Tercera parte: teología política (y democracia deliberativa)
Llegando a la tercera y última parte de su trabajo, Atria ya ha allanado buena parte del camino que le interesaba recorrer. Por un lado -y éste ha sido el trabajo principal de la sección segunda de su texto- él ha desafiado un modo de entender el derecho y lo político –un modo que parece hoy subyacente en las formas en que hoy se piensa y se entiende el control de constitucionalidad (345). Por otro, ha abierto la puerta a lo que será el centro de la última parte de su libro, esto es, una visión “que no niega sino abraza el carácter polémico del conflicto político”, y que a la vez permite explicar el sentido del derecho (ibid.): “el derecho lo que hace es reducir la contingencia…de transformación de lo polémico en común, de modo de vivir con otros y poder ser autores de nuestras biografías”.
El objetivo del último tercio. Atria justifica esta tercera parte de su trabajo en la necesidad de ampliar aún más la mirada desarrollada en las dos anteriores, para comprender el sentido de estructuras (las estructuras del Estado, en este caso), que consideradas en sí mismas pueden verse como meras “ideas muertas.” En verdad, nos dice Atria, “para entender la estructura formal del Estado moderno es necesario entender la idea de que el derecho es la voluntad del pueblo”, y a esto va a dedicarse en toda la última parte de su libro (22).
La pregunta que aparece entonces, y que va a marcar toda la última parte del libro, es si es posible concebir a la política como algo más que una lucha de facciones, de negociación y compromisos entre ellas (345). Más específicamente, Atria se va a preguntar si tiene sentido, en la actualidad, hablar de la ley como voluntad del pueblo y, en tal sentido, como defensa de los intereses de todos.
En este punto es que reaparece Carl Schmitt, que va a ser decisivo protagonista de esta sección final. El gran acierto de Schmitt –nos dice Atria- fue el de ver con claridad la relación entre instituciones (estructuras) y el “principio” que las anima (sus funciones). Él reconoció, como nadie en su momento, que “la función que la estructura parlamentaria mediaba, la de hacer probable la deliberación, ya no era posible”: el “principio parlamentario”, que era el de identificar a través de la deliberación la voluntad del pueblo, se había transformado en una “idea muerta”, dejando a las instituciones vigentes sin sentido (346). Pues bien, para Atria, lo que Schmitt dijo sobre el parlamentarismo resulta perfectamente aplicable hoy en relación con “las formas institucionales del Estado moderno” (ibid.). Ése es, nos anticipa, “el sentido del resto del libro,” esto es, “proveer de una formulación del principio democrático que pueda hacer inteligible la idea de derecho moderno” (ibid.).
A Atria le interesará responder a la pregunta de Schmitt (resulta posible la deliberación bajo las condiciones en que vivimos?) de modo afirmativo: “la deliberación entre iguales es posible en nuestras condiciones” (348). Pero le interesará hacerlo no a partir de la oferta de nuevos argumentos, sino en el reconocimiento de que se trata de una práctica que debe ser “realizada políticamente”. Por tanto –concluye- “lo que queda de este libro…no es un intento de probar (o justificar) la verdad de esa idea, sino desarrollar un lenguaje con el que podamos hablar de lo político evitando tanto el cinismo de negar la posibilidad de la deliberación…como la ingenuidad de creer que para que haya deliberación basta establecer que sería bueno que pudiéramos deliberar. Ese lenguaje, nos dice, sólo puede ser el de la teología política. Pero vamos por partes.
Crítica a la democracia epistémica. El punto de partida de Atria, en esta tercera sección, es la crisis de lo que llama el “principio democrático” –el que afirma la identidad entre gobernantes y gobernados- a partir de las dificultades que muestran las instituciones vigentes (las que procuran “hacer probable lo que es improbable”) para convertir dicho principio en acto (355). Schmitt se preguntaba si la posibilidad de tornar posible lo probable (la deliberación) se había terminado (porque “la época de la discusión” había terminado, 356), como Atria se pregunta si se ha tornado imposible convertir el espacio de lo faccioso en espacio de lo común.
