30 mar 2015

Una ética de las convicciones



(publicado hoy en LN, acá)

Hace tiempo que el oficialismo tiene dificultades para justificar una mayoría de sus políticas. Entre quienes todavía intentan hacerlo, tienden a primar dos estrategias. La primera de ellas se vincula con la construcción de un adversario a medida –uno caracterizado por ser políticamente inepto e ideológicamente reaccionario: se ha cimentado en tal sentido un torpe rival al que denominan “republicano.” La segunda estrategia no se relaciona, en cambio, con la caricaturización del opositor, sino con la afirmación del pragmatismo político como programa. El pragmatismo que hoy distingue al gobierno (antes que el “populismo”) se basa en la invocación de fines valiosos como respaldo a medios de cualquier tipo. Se trata, se nos dice, del “precio a pagar” por conseguir aquellos fines. Me detendré a continuación en el examen de estas dos estrategias.

La primera de las estrategias mencionadas se refiere a la creación de un opositor-muñeco de paja: el rival “republicano”. El republicano del caso, curiosamente, no tiene nada que ver con el que se estudia en filosofía política: se trata de un republicano bobo, hecho a medida, que vive de ideales abstractos; que no entiende nada de la política “real”; que no sabe que la política nueva se hace con la vieja (“el  rancho se hace hasta con bosta”). Este extraño republicano habla como un zombie del “equilibrio de poderes” y cree que se puede hacer política sólo con principios, porque nunca se ha mezclado con el “barro” de la política verdadera –“no camina el territorio”. Dicho republicano, por lo demás, pide “acuerdos” y defiende el diálogo, repitiendo como un mantra el ejemplo del “pacto de la Moncloa.”

La construcción del caso resulta, en muchos sentidos, notable, porque el republicanismo que se estudia en la filosofía política nos refiere a una teoría que se organiza en torno al ideal del autogobierno colectivo; que predica, sobre todo, la participación ciudadana; que se preocupa por la “virtud cívica” (entendida como la disposición de la ciudadanía a intervenir directamente en la decisión y control de los asuntos públicos); que reivindica el compromiso con lo público del mismo modo en que repudia la “corrupción” de quien confunde la gestión pública con el beneficio privado. Es decir, cuando la filosofía habla de “republicanismo” no refiere, en absoluto, a ninguna de las tonterías que el kirchnerismo le atribuye a su rival republicano. Esta disonancia denota una falla seria en la crítica oficial: o se trata de mala fe, o se trata de ignorancia teórica. Suponemos que usualmente se trata de las dos cosas.

De todos modos, y más allá del debate sobre la filosofía política republicana, lo cierto es que, en la vida real, es difícil encontrar críticos del gobierno tan torpes como los que expresa ese opositor imaginario (aunque haya opositores al gobierno que invoquen, con irresponsable ligereza, los ideales republicanos): ningún “republicano” mínimamente consciente de lo que dicha concepción significa dice ninguna de las sandeces que se le atribuyen a ese “enemigo perfecto”. El republicanismo fue y sigue siendo una alternativa política con un fuerte contenido propositivo, y que a la vez –como toda teoría política de interés- nos ayuda a delimitar los contornos y límites que la política no debiera atravesar nunca.

El kirchnerismo, sin embargo, no sólo rechaza este tipo de limitaciones teóricas, sino  que las repudia. La renuncia a abrazar una filosofía política articulada –cualquiera sea ella: llámese republicana, liberal, cristiana, marxista o lo que fuese- le abre la puerta al sostenimiento de políticas pragmáticas que se confunden demasiado habitualmente con el oportunismo y el auto-interés (curiosamente: las mismas disposiciones políticas que el republicanismo combate). El problema con este modo de pensar la política no reside sólo en el pragmatismo –que merece ser visto como un problema- sino sobre todo en la carencia de herramientas conceptuales a partir de las cuales bloquear, incondicionalmente, ciertas acciones y decisiones. Finalmente, para el oficialismo, todo es posible: cualquier medida puede ser aceptable (llámese, espiar a opositores; nombrar como Jefe del Ejército a un general acusado de crímenes de lesa humanidad; dictar una ley antiterrorista; pactar con dirigencias provinciales nefastas; gobernar de la mano de los servicios de inteligencia). Todo vale si es posible presentar a la acción del caso como un medio necesario para alcanzar un fin lejano que se considera valioso (llámese justicia social, derechos humanos, o políticas “nacionales”). Adviértase, por el contrario, de qué modo cualquier ideología no tomada superficialmente, impondría sus límites al actual pragmatismo del “todo vale.” Por dar algunos ejemplos: el republicanismo no aceptaría nunca una política que no se dirija primariamente a fortalecer el autogobierno o que esté basada en la decisión discrecional de uno solo; el cristianismo rechazaría incondicionalmente toda política capaz de convivir con mecanismos estructurales de corrupción; el liberalismo no aceptaría nunca el uso de los recursos públicos para la construcción de monopolios propios; el marxismo repudiaría en todos los casos formas de concentración y extranjerización de la economía como las que hoy imperan. En definitiva: las ideologías importan. Y no porque uno deba someterse a ellas ciega o dogmáticamente, sino porque las mismas nos dan pautas sobre lo que debe hacerse y -sobre todo, agregaría- definen reglas estrictas respecto de lo que no deberíamos aceptar nunca.

