vivir, directamente, en la esclavitud. Frente a dicha situación, la “revolucionaria” “igualdad ante la ley” vino a decir que el Estado, nunca más, haría uso de su fuerza y del derecho, para oprimir a ningún grupo o persona, como era común hasta entonces.

Es claro, sin embargo, que aquella revolucionaria declaración, resultaba insuficiente: ¡el Estado ya había hecho uso de su fuerza y del derecho, para oprimir a la mayoría de la sociedad! ¡Y lo había hecho durante siglos! Con lo cual, y por razones por completo ajenas a su responsabilidad, una mayoría de personas habían quedado relegadas a una situación de pobreza extrema, sin educación, y con acceso, en el mejor de los casos, a los peores trabajos. De allí que comenzara a resultar obvio que la (mera) “igualdad ante la ley” no bastaba. ¿Qué idea de igualdad podía ser necesaria, entonces, cuando se reconocía que la simple “igualdad formal” venía a consolidar injusticias que el propio Estado había construido? Veamos algunas de las opciones que evaluaron nuestros constituyentes.

Por un lado, aparecía la opción de la igualdad simple, donde todos obtienen lo mismo (i.e., iguales salarios), con independencia de sus necesidades, preferencias, o méritos, pero ella se mostró siempre muy tosca, y en tensión con las protegidas libertades de cada uno (¿por qué debo ganar lo mismo si trabajo mucho más?). De manera similar, la igualdad de resultados, en donde no se otorga a todos “lo mismo”, sino que se procura que todos, “al final del camino,” queden situados en posiciones similares (respecto de su riqueza, bienestar, etc.), fue rechazada como demasiado exigente, y en contradicción con el espíritu (también) liberal de la Constitución Argentina (i.e., por qué privarme del derecho de obtener “todavía más bienes”?). Asimismo, la mera o simple igualdad de oportunidades -la “igualdad en el punto de largada”- también parecía una opción muy injusta. Si, como en una carrera, se permite que cada uno “llegue donde quiera y pueda”, pero sin tomar en cuenta lo justificado o no del “punto de partida”, el valor de la competencia se resiente. En efecto, si el Estado fue responsable de “quebrarme una pierna” o “atarme las manos”, antes de la largada, luego, no puede hacerme responsable a mí, porque no llegué tan lejos como hubiera querido. Este tipo de injusticias (creadas por el propio accionar del Estado) son las que, justamente, y de modo acertado, quiso confrontar la Constitución de 1994, al comprometerse con la igualdad real de oportunidades. Por ejemplo: si, durante décadas, el Estado persiguió y privó de sus propiedades y pertenencias a los indígenas, luego, tiene sentido que el Estado asuma la responsabilidad por sus propias faltas, y trate de mejorar las oportunidades de sus “perseguidos”. Algo de eso es lo que procuró el Estado argentino, por caso, al suscribir el Convenio 169 de la OIT (que les garantiza a las comunidades indígenas que participen directamente en la decisión sobre sus propios asuntos). De modo similar si, durante décadas, el Estado le impidió votar y participar en política a las mujeres, y dificultó su acceso a ciertos trabajos o a la educación superior, luego, tiene sentido que el Estado no se contente con “declarar la igualdad ante la ley” de las mujeres: él fue responsable de situarlas en un peor “punto de partida” (lo que puede implicar que deban hacer el doble de esfuerzos que los varones, para obtener similares resultados). De allí los compromisos asumidos por el Estado (i.e., art 75 inc. 23) en materia de “acción positiva”. En definitiva, y por más que el actual elenco de gobierno se sienta muy incómodo con las obligaciones que tiene, en materia de “justicia social”, “igualdad” o “acciones afirmativas”, hay que decirle que vivimos en un estado de derecho, y que, le guste o no, su primera obligación es asegurar que la ley resulte realmente, y de una vez, igual, para todos.


