21 ene 2015

La chapucería como práctica

Publico hoy, acá

Quisiera mencionar al menos dos de entre los muchos y dolorosísimos comentarios que me generan la muerte del fiscal Nisman. En primer lugar, el fallecido fiscal fue puesto al frente de la Unidad Fiscal Especial para la causa AMIA (dentro de la órbita de la Procuración General de la Nación, entonces a cargo del dr. Esteban Righi) por el ex Presidente Néstor Kirchner, en el 2005. Fiel a su estilo, el ex Presidente encomendó al fiscal, además, que trabajara de la mano de un oscuro agente de inteligencia (Antonio Stiusso) en la investigación del caso. A 10 años de aquellas designaciones –una vez más- venimos a enterarnos en estos últimos días, por boca del propio oficialismo –y ante los primeros signos de “deslealtad” del fiscal y el agente de inteligencia citados- que en realidad se trataba de funcionarios oficiales deshonestos, que servían a intereses espurios, traicionando a quien los había designado y a la causa a la que debían su trabajo. Es decir, las mismas personas designadas y protegidas por el oficialismo frente a las generales dudas que generaban sus comportamientos, pasaban –mágica y súbitamente- a ser responsables de los peores comportamientos, en el mismo momento en que decidían darle la espalda al gobierno. En el caso particular del fiscal, el oficialismo había extremado hasta límites imposibles su actitud en estos últimos días (un diario para-oficial tuvo el desatino de titular una de sus columnas, apenas horas antes del crimen, “el oficialismo se prepara para disparar sobre el fiscal;” y algunos de los representantes del kirchnerismo en el Congreso habían anunciado que irían a la audiencia con el fiscal preparados para golpearlo “con los tapones de punta”). No es la primera vez que el oficialismo convierte en demonio y ataca con toda la tremenda fuerza de su aparato coercitivo, comunicacional y de inteligencia, a alguna figura que, hasta ayer nomás, defendía de modo incondicional. Los devotos del credo oficial deberían repensar un poco, a la luz de estas contradicciones, los inexcusables comportamientos que en estos tiempos han venido justificando –primero de un lado, e inmediatamente luego, del lado contrario.
En segundo lugar, quisiera llamar la atención sobre el hecho de que el fiscal Nisman acelerara la presentación de su apresurada, turbia, pero completamente verosímil denuncia sobre la Presidencia, a partir de la convicción de que iba a ser removido de su cargo por la actual Procuradora General. Se trata de la misma funcionaria que proclamó orgullosa que los dos principales ejes de su gestión estarían vinculados con el combate contra el lavado de dinero, y con la investigación penal en materia de derechos humanos –dos misiones, sin lugar a dudas, de absoluta importancia. En todo este tiempo, la Procuración dedicó sus principales energías a desviar la atención sobre las acusaciones de lavado de dinero que empañan todavía a la Presidencia; y a encubrir las acusaciones dirigidas contra el general Milani, por violaciones de derechos humanos (todo ello cuando sólo los reconocidos vínculos comerciales entre el gobierno y el principal contratista de obra pública, sumados a los giros comprobados de dinero al exterior, generan una obvia y descomunal presunción de lavado de dinero). El ejemplo resulta relevante por varias razones. En primer lugar, porque da muestra del nivel de atolondramiento y brutalidad con que el kirchnerismo viene tratando las causas legalmente más delicadas: la chapucería resulta hoy un factor explicativo determinante para la mayor parte de los casos graves en que está enredado el gobierno. En segundo lugar, destaco el hecho porque ofrece una nueva muestra del modo en que el gobierno se ciega frente al perjuicio que se está causando, y nos está causando a todos, en su sistemático trabajo de encubrimiento: todos advertimos la humanidad del rey o la reina desnudos, y lo consideramos una desgracia que no festejamos, sino padecemos: a todos nos hace mal. Y ello así, no porque creamos que los culpables de nuestros males estén de un solo lado, sino porque todos, desde hace mucho tiempo, estamos demasiado hartos de impunidad. Resulta un tremendo problema para el país -más allá de partidos, encuestas, elecciones o resultados- que la dirigencia no advierta la dimensión del daño que está causando.


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