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p.d.: para quien dudaba, acá
UNA MIRADA IGUALITARIA SOBRE EL CONSTITUCIONALISMO. Coordinador: Roberto Gargarella. CANAL YOUTUBE DEL SEMINARIO: https://www.youtube.com/channel/UCytpairtEH8asvyYRt6LQBg/
“el Estado tiene el deber de tratar a todos sus habitantes con igual consideración y respeto, y la preferencia general de la gente por una política no puede reemplazar a las preferencias personales de un individuo.”
En la primera parte de nuestra Constitución se encuentra destinada a proteger a los ciudadanos, individualmente y en grupo, contra ciertas decisiones que podría querer tomar una mayoría, aun cuando ésta actuase siguiendo lo que para ella es el interés general o común.”
Otra tarea de la democracia naciente era la de restaurar una noción básica de igualdad ante la ley. Esa tarea hacía inaceptable la impunidad de los responsables de las atrocidades de la dictadura.
En 1985, nuestro homenajeado estuvo en Buenos Aires y asistió algunas audiencias del histórico Juicio a las Juntas, seguido contra los comandantes de las Fuerzas Armadas, varios de ellos ex-presidentes de facto, en un contexto de amenazas al gobierno democrático, y bajo la acechanza de un aparato represivo aun intacto. Sus impresiones, junto a un lúcido análisis de la historia de la violencia en la Argentina del siglo XX, y a una vívida defensa de la necesidad de juzgar y castigar a los responsables de las atrocidades, fue publicado como el prólogo a la versión en inglés del Nunca Más, bajo el expresivo título: “Crónica desde el infierno”…concluía Dworkin, tomando una posición fuerte, que se volvería muy relevante en los años futuros, para la Argentina, pero también para Estados Unidos y el mundo entero:
“Debemos esperar que el gobierno de Alfonsín acepte el riesgo y procese a cualquiera de quien pueda probarse que torturó o mató a civiles, aún siguiendo órdenes, aún si resultara que solo un pequeño número de personas fuese condenado... El mundo necesita un tabú sobre la tortura. Necesita una creencia indudable y arraigada de que la tortura es criminal en cualquier circunstancia; que nunca puede haber una justificación, o excusa, para esa práctica: que todo aquél que la infringe comete un crimen contra la humanidad.”
El problema. Mi problema es el modo en que tantas personas afines al kirchnerismo, y con quienes reconozco lazos de afecto, comenzaron a justificar a un gobierno que actuaba -repetidamente- de modos que, en nuestras vidas apenas anteriores, hubiéramos repudiado sin la menos hesitación.
La superioridad moral. Ocurre que uno empieza a escuchar a personas queridas diciendo cosas que uno no querría nunca haberles escuchando. Uno se tapa las orejas por dentro, entrecierra los ojos, y se dice a sí mismo: “no, no, por favor, no lo digas, no sigas...” Pero el hecho ocurre. Eso no lo deja a uno con la idea de que es, uf, un “alma bella”. No. Eso no es así ni nos interesa en absoluto. Ni somos bellos ni tenemos alma. Lo que tenemos es la certeza de que es posible militar, defender una idea, entregarse a aquello en lo que uno cree, sin necesidad de transformarse, sin necesidad de decir seriamente lo que antes nos causaba risa.
Arrogancia. Esto no implica, de parte de uno, un acto de arrogancia –una afirmación de superioridad moral que deja al otro en la posición del vil bellaco. No. Si estamos hablando de amigos! No se trata de que uno se sienta mejor que los amigos. Es la pena de perderlos un poco, de verlos asumiendo un papel en el que uno no querría verlos. Cómo se va a tratar de establecer una competencia con ellos!
El “yo real”. Alguien podría decir: “lo que ocurrió es, finalmente, que ‘ellos’ mostraron, ay, su ‘yo verdadero;’ aquello que verdaderamente eran, y que antes ocultaban; aquello que siempre estuvo allí.” Y no. Uno tampoco comparte este juicio, porque sabe que, mirados de cerca, todos somos bastante menos parecidos a aquello que pensamos o deseamos ser. Todos. No sólo “ellos.” Se trata de la bronca de que este contexto político anime a tantos a hacer visibles sus facetas menos dignas, en lugar de otras siempre más queribles.
