Publicado hoy en LN
https://www.lanacion.com.ar/opinion/instituciones-rigidas-vs-sociedad-en-movimiento-nid2237493
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El nuevo libro de Adam
Przeworski, Por qué tomarse la molestia
de hacer elecciones? ofrece muchas de las virtudes que ya son propias de
trabajos previos del autor. La obra está repleta de preguntas y observaciones
lúcidas; que aparecen siempre apoyadas en citas entretenidas y datos empíricos
sólidos. El resultado es un trabajo ameno e interesante, que puede leerse de
corrido y relajadamente, o con lápiz y papel en mano. Otra vez: no se trata de
un manual destinado a describir todo lo que existe en el área; ni de un
conjunto de propuestas para el cambio institucional. Se trata de un trabajo de
reflexión crítica, hecho por una persona a la vez curiosa y comprometida, que
pretende entender el funcionamiento “real” del sistema de elecciones, antes que
sugerir cómo cambiarlo. En su homenaje, quisiera subrayar tres problemas a los
que apunta el libro, sugiriendo en cada caso preguntas o continuaciones
posibles.
Las
elecciones como modo de procesar conflictos y prevenir la violencia.
Przeworski considera que la principal virtud del sistema electoral es su
demostrada capacidad para “procesar con
relativa libertad y paz civil los conflictos que surgen en la sociedad.” La
constatación es importante y sirve para precisar nuestras críticas al modelo
institucional vigente. Subrayaría entonces que la virtud señalada -“canalizar
la guerra civil”- resulta la contracara de uno de sus obvios defectos: su
incapacidad para “promover el diálogo”. Se trata de un problema serio para quienes
valoramos la “deliberación democrática”: todos los mecanismos e incentivos que
ofrece el sistema operan en dirección contraria al diálogo. Lo que tenemos es
un conjunto de “herramientas defensivas” que, como dijera James Madison, permiten
“disparar” ante el “ataque seguro de los demás” (i.e., el veto presidencial; el
control de constitucionalidad; el juicio político.). Necesitamos preguntarnos, por
lo tanto: qué cambios institucionales se requieren para favorecer la
conversación político-social?
Por
qué los pobres no expropian a los ricos? Uno de los
interrogantes más dramáticos que plantea el sistema de elecciones es el
siguiente: Cómo se explica que, siendo los pobres habitualmente la mayoría, no
usen las elecciones para unirse, ganarlas, y expropiar a los ricos? Las
respuestas posibles son muchas, y en ningún caso sencillas. Siguiendo al autor,
diría que: i) nuestro sistema institucional nació como un pacto entre elites
poco sensibles a lo que hoy denominamos democracia (su primera preocupación era
la de “filtrar y refinar la voz del pueblo”); ii) luego de más de 200 años de
constitucionalismo, hemos demostrado poca imaginación institucional, y
mantenemos básicamente intocada la organización del poder entonces diseñada (en
mis términos, mantuvimos indemne la “sala de máquinas” de la Constitución); por
lo cual iii) hoy afrontamos un duro contraste entre nuestras -cada vez más
amplias- demandas democráticas, y nuestras –cada vez más estrechas-
posibilidades institucionales. De allí el ciclo de “esperanza y decepción”
permanente al que se refiere el autor, y de allí también la urgencia de
emprender cambios institucionales capaces de expandir nuestra, hoy muy
limitada, capacidad de “decisión y control” políticos.
Democracia,
derechos y extorsión. Finalmente, quisiera hacer referencia a
otro problema señalado por Przeworski, y que refiere a las dificultades que
muestra la ciudadanía para distinguir entre, por un lado, políticas que parecen
contribuir a su bienestar inmediato y, por otro, medidas dirigidas a socavar a
la democracia en el largo plazo. La pregunta es: cómo alentar unas medidas y
desalentar las otras, cuando contamos con un solo voto? La cuestión nos invita
a pensar críticamente, otra vez, sobre los arreglos institucionales de que
disponemos. Ellos nos ofrecen elecciones “a libro cerrado”; nos obligan a
elecciones del tipo “todo o nada;” nos dejan sin posibilidad de establecer
matices. Caemos víctimas, entonces, de extorsiones indebidas, que nos fuerzan a
optar por un bien (“más derechos”), a cambio de políticas que no queremos
(“re-elección”). Luego, para peor, se nos culpabiliza por nuestras “elecciones
equivocadas.” Conviene, entonces, dejar en claro la cuestión en juego: enfrentamos
no tanto el problema de una ciudadanía que no sabe elegir, sino el de un
sistema institucional que no nos permite actuar como soberanos, discerniendo
entre lo que reclamamos con convicción, y lo que rechazamos con igual énfasis.
1 comentario:
Si el sistema institucional no es representativo, el derecho no es vinculante. Ni para las autoridades ni para sus destinatarios
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