4 feb 2025

CUADERNO DE VIAJE: INVIERNO EN EL PAIS VASCO III (III de IV)

 


Día 5, domingo 26 (continuación): Hondarribia

Hondarribia: éste ya es un paisaje que me emociona, con ciudad amurallada en altura desde donde se ve -ahí cerca- el mar, la montaña, el verde, Hendaya, San Juan de Luz, más allá Biarritz. Pueblo tranquilo, caminable, lleno de pasarelas y miradores. La muralla que alguna vez sirvió para atacar, o defenderse, hoy sirve para mirar y, sobre todo, para ser mirada, admirada. Otra vez, con una gastronomía (en pescados, sobre todo) maravillosa. Me alojo en uno de los lugares más económicos del pueblo, que resulta ser un antiguo palacio -el Palacio Pampinot, que me sienta muy bien- y por la noche cenaría en un lugar extraordinario, a pocos metros, la Gastroteka Danontzat, ilustrada con dos gallos. 










Día 6, lunes 27: De Hondarribia a Hendaya camino a Biarritz

Me acuesto tarde, y me despierto demasiado temprano (a las 5 de la mañana hoy). Tengo ganas de escribir algo sobre las ganas de escribir. Anoto:

Hoja en blanco para mundos infinitos

Sí, entiendo el síndrome de la hoja en blanco, y seguro que pasa, sobre todo al que quiere forzar, antes que permitir que fluya, o dejar que emerja, lo que tiene para expresar. Y es que, en verdad, lo que puede ocurrir es el atascamiento contrario: cuáles de los miles de elementos posibles - notas musicales, colores, formas, palabras- combinar, y de qué modo. Lo que ocurre bien puede ser la maravilla contraria, entonces: hay infinitas historias posibles ahí afuera, la imaginación aparece sin límites, y uno puede optar por mezclar esas opciones del modo absolutamente libre en que se le ocurra. Es el frenesí del todo: uno puede escribir sobre personas o animales fantásticos que vuelan, se mezclan, se transforman en una, mueren y reviven, lloran, se aman, se convierten en pájaros: ¡todas las posibilidades están disponibles! ¡Es increíble!

***

A la tarde me ocurre una pequeña anécdota, en un café del pueblo. Anoto:

Casablanca blues

Llego al café de la muralla, estoy escribiendo y el lugar es pequeño y está repleto. Por eso, cuando advierto que sigue llegando gente le ofrezco cuando la silla a una persona -resultó ser una médica marroquí- que bebía su cerveza de pie. Con un inglés muy malo, y en poco más de un minuto -mientras oteaba que su “just friend” (no) volviera del baño- la marroquí me pidió y me dio su teléfono (ella partía al rato), y me envió varios mensajes, llenos de imágenes de besos labiales, diciéndome “I like your style” -eso, estando ya sentada junto a su “just friend”, del que no parecía estar muy orgullosa. 80 segundos calculé. Qué brevedad de encuentro -diría David Lean, me digo. Anoto, por las dudas: visitar Casablanca.

***

Salgo temprano de Hondarribia, destino a Hendaya. Quiero ir en barco, como me aconsejó el de la Oficina de Turismo. Sin embargo, llego al puerto y los barcos en enero no salen (estamos en 27 de enero y el de la Oficina ni se enteró!). Voy a Irún en autobús, entonces, y desde ahí en tren a Hendaya. Cuando voy llegando, advierto la sorpresa: pensé que era el último pueblo español, pero es el primer pueblo francés. Me gusta la sorpresa, y me gusta el pueblo, y me sorprende una luz blanca estremecedora: no es posible interrumpir la sesión fotográfica. Por lo demás, me encanta practicar el francés, aunque temo mucho ser como un gringo tratando de hablar español: siempre mal, siempre incomprensible. Hasta ahora bien. Los franceses, en cambio, superan y revierten mi buena disposición hacia ello: como si el punto general fuera poner distancia con uno (extranjero) y hacerle saber que uno molesta o incomoda, aunque esté comprando un café au lait o un billete de autobus.


Biarritz: Llego a Biarritz en tren, y la estación queda bastante lejos del centro de la ciudad. Al llegar, me sacude las vistas a los acantilados rocosos. Juan Carlos Torre (nuestro gran estudioso del sindicalismo, y autor -junto con Elisa Pastoriza- de Mar del Plata: Un sueño de los argentinos), me había anticipado que comparara Biarritz con Mar del Plata: parece que uno de sus fundadores (junto con Patricio Peralta Ramos) fue Pedro Luro, un vasco-francés llegado al país, que pensó Mar del Plata (el célebre balneario, la “Biarritz Argentina”) bajo el modelo de Biarritz, y a partir de las similitudes que encontraba en acantilados y colinas lindantes. Hoy, Juan Carlos me recuerda el aviso, que por primera vez certifico.

Viva Biarritz! -como dice el árbol.



Es un día de mucho viento, el mar está enloquecido, y las olas se sacuden cerca, altas y amenazantes. Como el mar, a la altura del centro, termina siendo encerrado por varios cúmulos de roca, desparramados por cada costado, entre colinas y acantilados, el oleaje es caótico y furioso. El espectáculo resultante es una maravilla, y -entre la luz que llega, el viento que empuja al mar, y el rebote que provocan las piedras- la textura que toman las aguas es, sencillamente, escandaloso. Se trata de una textura densa, de un blanco audaz, azul, y un tibio amarillento, que convierten a cada fotograma -con independencia de quien lo saque- de maravilla: las fotos resultan indistinguibles de pinturas, Sorollescas. 









Apenas me acerco a la costa, por lo demás, presencio un número espectacular. Anoto:

Amazona en Biarritz



Seguramente arribada recién desde el mar Negro, veo que se acerca al agua -muy decidida- una mujer guerrera, cuando todo el resto de la localidad buscaba refugio o techo. El mar aparecía particularmente violento esta mañana, pero allí se encontraba la amazona, por completo despreocupada de semejantes peligros. A un costado, desentendida también de quiénes podían estar mirándola -luego advertiría que sólo yo me encontraba haciéndolo- la amazona se quitó sus ropas y, parsimoniosamente, se calzó un bañador. Desafiando al viento, al frío, a las embravecidas olas, ella avanzó tranquila hacia el mar -todos los demás, más allá, se mostraban huyendo- y desafió el inclemente tiempo sin plantearse dudas: no concebía la posibilidad de hacer otra cosa que la que estaba haciendo, no se representaba la situación de encontrarse en un lugar diferente del lugar en el que encontraba. Con ese espíritu, ingresó y salió del mar las veces que quiso, hasta que, simplemente, desapareció del lugar, y de mi vista, sin que yo advirtiera cómo. Marchó a través del mar, supongo, quizás de regreso a Temiscira.





***

Por la noche ceno (mal) sentado en el “Café de la Plaza,” añorando el “tapeo” que rige en las comidas, apenas pasos más allá, cruzando la frontera. Anoto

La estrella del tapeo

Hay algo maravilloso en el tapeo español -racimos de gente de pie, apiñados amontonados junto a la barra del bar, comiendo “tapas” o “pinchos” diferentes, con una conversación que llega de todos lados, en voz alta, que sumado a la música que suena impide que nadie entienda algo: ni a quien tiene a su lado, ni a quien le grita desde más allá, ni la música, ni nada. Las historias que dan origen del tapeo remiten todas a reyes tomando algo en el sur de España, junto a un mesero que le “tapa” la copa con una feta de queso o una loncha de jamón, para que no entren polvos o moscas (los Reyes Católicos en una taberna de Cádiz, enfrentados al levantisco viento del Levante; Alfonso XIII tomándose un jerez en el (todavía hoy abierto) mesón del “Ventorrillo del Chato”), en medio de una “levantera”. Hoy, el “tapeo” es el aperitivo, un tentempié, la comida de entretanto pero, sobre todo, un modo breve y efectivo de la socialización ibérica. Me recuerda al de los italianos, no en el aperitivo (abundante y sentado, no de parados) sino en una de las varias ceremonias del café o del “Amaro”, que ejercitan durante el día: de pie, junto a la barra, apiñados, y conversando con el de al lado -en este caso, un ocasional y coincidente parraquiano -antes que los compañeros de la fugaz salida. Un parroquiano que posiblemente retorne al día siguiente, con quien tendrá conversaciones de instantes, calificativos el hecho político, futbolístico o climático del día. La estrella a mirar, en cualquier caso -tanto en España, como en Italia- es el mesero o encargado de la barra: figura notable, eficientísima, de calibrada memoria, que retoma y resuelve sin fallas, decenas de pedidos al mismo tiempo, desde una amigable distancia. Algún día alguien debería escribir unas buenas páginas sobre esta especie, abundante y a la vez única. Es habitual que recuerden el nombre y alguna característica del parroquiano de turno, que le permita el contacto visual y verbal de apenas segundos, con el comentario preciso, la palabra exacta, que al instante se esfuma: Puede ser, en España, “Otro papelón del Barza; “o en Italia: ¿un Lucano come sempre, dottore?”.





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