4 feb 2025

CUADERNO DE VIAJE: INVIERNO EN EL PAIS VASCO III (III de IV)

 


Día 5, domingo 26 (continuación): Hondarribia

Hondarribia: éste ya es un paisaje que me emociona, con ciudad amurallada en altura desde donde se ve -ahí cerca- el mar, la montaña, el verde, Hendaya, San Juan de Luz, más allá Biarritz. Pueblo tranquilo, caminable, lleno de pasarelas y miradores. La muralla que alguna vez sirvió para atacar, o defenderse, hoy sirve para mirar y, sobre todo, para ser mirada, admirada. Otra vez, con una gastronomía (en pescados, sobre todo) maravillosa. Me alojo en uno de los lugares más económicos del pueblo, que resulta ser un antiguo palacio -el Palacio Pampinot, que me sienta muy bien- y por la noche cenaría en un lugar extraordinario, a pocos metros, la Gastroteka Danontzat, ilustrada con dos gallos. 










Día 6, lunes 27: De Hondarribia a Hendaya camino a Biarritz

Me acuesto tarde, y me despierto demasiado temprano (a las 5 de la mañana hoy). Tengo ganas de escribir algo sobre las ganas de escribir. Anoto:

Hoja en blanco para mundos infinitos

Sí, entiendo el síndrome de la hoja en blanco, y seguro que pasa, sobre todo al que quiere forzar, antes que permitir que fluya, o dejar que emerja, lo que tiene para expresar. Y es que, en verdad, lo que puede ocurrir es el atascamiento contrario: cuáles de los miles de elementos posibles - notas musicales, colores, formas, palabras- combinar, y de qué modo. Lo que ocurre bien puede ser la maravilla contraria, entonces: hay infinitas historias posibles ahí afuera, la imaginación aparece sin límites, y uno puede optar por mezclar esas opciones del modo absolutamente libre en que se le ocurra. Es el frenesí del todo: uno puede escribir sobre personas o animales fantásticos que vuelan, se mezclan, se transforman en una, mueren y reviven, lloran, se aman, se convierten en pájaros: ¡todas las posibilidades están disponibles! ¡Es increíble!

***

A la tarde me ocurre una pequeña anécdota, en un café del pueblo. Anoto:

Casablanca blues

Llego al café de la muralla, estoy escribiendo y el lugar es pequeño y está repleto. Por eso, cuando advierto que sigue llegando gente le ofrezco cuando la silla a una persona -resultó ser una médica marroquí- que bebía su cerveza de pie. Con un inglés muy malo, y en poco más de un minuto -mientras oteaba que su “just friend” (no) volviera del baño- la marroquí me pidió y me dio su teléfono (ella partía al rato), y me envió varios mensajes, llenos de imágenes de besos labiales, diciéndome “I like your style” -eso, estando ya sentada junto a su “just friend”, del que no parecía estar muy orgullosa. 80 segundos calculé. Qué brevedad de encuentro -diría David Lean, me digo. Anoto, por las dudas: visitar Casablanca.

***

Salgo temprano de Hondarribia, destino a Hendaya. Quiero ir en barco, como me aconsejó el de la Oficina de Turismo. Sin embargo, llego al puerto y los barcos en enero no salen (estamos en 27 de enero y el de la Oficina ni se enteró!). Voy a Irún en autobús, entonces, y desde ahí en tren a Hendaya. Cuando voy llegando, advierto la sorpresa: pensé que era el último pueblo español, pero es el primer pueblo francés. Me gusta la sorpresa, y me gusta el pueblo, y me sorprende una luz blanca estremecedora: no es posible interrumpir la sesión fotográfica. Por lo demás, me encanta practicar el francés, aunque temo mucho ser como un gringo tratando de hablar español: siempre mal, siempre incomprensible. Hasta ahora bien. Los franceses, en cambio, superan y revierten mi buena disposición hacia ello: como si el punto general fuera poner distancia con uno (extranjero) y hacerle saber que uno molesta o incomoda, aunque esté comprando un café au lait o un billete de autobus.


