3 sept 2007

¿Pecados de pensamiento?



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¿Pecados de pensamiento?
Rodrigo Uprimny, director de DeJuSticia, señala los riesgos del ataque sin fundamentos de José Obdulio Gaviria contra el profesor de la Universidad Nacional Óscar Mejía
Por Rodrigo Uprimny
Fecha: 09/01/2007 -1322
Hace unas semanas, el 28 de julio de 2007, el consejero presidencial José Obdulio Gaviria publicó en El Colombiano una columna en donde ataca al profesor de la Universidad Nacional Óscar Mejía, a quien tilda de defensor de la combinación de todas las formas de lucha en nuestro país. De esa manera, insinúa Gaviria, el profesor Mejía haría parte de una cofradía universal del terrorismo, que entre otras cosas apoya el terrorismo de las guerrillas colombianas.

¿Cuál es la prueba que sustenta esas peligrosas afirmaciones e insinuaciones de Gaviria? Un artículo que el profesor Mejía habría distribuido entre sus estudiantes.

Con poco rigor, la columna no cita siquiera el título de dicho artículo ni sustenta su afirmación de que es un texto en defensa de la combinación de todas las formas de lucha. Pero la organización de la columna hace pensar a cualquier lector desprevenido que el trabajo del profesor Mejía es un panfleto a favor de las Farc. En efecto, José Obdulio Gaviria, luego de afirmar que existe una “cofradía universal” a favor del terrorismo, que incluye a quienes defienden la combinación de todas las formas de lucha en Colombia (los “combinadores”), concluye que éstos están acorralados por Uribe. Sin embargo, nos alerta Gaviria, esos “combinadores” aún pueden hacer daño y pone el ejemplo del profesor Mejía, quien defendería esa tesis en su artículo.

Pero no es así. El texto de Mejía (‘Estado autoritario y democracia radical en América Latina: elementos para un marco de interpretación teórica’) tiene otro significado: es una reconstrucción teórica del debate contemporáneo sobre la desobediencia civil y sobre diversas formas de democracia radical, que plantea como hipótesis de trabajo la necesidad de explorar nuevas respuestas a las manifestaciones autoritarias del Estado contemporáneo. Dichas respuestas podrían ir desde la radicalización de la democracia hasta la reconsideración de ciertas formas de violencia y de contestación política.

No se encuentra en ese artículo de Mejía, que es esencialmente teórico, ni siquiera una referencia específica al caso colombiano. Y en mi atenta lectura de este trabajo no encontré tampoco un asomo de defensa de la inaceptable tesis de la validez de la “combinación de todas las formas de lucha” en Colombia.

Es cierto que el texto de Mejía argumenta que frente al creciente autoritarismo de las democracias contemporáneas es necesario explorar nuevas alternativas de resistencia, que podrían incluir algunas formas de violencia. Pero aceptar que en ciertos casos la violencia puede llegar a ser admisible ¿equivale a ser un “combinador” y a apoyar a las Farc? Obviamente no, pues una cosa es defender teóricamente algunas formas de violencia, otra aceptar la resistencia armada en ciertas situaciones especiales y otra muy distinta favorecer a las Farc.

Por ejemplo, alguien puede admitir como legítimas ciertas formas violentas de protesta, como los bloqueos de vías, pero rechazar la lucha armada. Y obviamente algo va de las protestas a veces violentas de los “piqueteros” en Argentina, cuya legitimidad uno puede discutir, a la totalmente inaceptable práctica del secuestro de la guerrilla colombiana.

Igualmente, es posible admitir la legitimidad de ciertas formas de resistencia armada pero en situaciones muy especiales, como cuando se enfrenta un régimen tiránico. Pero eso no significa promover la lucha armada en Colombia y menos aún avalar los métodos de las Farc. Por ejemplo, yo tiendo a ser pacifista, pero creo que la resistencia de los franceses a la ocupación nazi fue totalmente legítima. Por el contrario, como lo señalé en una columna anterior, no sólo no defiendo la lucha armada en nuestro país sino que estoy convencido que la guerrilla colombiana ha cometido atrocidades, que merecen todo nuestro rechazo.

La columna de Gaviria no hace las anteriores distinciones con lo cual mete en un mismo paquete a quien defiende una tesis teórica y a quien en concreto apoya a las Farc. Eso equivale a señalar que todo aquel que acepte en abstracto la legitimidad de la violencia en ciertos contextos es un miembro de una cofradía universal del terrorismo, que además apoyaría a las Farc en Colombia. Y si eso es así, tendríamos que llegar a la extraña conclusión de que los padres dominicos hacen parte de esa cofradía a favor de las Farc, pues son seguidores de Santo Tomás, quien admitió en ciertas condiciones el derecho de rebelión contra las tiranías.

Es obvio que José Obdulio Gaviria tiene todo el derecho de discutir y criticar las tesis de Mejía. Pero lo que no es admisible es que intente silenciarlas, insinuando, sin sustento, que Mejía hace parte de una cofradía terrorista a favor de las Farc, con lo cual además pone en riesgo su integridad personal, teniendo en cuenta la polarización que vive el país. Esto es aún más inaceptable si se tiene en cuenta que Gaviria no es únicamente cualquier columnista, sino que es también un consejero presidencial.

Personalmente no comparto muchos de los planteamiento del escrito del profesor Mejía. Además en muchas ocasiones el profesor Mejía y yo hemos tenido posiciones encontradas en puntos importantes de filosofía del derecho. Por ello no defiendo la libertad de opinión de este colega de la Universidad Nacional porque esté de acuerdo con sus posiciones, sino porque es claro que la esencia del compromiso con dicha libertad es la defensa especialmente de quien piensa distinto a uno.

Y es que hoy en Colombia vale la pena recordar la frase que se atribuye a Voltaire, quien habría dicho en el siglo XVIII lo siguiente: “no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero lucharía para que usted tenga el derecho de decirlo”. Esta frase es posible que sea apócrifa, pero es razonable atribuirla a Voltaire, pues resume bien la defensa que este gran filósofo de la Ilustración hizo de la tolerancia y de la libertad de expresión contra la persecución fanática de los disidentes.

En cambio la columna de Gaviria, invocando al pensador alemán Haffner, afirma que “todo pecado empieza siendo de pensamiento”. Esa frase es una cita muy descontextualizada de la obra de Haffner “los siete pecados capitales”, pero es razonable que se la apropie el consejero presidencial, pues resume bien el esfuerzo de este funcionario, por silenciar toda oposición a los planteamientos del actual gobierno, calificándola de terrorista. Y es que si todo pecado empieza siendo de pensamiento, como lo sostiene Gaviria, pareciera entonces que la estrategia es silenciar esos pensamientos pecaminosos.

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