La idea de que
vivimos gobernados por una “casta” no es argentina, ni sólo latinoamericana, y
si ella se ha extendido tanto, por tantas partes, casi al mismo tiempo, es
porque encierra algo que en demasiados lugares se reconoce como cierto. Ello, aunque
lo que esa expresión oculta es todavía más importante que lo que muestra. Qué
es lo que esa idea sugiere? Lo que sugiere es que muchos objetivos sociales
compartidos (paz, justicia, libertad, etc.) se ven frustrados no como producto
de catástrofes naturales o desgracias ocasionales, como la pandemia, sino como
resultado de una clase dirigente, que gobierna en su propio provecho. Claro, la
explicación gana particular atractivo, seguramente, tanto por su apelación
conspirativa (“ellos son los que impiden que todos los demás estemos bien”),
como por el modo en que nos libra a nosotros, los ciudadanos comunes, de toda
responsabilidad en la generación de los males colectivos que padecemos (“los
culpables son ellos”). Sin embargo, a pesar de que nos duela, la idea de una
“casta” que gobierna a nuestras espaldas y reparte beneficios exclusivos entre
sus miembros, involucra intuiciones socialmente muy extendidas. Desde hace
décadas, y por razones muy diversas, el sistema de la representación política está
en crisis, y quienes ocupan posiciones de poder en ella, encuentran medios
institucionales e incentivos (todos los incentivos, diría) para beneficiarse a
sí misma, a costa del resto. Qué razones han favorecido esa crisis? Muchas,
seguramente, y entre ellas, la mayor heterogeneidad de la sociedad, con más y
más variadas necesidades e intereses que satisfacer; la dificultad efectiva de
“representar” a una sociedad plural y multicultural; la (consiguiente) pérdida
de fuerza de los partidos de masas e ideológicos; la burocratización y
profesionalización de la política (la vieja “ley de hierro de la oligarquía” de
la que hablaba el sociólogo alemán Robert Michels); el modo en que se han ido
corroyendo por dentro las viejas instituciones; etc.
Dicho lo
anterior, debe subrayarse inmediatamente que la noción de “casta” también
“oculta” algo importante, tanto o más relevante que aquello que visibiliza. Por
un lado, dicha noción sugiere algo falso, esto es, que una persona (un “león”),
o una “nueva dirigencia”, honesta y jovial, podrá resolver de una vez los
problemas políticos que padecemos, cuando finalmente se haga cargo de la
catástrofe institucional que hoy nos asfixia. Por otro lado, y lo que es más
importante, la idea de “casta” invisibiliza lo que resulta crucial, y es que
aquí no hablamos de un problema de individuos, personalidades o rasgos de
carácter (los “honestos” que se juegan por el país, contra los “corruptos”
entregados al extranjero), sino de cuestiones institucionales de carácter
estructural -problemas que tienden a afirmarse y reproducirse con el paso del
tiempo. Y es que son tantas las posibilidades de utilizar las palancas del
poder para el propio beneficio (lo cual lleva, al grueso de la clase dirigente,
a “pactar” entre sí la preservación común de esas ventajas), y tantos los
incentivos para hacerlo (ante la falta de controles y la “colonización” de los
organismos de supervisión existentes) que lo que resulta esperable es que los
“nuevos sujetos” que ocupen los “viejos cargos,” una vez en funciones, repitan
desde el poder los mismos vicios que denunciaban desde el llano. Ninguna
sorpresa: esto mismo es lo que comprobamos, una y otra vez, luego de la llegada
a la Presidencia o al Congreso de aquellos que prometían, durante sus campañas
electorales, ser implacables frente a los “privilegios de la casta”: bastan unos
pocos días en el poder para advertir que ya usufructúan, con naturalizada
suficiencia, de las prebendas y canonjías de las que hasta ayer abjuraban.
Pero, otra vez, el problema no es que “esta persona tampoco resultó
buena/honesta”: el problema es el entramado de incentivos que permite y fomenta
ese tipo de comportamientos.
En la
actualidad, padecemos en el país a un elenco de gobierno que, seguramente, es
el peor de la historia democrática argentina: un grupo de delirantes que se
golpean entre sí, mientras lanza garrotazos al aire, buscando acertar a alguno de
sus adversarios. Toda la energía política dedicada a ello: a intentar, con llamativa
torpeza, la destrucción del otro. La mala noticia es que, dentro de este marco,
el futuro no resulta particularmente prometedor. Tendremos gobiernos mejores
(difícil empeorar al actual), pero los problemas de fondo están llamados a
mantenerse. En todo caso, la esperanza reside en las lecciones que, ojalá,
hayamos ido aprendiendo con el tiempo: que no hay buenas razones para confiar
en un nuevo líder o en una nueva generación “salvadora”; que necesitamos de una
renovación institucional que asegure mayores espacios ciudadanos para la
decisión y el control del poder; que la democracia no es, como quiso enseñarnos
el kirchnerismo, un sistema para la periódica elección de líderes (“forme su
propio partido y gáneme”), sino algo más bien contrario a lo propuesto: la
democracia es, y debe ser, lo que los ciudadanos construyamos políticamente, entre
elección y elección.
Es un pésimo gobierno y no se necesitan "intuiciones" o certidumbres del sentido común para hacerle reproches, demandas, sanciones políticas o repudios mediáticos. Pero la idea de casta, intuición, sentir general... toma un rincón del fenómeno de la representación política y su complejo social y omite todo lo demás solo para hacer alusiones a la hinchada contraria. Pero lo demás no es nada menos que los grupos económicos, la realidad actual de nuestra región y una crisis de representación que no está dada por una delegación de la responsabilidad ciudadana, si no porque nuestra carta de ciudadanía acepta explícitamente la desigualdad, la exclusión y la misería porque afirma algo así como que "la libertad de los miserables y de los millonarios es la misma y que solo la política (social) crea desigualdades y hace esclavos a los más vulnerables".
ResponderBorrarEstimado Roberto. Estoy de acuerdo con todo lo que planteas. Aunque disiento en el planteo político de que no podría haber peor que este gobierno. Creo que Macri fue realmente lo peor y de paso lo voté.
ResponderBorrarMás allá de lo que hizo o de la fuga de capitales que desato, retrotrayendo epocas lamentables de la bicicleta financiera, fue lo peor que nos pudo pasar porque mató una ilusion de alternancia. Realmente no esperaba que fueran paladines o superhéroes al rescate me conformaba con que fueran mediocres. Pero nada. Venía a preguntarte por el juicio a la corte en curso. Yo soy del interior y me irrita bastante la ultima decision sobre la coparticipacion. Me parece injusto el avance sobre las atribuciones de las provincias en decidir ese tema per como vos sos especialista en el tema qUería preguntarte que podes decir vos de ese amparo y sobre lo que le cuestiona el FdT sobre el consejo de la magistratura. Saludos.