17 dic 2019

Únicos apuntes sobre Chile


En Chile sólo por dos días, y muy agradecido de estar por aquí, a partir de la invitación de cantidad de buenos amigos que, por suerte, están trabajando intensa y cooperativamente, comprometidos de manera vital, en este proceso de cambio constitucional (Christian, Constanza, Domingo, Pablo, Jaime, Javier, Pablo, Matías, tantos más!). Tenía muchísimas ganas de llegarme hasta aquí y ver, de primera mano, más de cerca, este fascinante, extraordinario y también preocupante "momento constitucional" (si los "momentos constitucionales" de Ackerman existen, ninguno tan claro e intenso como éste). En un par de días, se me acumulan notas, apuntes, emociones y encuentros. Van sólo algunas postales brevísimas para contar este proceso


La primera nota breve aparece en el avión que me lleva a Chile, un avión de la compañía chilena LAN, de la que era presidente el -todavía- presidente del país, Sebastián Piñera. A nuestro arribo, y presto a bajar del avión, se repite un hecho que ya esperaba (y por eso la foto que me había preparado a tomar). De un modo que NO se repite en ninguna otra de las aerolíneas que conozco, y apenas se inicia el proceso de descenso, dos azafatas ponen su cuerpo, bloqueando el paso entre la Primera Clase y la Clase Turista, en que nos acumulamos incómodos, de a cientos. En cualquiera de las otras aerolíneas que conozco, el descenso es más ambiguo y matizado: los de Primera gozan de una molesta prioridad, pero que se deshace enseguida, con el aval del personal de a bordo. A los pocos instantes de que se ha abierto la puerta de salida (y en la medida en que no haya una puerta especial de salida para los de la Primera Clase), “ricos y pobres” van confluyendo hacia la salida común. Aquí no, nunca: siempre el bloqueo físico. Pero no sólo ocurre que la División de Clases es marcada, y sostenida físicamente por el personal, sino que se produce el agravio siguiente: hasta que el último pasajero de Primera no termine de juntar sus papeles o no acabe de acomodarse sus calcetines, los pasajeros de Clase Turista son obligados a esperar. Allí está el personal de a bordo para impedir que los Turistas les molesten. La furia que se acumula en esos instantes entre los desclasados es brutal. Metáfora nacional: la División de Clases; la coerción; la provocación; la ofensa; la bronca. Luego, el estallido enojado, radical, sorprende poco.

En Valparaíso, donde hago mi primera presentación, salgo a caminar unas cuadras antes de que me pasen a buscar. Tomo un café en "Puro Café," y me dirijo a un kiosko para comprar agua. La ciudad está detonada; las paredes tapiadas; todas las vidrieras cubiertas por paneles de metal (el chiste/ “meme” es el del herrero-millonario: el más solicitado de esta época sin trabajo). En el kiosko al que llego veo un cartel, que se repite en la puerta de entrada y en la pared interior: “Apoyamos la causa. No destruya nuestra fuente de trabajo.”

La primera conferencia en que participo resulta algo accidentada. En particular, por dos mujeres mayores de edad -unos 70 años cada una; provenientes de los cerros. Todo lo que ocurre es tan disruptivo como inesperado y espectacular: la nueva normalidad de una sociedad civil empoderada. No se trata sólo del hecho inusual que dos mujeres mayores, no educadas, de las barriadas pobres, se acercan a la Universidad. Es inhabitual, sorprendente también, que ambas quieran intervenir. Y que levanten la mano. Y que pregunten. Y que cuestionen. Y que desafíen a todos. A todos. Una dice: “lo que yo quiero es que me enseñen a escribir una Constitución.” Y sigue, y sigue. Y la otra, cuestionando a los organizadores: “estas reuniones tienen que trasladarse a los cerros. La Universidad tiene que ir hacia allá.” Disonante, inesperado, notable. 

Cuando recibí el honoris, hace apenas unos meses, aquí mismo en Valparaíso, tomé como personaje central de mi presentación a Pedro Lemebel. El H.C. quedó dedicado a él, perseguido, negado, ninguneado, olvidado. Apenas semanas después, es objeto ya firme de reivindicación colectiva. El documental en su homenaje es, por lejos, el más visto del año. 

El hijo de mi amigo Christian salía de compras, con su madre, en el auto de ella, hasta que se ven obligados a detenerse: quedan bloqueados en una calle tomada. Al rato, y mientras siguen inmovilizados, ven llegar a “los pacos,” decididos a enfrentar a los manifestantes. El niño entra ahora en pánico y grita asustado: “no quiero perder los ojos”, “no quiero perder los ojos”.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Roberto
En un tema que no esta relacionado a este articulo
Podes explicar los articulos del impeachment de Trump y por que la Camara de Diputados puede retenerlos ( estrategia que aconseja Tribe)
Jonathan