28 mar 2013

Café italiano 3: La conversación extendida




·               El punto de partida, el punto de reposo, en el bar, es la conversación. Al bar se viene a conversar. Todos hablan con todos, y el “todos” incluye –en principio, aunque no de modo obvio ni necesario- a conocidos y no conocidos, locales y no locales. Atención: estoy en el norte de Italia, y entiendo muy bien los niveles de discriminación que existen. Aún así, aún aquí, el supuesto de la conversación extendida e incluyente es maravilloso. Voy a las primeras conversaciones extendidas que presencié.
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         Uno de los locales, llamémoslo Mario, era el maestro de ceremonias de la conversación. Desde su mesa, en una de las puntas del local (local de, pongamos, 10 metros cuadrados), interrogó a otro de los locales, llamémoslo Pedro, sentado en la otra punta. Pedro leía el diario, muy concentrado, pero inmediatamente lo dejó a un lado y naturalmente respondió, poniendo la conversación en movimiento. Se trataba acerca de una absoluta nimiedad: la visita al pueblo de un músico cualquiera, que era de “New Orleans”. Mario repetía con ironía, en inglés italianizado y burlón “Niuorleansss”, estirando la “s” al infinito, y con la mirada perdida en el horizonte. La conversación duró unos diez minutos. Luego, Mario cambió de mesa y, simplemente, se sumó a otra que se vaciaba, y en donde quedaba sentado el parroquiano más viejo, llamémoslo Pino. Pino era muy viejo, tartamudeaba un poco, pero a Mario ello no le hacía problemas: Pino comenzaba una frase, y Mario inequívocamente se la completaba, para evitarle la tartamudez, para impedir que la tartamudez se note. Mario dominaba por completo la escena: su silla estaba en el centro del local, él estaba con las piernas abiertas y sus zapatos apuntaban en direcciones opuestas. Todo el local parecía suyo.

         Finalmente, entró al bar el "loco del pueblo", figura infaltable que Fellini retrató siempre con cariño. La situación se tornó algo incómoda para todos: el "loco" hablaba incoherencias, hacía ruido, iba de un lugar a otro. Mario, sin embargo, ya con el sombrero puesto, ya por marcharse, sonreía felicísimo: tomaba cada una de las iniciativas del "loco" y la acompañaba un poco, la hacía andar. Lo miraba amistoso, felliniano finalmente, y le respondía como al igual que era. Luego salieron todos juntos, hablando de Balotelli o algún otro personaje local.

foto: el bar del pueblo desde mi mesa

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