Chaitén es una ciudad lastimada, humeante, con heridas todavía dolientes, con el cuerpo lleno de golpes en forma de cristales rotos, maderas quebradas, árboles
quemados, paredes que no han sido arregladas, viviendas que han sido para siempre abandonadas. En el 2008 bramó el volcán
Chaitén luego de 9500 años de silencio, cuando nadie lo esperaba. 9500 años
tardó en estallar su pena, cuando todos dormían. Estalló el Chaitén y todos
pensaron en un dolor ajeno, lejano, que se trataba del Corcovado, del Michimahuida, más distanciados. Pero no, era el Chaitén, el que dormía junto a ellos, el que nadie temía,
el que tantos pensaban que siquiera vivía. El Chaitén tosió primero y pronto tembló la ciudad, se hizo todo miedo. El pueblo se convirtió en noche oscura, la sangre en hielo. Y luego fue el
río el que pegó el salto, y desbordó, enloquecido, y gritó y gritó y no paró de gritar hasta arrastrar en su paso casas, ganado, cercos, hasta voltearlo todo, con la mano abierta llevarse todo consigo.
Fue aún entonces, y aún así, cuando la vida era sólo polvo, cuando se dormía en pánico y se despertaba entre ruegos, que decenas de pobladores decidieron no irse, cuando centenares de otros se volvieron, desobedeciéndolo todo, desatendiendo las
órdenes que les daba el gobierno. Y ahí están hoy, todavía ahí, en esa casi ciudad de
espaldas golpeadas, con la ceniza gris que sangra a raudales desde los techos
ajados, rodeados de montañas de piedra, lava, barro y madera acumuladas, resistentes frente a la imagen de esos autos
todavía hundidos en el barro final, endurecidos frente al dolor que provocan esas media-casas que levantan la mano
pidiendo auxilio desde su desesperado entierro.
Ahí están de nuevo, a pesar del volcán todavía
humeando, que les recuerda -como un niño que extiende el sollozo más allá del hambre- su presencia. Los pobladores han vuelto a pesar de lo que ya no tendrán consigo, a pesar del
volcán que todavía respira lentamente su angustia, decididos -como pueden estarlo los perdedores- a apostarlo
todo de nuevo. Otra vez a construir, otra vez en obra, ahora frente a una playa que parece luna, ahora frente un campo de cenizas que enluta el día como en la escena posterior a una
batalla.
Se abrió ayer el comedor “El volcán,” y
hoy abre el bar “El Quijote.” Y no hay dudas que hay que ser quijote para
intentarlo otra vez, otra vez aquí, para confiar en el territorio propio sin
sentirse por lo ocurrido traicionado. Como aquella noche a las 0.30, seguir la vida como si nada pasara, como si nada malo pudiera pasar, como si lo bueno fuera siempre posible,
como si el pacto no se hubiera roto: creyendo todavía en la
promesa de que el día por venir será hermosamente igual a los días pasados.
estimado roberto,
ResponderBorrara menudo me enoja el sempiterno sesgo anti-k que tiñe tus comentarios, pero en esta ocasión no puedo dejar de felicitarte por un texto tan lindo.
o sea que, además, escribís prosa como los dioses. sólo falta que digas que preparás buenos asados, y listo, me puedo matar tranquilo.
:)
felicitaciones de nuevo, un saludo cordial desde chubut,
rodrigo.
hermosa crónica, llena de humanidad, es como viajar un poquito también y dejarse impactar por esas historias. gracias.
ResponderBorrarBello, bello, y también triste este relato (como si fuera posible, a veces, separar lo uno de lo otro).
ResponderBorrarEstos apuntes de viaje merecerían, también, ser publicados.
Saludos y gracias por ofrecer lecturas siempre interesantes, movilizadoras y excelentemente escritas en este blog.
Ay Robert! que hermoso lo que escribiste!!! sos un poeta!!!tenés q escribir un libro asi, con tus apuntes de viaje, y tus fotos... felicitaciones y espero q estes pasando unas lindas vacaciones lejos del infierno de BA ... besitos!:)
ResponderBorrar