3 feb 2025

CUADERNO DE VIAJE: INVIERNO EN EL PAIS VASCO I (I de IV)

 

Siguen a continuación unas notas del cuaderno de viaje por la costa del País Vasco: de Lekeitio a Biarritz, a fines de enero del 2025. Van organizadas en cuatro entregas, cada una cubriendo dos días.




Día 1, Miércoles 22, viajo a San Sebastián

Habiendo llegado desde la Argentina el lunes, y luego de pernoctar la primera noche en Barcelona, en la Residencia Erasmus de Gracia, parto el martes a la tarde hacia el País Vasco, comenzando por San Sebastián. Para el viaje, me llevo dos libros recién comprados. Uno, de la Nobel Han Kang, de quien no he leído nada –Blanco- y otro, que me pareció pertinente, una pequeña obra de teatro escrita a varias manos –“en colectivo”- por un jovencísimo Albert Camus (de 22 años) con tres amigos: Rebelión en Asturias, sobre el levantamiento de los mineros en Mieres, en Octubre del 34. A la traducción de éste de Han Kang la venía esperando hace rato -una recopilación de microrrelatos unidos por el color blanco- y me gustó mucho: delicado, sencillo, sentido, sin grandes pretensiones. Pequeñas viñetas marcadas por el dolor y los recuerdos (Ella cuenta, al comienzo, que el libro se inició con ella escribiendo una lista de palabras vinculadas con el blanco, sobre el que quería escribir. Escribió entonces: “manta de bebé, bata de recién nacido, sal, nieve, hielo, luna, arroz, ola, magnolia blanca, pájaro blanco, risa blanca, papel en blanco, perro blanco, canas, mortaja”). La obra de teatro, en cambio, no me interesó, o al menos no llegué a involucrarme en ella.





Viajo en tren, sobre todo, porque me encantan esos tramos largos, sentado junto a la ventanilla, mirando. Anoto:

La vida pasando a través de la ventanilla

El dulce papel del espectador pasivo, que recibe sin pedir, y toma sin saber lo que llega, a través de una ventanilla. Puede ser la ventanilla de un auto alquilado, camino a Tiraxi, y que entonces se cruce un caballo blanco y alado, que aparece de repente, de la nada, y luego me sobrepasa y luego desaparece, sin que uno atine a hacer o decirle nada (y entonces un anciano me hace señas desde lo lejos, para que me detenga, y lo lleve hasta la estafeta postal del pueblo, a cambio de una docena de huevos). O también una ventanilla sucia de tierra, en un colectivo maltrecho, con destino norteño, para distinguir entonces una súbita nube de niños llegando a la escuela en sus uniformes blancos, o las llamas y guanacos inamistosos, o los kilómetros y kilómetros de desesperanzadora sequía. O puede ocurrir, sino, que sea desde una ventana de altura, de un avión que nos inquieta, atravesando la cordillera hacia Chile. Entonces, sucede que las montañas son las que quedan pintadas de blanco, y son de blanco blanco azulado o de pronto grisáceo o amarronadas, que rozan el piso de la nave con la cúpula de sus techos, para abrirse luego a un curso de agua, y luego a cultivos, y enseguida a Santiago. Y desde allí perderse, sin hablarnos más, entre las brumas citadinas. O así también, como ahora, bien puede ser la ventanilla del tren, hacia el País Vasco, y que sea un valle de piedras el que se abre, con húmedas rocas que ya no pueden ocultar el verde, una pradera que alimenta y contiene y oculta y resguarda, que es tan hermosa que llega a herir de hermosura mis ojos, que entonces no alcanzan a tomar tanto de bueno.

San Sebastián: ciudad señorial, muy elegante, con un paseo de costa (el Paseo de la Concha) muy disfrutable: es para hacerlo de ida y vuelta todo el día, todos los días, toda el resto de la vida. El centro histórico me pareció que se había perdido un poco, en el turismo y en manos extranjeras (indios, rusos), pero, en todo caso, una tremenda ciudad, muy vivible, con todo lo necesario para estar bien, y muy entregada a su costa. No había advertido, hasta hoy, los comunes rasgos de la mujer vasca: rostro fino, alargado, no muy expresivo, piernas largas, el trazo más bien delgado, el pelo lacio. Duermo en una pensión barata, donde trabo buena relación con la persona a cargo, un viejo rengo, Iñaki. Como vengo demasiado preparado para la lluvia y el frío, con un bolso bastante pesado, y una mochilita, le dejo a Iñaki en custodia mi bolso, con el compromiso de volver el domingo. Con mi bolso dejo también, por estos días, un pequeño anafe, con cafetera Bialetti y café Vergnano, que extrañaré en los días subsiguientes (hasta el domingo)



Por la noche, tengo un mal sueño, de los varios malos que tengo estos días. Anoto:

La asfixia

Pensaba ayer cómo expresar el dolor que me trae este momento, el temor también, el asombro que me provoca esta situación de creciente asfixia, esta sensación de encontrarme sin salida. Y hoy soñé que por el aire detectaba la llegada de unos aparatos, como aviones de vuelo bajo, que se movían cerca de mí, y a uno de cuyos pilotos le escuchaba decir “dale duro”, que dispare apenas pueda. Y yo advertía que algo de mal llegaba, y quería ocultarme. Y veía gente con armas que se acercaba, y me veía obligado a armarme. Y casi en risa, porque no lo creía, me movía hacia el bosque, donde me encontraba con otra gente como yo, intentando esconderse, quedar a la espera. Pero allí nos dábamos cuenta, de repente, incrédulos, que habían liberado algunas fieras salvajes contra nosotros, que andábamos por ahí, buscando refugio. Y nos alegrábamos todavía, cuando notábamos que algunos de los felinos no procuraban atacarnos, tal vez porque aparecían bien alimentados, todavía. Y nos mirábamos unos a otros, sin creer todo esto, cómo podía ser dónde estábamos, hacia dónde íbamos.