El precio a pagar (o, “esos sapos”). Nos pueden decir, “Pero no, lo que pasa es que no te das cuenta. Es que toda construcción necesita de ladrillos viejos, de maderas algo podridas, de bosta en definitiva”. Se trata, en otros términos, de “el precio que necesitamos pagar para conseguir aquello por lo que hemos venido desde siempre luchando.” Podría entender esto, si tuviera atisbos de verosimilitud. Pero, en qué sentido podemos hablar de este precio a pagar, como precio necesario para obtener lo que queríamos? Sin ponernos demasiado finos con la cuestión, uno podría preguntarse, en qué sentido es que necesitamos Zanolas y Pedrazas para conseguir Asignación por Hijos y Matrimonio Igualitario? Normalmente, Zanola y Pedraza no son pasos necesarios para conseguir algo de lo que queríamos, como no lo son los peajes ministeriales, ni los economistas de la Ucedé, ni las mentiras estadísticas. Los bienes que nos interesa obtener o producir desde el gobierno pueden lograrse, normalmente, sin ellos, y en todo caso a pesar de ellos.
Sucios y malos. Entonces se nos ofenden, y responden con la idea absurda según la cual a uno no le gustan los Zanola-Pedrazas porque son distintos de uno, porque usan campera (yo también la uso, pero en fin), o son obesos (…), o tienen comportamientos etílicos o hábitos culinarios distintos de los que son propios de nosotros los de clase media (bué…). Rechazamos esa crítica, de inmediato y sin cortapisas. Lo que afirmamos es mucho más simple: Los Zanola no nos gustan porque estamos en contra de que alguien se enriquezca vendiéndoles medicamentos falsos a nuestros abuelos. Los Pedraza no nos gustan porque nos parece mal que a la oposición de izquierda se le dispare. El modo en que combinen colores o alcen la taza del té por la tarde tiene muy poco que ver con todo esto, por más que a nuestros amigos les guste así pensarlo.
Inocencia e historia. Y es que, por más que les pese, no toman en cuenta la dinámica de la historia, a la que siempre quieren citar en su favor. Y es que, aún si fuera cierto, excepcionalmente, que un Pedraza, un Curto, un Insfrán fueran relevantes hoy para obtener, mañana, lo que ahora queremos, entonces deberíamos preguntarnos si tales alianzas ayudan o socavan la posibilidad de seguir contando con lo que anhelamos, pasado mañana. La cuestión es sencilla: Dichas alianzas pueden facilitar que hoy se obtenga cierto respaldo que facilita, por ejemplo, aprobar el presupuesto mañana (no es éste, seguramente, el mejor ejemplo). Pero ellas suelen ser, también, la causa de que obtengamos lo más indeseado, pasado mañana, cuando se haga fuego contra algún opositor terciarizado, cuando se trafique veneno a costa de la vida de los más marginados, cuando se eche a la policía sobre tobas no domesticados, cuando la mentira se haya consolidado como el lenguaje en el que se comunica el Estado. Curiosamente, sin embargo, los que defienden la idea de “el precio a pagar,” son los que luego le recriminan a uno que no haga estudios históricamente situados, o que haga análisis demasiado estáticos, o demasiado inocentes. Son ellos, sin embargo, los que además de todo se tragan la historia.
