http://www.lanacion.com.ar/1582944-justicia-cambios-de-rumbo-en-una-politica-que-fue-de-la-renovacion-al-sometimiento
Muchas personas
muestran un cambio significativo en la valoración de lo hecho por el
kirchnerismo en estos 10 años. Se trata, en una mayoría de casos, de un giro justificado,
en razón de los cambios que asumió el propio gobierno, dirigidos en dirección
contraria a donde orientara sus primeros
pasos. Contrástense, sino, las que fueran las principales declaraciones
y actos del ex Presidente Kirchner, apenas llegado al poder, con las
declaraciones y actos que luego siguieron. En sus primeros días de gobierno,
Kirchner promovió cambios a favor de la transversalidad política, los derechos
humanos, la transparencia, o el enfrentamiento con las “mafias” y los “barones
del conurbano”. Poco después, el mismo gobierno decidió simplemente echar por
la borda su propuesta inicial de transversalidad; pactar con las mafias del
conurbano que antes con energía denunciaba; dictar una ley antiterrorista; combatir
a los “pueblos ancestrales” opuestos a sus políticas de depredación minera y
sojera; o infiltrar y espiar impunemente a las organizaciones de derechos
humanos.
El propósito de
este texto, de todos modos, no es el de denunciar los cambios extremos que se
sucedieron en el discurso y la práctica del gobierno. Lo que se pretende es examinar
la trayectoria del gobierno en el ámbito de la justicia: aquí es donde las
referencias anteriores cobran más sentido.
En efecto, en
materia de justicia, el contraste entre el kirchnerismo inicial y el que vino
luego no puede ser más contundente. Compárense las medidas políticas centrales
de aquel instante fundante, resumidas en el “decreto 222”, destinado a renovar
la Corte Suprema, con la actual reforma judicial, destinada a “democratizarla”.
Aquella reforma, la del 222, tuvo enormes virtudes (no por nada el mismo kirchnerismo que mira con desprecio toda
referencia a lo “republicano” sigue reivindicando con orgullo actos tan modestamente
republicanos como la depuración de la Corte). La reforma del 222 ayudó a
restablecer los vínculos entre ciudadanos y el Poder Judicial, por entonces rotos,
asegurando en el máximo tribunal “la diversidad de género, especialidad y procedencia
regional en el marco de representación de un país federal.”
Notablemente, todo lo que siguió desde allí fue en dirección directamente
opuesta a la originalmente comprometida. Se viró entonces desde la diversidad
hacia la homogeneidad, desde la proclamada transparencia hacia la opacidad,
desde las manos atadas del gobierno ante la justicia hacia la situación
contraria, de sometimiento de la justicia frente al poder.
Los pasos que
dio el gobierno en la dirección que antes denostaba fueron sistemáticos,
algunos abiertos y otros disimulados. Ellos incluyeron, desde algunas medidas
repudiables, calladamente reconocidas por todos los miembros de la comunidad
jurídica (la operación de los servicios de inteligencia sobre los jueces
díscolos), hasta otras más abiertas, comunes en la historia reciente pero
radicalizadas en todos estos años (la manipulación de los concursos y los
jueces subrogantes, lo que le permite al poder contar con un control más
directo sobre quienes deben decidir casos sensibles).
Luego aparecen las
reformas formales, impulsadas de espaldas a la sociedad, desde el Congreso. Se
procedió entonces a reformar el Consejo de la Magistratura (Ley 26.080 del 2006),
reduciendo drásticamente sus miembros de 20 a 13, alegando la necesidad de
“mejorar la eficiencia” del organismo. Curiosamente, al poco tiempo se reformó otra
vez al Consejo, con el fin de “mejorar la eficiencia”, pero esta vez expandiendo
de 13 a 19 su número de miembros (¡). Curioso: la eficiencia que años atrás
necesitaba de un menor número requería ahora volver a aumentarlo. De manera
similar, el gobierno promovió la institución del “per saltum” y la reforma en
las medidas cautelares, alegando el valor de la celeridad sobre el de la
certeza: “los pleitos no pueden extenderse indefinidamente en el tiempo,” dijeron.
Llamativamente, en ese mismo acto, el gobierno promovió la creación de nuevas
Cámaras de Casación, privilegiando ahora la certeza sobre la celeridad. Curioso:
ya no parecía ser un problema que los procesos se extendieran indefinidamente
en el tiempo.
En materia
procedimental, mientras tanto, los cambios que se impulsaron no pudieron ser
más chocantes. En los inicios, y a través del decreto 222, el gobierno se había
comprometido a asegurar un procedimiento abierto, controlado por la sociedad
civil, y dirigido a favorecer la selección de jueces capaces de limitar los
excesos del propio gobierno. Notablemente, todo lo que vino luego –orientado a asegurar
un poder judicial sometido- se hizo a través de procedimientos oscuros, marcados
por la chapucería, la falta de discusión, el atolondramiento y el atropello.
Conviene no
perder de vista lo que significan estos cambios drásticos en el procedimiento. Se
trata de cambios que –por sus formas- amenazan la propia constitucionalidad de
los proyectos. Decir esto no implica asumir que las reiteradas exigencias
constitucionales de discusión y debate en el proceso legislativo se satisfacen
sólo con intercambios pulcros, prolijos y ordenados en el Congreso. El punto es
que tales demandas constitucionales no pueden ser interpretadas como si no
existieran, como si dichas cláusulas fueran vacuas, como si fueran compatibles
con cambios en las reglas básicas sancionados con desprecio a lo que diga la
oposición y a partir de una dogmática negación al diálogo legislativo.
