24 oct 2018

El "momento Bolsonaro," anticipado por el cine brasileño contemporáneo



Muy habitualmente, la buena literatura, como el buen teatro o el buen cine, lo son porque saben dar cuenta de un estado de situación, ánimos colectivos, temores y ambiciones compartidos dentro de segmentos relevantes de la sociedad. En algunas manifestaciones recientes del cine de Brasil, pueden encontrarse pinturas notables sobre la vida pública y los conflictos sociales del país -retratos que ningún manual de sociología latinoamericana había sabido ofrecer. Miradas lúcidas, llenas de interrogantes y destellos de luz, que ayudan a entender la desgracia política que hoy emerge en sus peores formas.

Pienso, en particular, en los filmes de dos extraordinarios cineastas contemporáneos, que exhiben una obra que, en ambos casos, parece hallarse todavía en sus comienzos. Uno de tales directores es Klever Mendonca Filho, y el otro es José Padilha, y ambos son autores de películas de éxito marcado, tanto en Brasil como en el exterior. Voy a detenerme, en particular, en la obra más conocida de Kleber Mendonca –el film “Aquarius,” del 2016, protagonizado por la mítica Sonia Braga- aunque mucho de lo que quiero decir puede encontrarse también, o entenderse mejor, a través de otras de las obras en juego. Pienso, por un lado, en la maravillosa “O som ao redor” (2012), de Kleber Mendonca; y por otro en tres filmes muy destacados de Padilha: “Bus 174” (2002) –para mí, uno de los mejores manuales de sociología brasileña, en décadas- y sus dos grandes y polémicos éxitos –“Tropas de Elite”, en versión 1, del 2007, y 2, del 2010.  

“Aquarius,” de Kleber Mendonca, habla, entre otras cosas, de la zozobra social que genera la modernización, en particular la modernización desatada, sin límites y sin controles, como suele serlo la que toma lugar en sociedades muy desiguales. Dicha modernización urgente y a los empujones no tiene empacho en arrasar con tradiciones y formas de vida; socavar los lazos comuniarios; derribar casas, edificios y barrios históricos; y aún acorralar –como en el caso del filme- a quienes se oponen a ella. El desarrollo irrespetuoso o inhumano, acompañado del desgarro social que deja a su paso, son los primeros datos que definen el contexto de estos filmes.

Son muchos, de hecho, los rasgos del momento político y social que quedan reflejados en “Aquarius” y las otras películas señaladas. Mencionaría, ante todo, la tensión entre el “afuera” y el “adentro”, siendo el “adentro” la casa, el trabajo, el status o la propia clase social. En “Tropa de Elite 1,” dicho conflicto se expresa con el foco puesto en la “amenaza” representada por los más marginados y habitantes de las favelas. En “Bus 174”, el enfrentamiento se manifiesta con la metáfora de un ya crecido menino da rua, arrasado por las drogas, que “irrumpe” enloquecido sobre la tranquilidad de un viaje en autobús, una mañana cualquiera. En “O som o redor”, se trata del modo en que la violencia de los de “afuera” golpea las puertas de los habitantes de un rico condominio en Recife. En “Aquarius,” el apremio cambia de clase, para comprometer a una mujer liberal e ilustrada, tratando de defenderse ante la “invasión” irrefrenable de los “emprendedores” que, a toda costa, quieren tomar control de su propiedad, y consolidar así su propio proyecto desarrollista.

En lo anterior aparece ya enunciado otro elemento social de relieve, común a estas obras: el sentimiento de “inseguridad” y “paranoia” que se vertebra en el encuentro entre el “afuera” y el “adentro”. Así, en el terror infinito ante la amenaza brutal de lo “distinto”, en el Bus 174; el pánico ante la radicalidad de los enfrentamientos de la “Tropa”; el temor constante ante la intrusión imaginada en el condominio de Recife; y el miedo creciente en “Aquarius,” ante la certeza de una nueva incursión enemiga en el terreno más sagrado, el de la propia casa.

Cada uno de los eventos citados aparece punteado, además, por otro elemento motor: las diferencias extremas en las condiciones de clase. Son esas diferencias, tan acentuadas en Brasil, las que convierten al otro en desconocido; al desconocido en enemigo; al enemigo en algo temible; y a lo temido en violencia: la vida pública aparece entonces como una “guerra,” en la que uno se involucra para preservar lo propio –la última frontera, la del hogar o la propia vida- frente “al otro” que, real o imaginariamente, está dispuesto a todo para quitárnoslo todo.