Biarritz: Llego a Biarritz en tren, y la estación queda bastante lejos del centro de la ciudad. Al llegar, me sacude las vistas a los acantilados rocosos. Juan Carlos Torre (nuestro gran estudioso del sindicalismo, y autor -junto con Elisa Pastoriza- de Mar del Plata: Un sueño de los argentinos), me había anticipado que comparara Biarritz con Mar del Plata: parece que uno de sus fundadores (junto con Patricio Peralta Ramos) fue Pedro Luro, un vasco-francés llegado al país, que pensó Mar del Plata (el célebre balneario, la “Biarritz Argentina”) bajo el modelo de Biarritz, y a partir de las similitudes que encontraba en acantilados y colinas lindantes. Hoy, Juan Carlos me recuerda el aviso, que por primera vez certifico.

Viva Biarritz! -como dice el árbol.



Es un día de mucho viento, el mar está enloquecido, y las olas se sacuden cerca, altas y amenazantes. Como el mar, a la altura del centro, termina siendo encerrado por varios cúmulos de roca, desparramados por cada costado, entre colinas y acantilados, el oleaje es caótico y furioso. El espectáculo resultante es una maravilla, y -entre la luz que llega, el viento que empuja al mar, y el rebote que provocan las piedras- la textura que toman las aguas es, sencillamente, escandaloso. Se trata de una textura densa, de un blanco audaz, azul, y un tibio amarillento, que convierten a cada fotograma -con independencia de quien lo saque- de maravilla: las fotos resultan indistinguibles de pinturas, Sorollescas. 









Apenas me acerco a la costa, por lo demás, presencio un número espectacular. Anoto:

Amazona en Biarritz



Seguramente arribada recién desde el mar Negro, veo que se acerca al agua -muy decidida- una mujer guerrera, cuando todo el resto de la localidad buscaba refugio o techo. El mar aparecía particularmente violento esta mañana, pero allí se encontraba la amazona, por completo despreocupada de semejantes peligros. A un costado, desentendida también de quiénes podían estar mirándola -luego advertiría que sólo yo me encontraba haciéndolo- la amazona se quitó sus ropas y, parsimoniosamente, se calzó un bañador. Desafiando al viento, al frío, a las embravecidas olas, ella avanzó tranquila hacia el mar -todos los demás, más allá, se mostraban huyendo- y desafió el inclemente tiempo sin plantearse dudas: no concebía la posibilidad de hacer otra cosa que la que estaba haciendo, no se representaba la situación de encontrarse en un lugar diferente del lugar en el que encontraba. Con ese espíritu, ingresó y salió del mar las veces que quiso, hasta que, simplemente, desapareció del lugar, y de mi vista, sin que yo advirtiera cómo. Marchó a través del mar, supongo, quizás de regreso a Temiscira.





***

Por la noche ceno (mal) sentado en el “Café de la Plaza,” añorando el “tapeo” que rige en las comidas, apenas pasos más allá, cruzando la frontera. Anoto

La estrella del tapeo

Hay algo maravilloso en el tapeo español -racimos de gente de pie, apiñados amontonados junto a la barra del bar, comiendo “tapas” o “pinchos” diferentes, con una conversación que llega de todos lados, en voz alta, que sumado a la música que suena impide que nadie entienda algo: ni a quien tiene a su lado, ni a quien le grita desde más allá, ni la música, ni nada. Las historias que dan origen del tapeo remiten todas a reyes tomando algo en el sur de España, junto a un mesero que le “tapa” la copa con una feta de queso o una loncha de jamón, para que no entren polvos o moscas (los Reyes Católicos en una taberna de Cádiz, enfrentados al levantisco viento del Levante; Alfonso XIII tomándose un jerez en el (todavía hoy abierto) mesón del “Ventorrillo del Chato”), en medio de una “levantera”. Hoy, el “tapeo” es el aperitivo, un tentempié, la comida de entretanto pero, sobre todo, un modo breve y efectivo de la socialización ibérica. Me recuerda al de los italianos, no en el aperitivo (abundante y sentado, no de parados) sino en una de las varias ceremonias del café o del “Amaro”, que ejercitan durante el día: de pie, junto a la barra, apiñados, y conversando con el de al lado -en este caso, un ocasional y coincidente parraquiano -antes que los compañeros de la fugaz salida. Un parroquiano que posiblemente retorne al día siguiente, con quien tendrá conversaciones de instantes, calificativos el hecho político, futbolístico o climático del día. La estrella a mirar, en cualquier caso -tanto en España, como en Italia- es el mesero o encargado de la barra: figura notable, eficientísima, de calibrada memoria, que retoma y resuelve sin fallas, decenas de pedidos al mismo tiempo, desde una amigable distancia. Algún día alguien debería escribir unas buenas páginas sobre esta especie, abundante y a la vez única. Es habitual que recuerden el nombre y alguna característica del parroquiano de turno, que le permita el contacto visual y verbal de apenas segundos, con el comentario preciso, la palabra exacta, que al instante se esfuma: Puede ser, en España, “Otro papelón del Barza; “o en Italia: ¿un Lucano come sempre, dottore?”.





3 feb 2025

CUADERNO DE VIAJE: INVIERNO EN EL PAÍS VASCO II (II de IV)

 

 


Día 3, viernes 24: Zumaya

Zumaya: Pueblo muy bonito y amable, de tradición ballenera, con unos acantilados sorprendentes. Sin saber, alquilé una habitación casi sobre el acantilado que le da su foto más famosa, a la localidad.

(a la izquierda, mi foto del lugar junto al que vivía, que es la foto que suele ilustrar los catálogos turísticos de la zona, como se ve acá: https://turismovasco.com/gipuzkoa/que-ver-gipuzkoa/flysch-de-zumaia/)

"Flysch": La playa de acantilados incluye formaciones rocosas muy antiguas y muy hermosas, como capas talladas en forma aserrada (como los frotados en madera de Max Ernst, según mi amiga Cata), una sobre la otra (leo que las capas rocosas se conocen como “Flysch”, que encierran 60 millones de años de historia, y que son compartidas, en sus acantilados, con Deba y Mutriku). También me gustó mucho una larga franja de verde, sobre el río (“la ría del Urola"), hasta internarse en el bosque. Gran gastronomía.

Como me resulta difícil expresar con palabras la belleza de estas escarpadas, geométricas, filosas rocas (la belleza del "Flysch"), agrego algunas fotos, que tampoco sabrán nunca dar cuenta de la hermosura de lo visto.



Guetaria: Entre Zumaya y Zarauz (a menos de diez minutos de cada uno, a cada lado), destaca por una gastronomía, a base de pescado, bastante impresionante. Prometo: me comprometo a dejar atrás el desdén con que -desde mi admiración por Italia- me acerqué a la cocina ibérica, durante todos estos años. Lo cierto es que (más allá del boom de las grandes estrellas Michelin, de estos años), la tradición de la comida de estos lares es, también, admirable.

Pruebo, además, creo que por primera vez, el Txacoli (Chacolí), un vino (el vino) vasco, ligero y fácil de tomar, elaborado con uvas de la variedad Courbu (conocidas en España como hondarrabi zuri (blanca) u hondarrabi beltza (tinta).



Los días vienen con pérdidas, de las que no me repongo. Anoto:

Pérdidas

Tal vez la llegada de los años tenga que ver, sobre todo, con eso. Se van de a poco los padres, y lo dejan a uno, ahí encima, a la cabeza. Se va, por primera vez, un amigo cercano, después otro, varios más lejanos. Se pierden pelos, destrezas, talentos, fuerzas, células cerebrales. Se pierde el andar despreocupado sin pensar en todo: cuando resultaba ininteligible pensar en el final de las cosas. Un amor le dice a uno que ya está, que ya ha pasado mucho tiempo. Otro que por qué comenzar, que qué sentido tiene. O se termina otro más, antes de haber comenzado. Se pierden partidas que antes se ganaban; carreras que antes daba gusto correr; peleas que uno quería dar, y que ahora uno ni intenta o le asustan. Se pierde la fe, la motivación, la confianza en otros, en uno mismo. El optimismo. Se pierden oportunidades que antes uno buscaba, y que ahora uno ya no pretende. Se pierden ilusiones. Tal vez la madurez tenga que ver con eso, con las cosas que ya no se consiguen, con las que se van, con estas pérdidas que preparan el camino, que lo acostumbran y le quiten el miedo a uno, hasta que llega la propia, la que a todas las demás termina.

