y aquí se va la última entrega del viaje vasco!
Día
7, martes 28: De Biarritz a St. Jean de Luz
Parto
en tren desde Biarritz a St Jean de Luz. En cumplimiento de las Leyes de
Murphy, las filas para comprar el billete se van estirando o acortando según me
acerco o retiro de ellas. Para colmo, una cuidadosa, detallista cajera, se
detiene en cada cuestión menor, frente a cada cliente. El que compra su ticket,
ahora, viene a protestar por la devolución que no le han hecho, de un ticket
cancelado, y la conversación va subiendo de tono. Él alega ser pariente del
Primer Ministro. La tramitación se extiende al infinito, y cuando me acerco a
la caja se me interpone un viejo, que estaba allí sentado al costado, y alega
estar antes que yo. Va a conversar con la cajera cómo armarse el viaje con su
mujer, como él jubilada. Me tomo la cabeza.
St.
Jean de Luz: St. Jean
es de los pueblos más bonitos de los que visité hasta ahora. Menos espectacular
o conmovedor que Biarritz, es de esos típicos lugares pequeños, sencillos y amables,
que tienen muchos de los imprescindibles que el buen vivir (al menos el mío)
requiere: el mercado de frutas (bajando de la estación, apenas llegaba, con
quesos, tajini y naranjas sanguíneas -que serían pronto mi almuerzo); un cine
(frente a la estación, donde esta noche veré una que buscaba hace meses,
"Todavía estoy aquí," la última de Walter Salles, candidata al
Oscar); un tiovivo (a éste lo estaban reparando); baños y servicios públicos,
obviamente, abiertos a todos; y panaderías de donde es imposible salir ileso
(el hotel tiene también un buen radiador para las toallas, en donde se seca en
instantes la ropa que lavé en la bacha). Eso, junto a un puerto tranquilo, una playa
elegante, con un paseo por la costa, que se rodea de mansiones y elegantes
casonas.
Día
8, miércoles 29, de St. Jean de Luz a Hendaya, de Hendaya a San Sebastián
Hendaya:
Hendaya será mi primera
y última parada en Francia, según parece. Se trata de un pueblo pequeño, con
una de las playas más extensas de la costa vasca, coronada por dos enormes
piedras a las que llaman “los mellizos” (jumeaux). El clima sigue
complicado, y -como no pasaré aquí la noche, sino en San Sebastián- llevo el equipaje
conmigo. Me pesa, y llueve. Conclusión: tomo un café, me repongo, camino un
poco la costa, y sigo de viaje, dirección a San Sebastián, donde dormiré esta
noche, antes de partir (a Madrid), cerrando el periplo vasco. En las
transiciones, que son varias esta mañana, y por ellas, anoto lo que sigue.
Es en las paradas de autobuses en
donde, desde siempre, se encuentran los que tienen menos recursos. En Estados
Unidos (recuerdo) tomando el Greyhound (los que no podíamos afrontar el avión)
y, por aquí en la Europa peninsular, tomando los buses locales (los que no
andamos con vehículo). En estas situaciones límite -quiero decir, más bien, en
el borde entre España y Francia- comencé a presenciar una situación muy común, esperable,
pero que no había advertido. De las que más me interesan, ésta: por un lado, el
agolpamiento de los latinos: hay cantidad por estas zonas (en donde encuentran
vínculos, el idioma), y todos tomando el autobús, camino a destino (puede ser al
trabajo, al gimnasio, al tren). Por otro lado, enseguida, la más habitual
conversación compartida. Ayer, dos latinos que no se conocían, pero que se
reconocen sin preguntas, hablando de los deportados por Trump. Hoy, una
colombiana que me habla, en la parada, y me dice si me había enterado de los
deportados por Trump; una llegada hace un mes, en Francia, me pregunta cómo se
hace para pedir cita con el médico. En todo caso, la situación se extiende sobre
todos nosotros: inmigrantes, emigrados. Enseguida, las pequeñas solidaridades.