No es un dato menor, en dicho contexto, que el credo pragmático del oficialismo sea compatible con todo. En tal sentido, el concepto de “populismo” con que a veces se quiere describir la ideología del gobierno resulta impertinente (más allá de que se trate de un concepto habitualmente impreciso): lo que tenemos enfrente tiene que ver con un pragmatismo cualunquista, que no tiene reparos en suscribir o apoyar políticas de ningún tipo. Por eso es que no debe sorprendernos que, a pesar de la invocación del ideal de la “no represión,” Berni comande, desde hace años, las políticas de seguridad; o que las referencias permanentes a los derechos humanos aparezcan como perfectamente compatibles con Milani al frente del ejército; o que el discurso de pensar primero en el pueblo (“la patria es el otro”) ampare alianzas de décadas con los más cuestionables “barones del conurbano” y caudillos provinciales opresores de minorías: todo vale. Se trata –se nos dice- del “precio a pagar” para alcanzar una Argentina nueva.

Lo peor de todo esto es que ese pragmatismo sin principios no describe, simplemente, a las caras más visibles del oficialismo, sino que se propaga como fuego hacia militantes y simpatizantes prominentes, que se han especializado, ellos también, y contra su historia, en justificarlo todo. Nos encontramos entonces con analistas que lideraron la crítica a la corrupción menemista, pero que desde hace años optaron por hacer la vista ciega frente a la corrupción estructural del gobierno: se trataría del “precio a pagar” por sostener la política de derechos humanos. Escuchamos a prestigiosos juristas que, sin problema alguno, pasan por alto la sistemática utilización de los servicios de inteligencia para presionar a jueces y fiscales: se trataría del “precio a pagar” en el camino de la reforma de la justicia. Vemos a renombrados economistas que hoy callan frente a la firma de acuerdos infames (acuerdos que, de tan vergonzosos, el gobierno no se anima siquiera a hacer públicos): se trataría del “precio a pagar” por una economía recuperada.

A ellos deberíamos preguntarles: pero, cuál es la conexión que existe entre la defensa de ciertas políticas “preferidas” (juicios a los militares; jubilaciones extendidas; ProCrear etc.) con cualquiera de las políticas gravísimas que defienden o calladamente amparan (espionaje interno; Proyecto X; ley antiterrorista; uso del poder del Estado para el enriquecimiento privado)? En qué sentido el encubrimiento u ocultamiento de la corrupción estructural ayuda, en lugar de perjudicar, al sostenimiento de la política de derechos humanos? Y por qué razón el amparo a acuerdos infames, secretos, podría ser necesario para mantener la AUH? (Para seguir con el ejemplo: el sostenimiento de la AUH es posible aún con restricciones económicas, del mismo modo en que la expansión económica no requiere de acuerdos secretos: la AUH necesita más una ley que la respalde, que la firma de un tratado vano).

En definitiva, ni es cierto que los rivales del gobierno asuman o estén obligados a asumir posiciones tan burdas como las que el gobierno les atribuye (un “republicanismo” de cartón); ni es cierto que las más disputadas políticas del gobierno resulten un medio necesario (“el precio a pagar”) para el logro de fines que cualquiera defendería. Se trata de políticas en todos los casos injustificables, que no están amparadas ni por las ideologías que repudian, ni por los ideales que invocan.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Por qué el título de La Nación no es el mismo que el del blog?

m a r t h a c a s a s dijo...

No podría estar más de acuerdo con este post. De hecho hasta donde puedo recordar he creído siempre que lo importante no es el individuo particular sino el sistema la idea lo que trasciende , bla bla bla.
"El cementerio está lleno de imprescindibles" remataba para mis propias cavilaciones y para cualquier discutidor ocasional.