Día 4, sábado 25: Zarautz




Zarautz: De los pueblos que más me gustaron, de la costa vasca, mezcla mar, verde, gran gastronomía (de acá es el chef Karlos Arguiñano, ídolo local). Me gustó mucho la gente, aunque, en general me pareció encontrar buena gente por todas partes. En el primer bar al que entré, vi llegar a un inmigrante africano -a quien instantes antes había encontrado vendiendo medias y paraguas- con un local, que lo invitaba a comer tapas, a su lado, y que mostró la mejor actitud hacia él: sin demagogia ni condescendencia, de pocas palabras. Se separaron sin decir mucho, mirándose con afecto, con un apretón en el brazo.










Zarautz tiene cine, una costa muy cuidada, una pasarela hermosa que separa la playa del campo de golf, un atracadero extraño y bonito, en uno de sus extremos. Tomando el autobús, en la zona, advertí un fenómeno que no había reconocido: el de los latinos preocupados, perdidos. Luego -volviendo de Francia- volveré sobre esto.

Día 5, domingo 26: De Zarautz a San Sebastián a Hondarribia

El domingo a la mañana partí de Zarautz, para volver brevemente a San Sebastián. Necesitaba recoger mi bolso más pesado (cargado de ropa que había preparado -de más- para la lluvia y el frío que se han mostrado tolerables), que había dejado en la pensión de Iñaki, en la que me alojé a mi llegada vasca. En el poco tiempo en que me quedé, antes de partir hacia el oriente (y dando por terminada mi incursión por la costa vasca occidental), fui a reponer mi cuota de café de especialidad, que ya echaba en falta en los pueblos más pequeños. De ahí, anoto esta pequeña historia.

Domingo de padre

Es salida de domingo, y salida de divorciado, entre padre e hijo pequeño y muy entusiasta. Han pedido un café cargado para él, una chocolatada para el pequeño, y dos tostados. El hijo, bien peinado y prolijo, puesto entero por su madre, le pregunta al padre, ilusionado, por su café. Han venido a una cafetería de especialidad, recién abierta, y se espera -ellos esperan- sólo lo máximo: el mejor servicio, el mejor producto, la mejor calidad, el mejor trato. El niño todavía se reserva el final de la chocolatada, mientras que el padre ha terminado su café hace rato. “¿Te ha gustado el café?” -le pregunta entonces el chico, aunque sabe la respuesta. El padre va mirando los resultados de la liga, un viejo deber laboral, y dos comunicaciones que tenía pendientes, con sendas amigas. Va de nuevo entonces, el niño, con la voz un poco más en alto: “Estaba muy bueno tu café ¿no es cierto?” -vuelve a preguntar, seguro de su pregunta, pero ya dudando El padre no se da cuenta de que le hablan, todavía, por lo que el niño mira ahora hacia arriba, mira ahora hacia los costados, se concentra en su leche chocolatada enseguida. La decoración es hermosa, la puesta es moderna, el pedido que ha hecho ha estado genial. La visita al café ha sido una idea fantástica de su padre, su padre sabía que un lugar así le encantaría.

CUADERNO DE VIAJE: INVIERNO EN EL PAIS VASCO I (I de IV)

 

Siguen a continuación unas notas del cuaderno de viaje por la costa del País Vasco: de Lekeitio a Biarritz, a fines de enero del 2025. Van organizadas en cuatro entregas, cada una cubriendo dos días.




