28 mar 2020

Ferrajoli y el coronavirus


Siempre es un gusto leer a Luigi Ferrajoli, aún en el desacuerdo (ver abajo la entrevista de El País). Aquí, me satisface leer su prevención sobre los estados de emergencia-excepción, que por aquí tantos celebran con una lectura sin historia ni contexto. En todo caso, resisto esta nueva aproximación que en este tiempo propone LF al "constitucionalismo mundial" o "planetario", al menos en el modo en que lo plantea. Ello así por mil razones, pero en particular por una que es expresión de "nuestros" imaginarios y persistentes desacuerdos, que como suele ocurrir tienen su fuente última en el modo en que pensamos sobre la democracia. El desacuerdo central es éste: podemos escribir las reglas justísimas que pensemos; incluirlas en una Constitución; y darles entidad mundial si queremos. Pero todo pasa (mucho menos por las reglas que) por quién interpreta cotidianamente esas reglas, para aplicarlas o dirimir los miles de conflictos que surjan invocándolas. Si, en ambos casos, y como es habitual (en la Unión Europea o en cualquier organización internacional) tenemos burócratas, funcionarios delegados y jueces, haciendo lo que "ellos" piensan que es mejor, aludiendo a esa Constitución, e imponiendo finalmente su voluntad discrecional, en nuestro nombre, tenemos un problema como el actual, pero agravado. Agravado porque el abuso sigue, pero ahora en nombre del derecho y de nuestra decisión democrática, cuando no se nos ha permitido intervenir en nada, decidir nada, controlar nada.

Va la entrevista

https://elpais.com/ideas/2020-03-27/luigi-ferrajoli-filosofo-los-paises-de-la-ue-van-cada-uno-por-su-lado-defendiendo-una-soberania-insensata.html?fbclid=IwAR2hoCs_B3_L7UtYvqoMYlelRozlOwQ0SduVekOR7zptraaaY6YDjQcQpHA

BRAULIO GARCÍA JAÉN

Confinado en su casa de Roma, el filósofo y jurista italiano Luigi Ferrajoli piensa en la forma que tendrá el mundo cuando pase la pandemia. El cambio climático, las armas nucleares, el hambre, la falta de medicamentos, el drama de los migrantes y, ahora, la crisis del coronavirus evidencian un desajuste entre la realidad del mundo y la forma jurídica y política con la que tratamos de gobernarnos. Los problemas globales no están en las agendas nacionales. Pero de su solución “depende la supervivencia de la humanidad”, afirma Ferrajoli, exmagistrado y uno de los referentes de la Filosofía del Derecho del último medio siglo europeo. El 21 de febrero, víspera del primer contagio local contabilizado en Italia, el autor de Constitucionalismo más allá del estado (Trotta, 2018) y Manifiesto por la igualdad (Trotta, 2019) defendió en la histórica biblioteca Vallicelliana de la capital una Constitución de la Tierra ante unas 200 personas. La pandemia –con su “terrible balance diario de muertos”— hace aún más visible y urgente la carencia de instituciones globales adecuadas, dice en esta entrevista por correo electrónico. Respecto a la Unión Europea, su optimismo estratégico no excluye la crítica frontal: “Si la UE se respetara a sí misma podría haber hecho mucho más”, dice. Sus respuestas las ha traducido, como casi toda su obra en español, el exmagistrado del Tribunal Supremo Perfecto Andrés Ibáñez.


PREGUNTA: Usted reclamó recientemente un “constitucionalismo planetario”. ¿En qué consiste y cómo se articula?

RESPUESTA. Son problemas globales que no forman parte de la agenda política de los Gobiernos nacionales y de cuya solución, solo posible a escala global, depende la supervivencia de la humanidad: el salvamento del planeta del cambio climático, los peligros de conflictos nucleares, el crecimiento de la pobreza y la muerte de millones de personas cada año por la falta de alimentación básica y de fármacos esenciales, el drama de los centenares de miles de migrantes y, ahora, la tragedia de esta pandemia. De esta banal constatación, nació hace un año la idea de dar vida a un movimiento político —cuya primera asamblea tuvo lugar en Roma el 21 de febrero— dirigida a promover una Constitución de la Tierra, que instituya una esfera pública internacional a la altura de los desafíos globales y, en particular, funciones e instituciones supranacionales de garantía de los derechos humanos y de la paz.

P. ¿Y por qué es oportuno reclamar ese constitucionalismo planetario en una situación de emergencia como la del coronavirus?

R. Porque espero que, precisamente, esta emergencia del coronavirus provoque un despertar de la razón, generando la plena consciencia de nuestra fragilidad y de nuestra interdependencia global. Esta emergencia tiene un rasgo que la diferencia de las demás. A causa de su terrible balance diario de muertos en todo el mundo, hace aún más visible e intolerable que cualquier otra emergencia la falta de adecuadas instituciones globales de garantía, que tendrían que haberse introducido en actuación de esa embrionaria constitución mundial formada por las diversas cartas internacionales de los derechos humanos. Por eso, hace más urgente y más compartida que cualquier otra catástrofe la necesidad de un constitucionalismo planetario que colme semejante laguna, mediante la creación, no tanto de instituciones de gobierno, que está bien que sigan confiadas sobre todo a los Estados, sino de funciones e instituciones globales de garantía de los derechos humanos.

“Una Unión Europea que se respetase a sí misma podría hacer mucho más”
P. ¿Qué papel puede jugar Europa, desde el punto de vista jurídico, en esta crisis?

