(publicado hoy en clarín, acá)
Pensemos a las ideologías, simplemente,
como un conjunto de ideas destinadas a motivar la acción política. Si miramos
hacia atrás en la historia argentina, podemos rastrear la llamativa y cambiante
trayectoria que han seguido las ideologías políticas dominantes, en estas
últimas décadas (trayectorias que se parecen bastante, por lo menos, a la de
las ideologías dominantes en los países vecinos). Presentaré entonces, a
continuación, y de modo extremadamente sucinto, un mapa de tales trayectos.
Los años 60/70, por ejemplo, destacaron
por la fuerza que tomaron las ideologías más extremas –de derecha e izquierda-
motivando la intervención política activa de sectores durante mucho tiempo
reacios a participar en la vida pública. Las ideologías prevalecientes en
aquellos años dieron razones persuasivas para que hasta la propia vida -el
propio cuerpo, y el cuerpo ajeno- se pusiera en juego a la hora de dirimir los
modos en que organizar los asuntos de todos. Las ideologías ayudaron entonces a
justificar el propio sacrificio (ofrecer la vida de uno; abandonar a la propia
familia e hijos), o el sacrificio de quien se situaba enfrente (su misma
eliminación física) en nombre de ciertas formas de la organización política.
En los años 80, y como sería costumbre,
los discursos ideológicos predominantes aparecieron en buena medida en diálogo
y reacción frente a los discursos prevalecientes en los años previos. Así, en
esos años, la principal fuerza ideológica no fue de izquierda ni de derecha,
sino que resultó –en un sentido básico, aún procedimental- democrática: nada
parecía más importante que poder seguir manteniendo viva la misma práctica de
los acuerdos y disensos democráticos. La “vida” se alzó como ideología
fundante, en contra de la “muerte” que había quedado instalada como práctica
distintiva de las décadas anteriores.
Más tarde, en los años bobos –los años
del llamado “neoliberalismo”- se produjo un nuevo giro –una nueva reacción-
notable, frente a las ideas prevalecientes en los 80. Al fuerte “ideologismo”
democrático de los años 80, se le contrapuso la opción de la “no-ideología”
–una opción que, por supuesto, no tenía nada de a-ideológica. Esto es decir,
durante los años 90 primó o cobró fuerte impulso una ideología estructurada,
filosa e impactante que se recubrió con ropajes de no-ideología. Se nos dijo
entonces que “las ideologías estaban muertas”, para decirnos en verdad que no debíamos
pensar más en términos de izquierda y derecha. Lo curioso es que se nos decía
esto desde una ideología igualmente destinada, como las anteriores, a motivar y
marcar el rumbo de la acción política.
En la década iniciada con el nuevo siglo,
volvimos a experimentar cambios rotundos en la materia. Y otra vez, como
siempre, el giro propio de la época vino en diálogo y reacción a lo ocurrido en
los años previos. Contra el discurso de la no-ideología o la (muy ideológica)
prédica anti-ideológica de los años 90, comenzó a primar un discurso
sobre-ideológico: todo pasó a ser ideología, producto de los “aparatos ideológicos”.
Todo resultó etiquetado como de izquierda o derecha. Sin embargo, otra vez,
predominaba en materia ideológica una falsedad, un encubrimiento. Mientras en
los años 90 se agitaba, falsamente, el fantasma de la “muerte de las
ideologías” –cuando ellas estaban vivas y explicaban la “nueva moda”
anti-ideológica- en el nuevo siglo comenzó a agitarse el fantasma opuesto
-“todo es ideológico”- pero también falsamente: lo que la nueva ideología vino
a encubrir fueron negocios –y aún estructuras criminales- que aparecieron
revestidas con los ropajes de las ideologías tradicionales (izquierda,
derecha). Cada día, a cada momento, pasamos entonces de escuchar que nada era
ideología, a escuchar que todo lo que se hacía era ideología: el “enemigo” era
por naturaleza “de derecha;” las acciones oficiales eran “progresistas,”
criticar al gobierno implicaba entonces convertirse en “la derecha”. Lo que nos encontramos de modo habitual, en
cambio, no fueron las acciones de fuerte contenido político (de izquierda o derecha)
como las que fueran propias de los años 60, ni encontramos tampoco la reacción
anti-ideológica (anti-izquierda o derecha) propia de los 90. Lo que prevaleció
en este época, en cambio, fueron los negocios, ciertos recurrentes delitos, determinadas
estructuras criminales, y todo revestido con el discurso ideológico sesentista
de la izquierda o la derecha.
En estos años, lo que primó fue un
discurso ideológico que vino a pregonar e insistir sobre lo que ausente, un
discurso que sobre todo vino a encubrir. La marca de este tiempo ha sido esa:
voceros hablándonos entusiastas sobre la izquierda y la derecha, mientras
detrás del telón de fondo sólo podíamos reconocer a los astutos de siempre, contando
dinero.
¿Y entonces, ¿cómo se compatibilizan tus conclusiones acerca de que el kirchner-cristinimo es una continuación del menemismo? ¿Yo entendí mal o hablás de una ruptura? Me perdí...
ResponderBorrarruptura en el verso, continuidad en los negocios
ResponderBorrarLa ideologia es el camino para hacerse rico!!!
ResponderBorrarLo demas es cuento y muertes inutiles!!
La economía, para ser una ciencia, demasiadas discusiones en torno a ella genera. Pienso que ninguna economía, como ninguna ideología, tiene la razón en todo. Demasiados bandazos en la Argentina y así va la cosa de mal, aunque también está mal seguir obstinados en los errores y en eso estais.
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