28 ene 2021

Trilogía ranquel 1

La excursión y la muerte Hoy. Cuando lo vi así, desafiando al bruto, torpemente empuñando el cuchillo con el brazo izquierdo, con esa abertura fatal (de un púrpura tan intenso, tan luminoso) en el derecho; cuando lo vi así, medio embriagado, quiero decir, cuando advertí que, en verdad, seguía estando en parte sobrio, até los lazos. Entendí que ésta era la última escena de una obra transcurrida en años. Se trataba del cierre del largo recorrido que le había conocido: del escepticismo a la euforia, de la euforia al desencanto, del desencanto al desatino. Días. Su escepticismo se hizo visible con los preparativos del viaje: un emprendimiento lleno de ambición, sospechoso y con final incierto; el ingreso a un territorio, material y moral, desconocido y temible. Jordán, llamémosle así, fue uno de los 11 soldados que, junto con 4 oficiales y 2 franciscanos, acompañaron en su expedición a Mansilla. Fue él uno de los protagonistas discretos de lo que muchos consideraron una histórica hazaña. Adentrarse así nomás, confiados, cargados de promesas y papeles, en tierra de los bravos ranqueles: cómo podía ser posible eso? Aventurarse así, entre las filas enemigas, con las espaldas cargadas de sospechas y las manos vacías de armas: cómo podía terminar bien el intento, con semejante comienzo? Llegar así, clamando paz y amistad, entre quienes se habían sabido ya traicionados. Cómo no tener recelos? Cómo, con un gobierno lleno de gritones, ladrones, adulones y señoritos? Y sus superiores, los que con él emprendían la odisea? Jordán apenas guardaba, secretamente, alguna módica fe en Mansilla. Todos los demás le parecían rústicos y pendencieros. Semanas. La euforia se la reconocí semanas después, pasados recién sus 15 días en las tolderías (Quién no, que lo hubiera vuelto a mirar? Quién no, que en él se interesara un poquito?). Quiero decir que así lo encontré después, cuando estuvieron de vuelta: los ojos de Jordán eran otros, brillantes, alborozados como nunca, por fin dichosos. Jordán, que era recatado y modesto, no paraba de hablar con quien se le arrimase, lleno como estaba de historias y de secretos. Jordán volvió de la excursión admirando a Mansilla -más ahora, con aquel sancionado- describiendo cada vez que podía la finura del jefe (esas “cartas zurcidas”), su poder de observación, sus cualidades para la palabra, sus escondidos excesos. Volvió fascinado, también, con el lonko (Mariano Rosas, a quien el Brigadier había secuestrado primero y después nominado), con su carácter firme y de candores pulido (“Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muerto”). Volvió deslumbrado, sobre todo, con la vida que había aprendido junto a la indiada: la disciplina y la juerga, la organización estricta y el caos completo. Deslumbrado frente a esa hospitalidad sin límites de los ranqueles: para el desconocido y para cualquiera, fuese cristiano o renegado, fugitivo de la justicia o impío. Lo mismo daba, nada de eso importaba, sólo la buena fe y la disposición a colaborar con el resto. Además (o habré de decir, sobre todo) Jordán parecía habérsele arrimado a una china que, según me sugiriera cada vez que le fuera posible, había buscado y sonreído a su mirada, irrefrenablemente, desde el primer día. Ella estaba tan presente en él, tan en su cuerpo, que todavía no la extrañaba. Aún no era ausencia y ni siquiera recuerdos. Vivía él como si conviviese con ella. La dicha propia resultaba también, finalmente, de aquello en lo que se había convertido la travesía: una epopeya. La épica nacional como trasfondo que hacía posible la humilde felicidad de uno. Años. Por eso la decepción, por eso el desengaño que terminaría por resquebrajarse años después, hacia los 80, cuando supo lo que llegaba. Todos los acuerdos de paz, los que él había visto cerrar y celebrado, como si no existiesen. Todas las frases dichas, las manos apretadas, las miradas finalmente relajadas, confiadas, se convertían en nada. La palabra dada! Las promesas francas! Jordán creyó enteramente en todo lo que habían ofrecido! Años de obstinados intentos por mantener o revivir tales acuerdos! Por qué este vandalismo de arrasarlos? Como si se hubieran adentrado allí -semejante bravura- sólo para la repartija de cigarros, de vino, de azúcar y de botas duras. Como si fuera eso lo que los ranqueles buscaban. Como si los dejáramos reducidos a eso: unos miserables llenos de carencias pero sin pensamiento. Pero, qué podía esperarse de Roca? Por los rumores que corrían, Jordán lo entrevió así desde un comienzo: se trataba de un bravucón, un arrogante, un pillo. Alguien menos interesado en los destinos de la patria, que en dejar en claro la inquebrantable autoridad de sus designios. Ahí estaban, para probarlo, los resultados: la expropiación de las tierras de otros, la deportación a reservas que daban miedo, la mano de obra forzada, y ay! la violación salvaje de las apresadas. Cómo? Cómo, de aquel comienzo esperanzado, había podido llegarse a este infierno? Hoy, otra vez. Fue ayer que Jordán se enteró de la nueva. Él también era convocado. Él también habría de emprender la conquista, el camino hasta convertirse en otro, en un fratricida, en un nuevo huinca, homicida de sus hermanos. Cómo iba a transformarse él de ese modo, con lo que orgullosamente había visto y contado? Cómo él, con las amistades que para siempre -así lo creía- había forjado? Cómo él, frente a la única mujer que habitaba en sus recuerdos (la única a quien se animaba a invocar, cuando la noche se dobla y se encoge hasta quedar pequeña, en la antesala del sueño)? Por eso -ahora lo sé- hoy se había mostrado así, tan extraño, desde la mañana: enajenado y confuso, perdido. Iba y venía de una punta a la otra del cuarto. Como tigre viejo que sabe que se le vienen encima, y no puede huir ni enfrentar al enemigo. Recién ahora entendí el alcohol, la desusada daga que se colgara en la cintura, su inusitada provocación al bruto. Recién ahora comprendí todo, cuando vi avanzar a Jordán, como amenazante, como delirado de alcohol, como extraviándose en un grito, mientras abría descuidado el brazo, invitando así, ya gentil, ya sin fe, una última puñalada contra su pecho.

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente Dr.como siempre,mis respeto y admiracion.