Se reedita en
estos días, en formato de libro, un pequeño, curioso y afilado trabajo que
escribiera Karl Marx sobre -o contra- Simón Bolívar. El texto, publicado en
España, cuenta con un prólogo inteligente y erudito del (ya fallecido)
intelectual argentino, de origen marxista, José Aricó. El manuscrito en
cuestión, que apareciera en 1858, fue redactado a partir de una invitación del
entonces director del diario New York Daily Tribune, Charles Dana, quien
instó a Marx (como luego, también, a Friedrich Engels) a que colaborara con él en
una investigación sobre biografías e historia política que pensaba reunir, al
poco tiempo, en un volumen enciclopédico. La reedición de este meditado y
crítico panfleto de Marx sobre Bolívar resulta oportuna, por lo demás, en
momentos en que, tanto en España como en América Latina, se ha vuelto a
reflexionar sobre el valor y sentido de los gobiernos que concentran el poder,
y los líderes que gobiernan discrecionalmente pero invocando un discurso
emancipatorio, anti-imperialista, o con apelaciones populares. La reedición es
pertinente, además, a la luz de las dificultades que han mostrado ciertos
grupos (bien o mal) auto-denominados de izquierda, para reflexionar
críticamente sobre los significados e implicaciones habituales del poder
concentrado, en países tan desiguales e injustos como los nuestros.
Sobre el
escrito de Marx cabe señalar que el mismo sorprende, de manera especial, por la
impiadosa virulencia de la prosa de su autor, que se mantiene constante a lo
largo de todo el trabajo. A lo largo de su muy breve obra, Marx le dedica a
Bolívar los calificativos más duros. Marx describe al venezolano como “cobarde,
brutal y miserable,” y desde las primeras páginas busca desmitificarlo,
presentándolo como un traidor (Marx alude entonces, y por ejemplo, al modo en
que Bolívar traiciona, aprisiona y entrega a Francisco de Miranda a los
realistas), describiéndolo como un “aristócrata,” o designándolo a partir del
mote con el que se mofaban de él (el “Napoleón de las retiradas”). En todo caso,
resulta claro que lo que más indigna a Marx, frente a Bolívar, no son las
pobres cualidades morales del venezolano (aunque el autor hace reiteradas
referencias a las ambiciones y a la arrogancia del líder independentista), sino
su persistente decisión de concentrar todo el poder en sus manos. Marx
demuestra de qué modo Bolívar impulsó, una y otra vez, reformas legales (un
Código de inspiración napoleónica) y constitucionales (desde la Convención de
Ocaña) con el único objeto de expandir su autoridad, u “otorgar nuevos poderes
al ejecutivo” para quedar investido, en los hechos, con “poderes
dictatoriales”.
Horrorizados
frente a las críticas de Marx hacia el líder independentista, algunos quisieron
descalificar su trabajo sobre Bolívar como “europeísta” y desinformado acerca
de las realidades latinoamericanas, y otros acusaron al pensador alemán por
haberse basado, exclusivamente, en fuentes muy sesgadas contra Bolívar. Sin
embargo, y como reconoce con honestidad brutal José Aricó en su prólogo (a
pesar de que él tampoco simpatizaba con la lectura de Marx sobre Bolívar), lo
cierto es que el escrito en cuestión se basó en una investigación exhaustiva y
que -lo que resulta más notable, y cito aquí a Aricó- “Marx redactó su diatriba
no siguiendo el juicio de sus contemporáneos sino contrariándolo”:
Marx había leído, sobre todo, textos favorables a Simón Bolívar, pero
tales lecturas no le impidieron reconocer lo que le resultaba obvio: para una
concepción ideológica como la que él defendía, la conducta despótica y
antidemocrática de Bolívar resultaba naturalmente indigerible. La sorpresa, en
verdad, es la contraria. Quiero decir, reconocer de qué forma la defensa que
muchos intentan de un guerrero que gobernó inequívocamente de modo autoritario,
los lleva a minimizar o desconsiderar decenas de prácticas aberrantes, propias
del personaje que reivindican. Piénsese, para el caso de Bolívar, en su
decisión de crear una Constitución aristocrática y a su medida (una
Constitución que establecía el poder permanente y vitalicio del presidente); o la
de suprimir las asambleas y las elecciones populares; o la de mantener la
propiedad latifundista; o la de despojar a los indígenas de sus tierras; o la
de prohibir las enseñanzas de las doctrinas radicales de Bentham (a las que
reemplazó por cursos de religión católica).
El ejemplo de
lo ocurrido con Bolívar resulta, por lo dicho hasta aquí, profundamente
contemporáneo. Ello así, en primer lugar, por la asombrosa decisión de tantos
que -todavía hoy- prefieren “no ver” u “ocultar” las conductas inaceptables de
los líderes políticos que, por otras razones, defienden. Asimismo, lo ocurrido
con Bolívar ilustra bien las dificultades que evidencian ciertos sectores de
izquierda para reconocer -como, sin dificultad alguna, lo reconocía Marx- que
el radicalismo democrático no se lleva bien con el poder concentrado, ni con
los mandones aristocráticos del momento: más bien todo lo contrario.
Quisiera leerlo con mucho gusto. Lo buscaré. Pero debo adelantar un Ojo! Hoy también eso que llamamos imperialismo, y que es real y brutal, y que no busca otra cosa que lucro, devastación y sometimiento, no se presenta con cara de monstruo, sino que se ofrece con la cara del más sano republicanismo. La dinomia autoritarismo - libertad era tan intencionalmente difusa y relativa antonces como ahora.
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