Hoy publico en Clarín (acá) una nota sobre la reciente reunión en Diputados, dedicada a discutir formas de silenciar la protesta social. La nota que escribí está, en parte, motivada por esta típica patoteada de la presidenta de comisión, la ultra-k Diana Conti, frente a un respetuoso Nicolás del Caño (PTS), cuando éste mencionara apenas el conflicto de Lear, durante el debate: resulta que el kirchnerismo consideró impermisible la mera mención de una protesta real, en medio de un debate legislativo sobre la regulación de la protesta: increíble, y bien kirchnerista (el video en el que se origina mi texto -video que ya adelantamos en el blog, acá). En homenaje a del Caño, la nota a continuación:
Días pasados, el oficialismo volvió a
impulsar en el Congreso un proyecto destinado a regular la protesta social. La
iniciativa del gobierno encuentra respaldo en algunas razones atendibles,
vinculadas con las quejas de “terceros afectados”. Por un lado, las protestas
son promovidas, habitualmente, por grupos reducidos de personas, perjudicadas
por violaciones de derechos específicas, que no se extienden del mismo modo
sobre el resto de la sociedad. Por lo demás, para manifestar sus quejas, los
que protestan suelen involucrarse en acciones que lesionan (asimismo o
principalmente) a “terceros” fundamentalmente ajenos a la cuestión, que terminan
–ellos también- viendo dañados sus derechos. Por lo dicho, estos “terceros” se
preguntan, con razón, “por qué debo sufrir yo por los males de otros, cuando se
trata de males que yo no he (directamente) causado?” Las razones que apoyan a
estas quejas de “terceros” no asisten, sin embargo, al gobierno, en su postura;
ni dan fundamento obvio a la necesidad de regular
legislativamente la protesta. Quisiera, por tanto, agregar unas breves
reflexiones relacionadas con la discusión que se diera en el Congreso sobre el
tema, y lo que ella nos dice acerca de cómo es que hoy se piensa la protesta.
En relación con la actitud del gobierno
frente a la cuestión, quisiera señalar varios puntos. En primer lugar, el
“debate” sobre la regulación de la protesta, que el oficialismo habilitó
recientemente en Diputados, fue enormemente revelador sobre los modos de su
acercamiento al tema. Un hecho, en particular, resultó saliente. Apenas
comenzada la discusión, la representante del gobierno y presidenta de la
comisión –fuera de sí- privó de la palabra a un diputado de izquierda, luego de
que éste, con modales suaves, comenzara a fundamentar su postura hablando del
conflicto en la autopartista “Lear.” Más allá del maltrato a quienes disienten,
con que el gobierno define su identidad; y más allá de la ilegalidad de privar
a un diputado de su palabra, sólo por pensar distinto; la actitud oficial dejó
en claro un dato relevante: el kirchnerismo consideró una afrenta que un
legislador mencionara siquiera una
protesta real, en un debate sobre la protesta (curioso, por lo demás, en un
gobierno que suele burlarse de la oposición, señalando que ella “le tiene miedo
al conflicto”). En segundo lugar, en reiteradas oportunidades, el oficialismo
ofreció, como contraprestación o “moneda de cambio” para que se aceptara su
postura, una amnistía para los más de 500 activistas que hoy están procesados
por su participación en protestas sociales. Se trata de un modo inadmisible
–pero habitual en estos tiempos- de pensar en los derechos de los más débiles.
Los derechos se garantizan, no se negocian (“les reconozco sus derechos en la
medida en que…”), ni son prenda de cambio. Mucho menos deben convertirse en
dependientes de los ocasionales favores del poderoso de turno (con la misma
lógica, el gobierno insiste en que debemos agradecerle su actitud de “no
reprimir las protestas”, como si fuera cierto lo que es falso –ya que causó una
veintena de muertos en diez años; o como si fuera merecedor de una deferencia
especial por no abrir fuego sobre sus opositores). En tercer lugar, y al calor
de estos mismos debates, el secretario de seguridad insistió con una postura
aún más estricta, señalando que no debía dársele cabida a los intereses de los
protestantes, porque habitualmente ellos “sólo quieren llamar la atención” con
sus reclamos. Con su bravata, el secretario sólo mostró la dimensión del
oficial desatino: en efecto, hoy vuelve a ser necesario producir “escándalo”
para “llamar la atención” del gobierno sobre violaciones de derechos que él
causa, y que de otro modo siquiera advierte. Y lo mejor que ofrece el gobierno,
frente al conflicto, son estrategias para moderar el impacto de las quejas.
La situación es muy reveladora del drama
implicado en la regulación de la protesta -drama que involucra al Estado, a
agentes privados, miles de derechos violados, y “terceros afectados.” Ella
puede entenderse bien con un ejemplo: imaginemos que en una estación de policía
se aprovechase, cada noche, para golpear a los que están presos; los vecinos se
quejaran, con razón, de los gritos que cada madrugada escuchan; y el gobierno
nos convocara a discutir de qué modo terminar con el fastidioso griterío (Los
llevamos a gritar más lejos? Colocamos vidrios más gruesos en las ventanas? Les
tapamos directamente la boca a los que “sólo quieren llamar la atención?). El
ejemplo nos ayuda a reconocer, en primer lugar, la razón de los vecinos: ellos
no son responsables de los gritos; y no tienen por qué verse afectados por
problemas que no han causado. Sin embargo, la invitación del gobierno es de una
inmoralidad crasa. Ante la inmensidad de las violaciones de derechos de la que
es directo responsable -por abuso de poder, falta de controles, o negocios
indebidos- la solución no puede ser nunca la de abocarse a contener o silenciar
los gritos de quienes se quejan. Simplemente: lo que está en juego -lo primero que realmente importa, lo que es
justo e imperativo atender, de modo inmediato- son los derechos violados. No es
aceptable que en lugar de discutir cómo reparar esos derechos, se nos convoque
a pensar cómo regular las quejas de los que sufren esos derechos violados.
Y cómo se explica que la protesta traiga de por sí una presunción favorable de estar basada en un reclamo legítimo?
ResponderBorrarAclaro, no es que esté a favor del proyecto de regulación pero pregunto por curiosidad.
El ejemplo que das es muy ilustrativo. Es una situación extrema en donde existe un reclamo 100% legítimo, la protesta como medio está super justificada y la molestia que genera a los vecinos es un costo muy tolerable. Pero supongamos otro ejemplo, extremo como el que brindas, pero en las antípodas: un grupo de personas corta una avenida y hace destrozos porque, digamos, Bush viene al país (como efectivamente ocurrió en mar del plata hace unos años). Esa sería una protesta justificada, haciendo un balance de derechos vulnerados y medios elegidos para reclamar?
Y asumiendo que no lo es, existe una obligación -del gobierno, de los conciudadanos-, de tolerarla?
Tomas
no necesito hablar de todas las protestas del mundo imaginables. hablo de las que son mas tipicas en la argentina: violaciones de derechos graves , gente que reclama, gobierno y empresas unidas contra los trabajadores (pongamos, ugofe, pongamos, barrick gold, pongamos, vaca muerta, pongamos, formosa)
ResponderBorrarrg, no te hacés cargo de que sigue siendo delito entorpecer el transporte (art. 194 c penal). esto es así en cualquier legislacion del mundo. a veces puede estar justificado, pero muchas veces no
ResponderBorrarvos sos de los penalistas que creen que el mundo termina en el codigo penal. arriba, ponele, está la constitución
ResponderBorrarAnónimo 11.14 am, el código penal dice muchas cosas, entre ellas habla de la legítima defensa, del estado de necesidad, etc. O sea, las causas de justificación también están en el código penal, de modo que citar así como así el 194 no nos dice nada.
ResponderBorrarDe lo contrario, toda conducta típica sería delito por el mero hecho de serlo.
El derecho a huelga, no esta garantizado pro el estado (queda claro en muchos ejemplos de la realidad)- por lo que EN COMUNIDAD se peude ejercer. en forma d piquetes por ejemplo. A NADIE LE GUSTA CORTAR una calle, ni que les rompan la cabeza en una represion. es una medida de emergencia. creo q qienes vamos a trabajar todos los dias tenemos q entender los problemas de los secotres mas precarizados de los trabajadores como propios... al fin y al cabo somos lo mismo para los poderosos
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