25 oct 2022

VII. LOS MARGINADOS DEL MUNDO (Apuntes un poco marxistas)

(De las CRÓNICAS DE UN VIAJE). Hago un intervalo temático, frente a la cronología geográfica que venia presentando. Y es que ya son demasiadas las veces que irrumpe entre lo que escribo y veo, la cuestión de los inmigrantes ilegales. Me detengo un poco en el tema, en código algo marxista.



Un fantasma recorre Europa: los marginados. De las notas comunes de todos estos días, en diferentes países, tomo primero la que dan los inmigrantes, los ilegales, los marginados: desarrapados, desparramados por el suelo, en todas las calles que recorro. Uno, en particular, me aterra. Estoy en el subte en París, y un africano fuera de sí, delgadísimo, los ojos rojos de pescado muerto, avanza por los pasillos del metro donde ya ni esperanzas caben, trastabillando como el espectro en la locura que es, mientras la gente a su paso contiene la respiración, contrae el cuerpo, horrorizada. Es un fantasma, un fantasma famélico, que avanza y se cae, avanza y se cae, herido en el alma, ya sea sin aire, ya sea sin cuerpo. El fantasma del metro, las piernas ausentes, doloridas, da pasos de marioneta, chillando como un gato, con un hilo de voz que apenas se escucha y duele, las manos negras, raquíticas, abiertas hacia arriba, rogando al dios de un rayo que lo fulmine. Los ojos de cada uno eluden sus ojos y él, cuando encuentra unos (aunque sea apenas), que no esquivan los suyos, se abalanza sobre ellos y por las llagas grita. Grita con sus gruñidos de vidrio que se resquebraja, grita con sus pantalones caídos, grita con su humanidad desnuda de animal perseguido, grita mordido una y otra vez por las fieras que somos, grita despedazado por los leones que habitan ahora en el metro, en cada rincón, junto a cada salida: ya no hay refugio, ya no hay afuera ni adentro. Un fantasma recorre Europa, avanza y cae, da un paso y trastabilla, parece vivo pero está sin vida.

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Marginados del mundo: perdón! La frase “proletarios del mundo, uníos!” nace con la socialista peruana Flora Tristán (!), pero termina resultando popularizada por Marx y Engels (es, como sabemos, la frase con la que cierran el breve e influyente “Manifiesto Comunista” de 1848). Ahora bien, cómo entender el pedido que incluye Marx en su famoso escrito, siendo él quien era; habiendo escrito él lo que había escrito; habiendo elaborado con tanto detalle la docrina que él había elaborado? La extrañeza que genera su convocatoria tiene razones múltiples. Su llamado a la unión,

* tensiona con el materialismo histórico; 

* implica un gesto de mero voluntarismo; 

* desplaza los compromisos de su teoría con un cierto (y razonable) determinismo; 

* choca contra las fuerzas de la historia -y con una lectura histórica apropiada, sobre ese momento y contexto; 

* se focaliza en la superestructura; 

* es individualista (más allá de, si pudiera agregar, arrogante); 

* desconoce el significado de la organización colectiva; 

* busca liderar, en lugar de expresar, al movimientismo de base;  

* desconsidera o minimiza el papel de la clase obrera. 

Me pregunto, en todo caso, cómo es que hoy hubiera escrito Marx la última línea de su maravilloso Manifiesto Comunista: a quiénes hubiera invocado y qué les hubiera dicho. Sobre lo primero, pienso: a los marginados del mundo. Sobre lo segundo, quisiera pensar: qué, sino pedirles disculpas, en nombre de todos nosotros?

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Ni las cadenas. Como los underclass del presente -los más desaventajados de nuestro tiempo- se encuentran marginados del sistema, por completo, no hay forma de explotarlos (nadie se interesa en ellos), ni ellos tienen forma de extorsionar, o al menos intentar torcerle el brazo, a los de arriba, a los privilegados. En lo que se advierte en Europa, los ofendidos y humillados demuestran un origen común: son inmigrantes indocumentados. Entre ellos y los de más arriba ya no hay patrones ni incumplimientos. Tampoco, por eso mismo, hay organización entre los más de abajo. Peor aún, no hay lazos (vínculos fuertes, como los que se desarrollan en una fábrica o en una mina; relaciones personales; afectos) verticales, pero tampoco horizontales. No existen, finalmente, las cadenas. 

Jugar. Cuando todo lo sólido ya se ha disuelto. En esta situación de tragedia griega -construida o destruida, más que desgraciada- sólo se advierte el espacio de comunidad entre grupúsculos de inmigrantes del mismo origen. Supongo que muchas veces se trata de los lazos de la familia extendida. Veo a un grupo de inmigrantes que parecen venidos de Irán o de Siria, al costado de la estación de Perrache, en Lyon. Son las 9 de la noche y han preparado sus tiendas de dormir: hay tres de ellas ya alistadas. Pero todavía no es hora de acostarse, y entre ellos hay varios adolescentes y, sobre todo, niños. Insomnes y activos como los niños que son. Quedo boquiabierto, como tantas veces, frente al despliegue de juegos que veo: lo tienen absolutamente todo, teniendo materialmente nada. Algunos juegan a las figuritas con papeles pintados; hay un despliegue de cartones rectangualres, sobre el piso, que intuyo sirven para un juego de cartas; una niña pinta, en soledad -recostada y tranquila, el estómago contra el piso- pero siempre cerca del resto, mientras una madre le lee un cuento a otra; hay un monopatín, que alguna vez fue eléctrico, descansando en una esquina de este apartado, y un triciclo plástico de recorrido ya breve, que queda a su lado. Es el salón de juegos más divertido del mundo. Todo se ha disuelto, todo se ha esfumado, menos las irrefrenables ganas de seguir junto a los otros niños, jugando.





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