17 mar 2022

Ucrania y...para qué sirve la democracia?

 


(Publicado hoy, acá:https://www.clarin.com/opinion/cuestiones-cruciales-dejar-solo-manos-gobierno_0_DP8Gl6L1LZ.html )

La abominable guerra desatada por Rusia frente a Ucrania, nos ayuda e insta a pensar sobre una diversidad de temas, personales y políticos. Entre los últimos, que son los que aquí me interesa evaluar, los hay de los más diversos: cuestiones relacionadas con el papel que puede o debe jugar la fuerza, en el orden internacional; preguntas sobre el rol y sentido de la OTAN; críticas relacionadas con los alineamientos de Europa y América Latina frente a la encrucijada; temores sobre el riesgo que para todos representa la presencia de países con armamento nuclear, o la existencia de centrales nucleares poco controladas, etc. En lo que sigue, de todos modos, no me referiré a cuestiones semejantes, sino que me centraré en un tema algo diferente y más específico, referido al estado de nuestras democracias. Más precisamente: qué cosas nos fuerza a pensar la tragedia bélica que hoy atraviesa a la humanidad, en cuanto a nuestra forma democrática de gobierno? La reflexión podría estar dirigida a países diferentes del nuestro, pero aquí, por razones obvias, me concentraré en un análisis sobre la situación argentina.

El cuestionamiento que propongo tiene su centro en la presentación que hiciera el Presidente argentino durante la apertura de sesiones, en el Congreso, pero se remonta a varios días antes (desde que se desatara la guerra), y se extiende hasta varios días después de aquel discurso (hasta estos mismos días). La cuestión sobre la que propongo reflexionar comienza con los hechos siguientes. Durante el discurso de apertura del 1º de Marzo, muchos ciudadanos esperamos con expectativas y algo de temor las palabras presidenciales: Confirmaría entonces el Presidente la postura de la Argentina frente la guerra? De qué modo se posicionaría ahora el Ejecutivo argentino, cuando apenas 20 días antes del comienzo de la guerra, había encabezado, con el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, una (innecesaria, embelesada y obsecuente) visita a la Rusia de Putin? Será que la Argentina quedará, nuevamente, del lado del “eje del mal” -otra vez, como en los tiempos de la Segunda Guerra? 

Adviértase lo siguiente (que puede entenderse mejor teniendo en mente el ejemplo citado, y lo sucedido durante los años 40): la decisión sobre el “posicionamiento argentino” tiene (como tuvo y tendrá) consecuencias extraordinarias sobre la vida y la economía de cada uno de los habitantes del país. Dependiendo de la posición que el gobierno adopte, el país podrá ser “recompensado” o “castigado” económicamente, en los años sucesivos. Pero -en mi opinión, de modo más relevante- la postura que asuma la Argentina también nos acarreará elogios o sanciones “morales”, e implicará pronunciamientos públicos que podrán enorgullecernos o avergonzarnos por los tiempos que sigan (como todavía nos avergüenza la simpatía demostrada por el peronismo hacia las “potencias del Eje” -su embelesada y obsecuente germanofilia- durante los inicios de la Segunda Guerra Mundial).

Por lo dicho, interesa formular preguntas como las siguientes: Qué dicen, hechos semejantes, sobre el estado de nuestra democracia? Qué dice el hecho de que (todavía hoy) debamos estar expectantes y temerosos, esperando que el Presidente -por favor- no ratifique su alianza con Putin? Qué dice el hecho de que todavía hoy, ciudadanos informados, no podamos entender cuál es la posición que la Cancillería argentina (y sus empleados -nuestros empleados) toma(n) en la materia? Qué dice el hecho de que muchos estemos rogando que no prevalezca -particularmente en materia internacional- la posición de la Vicepresidenta, quien mostrara en estos años alineamientos simplemente aberrantes, que fueron de Gadafi a Maduro, y de Ortega a Putin? (quedará para otra oportunidad la reflexión sobre “el deber de lealtad que corresponde a los Vicepresidentes,” sobre el cual, durante los años de Julio Cobos, teorizaron con bruta contundencia, analistas y periodistas políticos que hoy no saben dónde ocultar sus antiguos dichos). Lo que tales hechos ratifican, ante todo, es algo muy grave, en términos constitucionales: vivimos en un sistema democrático que, simple y directamente, nos ignora o excluye. Vivimos en el marco de un sistema institucional que permite que nuestras autoridades tomen las decisiones más importantes y extremas -las que van a marcar nuestros destinos, el de nuestros padres e hijos, durante los años por venir- sin consultarnos en absoluto, sin tomar en cuenta nuestra voz: desconociendo por completo nuestra presencia. Como si no existiéramos; como si la ciudadanía agotara su función luego de haber depositado su voto; como si los asuntos más importantes de la vida pública fueran “cosa de ellos” (de las elites dirigentes); como si los asuntos internacionales fueran demasiado complejos para “nosotros” (y por tanto debieran quedar exclusivamente en manos de “ellos,” los que sí entienden); como si la democracia no requiriera (no exigiera) de nuestra permanente y activa tarea de participación y control.

Para que se entienda bien lo que aquí se sugiere. La “moraleja” de este escrito no se limita a señalar (algo así como) que “la próxima vez que Rusia invada a un país vecino, por favor, tomen en cuenta lo que la ciudadanía piensa.” Lo que he querido señalar es otra cosa, mucho más exigente, contundente y abarcativa que la señalada. Me interesó decir que la democracia no es esto, ni merece ser nunca reducida a esto: un gobierno ejercido en nombre del pueblo, para pocos, y sin el pueblo.