12 jul 2021

La extorsión democrática



Basta con mirar los recientes procesos electorales en la región: Perú, México, Bolivia, Chile, Ecuador. O pensar en los que vienen: Brasil, Colombia o nuestro país. De modo más o menos dramático, de forma más o menos acentuada, todos esos procesos nos llaman la atención sobre lo mismo, esto es, la “fatiga” de nuestras democracias, la exagerada degradación que las afecta. Decir esto, por supuesto, no supone plantear un elogio a las formas no-democráticas, que siguen siendo “peores”. Pero la resignación frente al “menos malo” de los sistemas políticos no se justifica, y sirve a quienes sacan provecho de sus innecesarias fallas. La democracia puede y debe ser distinta de lo que han hecho de ella.

Veamos algunos de los principales “problemas democráticos” que vacían de sentido a nuestras instituciones. Podemos comenzar por el problema de la “puerta de entrada,” esto es, el hecho de que, como ciudadanos, se nos permita elegir y votar entre distintas opciones, pero luego se nos deje allí -en la “puerta de entrada” del sistema democrático- y a la merced de lo que los funcionarios públicos dispongan. Como si la democracia se agotara fundamentalmente en el comicio; como si la democracia no fuera, esencialmente, aquello que sucede entre elección y elección. Esta estrechísima versión de la democracia (una versión menos que minimalista, defendida en la Argentina, de modo explícito, por la ex Presidenta, entre otros) nos ofrece un temprano ejemplo de lo que es inaceptable e innecesario: no hay ninguna razón para reducir la democracia, simplemente, a aquello que los gobernantes deciden hacer con nuestras vidas, una vez que ellos han tomado el control de sus puestos. Este modo limitado de pensar a la democracia resulta, en parte, el producto de un sistema que ha ido degradándose con el paso del tiempo, pero es resultado, sobre todo, de una opción así pensada ya en sus inicios: así se concebía, hace más de dos siglos, la representación política. En efecto, la representación política fue concebida (en términos de Bernard Manin) como “distinción” o “independencia”, antes que como “vínculo” entre ciudadanos y funcionarios electos. Era tanta la “desconfianza” en el pueblo, y tanto el temor de que los representantes quedasen “sometidos” a las presiones de sus electores, que se optó por un esquema de “separación”, destinado a dotar a los “elegidos” de los mayores “márgenes de maniobra” posible. Importaba, ante todo, “independizar” a quienes habían ganado: dejarles libertad de acción, “manos libres”.

No se trata, por supuesto, de un problema anclado en, y propio del siglo xviii. La “separación” inicial (entre electores y funcionarios) ha generado condiciones para una “separación” cada vez mayor. El poder judicial auto-expandió su poder (i.e., arrogándose facultades que no tenía inicialmente, como la de invalidar las leyes), y lo mismo hicieron las ramas políticas -en particular un Poder Ejecutivo que fue ganando poderes formales e informales, hasta convertirse en “híper-presidente” (i.e., vía el manejo discrecional de fondos reservados y servicios de inteligencia –“la “bolsa y la “espada” en versión moderna). La fiebre regional de “gobernar por decreto” o a través de “facultades delegadas” es sólo la expresión más reciente de dicha visión elitista, que parte del desprecio de la voluntad popular, y prefiere apoyarse en la “voz” de las elites de “expertos” (hoy, la voz de epidemiólogos aliados, antes que la de los “más afectados”).

Un segundo problema al que debemos prestar atención tiene que ver con la falta de controles ciudadanos sobre el poder. Esta dificultad nos remite, también, a un problema “creado” o “buscado” antes que derivado de la disfortuna o de males de época (“una era de funcionarios corruptos”). Otra vez, nos encontramos aquí con la “preferencia” que nuestros antecesores mostraron por los “controles endógenos” o “internos”, antes que por los “controles populares” o “externos”. Los controles “internos” son los que conocemos: controles de una rama del poder frente a las otras (como el “veto” Ejecutivo; el impeachment legislativo; la invalidación judicial de las leyes; etc.). Ellos nos refieren al famoso sistema de “frenos o contrapesos” o checks and balances. Por cuestiones de espacio, no impugnaré aquí la naturaleza y los modos de esos mecanismos de control “internos”, sino que me limitaré a subrayar una preocupación sobre ellos, en términos de degradación democrática. En efecto, si se eligió privilegiar a los controles “entre las ramas del poder”, por sobre los que proviniesen de la propia ciudadanía ello se debió, otra vez, a la “desconfianza” en la ciudadanía., y la asunción de que ella no estaba preparada para autogobernarse. Se trataba de un razonamiento muy propio del “momento elitista” del constitucionalismo, pero completamente injustificado e inaceptable en nuestro tiempo. Aparece, entonces la tentación que gana a los poderosos, de utilizar las propias ventajas para fortalecer la “distancia” con el electorado, y salvaguardar los privilegios propios. No es extraño, entonces, que nos encontremos con leyes y proyectos como los que han abundado en la Argentina, desde hace años, y aún en tiempos de pandemia (“democratización de la justicia”; “control sobre los fiscales”; politización del “ministerio público”; postergación de las elecciones; auto-incrementos salariales como el que acaba de darse el legislativo; etc.). Priman las propias ventajas y la mutua protección al interior de la “clase”: privilegios e impunidad, en definitiva. Nada que sorprenda.