Día 2, Jueves 23: De San Sebastián a Lekeitio

Luego de tomarme un buen café en el “Old Town”, que es café de tostadores, paseo toda la mañana por la maravillosa costa (la Concha). Al final de la playa de Ondarreta, es sabido, se encuentra el Peine del viento, que se ha ido convirtiendo en los emblemas más conocidos y buscados de la ciudad. Se trata, en verdad, de una serie de esculturas -tres- de Eduardo Chillida, a partir de una obra del arquitecto vasco Luis Peña Ganchegui. El conjunto tiene mucha gracia, y representa un gran cierre para el tramo occidental del paseo. 

“En paseando,” advierto la siguiente obviedad: toda esta zona es zona activa en bancos y banqueros (de los que sobreviven todavía: el banco de Vizcaya, el de Santander), presto atención, con horror, a las publicidades banqueras que encuentro. Anoto:

Banqueros

Movido por cierta innata antipatía, cantidad de justificados prejuicios, algunas intuiciones en contra, fui a escudriñar algunas publicidades de bancos, tratando de ver mejor qué es lo que me irritaba tanto de ese mundo Comencé entonces una búsqueda, que fue más que breve, porque lo que encontré en la primera redada (obviamente confirmatorio de lo que, sí, había salido a buscar) me dejaba (literal y literariamente) sin palabras. Agrego entonces algunas de las de ellos, sin aditar nada, editando muy poco (recortar y pegar), dejándoles que digan lo suyo. “El amor a primera vista no está hecho para los bancos. Por eso, puedes probar nuestra app de forma gratuita y sin ser cliente. Y, quién sabe, quizá te acabes enamorando. Experiencias únicas que te enamoran. (Sigue diciendo la publicidad, cuando la copio: Ilustración de dos personas caminando por la calle despreocupadas. Ilustración de una mujer saltando mientras baila. Ilustración de una clienta siendo atendida en una oficina del Banco). Probar app. Esto es lo que te damos siendo solo amigos. Sin compromiso. Disfrutar de lo que más te gusta por mucho menos. Inspirarte y aprender de los mejores. Cuéntanos, ¿qué necesitas? Te acompañamos cuando más lo necesitas. ¿Tienes que gestionar la herencia de un ser querido? Te orientamos y guiamos a lo largo del proceso, seas o no del banco. Tu banco te valora. ¡Salta! Venga, ¿nos cogemos de la mano?”

***




Al comienzo de la tarde, parto hacia Lekeitio desde la estación de autobuses. Pregunto si puedo pagar con tarjeta bancaria, me dicen que sí, pero al subir al autobús, ya sobre la hora de partida (que es cuando nos abren las puertas) el conductor me dice que sólo se acepta efectivo. Yo no tengo y él se toma la cabeza, está muy preocupado, porque además no me da el tiempo para llegarme a un cajero. Él sigue preocupadísimo -yo no- hasta que, despeinado y jovial al fin, me dice, “subí igual y te llevo, ya me lo pagarás en algún momento.”

Lekeitio: En Vizkaya (Bilbao), con una isla enfrente, una bahía agradable, un centro histórico pequeño, cuando llegué, mucho estaba cerrado, niñas de una escuela de remo (un deporte muy cultivado ahí) salían a remar, en un ejercicio muy colectivo y amable entre ellas: muy vasco. Luego de tomar algunas fotos de las niñas remando, me encuentro con un mural, hacia el final del pueblo, sobre niñas remando. Ah, me digo, pasa por acá la cuestión.

Ondarroa: lo vi de pasada, parecía un pueblo abierto, muy sobre el mar, bonito

Mutriku: Más pequeño todavía, ya del lado de Donostia (San Sebastián), algo abigarrado en poco espacio, rodeado de mar también.

En estos días todavía no consigo -ni quiero- despegarme de la coyuntura, del momento horrible en la Argentina y el mundo. Uso bastante tiempo para avanzar en una nota a cuatro manos que queremos escribir con Graciana Peñafort. Con ella, y sobre tantas cosas, pensamos distinto, pero nos parece importante hacer el gesto de sumar fuerzas para entender y criticar mejor lo que está pasando.

En este comienzo es, también, cuando se me despierta el recuerdo de la Tarta de Queso Vasca, o Tarta Idiazábal (anotar: la original, la de “La Viña”, se hace con el queso vasco, de Idiazábal). Anoto (del National Geographic, luego de que en el NYT se la considerara “el sabor del año,” en el 2021): “Se trata de una tarta de queso suave, sin corteza, horneada en un horno muy caliente con el objetivo de que la parte superior se caramelice al tiempo que el interior se mantiene suave y cremoso. Además, cuenta con el punto justo de azúcar para que sea capaz de saborearse el queso.”

Han pasado pocos días, lo sé, pero todavía no puedo desenganchar de las angustias personales y los lastres políticos con los que inicié el viaje. Vamos viendo.


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