Publicado hoy en LN
https://www.lanacion.com.ar/2158046-la-objecion-de-conciencia-es-individual-no-institucional
https://www.lanacion.com.ar/2158046-la-objecion-de-conciencia-es-individual-no-institucional
La discusión sobre la “objeción de conciencia
institucional” es importante y compleja, y aquí quisiera detenerme sólo en un
aspecto del problema: por qué las instituciones médicas “privadas” están
obligadas a asegurar la prestación de ciertos servicios básicos, definidos de
antemano por el Estado (por ejemplo, la interrupción voluntaria del embarazo,
en los casos determinados por la ley). Discutir este punto complejo implicará
que deje de lado otras cuestiones, que me resultan más obvias, pero sobre las
que aquí no argumentaré. Asumo como obvio, por ejemplo, que la objeción de
conciencia es un derecho que les reconocemos a las personas, por respeto a sus
convicciones más profundas, aún frente a exigencias estatales muy fuertes
(i.e., ir a la guerra); pero también un derecho que no le reconocemos a un
edificio, una pared, o un monumento.
La argumentación que voy a desarrollar se asienta sobre
ciertos puntos hoy relativamente “pacíficos” dentro de la doctrina. En primer
lugar, todos los derechos cuestan, lo que significa decir que no hay derechos
gratis: garantizar los derechos sociales implica obvias erogaciones estatales,
pero asegurar los derechos más tradicionales o "clásicos", como la libertad
de expresión, el derecho al voto, o el derecho de propiedad, también implica
incurrir en costos económicos altos, aun cuando durante mucho tiempo se asumió
que se trataba de derechos “gratuitos”. Hoy sabemos que, asegurar la
celebración de elecciones implica cuantiosas erogaciones públicas; como también
implica gastos enormes el mantener a los tribunales funcionando; o impedir
potenciales violaciones de los contratos que firmamos. Como sostuvieran Cass
Sunstein y Stephen Holmes en sus trabajos sobre El costo de los derechos, “nuestras libertades dependen de los
impuestos que cobra el Estado,” nos guste admitirlo o no.
En segundo lugar, no existe algo así como una situación de
"no-intervención estatal": todo el universo institucional que nos
rodea es producto de la intervención estatal. En otros términos, no hay algo así
como un mundo “pre-político,” de “mercados libres”, individuos que contratan, y
un Estado ausente. Vivimos en sociedades que son fundamentalmente el resultado
de intervenciones estatales. La pregunta que debemos hacernos siempre es dónde
y cómo debe intervenir el Estado, y no si debe intervenir o no.
Podemos expresar lo anterior a través de algunos ejemplos.
Por caso, no cualquiera puede trabajar como médico o como abogado: el que
quiera hacerlo necesita estar habilitado por el Estado para ejercer su profesión.
Nos indignamos, por tanto, cuando sabemos de un médico o un abogado que ejerció
su tarea sin gozar de la autorización estatal. De modo similar, operar un
servicio de transporte escolar requiere que el conductor haya aprobado exámenes
de manejo y aptitud; o que su camioneta de transporte se encuentre debidamente
habilitada por el Estado. Asimismo, vender productos alimenticios exige de la
previa supervisión estatal, para obligar al vendedor a garantizar condiciones
de higiene y salubridad elementales: sería un escándalo si el Estado permitiera
la circulación y venta de alimentos en mal estado. De manera idéntica, quien
quiera tener una discoteca o abrir un espacio para la realización de recitales
de rock, deberá cumplir con estrictas medidas de seguridad, destinadas a resguardar
al público concurrente. Cualquier fracaso al respecto nos llevaría,
razonablemente, a levantar impiadosas quejas contra el Estado.
La presencia estatal, por tanto, se manifiesta a través de
formas muy diversas: otorgando licencias; dando títulos habilitantes;
ejerciendo controles sanitarios; supervisando el cumplimiento de contratos;
vigilando que podamos desarrollar sin interferencias indebidas las actividades
que hemos elegido. Exigimos que existan tales controles por parte del Estado, y
está bien que sea así. Este reconocimiento nos permite entonces llegar al nudo
del problema que nos interesa: no hay actividades “puramente” privadas, o por
completo exentas de la intervención estatal; menos todavía cuando la actividad
en cuestión implica la prestación de servicios hacia terceros; y mucho menos
cuando dicha actividad puede afectar o poner en riesgo los derechos básicos de
otras personas. Pensemos en estos casos, que se hallan entre los más
importantes de todos: construir una escuela, o abrir un hospital, por ejemplo.
Por el tipo de actividad de que se trata; los sujetos a los
que involucra; y los derechos que afecta, la “escuela privada” debe cumplir con
una enorme cantidad de exigencias que el Estado, con toda razón, le impone: las
clases deben impartirse en lugares apropiados; los baños del establecimiento deben
estar higienizados; los maestros deben estar habilitados para su función; el
trato hacia los niños debe ser siempre respetuoso; las discriminaciones (de
género, raza, etc.) resultan por completo impermisibles. Mucho más que eso, la
escuela “privada” debe cumplir, para poder funcionar, con exigencias
relacionadas con el dictado de ciertos programas de estudio, definidos por el
Estado. El establecimiento educativo no puede enseñarles a los niños lo que se
les ocurra a las autoridades del caso (i.e., el culto al líder de una secta);
ni dejar de lado temas o enfoques requeridos por el Estado (i.e., educación
democrática; historia argentina).
Finalmente, llegamos al ejemplo que nos interesa, cual es
el de los hospitales "privados." En los hospitales, como en las
escuelas “privadas”, el Estado puede, razonablemente, imponer exigencias
múltiples y muy diversas. Para comenzar por lo obvio, un centro asistencial no puede negarse a atender
a determinadas personas, en razón de su género o color de piel. Ese centro está
obligado, también, a garantizar condiciones de higiene y salubridad elementales;
debe contratar a profesionales habilitados; debe utilizar materiales de calidad
comprobada; y asegurar que los materiales que emplea se encuentren siempre en
óptimas condiciones (i.e., jeringas esterilizadas). Del mismo modo, así como el
Estado puede exigirle a una escuela la enseñanza de ciertos contenidos mínimos,
el Estado puede requerir del hospital que garantice siempre la provisión de
ciertos servicios de salud elementales: que provea ciertas vacunas
obligatorias, o que preste servicios básicos, como los relacionados con la
interrupción del embarazo. Ello, por supuesto, no implica que el aborto deba
ser realizado por un médico en particular, sino que la institución sea capaz de
proveer ese servicio asistencial. Muchísimo más, por supuesto, si la
institución se sitúa en un contexto marcado por la escasez –si no hay otros
hospitales cercanos. En definitiva, en las sociedades democráticas modernas,
una institución no puede involucrarse en la prestación de servicios a terceros,
ajena a la supervisión y los controles estatales, y librada a sus propias
iniciativas y criterios. Si la empresa de transportes, la escuela o el hospital
“privados” quieren recibir la habilitación que necesitan para funcionar y
obtener ganancias, tales prestadores deberán asegurar, primero, que van a
cumplir con las razonables exigencias que el Estado –aquí o en cualquier lugar
del mundo- decida imponerles, para
asegurar la provisión de ciertos servicios indispensables, de calidad apropiada,
y en condiciones dignas.
Pero el problema no radica en la legalizacion o no del aborto, es precisamente la ausencia del estado lo que conlleva a situaciones criticas que justificarian precisamente la "legalizacion" como si eso fuera la solución. Se llega a una situacion de emergencia sanitaria por "ausencia" del estado, es decir, por regular o no regular (en esos terminos binarios un poco toscos) mal. Se llega a una situacion de privatizacion de la salud porque ausencia de hospitales publicos de calidad. Reconocer eso conduce a la absoluta abstracción de cualqueir planteo, el problema no es la legalizacion o no del aborto, el problema es que el estado no funciona!!!! La legalizacion de la marihuana o de la prostitucion tiene resultados satisfactorios, porque el estado funciona, no por la legalizacion o penalizacion en si. Todo lo demas, puro cuento....
ResponderBorrarMartin.
Si que lo puede hacer de hecho. Una escuela puede ensenar lo que quiera, si el estado no puede ejercer algun control previo, es decir, si los mecanismos de policia del estado no funcionan. Que no deba es otra cosa. Pero el mundo real es otra cosa del que deberia ser. El resto sobre si esta permitido o prohibido es solo un juego de palabras.
ResponderBorrarHipótesis la Iglesia Católica funda un hospital con la finalidad de prestar servicios de salud, plantea una objeción de conciencia con relación a las practicas abortiva. No es el único hospital de la zona y la afectada no se encuentra imposibilitada en forma motriz para dirigirse a otro hospital. Desde mi punto de vista existe objeción de conciencia institucional. Cual es tu opinión?
ResponderBorrarla iglesia x funda una escuela, donde quiere enseñar que xul solar es el rey del universo. el estado la desautoriza. la iglesia catolica quiere enseñar que el universo es creación divina, contra las tonterías que escribió un tal darwin. el estado le dice: así no
ResponderBorrarTanto la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires como la Academia Nacional de Medicina de la Argentina ya se pronunciaron respecto el proyecto de ley en danza; pero el Dr. RG seguirá enseñando lo contrario en cualquier aula universitaria por el derecho de libertad de cátedra y en su blog por el derecho de libertad de opinión y de expresión y porque así se le canta a todo pañuelo verde.
ResponderBorrarno sabía que las academias de derecho y medicina se pronunciaron en contra! perdón! perdón! cambiaré mi postura ya! ayayay
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