Hoy la vida me tomó por detrás, sin
avisarme. Yo estaba distraído, ya sin pensar, con la mirada perdida en la nada,
simplemente echando aceite y sal sobre un pedazo de pan. De improviso, sin que
yo la advirtiera, ella me tapó los ojos con sus manos, al tiempo que yo mordía
mi trozo de pan olivo: entonces, una época ingenua y feliz, de mi niñez
campesina, volvió entera a mi. Casi cincuenta años después, creí mordiscar el
mismo pan y gustar el mismo aceite que placiera hace tiempo, cuando nos
arropábamos todos juntos en torno al fuego, tratando de repararnos del frío,
cuando calentábamos el pan sobre la hornalla de hierro, untándolo con el aceite
todavía congelado: la celebración dei
contandini poveri, mientras se liquida el aceite sobre el pan ardoroso,
fiesta llena de lujos inmensos, perpetuos, enteramente inolvidables como
aquellos.
Hay costumbres que nunca se olvidan, aromas y sensaciones que estàn grabados a fuego, casi tan fuerte como el del camino donde nos reunìamos a comer ese pan crujiente, desbordado de aceite de oliva (que guardàbamos en potes, en pequeñas bolitas amarillas - estaba congelado por el frìo del invierno- y calentàbamos en cucharadas). Tmabièn èramos "poveri contadini", ricos en la magnìfica experiencia del arrope frente al camino!
ResponderBorrarDebo confesar que en mis tardes porteñas de julio aun recreo esos momentos, con otro pan y con aceite que sale de una botella comprada en un supermercado express. No es lo mismo, pero con un poco de imaginaciòn, cerramos los ojos y volvemos a ese instante en el que el sonido del panadero llegando con el pan fresco bajo la nieve nos llenaba el corazòn de alegrìa y el ritual comenzaba una vez màs... Llamanos "pobres"... ja!
Excelente crònica, Roberto, me remontaste a aquella època, de no hace tanto, pero que a veces queda tan lejos"
saludos
Sally McL
Te saltó la tanada :)
ResponderBorrarJorge