7 jun 2020

Otro cuento: El juicio


La Sala entera murmuró, como si fuera un cuerpo, cuando escuchó la frase. “La Persona Acusada se negó a firmar, incumplió su sacra misión en el funcionariado de Estado”. Así dijo la fiscalía, elevando el tono. Había satisfacción allí adentro. Tatiana Popova, la Defensora del caso, no pudo resistir la réplica en voz alta: “No firmó porque no correspondía hacerlo!” -alcanzó a protestar. Pero ya era tarde, tarde para casi todo. No habría lugar, desde entonces, para sostener su defensa.

Apareció primero el testimonio de Vorobiov, reivindicando el valor de cumplir con el deber delegado (“pero si era un monto inventado!”, “no debía firmarlo!”- tronaba Popova desde su esquina, tomándose la cabeza). Vorobiov siguió con su provocativa proclama, primero sobre la obligatoriedad de consumar las tareas asignadas; luego sobre el carácter especial de la labor del funcionariado; y finalmente, sobre el papel soberano del Estado, en el servicio a su pueblo. Le siguió Yuri Petrov, retomando la misma línea de relato, pero enlazándolo ahora con el mundo familiar, de hecho con su propia historia de familia. Petrov habló de su padre, también un alto empleado estatal, y del orgullo con que lo veía retornar a la casa, cada noche, luego de haber completado su cometido del día. Petrov se quebró, en ese momento, recordando esas noches heladas, y la abnegación con la que el alto empleado cumplía su función. “Él nos veía a nosotros, alrededor de la mesa, durante la cena, y sus ojos brillaban, turbados. Mi padre pensaba entonces, sin vanagloriarse de ello, que tanto esfuerzo valía, que ese plato de comida humeante que nos llegaba era el resultado vivo y tangible de su labor.” Concluyó Petrov, y comenzó a llorar angustiosamente. Cuatro personas del público, que no parecían tener parentesco alguno con el del testimonio, le rodearon enseguida, para asistirlo: Petrov parecía deshecho en su llanto. Popova, en tanto, no daba crédito al espectáculo que contemplaba.

Luego fue el turno de Natalia Smirnova. Smirnova, sin que nadie lo esperase, decidió ahondar en esa veta emotiva y pasó a hablar del “amor”, el “amor al otro”. Ella debía dar testimonio sobre el accionar de la Persona Acusada, pero no. Smirnova optó por el discurso amoroso. “El amor” -repitió- era lo que ofrecían tantos funcionarios, “silenciosamente,” cuando se entregaban al Estado, “sin desafiarlo, sin rebelarse, sin actuar por impulsos, como caprichosos adolescentes.” “Cumplir, cumplir siempre, por amor a los suyos” -sentenció Smirnova, excitada también. “Basta de odios, basta de rencores, basta de enojos: amor por los otros de una vez!” -concluyó, como si estuviera haciendo un discurso en las barracas de Kiev. Ella lagrimeó entonces, como lo había hecho Petrov hacía instantes. Remendando a aquel, buscó compostura y se repuso de inmediato. “Más amor, menos odios!” sentenció contundente, antes de bajarse del estrado, mientras dirigía su mirada hacia la Persona Acusada, con furia, tal vez con el mismo odio que había denunciado indignada segundos atrás. Popova no podía creer a la montada: qué tenían que ver todos estos testimonios, presentados ahora, en este juicio, frente a la acusación que se imponía? Qué era todo este inesperado teatro?

Las cosas se caldearían aún más, sin embargo, con la intervención de Ivanov. Aquel decidió llevar las declaraciones hacia otro plano, más elevado y explícito, como describiría él mismo, más tarde. Ivanonv ensalzó, directamente, la gestión del Premier, como si aquí se la hubiera puesto en juicio. “El Premier” -largó Ivanov- “también fue, durante más de diez años, alto funcionario del Estado: Nunca faltó a su tarea, no se ausentó nunca, nunca agredió”. Y otra vez, el hilo de la emoción volvió a unir al auditorio todo. “El Premier no pensaba en él, sino en nosotros,” dijo, ya consternado. “No buscaba llamar la atención del resto, no pretendía enjuiciar a los otros, señalar a los demás, para él destacarse. No. Desde ese momento temprano, al Premier sólo le preocupaba la solidez de nuestra Nación” -bramó Ivanov. Bramó Ivanov, y La Sala estalló en un aplauso, cerrado, contundente, inesperado.

