Tel Aviv permanece, todavía, como un reducto liberal y cosmopolita. Es, tal vez, la ciudad más hedonista que conozco, con jóvenes que pasan buena parte de su tiempo con otros jóvenes, en la calle, tomando algo, o sentados en bares con los pies descalzos, una pierna flexionada sobre el propio asiento, posicionados a veces en contorsiones o escorzos extrañísimos, fascinantes.
Todo lo cual convierte a la ciudad en un polo opuesto a Jerusalén. Hoy, gracias al peso cada vez más creciente de ortodoxos (nacionalistas) y ultra-ortodoxos (ultra religiosos y también, y por ello, los que más hijos tienen), Jerusalén se ha convertido en una ciudad abiertamente conservadora, religiosa o espiritual, algo asfixiante para mis gustos. Uno de los mejores constitucionalistas de aquí, que enseña en Jersulén, frente a mi pregunta de si vivía cerca de la Universidad, rió y me preguntó si estaba loco. Otra profesora que entrevisto me da una respuesta similar. Me dice que es una ciudad que pasó a albergar mucho odio, y que no podría residir en un sitio donde todo gesto pasó a ser político: “ah, tomas un café el sábado a la mañana (ah, tomas el transporte), nos estás queriendo atacar entonces”. En la actualidad, Jerusalén, apenas tolera a un enclave “liberal” -el barrio de Rehavia- que es el reducto en donde viven (o se refugian) los “ricos” e “intelectuales”. Allí es donde, por ejemplo, vivió el juez Barak, cuando estaba en la Corte. Es común, entonces, escuchar referencias acusatorias hacia la zona y quienes viven en ella. Puede decirse, por ejemplo, “éste es otro capricho de los liberales de Rehavia”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario