9 jul 2016

Independencia y república



Una buena manera de celebrar hoy la independencia es preguntarse qué nuevas prácticas pueden dar razones a la ciudadanía –a cada uno de nuestros pares- para reconocerse como parte de un colectivo común que protege y amplía los derechos de todos y se responsabiliza de los deberes de cada uno.

Dentro de la tradición filosófica republicana, la idea de la independencia siempre ocupó un papel prominente. Y si ello fue así, no se debió a alguna obnubilación nacionalista o militarista, sino al particular lugar que el republicanismo asignara, dentro de su escala de valores, a la idea de libertad. Se trataba de una noción de libertad más robusta de la que defendiera la tradición liberal: hablamos aquí de la libertad como autogobierno. Para que no parezca que esto se trata solamente de juegos de palabras entre filósofos, corresponde prontamente aclarar que el ideal del autogobierno fue el gran factor motivacional de las luchas por la independencia desde hace siglos, el motor que puso en marcha a movimientos revolucionarios, aquí y allá.

 Para quienes se tomaron en serio al valor del autogobierno –y a su particular manifestación que fuera la independencia política– el asunto no refería directamente a arengas o a alistamientos forzados para la batalla. Todo lo contrario. Se trataba de educar a la ciudadanía, y de darle razones (no solo materiales) para que ella se involucrara en la disputa y preservación de lo compartido, por lo que era común a todos. Como no era esperable entonces –como no lo es ahora– que las personas se pusieran de pie en pos del cuidado de la vida en común, la propuesta republicana refería necesariamente a la virtud: virtud cívica del individuo que siente que su destino está atado al destino de aquellos con los que convive; de sujetos que están identificados con la vida en comunidad.


Pero otra vez: la virtud cívica que se requiere para hacer posible la independencia política (el autogobierno en definitiva) debe ser cultivada, antes que meramente exigida o declamada. Cultivada a través del ejemplo de los gobernantes; cultivada con lecturas y estudios; cultivada por medio de prácticas cotidianas que implican esfuerzos equivalentes y proporcionales, y que culminan en resultados que reafirman la básica igualdad que nos relaciona a unos con otros.

 Cuando recordamos hoy el aniversario de la independencia, conviene que pensemos (todos, y en particular la clase dirigente) si nos acercamos a aquella significativa fecha a partir de algo más que de acciones mecánicas, plenas de repeticiones, emociones forzadas y recuerdos descomprometidos. Claro que tiene sentido preocuparse hoy por la independencia, pero lo tiene si es que lo hacemos del modo en que lo hicieron algunos de quienes nos antecedieron. Esto es decir, si retomamos la cuestión de la independencia preguntándonos, ante todo, qué nuevas prácticas pueden dar razones a la ciudadanía –a cada uno de nuestros pares– para reconocerse como parte de un colectivo común; para sentir una íntima disposición a ponerse de pie, otra vez, junto con los demás. Ni retórica vacía, ni fuerza ni propaganda: se trata de volver a reconstruir los vínculos que dan contenido a nuestra comunidad. Se trata de retomar aquellas prácticas que nos reafirmen como dueños de nuestra propia vida.

1 comentario:

Andrea dijo...

Y, como decís: “…si retomamos la cuestión de la independencia preguntándonos, ante todo, qué nuevas prácticas pueden dar razones a la ciudadanía –a cada uno de nuestros pares– para reconocerse como parte de un colectivo común…”, me gustaría que, en parte, enfoquemos la pregunta retomando esta reflexión que compartías en agosto del 2015 (en Montevideo, creo), porque “…lo más importante es qué pasa al día siguiente de que la persona fue electa: cuál es el poder de decisión y control que queda en la ciudadanía si, otra vez, si a mí lo que me hacen es una invitación para que yo elija a una persona y al día siguiente perdí todo el control… la posibilidad de dialogar con esa persona, la posibilidad de influir, la posibilidad de desafiar lo que hace esa persona, sea esa persona juez, legislador, político o ejecutivo, bueno… tenemos un problema muy serio.”… “Democracia es otra cosa, democracia es justamente todo lo que viene el día después de la elección. Lo más importante es ahí: qué capacidad tenemos nosotros, ciudadanos, para influir, para dialogar; no la posibilidad que tengo de salir a la calle…, no… no: el canal institucional… cuál es el canal institucional que tengo yo, mañana, el día después de la elección para influir sobre ese juez, para influir sobre ese legislador, para influir sobre el poder ejecutivo… Y si la respuesta es “ninguna”… ningún control efectivo… entonces, estamos en un problema..” (de “El Constitucionalismo Democrático. La sala de máquinas de la Constitución” https://www.youtube.com/watch?v=zHCMHQdbEuQ )
Andrea