Si la vez anterior me despedí
brindando con un spritz, junto a
inmigrantes rumanos, en el áspero norte del país, ésta vez me despido con un amaro lucano acá en el amable sur, en el
Café Central, que manejan Peppino y su hermano, en Matera. Hace más de 50 años
que Peppino y su hermano están aquí, en un café mínimo, que no tiene mesas, que
no tiene juegos electrónicos ni televisores, y que es sólo capaz de albergar a
un pequeño puñado de personas, todas de pie. Peppino viste y se peina
impecablemente, no sonríe, no hace una broma con nadie o de nadie, no concede
nada, pero (o por eso mismo) la gente vuelve regularmente con él. Su café –que
prepara con una extraordinaria máquina Faema- es el mejor de la zona (el mejor
de Italia?), y sirve el amaro lucano
generosamente, a temperatura fría y exacta como en ningún otro lugar. Brindo entonces
por él y con él, y a través de él con todos los que -como él- mantienen una
conducta digna, fieles a sí mismos, mientras el mundo se les va derrumbando
alrededor.
Brindo también, desde Argentina, por la gente que se mantiene digna, mientras la decadencia y la corrupción parecen imparables. Hay gente así también aquí, viejos y no tanto que mantienen sus prácticas de vecinos sencillos, como este dueño del bar italiano o la dueña del albergue de la habitación del hijo: que agasajan a quien se acerca con generosidad, en lugar de buscar dinero a cualquier costa. No aparecen en las revistas de ricos y famosos,eso quedó para los oportunistas; no son los típicos vivos criollos. Existen. Los encuentro todos los días en mi barrio de provincia. También se pueden ver, adentrándose a algunos pueblos, cultivos como los que describías en olivos y vides. Feliz regreso.
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ResponderBorrarGracias por las estampas impresas en el blog. De alguna manera son una forma de viajar a través de ellas.Buen retorno!!Ana
ResponderBorrarRG, sus "Italianas" me recordaron mucho a las crónicas de "El infinito viajar", de Claudio Magris, que leí hace poco.
ResponderBorrarPor favor, tómelo como un elogio. Saludos.