12 nov 2023

Días escoceses V. Escocia, desde la primera vez


Desde la primera vez que crucé la frontera inglesa hacia Escocia, en 1994, sentí un inmenso, inesperado cariño por el país de las “tierras altas”. Yo llegaba de Oxford (una ciudad que, por muchas razones ocupa un lugar íntimo, importantísimo, en mi vida, pero) que se me aparecía como la quintaesencia de la arrogancia y la pretenciosidad, con sus distancias, su torpeza afectiva, sus apariencias, su vacuidad también. Por eso tal vez, por venir de donde venía, ya en los primeros instantes -ya desde los primeros metros escoceses, diría- reconocí que ingresaba en un infinito distinto. No sé si esa reacción visceral -de las que marcan todo el tiempo mi vida- tuvo que ver con el peculiar perfil working class que todavía mantiene el país, y que tan conmovedoramente ha reflejado Ken Loach en casi todas sus películas; o directamente con la expresión que encontraba en los afables rostros ajenos -rozagantes, colorados, mofletudos, siempre amigables. 

El hecho fue que, desde la primera vez, al cruzar la frontera, sentí que perdía cuidado, que volvía a distenderme, que me encontraba con gente que gustaba de hacer chistes, de contactar con el de al lado, de hablar comprometidamente con los demás (no hablar del tiempo o la humedad, sino sobre lo que la otra persona hace, o sobre lo que le pasa). Gente que hablaba un inglés imposible, pero que se aseguraba que le entendiera, y que se preocupaba por mí, por lo que les preguntaba. Lugares en donde me trataban bien, en que me sentía cómodo y a gusto, con gentes de esas que le palmean a uno la espalda y le guiñan un ojo mientras le hacen una burla de la que uno también, sin disimulo o impostaciones, se ríe. Me resultaba inconcebible todo eso, dado los lugares desde donde llegaba. Y me parecía hermoso.

Desde entonces, desde esa primera vez, crucé la frontera varias otras veces, y la sensación fue siempre la misma, sin buscarlo y sin pensarlo: encontrarme en casa, notar que se me relaja el alma, sentir que cedo la expresión y bajo los brazos por fin.


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