Ayer sin embargo (o anteayer) he tenido una revelación epifánica. No se como me vino pero fué como una convicción. Así de repente: "El cementerio está lleno de inútiles", también...claro está. Vaya.
Me incomodó eso. Por ciertas convicciones humanistas y eso de que no es importante el individuo sino que cada quien tiene su rol por pequeño que sea blablabla.
Pero la convicción me surgió así, sin más, sin pedir mucho permiso a mis ideas previas.
Y me desbarató toda esa filosofía cristalina tan orgullosamente sostenida de por vida. ¿Cómo que está lleno de inútiles? Y sí... las verdad...que bueno, para que vamos a decir otra cosa, muchos inútiles hay allí. Pobres ellos, a lo mejor no tuvieron oportunidades, a lo mejor no tuvieron una madre que los cuestionara que los estimulara a ser mejores. Como mi vieja, que se negaba a hacerme los dibujos de los cuadernos, "loquevaleesquevoslohagas" o mi santo padre que en paz descanse que se negaba a dar una respuesta a nada "leé, ahí estan todas las respuestas." Sospecho (tengo la convicción) que eran un par de chantas que no se querían complicar mucho, pero de todos modos eso no le quita mérito a sus métodos,....
Y si,... el cementerio está lleno de inútiles también, no se que voy a hacer con eso. Supongo que una implicación es que la gente inútil tampoco es importante,....del mismo modo que no lo son los imprescindibles. En fin...
Creo que me va a llevar mucho tiempo desmadejar todas las implicaciones de esa revelación. Confieso que todo esto me ha llenado de confusión.
Sin embargo.
Mientras tanto, pregunto,
argentos,
porque de una vez no dejamos de festejar lo cachivache? lo tonto, lo disminuído,
lo ignorante...
"loquevenga", "loquesalga",...
y todo eso mas o menos por el estilo....

No se, digo.

Sin renunciar a mis convicciones de que es el grupo quien hace la diferencia y no una persona aislada,.... bueno algo así. Pero tengo que revisar eso en algún punto,creo.

Rodrigo dijo...

Off topic: me gustó mucho el "Proyecto Nave Tierra". Se están haciendo cosas que también son políticas, y salen de la trillada discusión "k vs antik". Acá dejo un link:
https://www.youtube.com/watch?v=b0K0uMzZ5pw

Anónimo dijo...

pero tambien el pragmatismo se estudia en filosofia politica. Esto ya no es eso, si se ve, que incluso dentro del gobierno, no existe acuerdo minimo sobre algo en particular, no tiene nada qué tiene que ver, por ejemplo, Feimann con Berni? A menos que se hable de pragmatismo en el sentido de obediencia u obsecuencia. En eso si estamos de acuerdo. Por otra parte, también se cargan tintas contra la oposicion, pero no creo que un peronista en serio sea parte del proyecto actual. Se le achacan los males a la oposicion, sin embargo, estamos en presencia de una carencia absoluta de principios, y valores, lo que nos lleva a un estado de "cualunquismo", en eso si, que hay lugar para Zaffaronis, Carles, Bernis, etc. etc. Que el nivel de democracia está por el piso, nadie puede negarlo, y eso es el caldo de cultivo para estos oportunistas. No se cuales serán los efectos de este vacio de valores. Por lo pronto, esperemos que los oportunistas que se meten por la ventana sean los menos posibles... Martin Solanas

Anónimo dijo...

Off topic. En algún momento aquí se habló de la sentencia que condenó a CHA por los daños producidos en una manifestación. Bueno, la PGN dictaminó a favor de la revocación de la sentencia. Hay que ver ahora qué hace la CS. Gargarella, Igualitaria et al, a "amicusiar" please!!:
http://www.fiscales.gob.ar/procuracion-general/proteger-la-libertad-de-expresion-implica-que-el-estado-adopte-medidas-seguridad/

Eduardo Reviriego dijo...

Me parece que para caracterizar al kirchnerismo, nada mejor que compararlo con los regímenes patrimonialistas, con los que comparte la mayor parte de sus políticas, según la descripción que de los mismos hace Oscar Ozlak, en este texto:
http://www.ccee.edu.uy/ensenian/catadmdes/Material/OSZLAK_Oscar_Politicas_publicas_y_regimenes_politicos.pdf

Fede B. dijo...

Muy buena nota, RG. Me gustaría mucho leer algunas reflexiones tuyas sobre otro pilar del discurso kirchnerista, la idea de que "el poder son los otros". Que involucra una noción muy particular de lo que es el Estado -en el fondo, coherente con el personalismo extremo: no el monopolio de la violencia legítima, sino una pobre viuda asediada por facinerosos. El monopolio son siempre los otros, es otra forma de decirlo. Ojalá te tiente, realmente me gustaría leerlo. Saludos, Federico