R. La Unión Europea debería haberse hecho cargo de la crisis desde el principio. El propio Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión lo prevé: su artículo 168, tras afirmar que “la Unión garantizará un alto nivel de salud humana”, establece que “los Estados miembros, en colaboración con la Comisión, coordinarán entre sí sus políticas” y que “el Parlamento Europeo y el Consejo podrán adoptar medidas de fomento destinadas a proteger y mejorar la salud humana y, en particular, a luchar contra las pandemias transfronterizas”. El artículo 222, titulado Cláusula de solidaridad, establece que “la Unión y los Estados miembros actuarán conjuntamente y con espíritu de solidaridad cuando un Estado miembro sea víctima de una catástrofe natural”.

P. Y, desde el punto de vista político, ¿estamos asistiendo a un retorno a la soberanía nacional en Europa?

R. Francamente, espero que no. Como ya he dicho, emergencias globales como la del coronavirus deben afrontarse en la medida de lo posible a escala supranacional, no solo en garantía de la igualdad en derechos de todos los ciudadanos europeos, sino también de su eficacia, que depende en buena parte de la coherencia y homogeneidad de las medidas. Pero sucede que los 27 países miembros van cada uno por su lado, con diferentes estrategias, en la demagógica defensa de una insensata soberanía nacional. El resultado es que bastará que uno de ellos adopte en uso de su “soberanía” medidas inadecuadas, para generar el riesgo de contagio en los demás.

P. ¿Qué consecuencias puede tener eso para el futuro de la Unión Europea?

R. Depende de las respuestas que sean capaces de dar las instituciones europeas. La Comisión Europea —que tiene, entre sus componentes, un comisario para la salud, otro para la cohesión y otro más para la gestión de las crisis— todavía está a tiempo de coordinar las estrategias de los distintos países de la Unión, en actuación de los artículos del Tratado a los que me he referido. Si no lo hace, dará otra prueba de su ineptitud, como institución capaz de imponer sacrificios solo en garantía de la estabilidad presupuestaria, pero no de la salud y la vida de los ciudadanos.

“La democracia no admite excepciones”
P. Las diferentes versiones del estado de alarma, de emergencia o —más densamente— estado de excepción, ¿en qué medida son compatibles con la democracia?

R. La democracia no admite excepciones. Es por lo que considero un mérito de la Constitución italiana que no prevea estados de alarma, de emergencia o de excepción lo que, sin embargo, no le ha impedido disponer igualmente las limitaciones a la libertad de circulación y de reunión necesarias para frenar el contagio. En Europa tenemos disciplinas heterogéneas, compatibles con la democracia si no se cometen abusos. En España, el artículo 116 de la Constitución prevé «los estados de alarma, de excepción y de sitio» bajo el control parlamentario y conforme a la Ley Orgánica 4/1981.

P. ¿Y cómo debe o puede responder la UE, políticamente, ante este desafío?

R. Desempeñando el papel de coordinación y adoptando las medidas homogéneas de las que he hablado. Pero una Unión Europea que se respetase a sí misma podría hacer mucho más. Podría tomar, a escala global, la iniciativa de proponer la transformación de la actual Organización Mundial de la Salud en una efectiva institución global de garantía de esta, dotada de los medios y poderes necesarios para tal fin. No solo para gestionar de manera racional las pandemias, sino también para llevar a los países pobres los 460 fármacos esenciales que, desde la Conferencia de Alma Ata de 1978, ella misma estableció que deberían ser accesibles a todos, y cuya falta provoca cada año ocho millones de muertos. No solo. Junto a este fragmento de constitucionalismo planetario, la Unión Europea, a partir de la terrible lección del coronavirus, podría promover la creación de otras instituciones globales de garantía. Por ejemplo, un demanio [dominio público] planetario para la tutela de bienes comunes como el agua, el aire, los grandes glaciares y las grandes forestas; la prohibición de las armas convencionales a cuya difusión se deben, cada año, centenares de miles de homicidios y, más aún, de las armas nucleares; el monopolio de la fuerza militar en manos de la ONU; un fisco global capaz de financiar los derechos sociales a la educación, la salud y la alimentación básica, proclamados en tantas cartas internacionales. Parecen hipótesis utópicas. En cambio, son las únicas respuestas racionales y realistas a los grandes desafíos de los que depende el futuro de la humanidad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si el consenso formal de turno, mas alla de la burocracia que propone Ferrajoli (si, mas burocracia), se basa en orientarse a la especulacion financiera, en desmedro de politicas publicas (no rentables, segun la definicion proveniente, precisamente, de la especulacion financiera) entonces, el problema sera de naturaleza antropologica, es decir, hacia donde orientamos el consenso en una democracia. Si se acepta que el fin ultimo de un consenso democratico es maximizar las ganancias, pues bien, sigamos aplaudiendo como bobos al personal auxiliar médico, y sigamos pagandole una miseria. Incorporar mayor burocracia, o simplemente modificar las reglas mayoritarias de una democracia (democracia en sentido formal) no arreglara nada. El mejor ejemplo de ello son los organismos internacionales que solo agregaron mayor burocracia al mundo, (y mas alla del argumento de la victimización que propoe entre otros Zaffaroni), hasta el momento solo han demostrado su ineficacia, mas alla de la pomposidad de sus nombres y de sus cargos burocraticos.

Marto

juaniosa dijo...

Hola Roberto, me suena muy realismo jurídico tu comentario. No te compromete tu afirmación con un escepticismo en general sobre el derecho, a cualquier nivel? No es esto demasiado? Abrazos.

rg dijo...

no, por què. para mì el "constitucionalismo planetario" empieza a ser razonable si aceptamos que la discusiòn-decisiòn debe quedar en procedimientos abiertos a todos. tenemos que dejar de alimentar, en nombre de la democracia o los derechos, los sistemas de decisiòn burocràticos o aristocràticos