En su crítica a las salidas “democráticas” hoy disponibles, y en camino a tratar con la teología política, Atria realiza una escala fundamental (fundamental, en particular, para quienes, como uno, han venido trabajando en la teoría de la democracia deliberativa) dirigida a dejar de lado la alternativa que vincula con la democracia deliberativa –la democracia deliberativa en su forma “justificación epistémica”. Se trata de un paso importante en su camino pero así también, debo agregar, de uno de los pasos (capítulos) menos interesantes o más decepcionantes de su libro (aunque, tal vez, autores que se han especializado en otras áreas de la teoría del derecho quieran decir lo propio sobre otros capítulos). Para comenzar, de la impresionante literatura en la materia Atria no retoma a uno solo de los textos importantes que se han escrito sobre la cuestión; elige discutir con Joseph Raz antes que con Joshua Cohen, John Dryzek, David Estlund, José Luis Martí o Carlos Nino; y termina por tomar la versión menos interesante (y más funcional a su embate) de la democracia “epistémica”, antes que la que podría resultar más desafiante para su proyecto. No voy a ahondar mayormente en un tema que me resulta cercano. Sólo diré, por el momento, que el tipo de entendimiento “epistémico” que me resulta más atractivo, y que considero resultaría más relevante para una discusión como la que Atria emprende, no es la de una visión de la democracia que entiende que a través del debate público “acertamos” cuál es “la respuesta correcta” (una visión algo ridícula de la democracia deliberativa, y que pone en aprietos por todos los costados a un enfoque tal), sino otra conforme a la cual el debate público minimiza las chances de tomar decisiones meramente parciales (basadas en razones del tipo “porque a mí me conviene”). El debate, en este caso, no “constituye” o “define” lo que es “correcto” (381), sino que expresa un modo de decisión que por un lado honra nuestra común igualdad, y por otro facilita que colectivamente nos reapropiemos del control de los temas (sustantivos) que más nos importan. Dicho debate, me parece, satisfaría la preocupación de Atria en torno a la posibilidad de construir un “derecho sin opresión”. Uno podría decir, con él, que de este modo, ayudamos a que “la voluntad en la que consiste el derecho sea, en algún sentido políticamente significativo, mi voluntad” (386). Finalmente, entonces: para alguien que, como Atria, está interesado en rescatar el valor fundamental de un diálogo inclusivo, entre iguales, resulta decepcionante el modo en que se “saca de encima” los aportes de la teoría de la deliberación democrática (variante “epistémica”, digamos). Se trata, por un lado, de un modo demasiado rápido (superficial) de correr a un contendiente teórico del camino, que siembra dudas sobre la “equidad” con que trata a las teorías rivales, y sobre su decisión de tomarlas en serio. Lo que es más grave, se trata de un modo que siembra dudas sobre su propio proyecto, en la medida en que Atria está interesado en mostrar a la “salida” que ofrece hacia el final de su libro como obvia, única posible, necesaria, definitiva.
14 comentarios:
A mí lo que más me preocupa de la democracia deliberativa es cómo se ha usado muy astutamente para legitimar agendas neoliberales. "Ya tuvimos el espacio de deliberación, no se quejen." La visión de la democracia deliberativa "conforme a la cual el debate público minimiza las chances de tomar decisiones meramente parciales (basadas en razones del tipo porque a mí me conviene")" todavía me genera problemas. Te refieres a un debate "que expresa un modo de decisión que por un lado honra nuestra común igualdad, y por otro facilita que colectivamente nos apropiemos del control de los temas (sustantivos) que más nos importan." Mi preocupación es cómo se usa la "forma" o, mejor dicho, como se hace alarde de usar la "forma" de la democracia deliberativa para legitimar agendas neoliberales; algo similar a cómo se utiliza el Derecho como "forma" para legitimar/apoyar agendas neoliberales. Yo utilizo tanto el Derecho como la "democracia deliberativa" como "formas" para lograr lo que persigo sustantivamente como abogada de comunidades de escasos recursos económicos, con escepticismo y de manera estratégica. Es muy difícil. Me encanta el potencial que tiene para empoderar a personas, hacerlas visibles y audibles, como diría Rancière, que, de otro modo, estarían ausentes como sujetos políticos. El espacio de "debate" lo uso también para generarle presión a aquellos/as que están en los espacios de poder. Muchos/as reaccionan solamente si se mancha su imagen en la opinión pública por lucir "injustos" o "inhumanos". Por eso las teorías radicales o agonistas de la democracia me llaman la atención. Estoy con Atria hasta la fecha, creo, y con ganas de saber qué escribe sobre la deliberación como "práctica que debe ser 'realizada políticamente'". Espero con ansias tu próximo comentario. ¡Un abrazo!
