26 may 2023

Apuntes israelíes 5. Con el pecho inflado

 









Recordé mucho, en estos días, mi primer día en la Universidad de Chicago, en 1992. La administración había organizado para nosotros, los extranjeros que empezábamos nuestros posgrados, un acumulado de actividades innecesarias, queriendo mostrar cuidado y atención hacia los recién llegados, y como paso previo a nuestro relegamiento en el impiadoso olvido. En todo caso, me recuerdo estos días, de aquel primer día, por una de las actividades que nos organizaron las autoridades de la Facultad: una charla informal, introductoria, a cargo de un futuro compañero, israelí él. El privilegio que se le otorgara a nuestro par se debía a que el joven -inusualmente- estaba comenzando en Chicago su segundo LLM (acaba de completar una maestría en California, si mal no recuerdo). Por tanto, él iba a hablarnos acerca de la experiencia de transitar con éxito una maestría, desde la condición de extranjero, en una Universidad norteamericana. La cuestión no me gustó mucho, desde el comienzo, y menos cuando reconocí la actitud del sujeto. Él se acercó para hablarnos con el pecho inflado, la barbilla en alto, una media sonrisa, el aire de la victoria, los ojos brillosos de la suficiencia, y un mensaje que no era de igual a igual, que era poco hospitalario, y que puede resumirse en “costó mucho, pero pude lograrlo, seguramente ustedes también podrán, si se esfuerzan como yo supe hacerlo.” O sea que su discurso impostado, en lugar de alentarnos, nos recargó el miedo que ya cargábamos sobre nuestras espaldas. Básicamente, se trataba de que reconociéramos sus grandes méritos, y que nos atreviéramos a ser como él. Me recordé de aquel compañero, en estos días, porque encontré muchas actitudes corporales como la suya, en ámbitos y situaciones diversas. Con la impunidad que dan las explicaciones culturales o sicológicas (donde uno apela a respuestas contundentes e incomprobables, para dar cuenta de situaciones que nos generan incógnitas), aventuro la mía, que tiene que ver con sugerencias ya presentadas más arriba. Hay algo en la cultura de la conscripción, algo de la práctica del ejército, que gotea sobre la vida cotidiana, hasta cubrirla entera. Es lo que resulta cuando lo mejor de los años formativos lo atraviesa uno (no como podría haber sido, digamos, por caso, con una mano amorosa sobre la piel de uno, sino) con el peso de una M16 sobre el estómago -una M16 que en su abrumadora dimensión cruza el pecho e interrumpe la vista (el mundo visto entre los bordes de una culata, los cuerpos ajenos mediados por un arma de fuego). Todo ello agravadísimo por la licencia para maltratar y ofender, a partir de la autoridad del arma, que se convierte en legítima ante un enemigo que se ha portado demasiado mal, demasiadas veces, justo con aquellos que están más cerca de uno. Hay algo de eso, supongo -algo de la cultura de la “misión cumplida con éxito”- que uno ve en la vida de todos los días. Que es lo mismo que escuchara en el discurso de mi compañero en Chicago: “nosotros sobrevivimos a todo, tal vez también ustedes, si se esfuerzan lo suficiente, puedan hacerlo”.




 

 

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