Publicado hoy en Revista Ñ (por ahora, por acá: https://www.pressreader.com/argentina/revista-n/20200606/281608127662314 )
Quisiera reflexionar
sobre las dos posturas que han ido consolidándose en estos días, desde círculos
de intelectuales, académicos, y científicos, en torno a las políticas que viene
llevando adelante el gobierno frente a la actual emergencia sanitaria. Aunque
voy a concentrarme en ciertos desacuerdos que guardo en torno a las dos visiones,
quisiera comenzar señalando mi parcial coincidencia con ambas, sobre todo (pero
no sólo) a partir de las dos “cartas” (en tensión entre sí) que se han
publicado sobre el tema. Ocurre que desde ambos lados se hacen afirmaciones con
las que hoy es difícil estar en desacuerdo. Por un lado, parece claro que el
gobierno ha venido haciendo esfuerzos genuinos para controlar la pandemia; ha
reaccionado muy tempranamente frente a la misma; ha buscado consenso político; ha
tomado en serio a la ciencia; y ha hecho un enorme esfuerzo por atender la
suerte de los más vulnerables, en un contexto de dificultad económica
extraordinaria. Por otro lado, también resulta innegable que,
institucionalmente, el gobierno ha quedado básicamente reducido al accionar del
Ejecutivo; que en estas largas semanas, desde el poder, se cometieron faltas y
errores importantísimos (desde compras con sobre-precios, a intentos ilegales
de controlar a la población, como en el caso del “cyber-patrullaje”); o que su
política se muestra “estancada” en la inercia de una estrategia de cuarentena que
dilata y no resuelve el problema sanitario de fondo, mientras no ensaya caminos
alternativos (Uruguay?), y genera, a través de sus acciones y omisiones,
problemas sicológicos, sociales y económicos.
Dado lo anterior (hay
“buenas razones en ambos lados”), resulta absurdo e injusto que se diga que “los
del otro bando” están “del lado de la muerte;” o que forman parte de “la
derecha más rancia”; o que “son los que se entregaron al gobierno”; o que “dicen
lo que dicen porque están cobrando bien.” Según creo (y me lo repito a mí
mismo), tenemos que presentar los argumentos del otro en la versión que más nos
desafía -la que los deje en una posición más difícil, y no la que nos refuerce en
el lugar en que estamos. Necesitamos poner “en su mejor luz” los argumentos que
nos da el otro, sobre todo en la medida en que -como es el caso- el otro nos
ofrece argumentos.
Tal vez en ese punto,
referido al “tomar la mejor versión del otro” es donde encuentro anclados mis
desacuerdos con ambas posturas. Por un lado, debiera resultar claro que es un
grave error referirse a “los otros” dando lugar a entender que ellos defienden
un sucedáneo de la dictadura (la “infectaura,” término infeliz si los hay); como
lo es asociar a los “contrarios” con la “Doctrina de la Seguridad Nacional” (sino
con “el comunismo” u otras aseveraciones igual de viejas e improductivas). De modo
similar, encuentro un problema en la ansiedad de tantos “científicos” por salir
a “blindar al gobierno” frente a las primeras críticas que con razón recibe. Lo
cierto es que siempre, el gobierno, todo gobierno, merece ser sometido a crítica:
la crítica que nos molesta, no la que nos gusta o la que auspiciamos. La
preferencia que muestran tantos intelectuales por “proteger” al poder resulta
entonces asombrosa, sobre todo tomando en cuenta el supuesto que parece mover a
muchos de los defensores del gobierno: las críticas crecientes servirían para “fortalecer
a la derecha” y no, en cambio, para “mejorar al gobierno,” ayudarlo a pensar, y
contribuir a que decida mejor la próxima vez. Pensar en los firmantes de la
“primera carta” como “la derecha más rancia, la que odia a los pobres” resulta
no sólo engañoso, sino también demasiado tranquilizador y autocomplaciente.
(Tengo una mala noticia para los firmantes de ambos documentos: más allá de que
cada uno debe hacerse responsable de las propias faltas, lo cierto es que somos
todos demasiado parecidos).
Expresados algunos
vínculos y diferencias con ambas posiciones, quisiera cerrar este escrito dando
cuenta de una línea de reflexión desatendida desde los dos lados, y también
desde ambas “cartas” publicadas. Me refiero a la perspectiva jurídica relacionada
con el tratamiento de la pandemia.
