La
historia es así: Son las once de la mañana, estoy en un café. En la mesa de al
lado hay una vieja napolitana -algo perdida parece- hablando con otra que luego
sabría de procedencia ucraniana. La napolitana en un momento se gira, pregunta
de dónde es uno (“ah, lo mismo da,” responde cuando se entera), y entonces –de
sopetón, sin aviso previo, sin introducción alguna- arranca. Extiende un celular
blanco, que tiene en la mano, y dice. Que tiene dos hijos, Massimiliano y
Michele. Que el celular le sirve para comunicarse con ellos. Que si aprieta el
botón uno (1) se comunica con Massimiliano. Que si aprieta el botón dos (2), el
que debe aparecer es Michele. Que sin embargo ocurre que, no importa qué botón
apriete (1 o 2), siempre atiende Massimiliano. Que por tanto algo no funciona (por
qué no atiende Michele?) Extiende el celular, entonces, para ver si uno le
ayuda a que, por fin, aparezca Michele.
p.s.:
A las seis de la tarde, por esas cosas, vuelvo a pasar frente al mismo bar.
Siete horas después, la napolitana sigue ahí sentada, hablando con su par
ucraniana. Entiendo que aún no ha podido contactar a Michele.
1 comentario:
a mi me gustó para uno de esos concursos de cuentos en menos de mil caracteres. Abrazo.
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