pero Myrta, lo mismo podrías decir de los derechos humanos o la libertad: son categorías que se han usado para justificar invasiones en países, para reprimir, para ocupar territorios "amenazados" por la izquierda. pero eso no dice nada contra la idea de los derechos humanos o la libertad, sino contra quienes invocan de ese modo esos ideales. son ideales que nacen como barrera a la opresión, y por eso mismo , viendo su potencia, hay muchos que los han usado en contra de lo que esos ideales vienen a hacer. por eso, mi consejo es evaluarlos por lo que son e implican, no por la manipulación que se haga de ellos.
¿Y no crees que hay valor en delatar la "manipulación"? ¿Igual que han hecho los /as crits con el Derecho?
obvio¡¡¡ importantísimo. pero eso es muy diferente que decir "la ideología de los derechos humanos no sirve." sirve y muchísimo, y hay que delatar a quienes quieran abusar de ella. más fácil: en nombre del marxismo se hicieron cosas horrendas, pero eso, para mí, no afecta en nada su tremenda potencia crítica o su valor como ideal de cambio. por eso, distinguir la teoría, su potencia, su valor, del uso que los manipuladores hagan de ella. no tiene nada que ver una cosa con la otra (tampoco tomo cosas tales como que "la ideología (marxista) ayuda a la manipulación". creo que la crítica debe ser al manipulador, no al marxismo, o a la ideología de los derechos humanos, o a la teoría deliberativa, que merecen ser evaluadas por sus propios méritos y deméritos y no por lo que hicieron quienes las invocaron para cualquier cosa)
¿Pero por qué te dedicas tanto a exaltar sus "virtudes"? Me enfocaría más en sus límites, que en sus posibilidades, porque ya están todos/as los liberales igualitarios y los neoliberales exaltando sus "virtudes". Y busco entender, genuinamente, no molestar. Recuerda que en el 2006 te hice una pregunta similar: ¿por qué defiendes tanto a los liberales igualitarios siendo socialista?
por exactamente lo mismo que lo hace gerald cohen, como marxista que toma de la mano al igualitarismo de izquierda, que si tiene un componente liberal, que lo tiene, lo tiene en el lugar donde debe tenerlo, esto es, en la radical defensa de que cada uno viva su vida, su sexualidad, sus ideas, como quiera. eso es totalmente liberal, y debe ser reivindicado siempre. luego, tambien, la radical democracia economica. pero sin olvidar lo anterior
¡Gracias! Seguiré pensando...Quiero escribir sobre este tema, sobre los límites y posibilidades de la democracia deliberativa para el trabajo del/la abogado/a comunitario/a o en movimientos sociales. Me falta, me falta...algo no me cuadra. Tengo que leer y pensar más sobre esto. Teóricas feministas poscoloniales, Spivak, por ejemplo, me podrán arrojar luz. Tengo que volver a leerlas. Como te había comentado en otra ocasión, otra de mis preocupaciones tiene que ver con lo difícil que a nosotras se nos hace participar en los "debates de la democracia" y digo nosotras, pero incluyo también a otros grupos marginados/oprimidos. Eso dificulta que tenga fe en ese tipo de democracia como ideal. Dirás que solo es un ideal, una aspiración...pero...¿y si no es posible? Muchos de los grandes cambios sociales han venido después de sangre, sudor y lágrimas, de movilización, no de deliberación. ¿ Y si estamos sin dios/derecho/democracia y posibilidad de un debate que "honre nuestra común igualdad" en una sociedad todavía tan fundamentalmente desigual y patriarcal?. Tal vez la igualdad hay que ganarla a cantazos. Tal vez lo que busco es una Diosa o Diosas, pero en el camino, pienso mucho en los límites de lo que tenemos. Y creo que eso tiene que ver con ser una mujer socialista viviendo en un país patriarcal y neoliberal, que hace alarde de ser democrático. Vamos a ver hacia dónde va Atria con su teología política. Tengo muchas ganas de saber cómo concluye. ¡Otro abrazo! Valoro mucho, mucho, mucho, todo lo que he aprendido y aprendo de ti.
