7 oct 2011

Apuntes italianos. VI. Ciudad abierta



Es curioso que, mientras en el sur sentí una compulsión por fotografiar rostros, aquí en Roma una mayoría de mis fotos fueron de paredes (no de monumentos, porque todas las paredes romanas son bellas). Tengo dos explicaciones, y una de ellas me la terminó reafirmando Il Professore CP, con quien me encontré por la tarde: “Roma” –me dice- “tiene la luz más hermosa, y eso hace que uno acabe perdonándole todos sus pecados.”




Cuando activo mis momentos turísticos, en estos días, mi comportamiento resulta –según la descripción de algunos- penoso. Pongamos: hoy en un momento debía decidirme entre la heladería Giolitti y el Panteón Romano, y la opción en curso no me provocó dudas siquiera un instante. Mi decisión, sin embargo, resultaría la correcta. Al rato volvía a pasar por la misma calle y el Panteón seguía firme en su lugar. Finalmente, viene esperando desde el 27 AC, cómo se va a inquietar por tan poco.



Cuando pensaba que Roma, así nomás, le regala a uno un monumento del 27 AC al lado de una tienda de elegante lencería femenina, decía para mis adentros, algo preocupado: “Entonces, un cambio mano a mano entre el Panteón y la Catedral de Córdoba –la joya antigua de nuestra corona- no lo aceptarían ni embriagados, estos romanos?” Y si a la Catedral de Córdoba le sumamos a De la Sota y a la Mona Jiménez? Y con Piñón Fijo más una caja de alfajores glaceados no llegamos?



En Roma no se trata de encontrar la fonda entendida como “perla oculta,” a ser descubierta. Roma es un mar de perlas, y casi cualquier esquina de cualquier barrio puede resultar memorable. Improvisando un poco (aunque, como buen italiano, nunca improvisando del todo), llego la primera noche a una taberna “de classe operaia”, en los alrededores de un barrio obrero. Entro al lugar –todo es obviamente bello, en su cantina modestia- y enseguida veo las fotos del comensal favorito del lugar: Passolini. Bueno, me arremango la camisa.



Sí, ya lo sé, muchos de estos pequeños paesetti a los que voy llegando –Roma quedó atrás- terminan viviendo a golpe de turistas que, finalmente, y a fuerza de arrojar euros dentro de la canasta, compramos nuestro derecho a estar con ellos, empujándolos contra la pared. Así, transformamos en esta follia de cada día, al silencio propio de sus calles, silencio que se siente en la noche (la noche dulce, cansada, intimidada, que baja alto desde la Catedral de este pueblo y se desliza suave entre nosotros, sin ser vista, sin pensar ya en nada). Somos el turismo que quiere consumir cultura a mordiscones, dispuestos a comer a los animales todavía vivos, a despellejarlo todo de un tirón, bestias en furia. Lo bien que harían los locales en convocarnos a todos a la plaza principal y darnos un puntapié bien dado, a todos juntos, de una buena vez y para siempre (Y sin embargo, se patea a los inmigrantes que ofrecen su trabajo, mientras se recibe a los turistas que lo consumen).

foto: parete di Roma

2 comentarios:

sl dijo...

lo mismo digo, un placer leer tus apuntes

Anónimo dijo...

Muy buenos los apuntes! gracias por publicarlos gratis!