Popova no lo resistió, entonces, y volvió a tronar, de modo repentino. “Termine con ese cuento y díganos cuál es la acusación!” Alcanzó a decir Popova, generando la indignación colectiva en el auditorio. “Sinvergüenza!” “Guarde las formas!” “Espere su turno!” “Irrespetuosa!” -la impugnaron. “Está ofendiendo al Premier, no se da cuenta?” -la desautorizaron. Una pareja que aparecía en la segunda fila se abrazó, conmovida e incrédula, como si no pudiera dar cuenta de la indocilidad de la Parte Acusada. El Procurador General, que presenciaba el juicio, movía la cabeza negando, atónito ante lo que consideraba soberbia e irreverencia entre los que aparecían condenados: cómo es que no pedían disculpas, no mostraban arrepentimiento? Cómo es que se animaban a tanto? El Jefe de los Servicios de Inteligencia, de pie y bien rodeado, al final de la Sala, echó una mirada fría, eléctrica, mortal, sobre Popova: debía quedarle en claro a la harpía que pagaría por sus desacatos. Junto a él, un hombre abrazaba a su hijo, y le cubría las orejas para que no escuchara los despropósitos de la Defensa. Sin poder contenerse más, el hombre con hijo, levantando la voz y señalando a Popova, le espetó: “Por qué grita, desequilibrada, no ve que están hablando del Premier? Ud. lo que quiere es destruir al Estado, destruir toda solidaridad!” “Peor” -se envalentonó enseguida- “Lo que Ud. en el fondo quiere es destruir al mismísimo Premier!!” Una mujer, a su lado, lo siguió: “Quiere matar al Premier, lo único que quiere es matarlo!” -dijo, y cayó descompensada al suelo. Varios la rodearon de inmediato, tratando de atajarla primero, y de recuperarla después. “Asesina, asesina!” -empezó a escucharse en La Sala, como si fuera un domesticado, unánime coro. El niño junto al padre, que finalmente todo lo había escuchado, se desgañitaba desesperado: “No quiero que muera el Premier!” “Ella” -señalaba a Popova- “ella sólo quiere matarlo”.

La Justicia, advirtiendo un descontrol semejante, dio por concluida la sesión, y ordenó de inmediato pasar a un cuarto intermedio. La irrupción de la Defensora había ido tan lejos, según los participantes, que La Justicia entendió que ya no estaban dadas las condiciones para seguir con el juicio. En La Sala, la Totalidad no podía entender que la Parte Acusada mostrara tanto odio acumulado: era demasiado rencor, tanta tirria, insoportable una furia así. Los funcionarios del Estado buscaron la salida atravesando la puerta estrecha, uno detrás de uno, compungidos, despacio, desconsolados, afuera abrazándose entre ellos. Cuánta insolencia, cuánta rabia encerraban los del otro bando! Querían destruir al Estado! No toleraban las protecciones sociales que aseguraba el gobierno. Mucho más grave que eso: deseaban la muerte misma del Premier! Palmeándose los unos a los otros, entristecidos pero firmes, todavía de pie a pesar de las ofensas, fueron abandonando El Tribunal. Afuera nevaba, el clima era helado, y todos buscaron pronto refugio en sus distinguidos autos. Les dolía, en lo profundo del alma, tal irrespeto, tanta animadversión, esa absoluta ausencia de solidaridad que habían conocido recién, en el estrado.



2 comentarios:

mm dijo...

Popova,tiene razones para saber que en ciertas circunstancias, hay motivos para no enamorarse.

M.C. dijo...

Estimado Roberto:
El cuento que posteás me trae evocaciones lejanas de la deuda y de perdidos discursos populistas.
Cercados como estamos por la muerte y por una realidad que se desploma a nuestro paso parece imposible un lugar para la esperanza. Sin embargo acabo de enterarme de una noticia que aplaudo de pie y con lágrimas en los ojos. El gobierno acaba de expropiar a la quebrada Vicentin y la pone bajo la gestión de YPF AGRO. Todo un signo que debe ser leído con cuidado.
Me da la impresión que lo han hecho con timidez, casi disculpándose: "se trata de seguridad alimentaria para nuestra gente" La nacion Barrunta: "Había empresas interesadas en comprarla" ¿No hubiera sdo mejor decir que había cuervos rondando sus despojos?.
Yo te digo que sea YPF la gestora es una señal de muy buenos augurios y les pido por favor recordar el sueño de Yrigoyen y del radicalismo que creo la unica empresa del mundo --fuera del comunismo ultra de la URSS-- con integración vertical completa del proceso de extracción del petróleo. Ypf es el estandarte de un sueño, el de industrializar al país, luego retomado por Perón. Un sueño que nuestra elite agroganadera se encargó de aplastar una y otra vez.
No tengo más palabras Roberto para agregar, solo emoción. Alegría, esperanza. Espero que estén a la altura de ese sueño. A veces los momentos historicos nos elevan nos transportan y nos hacen trascendernos a nosotros mismos.
Si el tiempo me demuestra que lo mio fue pura ingenuidad una vez mas no me queda mas que recordar las palabras de Steve Jobs que abrazo con fervor: Stay Foolish... En algún momento los puntos se conectan. Tal vez ese momento es ahora.

Saludos