Por supuesto,
las críticas a los decepcionantes cambios de la justicia que ha promovido el
gobierno no se reducen a objeciones de forma o procedimentales. Más relevante
aún es que, sustantivamente, sus iniciativas enfrentan problemas graves, de
todo tipo. Las reformas en las Cámaras de Casación y las cautelares pueden considerarse
antipopulares y antiobreras, por afectar en particular a jubilados (cuyas
demandas quedan heridas de muerte por la introducción de nuevas Cámaras); y a trabajadores
que heroicamente todavía litigan (trabajadores que con dichas Cámaras de
Casación quedan sometidos a procesos interminables, que sólo benefician a sus
patrones). Las reformas pueden considerarse conservadoras, por tomar como
blanco a piqueteros o grupos de víctimas que protestan –como los familiares de las
víctimas del Once -contra los que el Estado se reserva el derecho de solicitar
las mismas cautelares que para otros casos repudia. Las reformas pueden
considerarse como corporativas, por verticalizar, jerarquizar y burocratizar aún
más la justicia existente, con la creación de nuevas instancias. Las reformas
pueden considerarse antidemocráticas, por ir en contra de los mismos valores
democráticos que el gobierno alega para defenderlos (piénsese en los cambios en
el Consejo de la Magistratura -tales como el requerimiento de los 18 distritos-
que de modo caricaturesco se han diseñado para que ningún otro partido, salvo
el del gobierno, pueda satisfacerlos). Se trata, en definitiva, de la
diferencia entre lo que pudo hacerse, esto es, democratizar la justicia (a
través de la creación de tutelas, de la instauración del juicio por jurados, de
facilidades para las acciones colectivas y de clase, de audiencias públicas, de
un mejor acceso para los pobres) y lo que se hecho, es decir, someter la
justicia a los designios del partido dominante.
Sectores de la
justicia ligados al gobierno, y agrupados en un movimiento de creación
reciente, “Justicia Legítima”, suelen decir: “celebramos, al menos, la
discusión que inició el gobierno”. La sola existencia del grupo es una buena
noticia, y una ratificación del aserto. Sin embargo, lo dicho se enfrenta al
menos con tres aprietos. Primero, las reformas recientes se hicieron
clausurando (en lugar de abriendo) la discusión clave, la que debió darse en el
Congreso. Segundo, la mayoría de los cambios (cautelares, Casación, Consejo) no
implican “al menos un primer paso,” sino un paso atrás, y ahora habrá que luchar
para contrariarlos. Finalmente, el fuero penal -el que cuenta con más miembros
dentro de “Justicia Legítima”- arrastra injusticias y desigualdades atroces
(baste mirar qué grupo social puebla nuestras cárceles, y qué sector del poder
no llega nunca a ellas). Por alguna razón, luego de 10 años, y sin enfrentar ningún
obstáculo legal para ello, ni los operadores de la “justicia tradicional” ni
los de la “Justicia Legítima” hicieron algo para menguar las desigualdades del
caso (ellas, podría decirse, son hoy mucho más graves que antaño). Por supuesto,
demás está decirlo, ninguna de las reformas de la justicia se propone reducir
estas injusticias en algo.
En la Justicia el K cambió la CS y ahora hay un tribunal razonable, con muchas cosas plausibles y criticables.
ResponderBorrarEn lo demás sigue todo igual, una justicia mayormente burocrática, reaccionaria, con influencia de grandes estudios, consustanciados con doctrinas antinacionales y populares. Y la creencia de que son los salvadores de la patria, eternos y exentos de impuestos.
El acceso a los tribunales sigue siendo muy dificil o imposible para los mas pobres.
Y hay una tendencia cada vez más fuerte a legislar, despreciar las decisiones del Congreso y, de buena fe, creer que eso es progresismo.
Comodoro Py, intacto.
Lo que ahora hay es mucho debate, bienvenido, pero creo que los temas sobre los que se discuten no van a los problemas más importantes.
Tito
Coincido con la descripción de Tito. Agregaría que ésta es la mejor Corte Suprema de los últimos xxxxxx años. Tal vez la mejor de nuestra historia.
ResponderBorrarPero su creación pasó de ser un mérito del K a ser un conjunto de traidores a neutralizar.
También agrego a Tito: Nada de la reforma judicial que se autotitula democratización tiende a mejorar la situación actual.
Por elcontrario. Empeora con las nuevas Cámaras Tapón y con la degeneración del recurso de amparo, entre otras cosas. Belisario
No coincido ni cerca que esta es la mejor corte Suprema de la historia.
ResponderBorrarEsta Corte es igual de adicta que la de los 90. Algo sirve esta nota aunque es muy parcial (http://periodicotribuna.com.ar/14404-muchos-no-se-dieron-cuenta-pero-la-corte-ya-se-pronuncio.html)
Por otro lado, qué raro que los penalistas sean quienes más se sumaron a Justicia Legítima!. Ah claro, quizá es porque el gran erudito prostibular de Zaffaroni está a disposición del gobierno y sus discípulos (tiene más que jesús...lo siguen y aplauden como marmótas) slokar y demás tienen cargos por todos lados y se venden al mejor postor siempre, claro está, desde el progresismo y la izquieda en defensa de derechos humanos pero claro nunca en defensa de la independencia judicial y nunca olvidan que son progresistas pero con la billetera bien llena de actos de corrupción.
Gracias a Uds, gracias a la Corte, gracias al P.E., gracias por la década de mierda