es que yo creo que ahí opera un prejuicio innecesario y dañino. yo, para tomar un caso, tomo como otro ideal político el de que no haya más pobreza ni desigualdad. si alguien me dice "es un ideal, en la realidad somos pobres, en la realidad somos desiguales", se termina la discusión. la única respuesta es, claro que sí, y es el ideal por el que vamos. y no comparto tampoco lo que dices sobre los ideales, no se peleó por pelear, sino que hubo mujeres que murieron con sangre sudor y lágrimas, por derechos como el de votar, y obreros murieron peleando por su derecho a sindicalizarse, y otros más (en la comunidad gay) por su derecho a casarse. son ideales, algunos más realizables y otros menos, como el de la lucha contra la pobreza. a mí me interesa no "la deliberación", sino que las decisiones las tomemos entre todos, en una discusión inclusiva, y no mandoneados por nadie, una persona, grupo o elite. otra forma es hablar de autogobierno
Tal vez me interesan más las estrategias que los ideales. No dije que solamente se peleó por pelear; sino que creo que, más que el ideal que se usa, es la movilización lo que a la larga gana la batalla para remediar el agravio que se traduce a un reclamo legal-político, aunque el ideal-la traducción-que se escoja es importante. A veces se cambia el ideal en el camino, de manera estratégica, para ganar la batalla. En Puerto Rico, por ejemplo, tuvimos una gran lucha para sacar a la marina de los EEUU de Vieques. Por años, el sector independentista usó la autodeterminación de Puerto Rico como ideal en esa lucha. La marina mató un civil, por error, en una de sus prácticas de bombardeo. Ello provocó una campaña de desobediencia civil en el campo de tiro. Fue importante también en esa lucha el cambio en el discurso: del derecho a la autodeterminación al derecho a la salud. La obsesión con el discurso de la autodeterminación había cerrado posibilidades para generar la salida de la marina. El reenfoque en cuanto a estrategia, que incluyó un reenfoque en cuanto al ideal-la traducción del agravio-, fue crucial. Pero sin la movilización, sin la desobediencia civil masiva, no se hubiera logrado.
pero sacar la marina de alli era un ideal en si mismo, que luego se podia adicionar con otros. el punto es que no es cierto ni bueno que se pelee por pelear, sino que muchas de las batallas de las que mas nos enorgullecemos, fueron por ideales abstractos (igualdad racial) o mas concretos pero igualmente "formales" en apariencia (derecho al voto femenino y las sufraguistas). imagina que alguien les decia a las sufraguistas, es que el voto no sirve para nada, la democracia está arreglada y dominada por pocos." bueno, tal vez sea cierto, pero no pelear por ese voto es reaccionario, y pelear por ello cambió la historia. lo mismo si uno les dice a miembros de la comunidad gay "no peleen por el matrimonio igualitario." bueno, es cierto que el matrimonio es una institucion de cuarta, pero el rechazo al matrimonio igualitario es reaccionario otra vez. aca lo mismo, no digo "luchen por la democracia deliberativa," sino luchen por una democracia que no los excluya mas, donde las decisiones no se tomen por el capricho de unos pocos. yo lo veo totalmente potente. y lo estrategico bueno , uno podra ver, eventualmente, los modos, pero los ideales deben estar muy claros, sino no motivan, son mentirosos, no sirven, y te llevan ala derrota!