Mencionaría, finalmente, y de modo especial, la forma en que este esquema de elecciones y controles vino a reemplazar y dificultar la “conversación entre iguales”. El sistema de “frenos y contrapesos” sirvió, en su mejor versión, para “canalizar la guerra civil”, pero se muestra cada vez más inhábil e indispuesto a favorecer el “diálogo entre iguales”. Otra vez, ninguna novedad: bueno para evitar la guerra, malo para promover el diálogo. Dadas las herramientas escogidas, quedamos institucionalmente mudos, privados de palabra. Nuestro único medio de expresión política es el voto periódico, que hoy se asemeja mucho al acto de arrojar una piedra contra el muro: sirve para hacer ruido, pero no para comunicar lo que pensamos; no para definir matices; no para precisar y aclarar por qué queremos esto, pero no esto otro. Podemos llamarlo “extorsión democrática”. Y es que, habitualmente, para votar por lo que preferimos, se nos obliga a respaldar aquello que repudiamos. Preguntémosles a nuestros colegas peruanos, en estos días, si saben de qué se trata la “extorsión democrática”. Para evitar que gane x, deben votar por z, a quien por muchas razones repudian, y sin poder marcar un solo matiz, sin poder hacer la mínima precisión (“lo voté, pero de ningún modo me olvido de tal cosa o apoyo tal otra”): Es “todo o nada”, y sin posibilidad de aclaración alguna. Millones de argentinos padecieron lo mismo en las últimas elecciones, y volverán a padecerlo en las próximas: en pos de un cambio económico votaron (millones de ellos) por políticos que sabían corruptos, sin la posibilidad de marcar el menor matiz (“cambien el rumbo económico, pero por favor no repitan lo hecho”). “Todo o nada” fue, y “todo o nada” será, con las consecuencias previsibles: quien gane podrá leer, otra vez, la victoria como se le ocurra (“me absolvió la historia”), mientras que los votantes serán acusados aún por lo que repudian, pero se les impide aclarar. El poder los acusará, luego, con suficiencia y autoindulgencia: “total, a los argentinos les gusta votar corruptos”; “pasa que millones de brasileños apoyan el racismo presidencial”. Se trata de la peor versión de la extorsión democrática: impedidos de hablar; obligados a votar sin posibilidad de hacer distinciones; y acusados luego por aquello que se nos impide aclarar. De esa trampa viven, y en ese encierro nos dejan. Lo sabemos nosotros: la democracia es, sobre todo, aquello que nos impiden que hagamos: participar, discutirles, disputarles, exigirles, reclamarles y removerlos. Y lo saben ellos: el tiempo, este tiempo que usufructúan, se les está agotando, y bienvenido sea.







2 comentarios:

andrea del sur dijo...

Gracias por la claridad!! (a prueba de "sorderas"). Sería maravilloso que quienes pueden ilustrar/orientar esta oportunidad con la que nos invita la larga crisis de degradación democrática (como ud, estimado Profe) lideraran o invitaran a un proceso de propuestas abiertas, para discutir, enriquecer, fortalecer... y acaso recuperar el sueño -y trabajar en él- de dejar de hacer "como si" lo que vemos empeorar, funcionara.
Gracias otra vez
Andrea

Joel LV dijo...

Muy de acuerdo, destacando que la democracia resulta sólida, pese a que el resultado y el (la) elegido (a) de la elección, no demuestre la eficacia en el servicio y función pública.