Día 1, Miércoles 22, viajo a San Sebastián

Habiendo llegado desde la Argentina el lunes, y luego de pernoctar la primera noche en Barcelona, en la Residencia Erasmus de Gracia, parto el martes a la tarde hacia el País Vasco, comenzando por San Sebastián. Para el viaje, me llevo dos libros recién comprados. Uno, de la Nobel Han Kang, de quien no he leído nada –Blanco- y otro, que me pareció pertinente, una pequeña obra de teatro escrita a varias manos –“en colectivo”- por un jovencísimo Albert Camus (de 22 años) con tres amigos: Rebelión en Asturias, sobre el levantamiento de los mineros en Mieres, en Octubre del 34. A la traducción de éste de Han Kang la venía esperando hace rato -una recopilación de microrrelatos unidos por el color blanco- y me gustó mucho: delicado, sencillo, sentido, sin grandes pretensiones. Pequeñas viñetas marcadas por el dolor y los recuerdos (Ella cuenta, al comienzo, que el libro se inició con ella escribiendo una lista de palabras vinculadas con el blanco, sobre el que quería escribir. Escribió entonces: “manta de bebé, bata de recién nacido, sal, nieve, hielo, luna, arroz, ola, magnolia blanca, pájaro blanco, risa blanca, papel en blanco, perro blanco, canas, mortaja”). La obra de teatro, en cambio, no me interesó, o al menos no llegué a involucrarme en ella.





Viajo en tren, sobre todo, porque me encantan esos tramos largos, sentado junto a la ventanilla, mirando. Anoto:

La vida pasando a través de la ventanilla

El dulce papel del espectador pasivo, que recibe sin pedir, y toma sin saber lo que llega, a través de una ventanilla. Puede ser la ventanilla de un auto alquilado, camino a Tiraxi, y que entonces se cruce un caballo blanco y alado, que aparece de repente, de la nada, y luego me sobrepasa y luego desaparece, sin que uno atine a hacer o decirle nada (y entonces un anciano me hace señas desde lo lejos, para que me detenga, y lo lleve hasta la estafeta postal del pueblo, a cambio de una docena de huevos). O también una ventanilla sucia de tierra, en un colectivo maltrecho, con destino norteño, para distinguir entonces una súbita nube de niños llegando a la escuela en sus uniformes blancos, o las llamas y guanacos inamistosos, o los kilómetros y kilómetros de desesperanzadora sequía. O puede ocurrir, sino, que sea desde una ventana de altura, de un avión que nos inquieta, atravesando la cordillera hacia Chile. Entonces, sucede que las montañas son las que quedan pintadas de blanco, y son de blanco blanco azulado o de pronto grisáceo o amarronadas, que rozan el piso de la nave con la cúpula de sus techos, para abrirse luego a un curso de agua, y luego a cultivos, y enseguida a Santiago. Y desde allí perderse, sin hablarnos más, entre las brumas citadinas. O así también, como ahora, bien puede ser la ventanilla del tren, hacia el País Vasco, y que sea un valle de piedras el que se abre, con húmedas rocas que ya no pueden ocultar el verde, una pradera que alimenta y contiene y oculta y resguarda, que es tan hermosa que llega a herir de hermosura mis ojos, que entonces no alcanzan a tomar tanto de bueno.

San Sebastián: ciudad señorial, muy elegante, con un paseo de costa (el Paseo de la Concha) muy disfrutable: es para hacerlo de ida y vuelta todo el día, todos los días, toda el resto de la vida. El centro histórico me pareció que se había perdido un poco, en el turismo y en manos extranjeras (indios, rusos), pero, en todo caso, una tremenda ciudad, muy vivible, con todo lo necesario para estar bien, y muy entregada a su costa. No había advertido, hasta hoy, los comunes rasgos de la mujer vasca: rostro fino, alargado, no muy expresivo, piernas largas, el trazo más bien delgado, el pelo lacio. Duermo en una pensión barata, donde trabo buena relación con la persona a cargo, un viejo rengo, Iñaki. Como vengo demasiado preparado para la lluvia y el frío, con un bolso bastante pesado, y una mochilita, le dejo a Iñaki en custodia mi bolso, con el compromiso de volver el domingo. Con mi bolso dejo también, por estos días, un pequeño anafe, con cafetera Bialetti y café Vergnano, que extrañaré en los días subsiguientes (hasta el domingo)



