En una calle elegante de Roma vuelvo a
presenciar un espectáculo que ya había visto en otras partes de Italia: el de
chofer con ruso. Un repolludo ruso, presumido en euros, que en cualquier idioma
da instrucciones de visita sobre una ciudad que ignora –una ciudad que desconoce
también en su lengua. El chofer se baja, bien italiano, lo mira con paciencia
ávida en contante y le dice que sí, que va bien, que ya van llegando. El otro,
con soviética suficiencia le dice que “sí” o “da.” Da lo mismo, el lugar al que
arriban. Finalmente, siempre se parece bastante al que prefería el ruso.
Una historia de Cronopios y Famas!
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