Jugar con otros. Entonces vienen y nos acusan, enseguida, de “hacerle el juego” a los que ninguno de nosotros queremos. Nos señalan, entonces, como ya lo han hecho, porque las críticas que hacemos, desde la izquierda, sólo favorecen a la derecha. Pero deberíamos preguntarnos quién le hace el juego a quién, y quién es el que fortalece cuánto a qué porción de la derecha. Deberíamos pedirles que nos digan qué es lo que en verdad hacen cuando se convierten en arietes y escudos del gobierno, blindándolo de las críticas que le llegan desde la izquierda. Aquí un posible anticipo: Lo que hacen, de ese modo, es ayudar a que germine y crezca la peor gramilla de la derecha enquistada ya en el gobierno. Porque, qué gobernador aliado al gobierno nacional no puede ser considerado de derecha (el que no impone educación religiosa en las escuelas públicas, organiza sistemas de espionaje interno, asesina a los pueblos originarios, reprime a los jóvenes, persigue a los maestros…)? Cuántos funcionarios de la primera línea económica no provienen de la escuela económica o el partido político más reaccionarios de la Argentina? Cuántos “barones” del conurbano se han abstenido de tejer alianzas delictivas con la policía o el narcotráfico? Cuántos líderes sindicales han dejado de montar negocios con las patronales, entregado obreros, amenazado con armas a la oposición de izquierda? Que se sepa: Cuando se protege al gobierno de las críticas de izquierda, lo que se hace es permitir que siga creciendo la derecha oficial –posiblemente, la más peligrosa, dado el control que ejerce sobre el aparato represivo.
Nosotros, los destituyentes. Entonces cambian de blanco, y dicen que con nuestras críticas francotiradoras nos convertimos desestabilizamos o (Carta Abierta dixit) pasamos a engrosar las filas de los “destituyentes”. La idea es inconcebible, en la Argentina, para todos los que vivimos (como lo hicimos, todos nosotros) los años de la “primavera alfonsinista.” En aquellos años sí tenía sentido decir que la crítica despiadada al poder podía resultar “golpista” (hoy “destituyente”): La historia nos había enseñado que todos los gobiernos constitucionales, inequívocamente, caían antes de concluir su mandato, empujados por alguna brutal arremetida militar. Y sin embargo…y sin embargo, a pesar de la tremenda verdad que encerraba esa advertencia, no dejamos de criticar nunca al gobierno, en todo aquello que nos parecía horrendo del mismo, llámese punto final, obediencia debida, felices pascuas, héroes de Malvinas, economía de guerra. Cómo es que ahora, entonces, con la democracia consolidada, los militares en los cuarteles, las energías cívicas intactas, van a decirnos o hacernos sentir, que debemos acallar las críticas, dado los riesgos “destituyentes” que ellas encierran o son capaces de liberar? Y, lo que es peor -lo que aquí nos ocupa: Cómo puede explicarse que nuestros amigos se callen, una y otra vez, frente a lo que siempre repudiamos? Cómo es posible que nuestros amigos entierren sus críticas debajo de una pila de párrafos llenos de elogios oficialistas, como pidiendo permiso y perdón, por lo que apenas sugieren? Cómo puede ser que nuestros colegas, los más informados, hayan pasado a trabajar ahora en el ocultamiento deliberado de información imprescindible? Éste es uno de los aspectos más terribles del kirchnerismo: El promover la idea de que se ayuda al gobierno silenciando las críticas, ocultando información sobre lo que todos reconocemos como inaceptable.
Nadie es perfecto. Bueno, replican entonces, alivertianos, pero qué gobierno es perfecto? Qué gobierno no comete errores? Y es tan banal esta respuesta, tan necia! Escuchar a los amigos diciendo esto es triste porque eso lo sabemos todos, y porque exactamente eso mismo puede decirlo el peor obsecuente, para justificar al peor gobierno que uno quiera poner aquí (…) Leerlos escribiendo eso es doloroso, porque lo que nos interesa no es quejarnos de un gobierno no del todo perfecto, sino saber de qué tipo de imperfecciones hablamos, y cuál tipo de imperfecciones estamos dispuestos a tolerar, en lugar de extirparla. Una manera similar, menos vergonzosa, de decir lo mismo, consistió en señalar acusatoriamente a la oposición, para decir que en, definitiva, los de enfrente (los de la oposición) eran peores. Pero aquí, otra vez, nos encontramos con una fórmula engañosa, falsa, y finalmente perversa. Falsa, porque el mundo político local no está así polarizado, no se divide en dos, y encuentra a buenos y malos dirigentes en todos los frentes. Engañosa, porque simplemente no es cierto que dentro de la oposición no haya agrupaciones fundamentalmente limpias de algunas de las peores suciedades que tiene el gobierno (la vocación de financiar sus campañas con dinero sucio; la apertura a estructuras directamente ligadas al narcotráfico y el delito). Perversa, porque ella viene a blindar al gobierno frente a críticas justificadas, en nombre de las que no lo son.