Por la noche, tengo un mal sueño, de los varios malos que tengo estos días. Anoto:

La asfixia

Pensaba ayer cómo expresar el dolor que me trae este momento, el temor también, el asombro que me provoca esta situación de creciente asfixia, esta sensación de encontrarme sin salida. Y hoy soñé que por el aire detectaba la llegada de unos aparatos, como aviones de vuelo bajo, que se movían cerca de mí, y a uno de cuyos pilotos le escuchaba decir “dale duro”, que dispare apenas pueda. Y yo advertía que algo de mal llegaba, y quería ocultarme. Y veía gente con armas que se acercaba, y me veía obligado a armarme. Y casi en risa, porque no lo creía, me movía hacia el bosque, donde me encontraba con otra gente como yo, intentando esconderse, quedar a la espera. Pero allí nos dábamos cuenta, de repente, incrédulos, que habían liberado algunas fieras salvajes contra nosotros, que andábamos por ahí, buscando refugio. Y nos alegrábamos todavía, cuando notábamos que algunos de los felinos no procuraban atacarnos, tal vez porque aparecían bien alimentados, todavía. Y nos mirábamos unos a otros, sin creer todo esto, cómo podía ser dónde estábamos, hacia dónde íbamos.

Día 2, Jueves 23: De San Sebastián a Lekeitio

Luego de tomarme un buen café en el “Old Town”, que es café de tostadores, paseo toda la mañana por la maravillosa costa (la Concha). Al final de la playa de Ondarreta, es sabido, se encuentra el Peine del viento, que se ha ido convirtiendo en los emblemas más conocidos y buscados de la ciudad. Se trata, en verdad, de una serie de esculturas -tres- de Eduardo Chillida, a partir de una obra del arquitecto vasco Luis Peña Ganchegui. El conjunto tiene mucha gracia, y representa un gran cierre para el tramo occidental del paseo. 

“En paseando,” advierto la siguiente obviedad: toda esta zona es zona activa en bancos y banqueros (de los que sobreviven todavía: el banco de Vizcaya, el de Santander), presto atención, con horror, a las publicidades banqueras que encuentro. Anoto:

Banqueros

Movido por cierta innata antipatía, cantidad de justificados prejuicios, algunas intuiciones en contra, fui a escudriñar algunas publicidades de bancos, tratando de ver mejor qué es lo que me irritaba tanto de ese mundo Comencé entonces una búsqueda, que fue más que breve, porque lo que encontré en la primera redada (obviamente confirmatorio de lo que, sí, había salido a buscar) me dejaba (literal y literariamente) sin palabras. Agrego entonces algunas de las de ellos, sin aditar nada, editando muy poco (recortar y pegar), dejándoles que digan lo suyo. “El amor a primera vista no está hecho para los bancos. Por eso, puedes probar nuestra app de forma gratuita y sin ser cliente. Y, quién sabe, quizá te acabes enamorando. Experiencias únicas que te enamoran. (Sigue diciendo la publicidad, cuando la copio: Ilustración de dos personas caminando por la calle despreocupadas. Ilustración de una mujer saltando mientras baila. Ilustración de una clienta siendo atendida en una oficina del Banco). Probar app. Esto es lo que te damos siendo solo amigos. Sin compromiso. Disfrutar de lo que más te gusta por mucho menos. Inspirarte y aprender de los mejores. Cuéntanos, ¿qué necesitas? Te acompañamos cuando más lo necesitas. ¿Tienes que gestionar la herencia de un ser querido? Te orientamos y guiamos a lo largo del proceso, seas o no del banco. Tu banco te valora. ¡Salta! Venga, ¿nos cogemos de la mano?”

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Al comienzo de la tarde, parto hacia Lekeitio desde la estación de autobuses. Pregunto si puedo pagar con tarjeta bancaria, me dicen que sí, pero al subir al autobús, ya sobre la hora de partida (que es cuando nos abren las puertas) el conductor me dice que sólo se acepta efectivo. Yo no tengo y él se toma la cabeza, está muy preocupado, porque además no me da el tiempo para llegarme a un cajero. Él sigue preocupadísimo -yo no- hasta que, despeinado y jovial al fin, me dice, “subí igual y te llevo, ya me lo pagarás en algún momento.”

Lekeitio: En Vizkaya (Bilbao), con una isla enfrente, una bahía agradable, un centro histórico pequeño, cuando llegué, mucho estaba cerrado, niñas de una escuela de remo (un deporte muy cultivado ahí) salían a remar, en un ejercicio muy colectivo y amable entre ellas: muy vasco. Luego de tomar algunas fotos de las niñas remando, me encuentro con un mural, hacia el final del pueblo, sobre niñas remando. Ah, me digo, pasa por acá la cuestión.

Ondarroa: lo vi de pasada, parecía un pueblo abierto, muy sobre el mar, bonito

Mutriku: Más pequeño todavía, ya del lado de Donostia (San Sebastián), algo abigarrado en poco espacio, rodeado de mar también.

En estos días todavía no consigo -ni quiero- despegarme de la coyuntura, del momento horrible en la Argentina y el mundo. Uso bastante tiempo para avanzar en una nota a cuatro manos que queremos escribir con Graciana Peñafort. Con ella, y sobre tantas cosas, pensamos distinto, pero nos parece importante hacer el gesto de sumar fuerzas para entender y criticar mejor lo que está pasando.

En este comienzo es, también, cuando se me despierta el recuerdo de la Tarta de Queso Vasca, o Tarta Idiazábal (anotar: la original, la de “La Viña”, se hace con el queso vasco, de Idiazábal). Anoto (del National Geographic, luego de que en el NYT se la considerara “el sabor del año,” en el 2021): “Se trata de una tarta de queso suave, sin corteza, horneada en un horno muy caliente con el objetivo de que la parte superior se caramelice al tiempo que el interior se mantiene suave y cremoso. Además, cuenta con el punto justo de azúcar para que sea capaz de saborearse el queso.”

Han pasado pocos días, lo sé, pero todavía no puedo desenganchar de las angustias personales y los lastres políticos con los que inicié el viaje. Vamos viendo.


25 ene 2025

Banqueros






Movido por cierta innata antipatía, cantidad de justificados prejuicios, algunas intuiciones en contra, fui a escudriñar algunas publicidades de bancos, tratando de ver mejor qué es lo que me irritaba tanto de ese mundo Comencé entonces una búsqueda, que fue más que breve, porque lo que encontré en la primera redada (obviamente confirmatorio de lo que, sí, había salido a buscar) me dejaba (literal y literariamente) sin palabras. Agrego entonces algunas de las de ellos, sin aditar nada, editando muy poco (recortar y pegar), dejándoles que digan lo suyo. “El amor a primera vista no está hecho para los bancos. Por eso, puedes probar nuestra app de forma gratuita y sin ser cliente. Y, quién sabe, quizá te acabes enamorando. Experiencias únicas que te enamoran. (Sigue diciendo la publicidad, cuando la copio: Ilustración de dos personas caminando por la calle despreocupadas. Ilustración de una mujer saltando mientras baila. Ilustración de una clienta siendo atendida en una oficina del Banco). Probar app. Esto es lo que te damos siendo solo amigos. Sin compromiso. Disfrutar de lo que más te gusta por mucho menos. Inspirarte y aprender de los mejores. Cuéntanos, ¿qué necesitas? Te acompañamos cuando más lo necesitas. ¿Tienes que gestionar la herencia de un ser querido? Te orientamos y guiamos a lo largo del proceso, seas o no del banco. Tu banco te valora. ¡Salta! Venga, ¿nos cogemos de la mano?”