Diría brevemente, y en
primer lugar, que la Constitución sólo admite dos vías para limitar derechos:
una ley, o un decreto, pero -en este último caso- sólo luego de declarado el
estado de sitio. Dado que esto último es algo que no se quiso hacer (por
traumas, por miedo al control público, y también por buenas razones), entonces
sólo quedaba la posibilidad de limitar derechos por ley. Sin embargo, durante
estos meses, se restringieron los derechos más importantes y del modo más grave
posible (empezando por la libertad de movimiento), por decreto, es decir de un
modo contrario a derecho. Decir esto es compatible con defender el
confinamiento, y aún la prolongación del confinamiento. Pero hay razones
importantes para recordar por qué es que, desde hace dos siglos, la
Constitución no permite que se limiten derechos sino a través de la ley: necesitamos
que esas medidas, las más extremas, se apoyen en el mayor consenso, y gocen de
una amplia legitimidad democrática. Dicha legitimidad democrática no queda
satisfecha proclamando, simplemente, “muchísima gente apoya” (al gobierno, al
confinamiento): proclamas de tal tipo son propias de gobiernos autoritarios que
temen, y por tanto resisten, el control democrático. Alguien podrá decir:
“durante la pandemia, el Congreso no se podía reunir sin poner en riesgo la
vida de sus miembros”. Falso: buena parte de las democracias que conocemos
(desde España a Uruguay), extremaron recaudos y permitieron que, aún en el peor
momento de la pandemia, sus legisladores siguieran reuniéndose y tomando las decisiones
relevantes.
En segundo lugar, llegamos
hoy a una concentración de poderes mucho mayor de la que ya teníamos. Al drama
del híper-presidencialismo argentino lo llevamos ahora al extremo (y éste es
sólo un ejemplo) de autorizar al Jefe de Gabinete -alguien no elegido por el
pueblo- a tomar control total sobre el presupuesto (lo requería la pandemia?).
Esta situación está en tensión con los requerimientos de la Constitución, pero
también con las exigencias de la democracia: la democracia se expande cuando
decidimos entre todos, y se contrae cuando decide uno, o unos pocos, en nombre
de todos.
Para apoyar lo anterior,
menciono brevemente tres puntos. El primero: necesitamos atarnos a
procedimientos pre-establecidos -en lugar de decidir rápido y entre pocos- para
minimizar los errores que, previsiblemente, tienden a aparecer en las
situaciones de crisis. Ejemplo: el “viernes negro” para el pago de jubilados. El
segundo punto es sobre el conocimiento. Necesitamos volver sobre procedimientos
democráticos horizontales e inclusivos, particularmente en situaciones de
crisis, por una cuestión “epistémica”: si no consultamos con los propios
afectados (“pero consultamos a los expertos”), tendemos a ignorar o
malinterpretar las necesidades de aquellos en cuyo nombre queremos decidir. Ejemplos:
el más reciente es el de Villa Azul; el más importante, el sacrosanto consejo
de “lavarse las manos y confinarse” ofrecido a poblaciones que viven hacinadas
y sin agua. El tercer punto nos refiere a la historia latinoamericana. Los
latinoamericanos tenemos una trágica historia, que nos ha enseñado lo que
significa que se restrinjan derechos; se concentre el poder político-económico;
y se nos rodee de controles policiales. Se nos dirá otra vez: “Pero ahora es
diferente: gobiernan pensando en todos nosotros.” Agradecemos los esfuerzos, y
no dudamos de la buena fe del gobierno. Pero la historia regional nos enseñó
que siempre, pero sobre todo en épocas de crisis, necesitamos de la discusión
democrática, de procedimientos constitucionales, de la crítica política y de la
protesta social.
3 comentarios:
Muy buena nota, Roberto. Y en relación a la concentración de poderes; en la conferencia del jueves me dejó un gusto amargo cuando Alberto "chicaneó" al "otro bando" cuando en mención al uso de los dineros aplicado a una compra determinada dijo; "esto es lo que hacemos con los superpoderes". Osvaldo A.
Hola Roberto. Es tan razonable lo que escribis que asombra que el mundillo juridico no haya alzado la voz por las sucesivas prorrogas del aislamiento via decretazos obviando las competencias constitucionales del congreso que se encuentra sesionando en forma remota y necesariamente deberia discutir este asunto en su recinto.
Excelente artículo.Como siempre. Lúcido y criterioso. Armando Borgeaud
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