
Justo la noche en que premiaban la peli en Berlín -Oso de oro, que no es poco- me fui a ver La teta asustada, previendo el premio, y atraído por los rasgos salientes del film: viene del Perú, país del que he visto poco y nada en cine; la directora es pariente de Vargas Llosa; la trama gira en torno de una joven indígena, que sufre el síndrome que da título al film y que refiere a un aparente mito acerca del terror transmitido por las mujeres -víctimas de violaciones y otras atrocidades recientes- a sus hijas, a través del amamantamiento. La película se adentra en un camino lleno de riesgos, siempre próximo al abismo: el realismo mágico; el paseo turísitico por el indigenismo; el progresismo for export. Su mérito tiene que ver con los modos en que esquiva los peores peligros que la rodeaban, y su defecto con la forma en que cae víctima de algunos de ellos (así, la directora nos deja cantidad postales que exhiben todos los rasgos que el extranjero que se ríe de, o quiere ser compasivo con, los indígenas, quiere encontrar). Prefiero, de todos modos, resaltar lo valioso: una historia sobre el silencio y el pánico de una joven que proviene de un grupo agresivamente subordinado (la ruptura de clases, en países como Perú, es brutal como en pocos lugares), su temor a socializar, su susto frente al hombre. Y si bien la directora se acerca a los parientes y vecinos de la joven (actores no profesionales a los que se les nota demasiado la no profesionalidad) con menos cariño que ánimo pintoresquista, ella gana, y así su obra, con un enfoque lleno de amor y respeto hacia la protagonista.