TP, cuando el amigo se va. Los años de TP representan una buena ilustración del tipo de intercambios que imaginaba. Un grupo de amigos, virtuales o reales, reunidos en un espacio común –en este caso, un ámbito de expresión original y potente, facilitado por las cualidades excepcionales de su ilustrado e ilustrativo creador- en donde, en algún momento, el diálogo se hace innecesariamente complicado, por diferencias políticas inesperadamente ríspidas. En un instante, inesperado, la tierra se agrieta un poco, las veredas se separan, y la mesa compartida resulta una barrera que separa lados opuestos. Ello así aunque, en lo personal, el tiempo TP haya sido graciosamente polémico, pero nunca dolorosamente conflictivo.
Una mala noticia. Frente a los que se pasaron al otro lado, me quedan reproches y algunas cuentas sobre las que hablar. La mala noticia es que estas deudas no son resultado de un mero divertimento entre jóvenes adultos, puestos a negociar su aburrimiento por Internet. Al menos no lo veo así. Se trata de diferencias y de errores que tuvieron –dentro de la modestia e insignificancia de aquello que somos capaces de hacer- relevancia política, y de las que necesitamos aprender. La vida pública es, también, esta conversación, que se da en diferentes niveles, y que contribuye, como otras, a legitimar y deslegitimar, fortalecer o debilitar, iluminar o dejar a oscuras, iniciativas y áreas diferentes de nuestra vida en común. No estoy seguro de que todos hayamos sido capaces de hacer el aporte que podría correspondernos, dado el lugar de privilegio que, en tantos sentidos, ocupamos. A la vez, tengo el convencimiento de que muchos amigos se pusieron al servicio de una causa que era cada vez menos parecida a aquella por la que decían trabajar, o que describían en nuestros encuentros. El resultado de ocho años de kirchnerismo es muchas cosas pero también, y centralmente, concentración como nunca antes del poder político; y desigualdad económica-social como en las peores épocas del menemismo.
Y otra buena. La buena noticia es que, a pesar de las rabias, las molestias, los enojos justificados, el kirchnerismo cierra una etapa, y los vínculos entre “nosotros” y “ellos” –dentro y fuera de TP- no se han roto. No quedamos enemigos, no nos insultamos si nos vemos, no estamos armados. Lejos de ello. Nuestras disputas, estoy seguro, no han sido triviales, ni merecen amnistiarse como si todo diera lo mismo, como si sólo hubiera terminado la ronda de un juego. No. Sin embargo, y a pesar de ello, es bueno saber, pensar o creer que todavía es posible -aún sin TP, y aún sin Huili en el Control Central- seguir conversando.
H. Cámara de Diputados de la Nación
Comisión de Derechos Humanos y Garantías
JORNADA: "CRIMINALIZACIÓN DE LA PROTESTA"
PROGRAMA
1° Panel: Apertura
Diputados y Diputadas de diferentes bloques darán su perspectiva sobre la situación actual de los procesados por protesta social/sindical.
2° Panel: Académicos
Dr. Roberto Gargarella- Dr. Leonardo Filippini
3° Panel: Organizaciones y Dirigentes Sociales
CTA- Sobrero- Barrios de Pie- Pancho Montiel- MTL- CCC- Vilma Ripoll- Nestor Pitrola- FUBA-
FDS- CEPRODH y demás organizaciones.
Diputada Nacional Victoria Donda Perez
Presidencia de la Comisión de Derechos Humanos y Garantías
Reunión de Comisión de Derechos Humanos y Garantías del día 22 de Noviembre a las 17 hs. en la Sala 6 del Anexo de la Cámara de Diputados
Se fue la semana y no comenté nada de mi breve pasaje por MdP y el festival de cine (que incluyó sfogliatellas en la fonte d’oro; cena con quintín-flavia que ya es un clásico; un poco de buen vino y cantidad de buen café de parado). No llegué a ver Estela (Verdades Verdaderas), sobre la Abuela de la Plaza Estela Carlotto, guionada por mi hermana y don J.Maestro, pero confío en que el producto final se alejó, afortunadamente, de lo que algunos quisieron –y muchos temimos- que fuera. Qué bueno eso, felicitaciones en ese caso (también a N. Gil Lavedra, el director).
