Llegando a mi albergo en Roma, por la
noche, veo un extraño movimiento en la ventana. Es la ventana del segundo piso
del edificio de al lado. Miro bien, porque lo que se mueve, de adelante a
atrás, produce un perturbador efecto. Miro algo de costado ahora, temeroso, porque
parece que lo que se bambolea no es otra cosa que una cabeza cortada. Afino el
ojo, con la sospecha – la esperanza tal vez- de reconocer que lo que se mueve
es la cabeza cortada de un maniquí, o el de una muñeca desvencijada. Recién
ahora lo distingo bien: se trata, en efecto, de una cabeza cortada, pero no la
de un maniquí, ni la de una muñeca desvencijada.
Siniestro. Me recuerda El Hombre de Arena, ese cuento de E.T.A. Hoffmann sobre el tipo que se enamora de la vecina de enfrente, a través de la ventana, y cuando finalmente consigue verla de cerca descubre que es una muñeca mecánica, una autómata.
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