Yo nunca le hubiera dicho a ninguno de esos grupos que mencionas que no pelearan; pero sí que conviene ser flexibles y cuidadosos/as con el uso de los ideales-con la traducción de su agravio-que para mí no es necesariamente lo mismo que el objetivo que persiguen (en el ejemplo de Vieques, sacar a la marina)- porque a veces el tiro te puede salir por la culata; igual que con las estrategias.
ok, tal vez ahí radique la diferencia: yo les hubiera alentado a más no poder a pelear por esos ideales (de hecho, es lo que hice con el caso del matrimonio igualitario, aunque la bandera no me atraiga): aglutina en una pelea que merece pelearse, en nombre de un ideal igualitario que expresa una convicción igualitaria que va mas allá de las ideas de voto o matrimonio
Yo apoyé esa lucha. Pero tuve mi reservas porque, como en muchas ocasiones, ese ideal privilegia al hombre blanco rico por sobre todas las demás personas en esa comunidad y refuerza en gran medida la heteronormatividad. Se tenían que parecer a los heteros para que les "aceptaran" su reclamo. Pero celebré y apoyë.
Buen debate entre ustedes dos, Roberto y Myrta. Espero que no moleste que meta el tenedor:
1) No veo, empíricamente (aunque tampoco filosóficamente), la conexión auténtica entre "democracia deliberativa" y "agendas neoliberales". O sea, no he encontrado que los neoliberales realicen o practiquen deliberación democrática para avanzar o poder avanzar sus intereses. Muy al contrario. Que medidas neoliberales puedan pasar por un Congreso no significa ni implica democracia deliberativa (si hubiera democracia deliberativa sí pasaría ella misma, entre otros puntos, por Congresos, pero es otra dirección). Algún uso discursivo, retórico y hasta mentiroso, por aquí o por allá no hace deliberativos a los neoliberales, que no dependen de ninguna forma de "la deliberación" -tampoco de ninguno de sus fondos... Yo no conozco ningún neoliberal que sea "deliberativo" ni a ningún "deliberativo" que sea neoliberal. Y menos a alguien que de veras diga que quiere neoliberalismo pero que se llegue a él deliberando...
2) Ideales y estrategias no necesariamente son excluyentes mutuamente. Creo que es muy importante ponerse a memorizar esto. No vayamos a quedarnos sin estrategia -"de tierra"- por quedarnos con los ideales, ni a quedarnos sin ideales por querer tener éxito con la estrategia.
3) Puede parecer menor pero no: "límites" y "posibilidades" terminan por ser lo mismo. Hay que pensarlo. Cuando alguien dice que va con/por los límites en vez de las posibilidades, o al revés, y los trata siempre separados, nunca entiendo lo que dicen, porque no están diciendo nada. Es artificial y una autotrampa.
4) El "matrimonio gay" no "privilegia al hombre blanco rico por sobre todas las demás personas en esa comunidad" ni "refuerza en gran medida la heteronormatividad". Porque lo que hace es generalizar una posibilidad legal ciudadana frente al Estado y en un sentido contra él, no limitarla a los heterosexuales ni a los gays que sean hombres, blancos y ricos, a quienes no queremos "privilegiar". Los homosexuales -mujeres y hombres- "se tenían que parecer a los heteros para que les ´aceptaran´su reclamo"? No es lo que ha pasado, no en Estados Unidos ni en México, ni creo que en Argentina. Los opositores dentro y fuera del Estado a ese matrimonio lo que dicen y desean es precisamente que los gays no se parezcan a ellos dentro del Estado, que el Estado no los trate igual, porque según ellos no se les parecen en nada afuera, ni deben parecérseles más. Eso es lo que que buscan esos opositores, los homofóbicos; no es cierto que los heterosexuales tradicionalistas, conservadores, etc., quieran o acepten que los homosexuales se acerquen a sus tradiciones: al contrario! De eso se trata su oposición. No ceden en eso, así que cuando pierden es porque perdieron el argumento y/o el cálculo político. Y ya.
Abrazos,
José Ramón.
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