Ví en cambio La Toma, peli colombiana sobre la toma y masacre en el palacio de justicia en Bogotá. Aunque como obra artística el film no destaca, como testimonio, y para quien no conocía o no recordaba demasiado sobre el tema (tema colombianamente descomunal), vale la pena.
Ví también Hors Satan, de Bruno Dumont, que ya me colmó el vaso: ok Bruno, tenés talento, ok, mirás un territorio y unos personajes que otros en tu país no miran. El problema es que a los dos minutos que salgo de una película de Dumont ya no me acuerdo de nada: para qué había ido a esa sala toda oscura?
Yendo a lo importante: This is not a film, del iraní Panahi, pasa a la historia no por su contenido (en este caso, una película auto-centrada y sin pinceladas de talento), sino por la heroica desesperación de su director, angustiado y ansioso de seguir filmando contra todo, que en su caso es mucho y gravísimo.
De lo mejor que ví (y no fue mucho), Las acacias, de P. Giorgelli, que me hacía acordar al Trapero de Mundo Grúa: personajes desclasados y un cariño que se va filtrando entre las grietas, hasta que al final la tierra seca se humedece de afecto. Bien esta vez, aunque no me animaría a decir cómo sigue la cosa.
Lo mejor: El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo (graduada de la notable escuela de cine de la Pompeu Fabra). Acá me detengo un poquito porque hay algo muy importante. Tatiana, salvadoreña-mexicana, filma en su país de origen, en el pueblito en el que naciera su abuela (Cinquera). Se trata de un pueblo, el lugar más pequeño, que en algún momento de la guerra salvadoreña fuera desmantelado -y parte de sus habitantes masacrados- por estar lleno de “subversivos.” El hecho es que luego de años, los antiguos pobladores sobrevivientes vuelven al pueblo, y comienzan a reconstruir lo que antes había: a partir de las piedras ruinosas que quedan en pie, a partir de los retazos de un tejido social deshecho. Tatiana –y me pongo de pie al decirlo- da una clase magistral, emocionante, talentosa, vital, entrañable, comprometida, de cómo acercarse a esos heroicos y a la vez modestísimos, invisibles pobladores: los protagonistas son ellos, y Tatiana (que no aparece en imagen, ni pregunta, ni pone su voz en off, ni explica, ni da lecciones cancheras desde la imagen) los escucha atenta. Y hay tanto tanto tanto que los pobladores dicen y tienen ganas de decir. Hay tanta increíble poesía, tanta asombrosa riqueza en los relatos de quienes van hablando, que uno se acomoda en su asiento y pide a los gritos, por dentro, por caridad, dénme la oportunidad de seguir escuchándolos: hablen más por favor! Todos menos uno de los que hablan son iletrados, todos han sido, de distintos modos, golpeados y violentados. Y ahí están, llenando la pantalla de dolorosas flores. Pero qué ejemplo que nos das, Tatiana! Pero qué lección! La mayoría de los documentalistas que conozco (aún, muchas veces, mi admirado Coutinho), se colocan ellos como protagonistas y desplazan a los empujones a los entrevistados, a los que usan como material de insumo (usan y enseguida tiran), a quienes más que preguntarles algo, explotan: quieren sacarles todo el jugo en cinco minutos: “tenés cinco minutos para contarme tu drama, apuráte y no me hagas perder el tiempo” –les dicen a sus entrevistados. Y cualquiera, en esas condiciones, muerto de miedo, lo que hace es repetir el sentido común, volver a lo ya dicho, tratar de ir a lo seguro –es decir, uno va a lo insoportable y falso, a lo que es completamente ajeno a uno- temiendo hacer papelones. Así, al final, cualquiera queda como bobo por el terror de aparecer como bobo frente al genial-cineasta-explotador. Tatiana, en cambio, va al lugar de los hechos y se instala allí durante meses para adentrarse en el tema, para conocer a los