Allí también se tornan evidentes, entonces, otras características de época: el nivel extremo del enojo social; la “traición” que se advierte en quien podía estar de nuestro lado; el carácter radical de las reacciones de furia de unos contra otros; la violencia, como el lenguaje natural de las relaciones personales; y, sobre todo, la venganza. Me detengo un instante en la venganza, porque representa un componente de algún modo novedoso, dentro de una constelación de partes más conocidas. La venganza se encuentra detrás de la “justicia por mano propia” -una justicia radical, definitiva- y es la que quiere justificar el ajusticiamiento del “enemigo”. Darle, de una vez por todas, su merecido a los criminales que se esconden en las favelas; al delincuente armado que desciende del autobús secuestrado; o a quien osa ingresar en nuestro “territorio sagrado.” En este sentido, filmes como “Tropa de Elite 2” o “Aquarius” aparecen con variaciones interesantes, frente a las primeras películas de sus respectivos autores. En el cine de Padilha, ahora, la “guerra” tiene como protagonista al Capitán Nascimento –un sujeto híper-violento pero “no corrupto”, lo que también resulta notable para pensar la nueva escala de valores. La “guerra” se desata en este caso contra quienes gozan de privilegios superiores -es decir, ya no, como en “Tropa de Elite 1”, contra los excluidos y marginados. El “enemigo ahora está adentro”, como se anuncia en el título inglés de la segunda película de la serie. En el cine de Kleber Mendonca, mientras tanto, el “afuera” que estaba “abajo” en “O som ao redor”, pasa a estar “arriba” en “Aquarius.” Quiero decir: la venganza con violencia extrema puede ir de ricos a pobres y de pobres a ricos, como pueden darse situaciones, también, en donde “el enemigo está adentro.”

La experiencia de “Aquarius” resulta, en este respecto, la más trágicamente reveladora. Los emprendedores, que ya no saben qué hacer para obligar a la protagonista a abandonar su morada, se animan a sembrar “termitas” en el edificio en el que ella vive, para alejarla. La metáfora del “invasor” –del “otro”, del de “afuera”- invadiendo la “casa propia”, para lograr su objetivo, a través de medios tan radicales y extremos, resulta tremendamente expresiva del momento: “el otro” invade mi “territorio sagrado” a través de un operativo terrorífico, que termina carcomiéndome implacablemente las propias paredes, por dentro y hasta quebrarlas. Pero si la aterradora metáfora de las “termitas” nos dice mucho sobre un estado de cosas, tanto o más nos dice la venganza de la propietaria –una intelectual, algo bohemia, de clase media ilustrada. Ella, construida como personaje con quien podemos identificarnos, es la que decide encarnar la venganza –la de todos nosotros contra quienes nos han “invadido”- y lo hace a través de los mismos medios utilizados por quienes la han agredido. La venganza contra quienes se animaron a llegar tan lejos, invadiendo nuestra intimidad de ese modo, resulta igual de brutal, y desvela otra parte del secreto: el vengador privilegia “devolver el golpe” –darle al “agresor” su atroz merecido- aunque ello implique que uno deba cargar, en consecuencia, y sobre el propio cuerpo, con los costos de la represalia. Si esta situación no nos habla del “momento Bolsonaro,” no sé cuál otra podría hablarnos de ella. Lo dicho, a su vez, nos sugiere una revelación y una paradoja.

La revelación sería ésta: el “momento Bolsonaro”, que nos muestra a las clases altas y medias dispuestas a dispararse en el pie para que el “enemigo” (en buena medida el Partido dos Trabalhadores) reciba su “merecido” violento, nos deja apreciar de manera notable la dimensión de la herida. Tanta y tan grave, parece ser, la agresión que sintieron las clases más acomodadas en la última década. El embate sufrido pudo ser semejante al que pueden representar miles de “termitas” carcomiendo por dentro, de modo implacable, las paredes de la “casa propia,” hasta derribarlas. Que parte de quienes apoyaran al oficialismo, en Brasil, como en latitudes cercanas, no reconozca la dimensión del daño infringido por sus allegados; minimice la corrupción que en los hechos avalaron; se ría de quienes les critican hablando de la honestidad perdida; o busquen consuelo diciendo que “son todos iguales”, sugiere también que el problema viene a quedarse por un tiempo: la obcecación caprichosa, tanto como la irracionalidad política, o la ceguera frente a los agravios causados, se mantienen.

La paradoja aludida, mientras tanto, es la que nos refiere al carácter reversible de los relatos narrados. En verdad, Kleber Mendonca no supo del “fenómeno Bolsonaro” al momento de escribir su película; pensó a su film como un manifiesto por la justicia social (en su momento, el director comparó “Aquarius” con “Yo, Daniel Blake,” de Ken Loach); y protestó en Cannes, junto con todo su equipo, contra lo que denunció como el “golpe de estado” liderado por Michel Temer. Mucho más que eso: “Aquarius” fue vista, elogiada y repudiada por muchos, en los tiempos de su estreno, como metáfora de la derecha que quitaba del lugar que le correspondía, a la Presidenta Dilma Rousseff, a través de medios feroces, ilegítimos y reñidos con la legalidad. Sin embargo, en línea con lo que decía más arriba, las condiciones político-sociales que dan cuenta de la furia, la traición, la venganza y la violencia extremas se encuentran dadas, y no tienen una dirección necesaria o fija: pueden ir de un sector social hacia el otro…o de reversa. De allí que el director de “Aquarius” haya podido hacer su film antes de saber nada acerca de la remoción de Dilma (y, de algún modo, anticiparla); o que su película pudiera ser leída como “metáfora del golpe”; mientras refería a hechos sociales idénticos a los que, finalmente, dan cuenta de la llegada de Bolsonaro, y que, en buena medida, permiten explicarlo. Un dato notable que ratifica lo dicho es que “Tropa de Elite” –de los filmes más vistos en la historia de Brasil- fuera escrito y en parte filmado “por izquierda”, pero luego leído y retomado “por derecha.” Ello así, al punto que el Capitán Nascimento pasara a convertirse en “héroe torturador”, y su rostro deviniera en la máscara más popular entre los niños, durante el Carnaval que siguió al estreno del film. De más está decir, por lo demás, que el Capitán Nascimento representó entonces a una figura con rasgos afines a aquellos que muchos proyectan hoy en Bolsonaro: un “justiciero,” violento, capaz de administrar tortura pero, a fin de cuentas, digno y enemigo de los corruptos.

Las dimensiones institucionales de la tragedia, expresadas por películas como las mencionadas, también son claras: las acciones y omisiones del gobierno son las que aparecen permitiendo primero y reforzando luego, la presencia de desigualdades e injusticias gravísimas; las autoridades políticas y judiciales no son en absoluto confiables, y son reconocidas, en todo caso, como cómplices de los atropellos; ante la agresión que llega de la política, la “salvación” aparece ofrecida por la policía, el ejército o los parapoliciales; la venganza ante la injusticia social es privada, o se da por fuera de la ley, porque no hay canales institucionales capaces de proveer remedios a las tensiones. En definitiva, la vida pública expresada o supuesta en estos filmes se muestra corroída por dentro, y marcada por las peores irregularidades. Dentro de este marco, la política y el sistema institucional no se muestran como solución a los problemas en juego, sino como parte esencial del mismo. De este modo, además, y conforme a la representación que se exhibe, “el enemigo” parece haber pasado de afuera a adentro (“el enemigo está adentro”); la “putrefacción” ha llegado a carcomer las “paredes interiores” del sistema de gobierno; y el conflicto social adquiere la dimensión de una “guerra”. Más ricos o más pobres da lo mismo: la inconformidad social se transforma en furia política, y ella se dirige contra un sistema que ha traicionado sus promesas, y al que hay que darle por tanto su merecido, con la misma violencia que se le atribuye, como al peor enemigo.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bolsonaro es necesario para la izquierda, porque luego de un periodo de derecha, podra lavar todos sus crimenes la izquierda, podran volver los foucaults, y los argumentos tipo "facista", y se podra legitimar al tirapiedra, asi que agradeced, todos vuestros crimenes también quedaran impunes!

Anónimo dijo...

http://www.batimes.com.ar/news/latin-america/gay-black-and-still-voting-for-brazils-bolsonaro.phtml?_ga=2.245500812.948431322.1540222046-1229256465.1535394776

Anónimo dijo...

Hola Roberto,
A mi me parece que en el analisis que haces se ve solo como una cuestion de clases, pero en Tropa de Elite, por ejemplo, el problema es mas bien el narcotrafico y la corrupcion policial. El heroe de la tropa sale de la favela, es pobre, y se queja de que los pibes acomodados de las clases altas tienen una vision romantica de los narcos (garantista?). Inspirada en Foucault. Es similar a lo que ocurre aquì. Por un lado el discurso garantista por otro la gente que sufre los problemas (pobres y ricos) que pide mano dura.
Saludos,
Luis