El tren regional a Napoli va repleto,
entre marginales, inmigrantes y visitantes sin euros. De casualidad consigo
sentarme, en el último vagón, en un asiento que por alguna razón no había visto
nadie. El tren lentamente arranca, y enérgico, pero no sin dificultades,
avanza. El viaje a mi alrededor es puro ruido, ironías por lo bajo, mucha
humedad, y en cada estación algo más de gente. Para completar la cosa, ahora le
suena el teléfono al orondo, grueso varón que se sienta a mi lado. Nadie lo
conoce, pero antes de atender, y para que ninguno se inquiete, nos anuncia a
todos: “è mamma”.
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