entrevistados, identificada con ellos. Y cuando llega el momento de escucharlos (es-cu-char-los), no pone stop, no pone el reloj a correr. Así, cualquiera de los que, puestos contra la pared, forzados a decir su vida y su drama mortal en cinco minutos, hubiera dicho una bobada, termina sacando fuera la belleza extraordinaria que cualquier alma tiene: los entrevistados hablan y hablan y va saliendo poesía, hablan y hablan y va destilando su hermosura la vida. Habla y habla la vieja señora, y recién allá lejos sabemos que le mataron a la hija y que quiso tantas veces matarse. Pero antes y después está la vida, y las bromas y el cigarrillo, y el mirar las plantas enamorada. Y habla y habla el sabio del pueblo, conocimiento amable en estado puro, bueno. El viejo que cuando todos iban al campo se quedaba a leer el único libro que tenía a mano: el Larrouse ilustrado, aprendiendo palabras que no sabía. Qué bueno Tatiana, qué lección que das!! Gracias por dejar, a nosotros también, escucharlos! Qué tesoros que hay en cada uno, cuando a uno lo dejan!
La mala suerte quiso que viera la peli de Tatiana pegada a dos bohemian paparruchadas. Una francesa, de Philippe Garrel, con quien rompimos relaciones definitivamente (ya retiramos al delegado y cerramos la embajada); y otra argentina, Graba, de Sergio Mazza. Así que el contraste fue aplastante: simplemente, lo verdadero contra lo falso; lo sentido frente a lo vacuo; el corazón (uy, Tatiana quebrando en llanto mientras presentaba la película), frente a la superficialidad creída del resto. Philippe está enamorado de su hijo, al que ya no soporto (con él también rompimos relaciones, pero hace rato), y se la pasa mostrando a jóvenes franceses super cool hablando tonterías y viviendo vite sprecate. Lo de Mazza es más serio: “somos artistas y nos filmamos, y como todo lo que hacemos se convierte en arte, nos largamos a filmar (sin saber a dónde vamos) y mientras vamos improvisando vamos ganando metros de arte”. Maestro: arte es otra cosa. Por suerte en la peli está Belén Blanco, así que de todos modos la vemos.
Volvía a Buenos Aires -era de noche- en autobús. Sugestionado, tal vez, por trágicos hechos recientes, de accidentes en la ruta, me desperté algo sobresaltado, en medio del viaje, alertado por la velocidad a la que iba el ómnibus –un Chevallier que en su acelerado andar nos forzaba contra el respaldo del asiento. Pensé en por qué no era visible la velocidad del vehículo, frente a nosotros pasajeros; o por qué no nos alertaba del hecho una modesta alarma, como alguna vez existieran, frente al evidente exceso. Dado que advertí que no iba a volver a dormirme en esas condiciones, decidí armarme de coraje e ir a hablar con el chofer del micro –me molesta tanto tener que asumir un papel semejante. Llego hasta la cabina principal (que en la actualidad está drásticamente separada del resto del autobús por paredes de cartón-madera y cortinas, destinadas menos a proteger el sueño de los pasajeros que a invisibilizar la tarea de los conductores). Cuando descorro la cortina, veo un extraño, tenue brillo en la cabina. Pienso en el misterioso azul de la noche que recorre, temeroso, los dedos viejos que se aferran al volante. Sin embargo, no se trataba del misterioso azul de la noche, sino del celular del chofer. A esa velocidad para mi inusitada, y mientras seguía acelerando, el conductor iba chequeando sus mensajes de texto. Le expreso, tímidamente, mi queja al chofer, mientras me sujeto a la pared para no caerme. El conductor me ve y se incomoda. Repito mi queja y él se mueve inquieto.Vuelvo a insistir. El chofer se quita el auricular que -ahora veo- cubría una de sus orejas y le impedía escucharme, ridiculiza mi reclamo y desmiente mi queja. La música que salía del auricular era verdaderamente muy mala.