Esta mañana, fuimos cuatro en la parada, gritándole al borracho que se moviera:
trataba de prender su cigarrillo con una colilla que había encontrado, trastabillando
en medio de la parada del autobús, que quería ingresar sin aviso. Llego al
lugar que buscaba preguntándole a una familia de iraníes -aunque mi francés
mejoró bastante, según (con felicidad) compruebo, es obvio que uno se entiende
mejor, en todo, con los emigrados. En el café donde me repongo de la lluvia me
atiende una finlandesa, de luz pálida, pero al fin luminosa, que orgullosa me
dice (cuando le pregunto qué hace aquí) “éste es mi café, me encanta el país
vasco”. Tema compartido, obviamente, entre una mayoría de nosotros, el racismo,
sobre todo aquí en Francia (mucho peor que en España, y aún contra los
españoles, me dice la colombiana). Recién, en la parada de St.Jean de Luz, se
suma una gitana, indignada porque el chofer no nos abre la puerta. Hace diez
minutos que ha llegado, y no se digna a dejarnos entrar, mientras él lee sus mensajes,
y nosotros aquí, muertos de frío. La gitana le golpea la puerta, y nosotros le
insultamos, en castellano: “ahora cuando nos abra se lo hago saber,” anuncia la
rumana. “c’ est incroyable, insupportable, honteux, scandaleux, ” -me
confirma, agraviada, mientras le pega manotazos al vidrio de la cabina.
Día
9, jueves 30: San Sebastián-Madrid: Paso
la última noche en San Sebastián, donde también cierro mi personal y muy
intenso ciclo de cine. Anoto las que vi:
Mi
ciclo de cine
Como
anochece temprano, en esta época del año, y el clima fue algo duro, dediqué las
noches a ver películas -cantidad. Me gustó mucho A complete unknown, sobre
Dylan (8), notablemente bien actuada (por Chalamet-Dylan; Monica Barbaro-Joan
Baez); me decepcionó una vez más la última de Sorrentino, Parthenope
(4); me pareció muy deshilachada A real pain (5); me resultó muy calculada
Babygirl, con gran actuación de N.Kidman (6); encontré superficial y
cruel (como tantas nóridcas de estos tiempos) a una candidata al oscar, The
girl with the needle (3); me sorprendió para bien una película india (un
cine con el que no me llevo bien), All we imagine as light (8); me había
gustado mucho Vermiglio, de una directora ítalo-argentina (8); me
pareció delicada y emocionante, como otras de (los) Salles Ainda estou aquí
(9); encontré desgarradora -otra vez- una iraní, también (como las tres anteriores)
candidata al Oscar, The seed of the sacred fig (8); me resultó
típicamente eficiente, la hollywoodense Conclave (7); hallé demasiado
larga y aburrida The brutalist, también eficiente (5); me decepcionó la
noruega Armand, pequeña y con pretensiones (4); y me pareció ingenua y
autorreferente Marcello mio, con Chiara Mastroiani haciendo de su padre
(4).
***
Muy
temprano, por la mañana, parto hacia Madrid en tren, dando por terminado el
viaje vasco. Llueve muchísimo, la estación de tren de Donostia está en
arreglos, así que -aunque me alojé a pocos minutos de la estación- tardo en
llegar, y llego muy incómodo entre el peso del equipaje, el agua, y las
laberínticas escaleras y pasadizos que hay que atravesar, para llegar al tren. Ya
junto a las vías, se produce una de esas típicas situaciones de “provocar un
resultado, queriendo evitarlo”.
Provocar
un resultado, por querer evitarlo
Un
torpe guardia anuncia el arribo del tren, queriendo evitar confusiones, ya que
primero pasa un tren de cercanías a Irún, y apenas minutos después viene el que
va a Madrid. Avisa el guardia, entonces, ante los pasajeros que se agolpan
junto al andén, y se protegen de la lluvia: “El próximo tren es el que va a
Irún”. Para agregar enseguida -y aquí es donde va a inducir el mal que buscaba impedir-
“éste es el tren que va a Irún, no a Madrid.” Y repite: “éste es el tren que va
a Irún, no a Madrid.” Los pasajeros que están unos pasos más allá comentan
entonces, enseguida: “Ah, bien, parece que éste es el tren que va a Madrid”.
***
El tren llegará en pocas horas a Madrid, y atraviesa, en sus primeros tramos, paisajes para mí soñados. Disfruto, muy en particular, el paisaje cuando vamos llegando a Zumárraga, y desde allí a Vitoria, de alrededor de una hora, con esa mezcla de montaña, piedra, verde y hierro, tan de esta zona. Por lo demás, es todo un detalle cómo cambian clima y paisaje, desde el norte al sur, en tan pocas horas: del viento y la lluvia en un marco rocoso, verde y escarpado, por allá en el norte, a una mañana hermosa y soleada, acá en el sur, que cae sobre la meseta tranquila y sembrada. Tesoros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario