8 nov 2019

Crónicas columbianas 17 (se acaba!): En Yale, contra la teoría de la "erosión democrática"



 En una gran reunión en Yale, el lunes pasado, presenté un texto que fue comentado por dos muy queridos profesores amigos: Robert Post y Helene Landemore. El buen Owen Fiss nos acompañaba desde la tribuna (en la última foto se lo ve), siempre cercano (el caso más exitoso de paternalismo justificado).

Presenté algunos argumentos contra el modo en que parte de la teoría está mirando el problema de la “erosión democrática”. Por “erosión democrática” se entiende al hecho, que se asume distintivo de nuestro tiempo, de democracias que van perdiendo sentido y contenido, socavadas desde adentro. Cuando antes se entendía que las democracias (típicamente, en América Latina) “morían de un golpe” (en su forma más grave, a través de golpes de estado) ahora ellas van siendo desmanteladas desde adentro, pieza a pieza, y siempre a través de pasos “legales.” Mientras, la ciudadanía se muestra relativamente apática, y no controla, sino que muchas veces avala, esos excesos.

Aunque comparto la preocupación de fondo (central en el libro que he venido a escribir), critico por varias razones el modo en que la teoría jurídica y política está pensando el problema. Pienso en varias razones, de distinto nivel de importancia, y a continuación enumero algunas de ellas.
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     1) El tema más importante: la teoría está confundiendo los temas de constitucionalismo (problemas en los “checks and balances”, falta de control judicial, etc.), con los temas de la democracia (“fatiga democrática”, alienación jurídica, sentir compartido de “extrañamiento” con los representantes). Solucionando, en el mejor caso, los problemas en los frenos y balances, mantenemos intactos los problemas más importantes del momento, que son problemas democráticos.
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    2) Sobre la cuestión democrática y el problema del “hastío”. Es crucial dejar de ver la cuestión como hoy se lo hace, esto es, vinculando a la cuestión con a) una mala coyuntura; b) desajustes en las instituciones; c) desajustes debidos a malos gobernantes; y d) ciudadanos apáticos. Se trata de problemas estructurales, que trascienden la coyuntura y las personas, y que tampoco se resuelven (por tanto) ajustando tuercas aquí o allá (sobre el tema de la apatía vuelvo en seguida). En lo que hace a los problemas estructurales: tenemos un sistema institucional fundado en una visión elitista de la democracia, y pensado para una sociología política que ya no existe (sociedades pequeñas, divididas en pocos grupos, internamente homogéneos, y miembros auto-interesados, lo que daba la ilusión de que con unos pocos representantes, de aquí y de allá, todos quedábamos representados). 

      3) El tema no es sólo que se pensó al sistema para una sociedad que ya no está sino, sobre todo, que hoy vivimos un momento de “empoderamiento democrático”, que lleva a que nos asumamos (con razón) dueños de los problemas que nos afectan, y con derecho a ser consultados o a decidir sobre ellos. Esto es lo que genera lo que vengo llamando el problema de la disonancia democrática: instituciones que -como un traje estrecho- ya no encajan en las sociedades multiculturales, y democráticamente empoderadas de hoy. El resultado: plena disconformidad, y una sociedad que desborda a sus instituciones, por todas partes.
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     4) Otro error importante, se advierte en el modo en el que se piensa a la “apatía ciudadana”. Primero, porque no hay que dar como un dato algo que está lejos de serlo (baste mirar los levantamientos ciudadanos en Chile, Ecuador, Bolivia, España…). Segundo, la apatía, en todo caso, debe verse como un producto endógeno del sistema institucional, y no como un fenómeno exógeno, externo al mismo. Otra vez: no ver esto lleva a que no pensemos en las reformas institucionales que necesitamos, mientras “levantamos el dedo acusador” contra la ciudadanía. Tercero: no hay por qué partir, como lo hace la teoría dominante, de una “teoría minimalista de la democracia.” Aquí, me interesa defender una aproximación a la democracia como “conversación entre iguales”.
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       5) Un tema menor: desde Guillermo O’Donnell y la “muerte lenta de la democracia” (más de 20 años atrás), estamos hablando del tema: el tema no es nuevo, y no empezó ni con Trump ni en Estados Unidos.
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      6) Otro tema menor: desde que Alberdi propuso combinar híper-presidencialismo (estado de sitio, intervención federal, etc.) y “checks and balances”, convivimos en América Latina con la “erosión democrática”. A veces de “muerte lenta,” a veces de “muerte rápida.”
      
       Conclusión: el problema está ahí, pero el diagnóstico se está errando. De este modo, podremos       mejorar algunos, pero sin tocar un centímetro de la cuestión de fondo. El problema democrático de      nuestro tiempo




























3 comentarios:

Francisco Q. dijo...

Brillante. Espero con muchas ganas el libro. Un abrazo.

mm dijo...

https://elpais.bo/lee-el-informe-completo-que-ethical-hacking-presento-al-tse/
contra la erosión democrática queda su radicalización

Jorge Stratós dijo...

"La apatía, en todo caso, debe verse como un producto endógeno del sistema institucional, y no como un fenómeno exógeno, externo al mismo" (RG). Me detengo aquí; llevo toda la mañana leyéndote, de atrás adelante, especialmente tu combate con Waldron. Y tus "notas visuales" finalmente con un fondo musical de NS. Gestalt magnífica, eres una persona magnífica, con una posición teoríco política que comparto: primacía de la democracia ante el derecho, primacia de la sociedad ante las instituciones, primacia de la argumentación sobre la decisión, y finalmente entusiasmo aun en minoría (como diría Javier Muguerza en voz baja, aunque sin esperanza). En efecto, la apatía es inducida por la distorsión y baja calidad del sistema democrático. Mis saludos, Jorge Stratós (Pablo Ródenas Utray)