29 ago 2019

Laudatio para Philip Pettit

Es un honor para mí introducir al profesor y estimado colega Philip Pettit, en ocasión del Doctorado Honoris Causa que se le entrega hoy, y hacerlo en nombre de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Agradezco a las autoridades de la Facultad por este privilegio, y agradezco en nombre de ellos al profesor Pettit, por haber aceptado este premio honorario.

Comienzo esta presentación haciendo referencia breve a la formación y amplia obra producida por nuestro homenajeado. Nacido en Galway, Irlanda, Philip Pettit cursó sus estudios de grado en la National University de ese país. Obtuvo un Master of Arts en Cambridge, y en 1970 se graduó como Doctor en Filosofía en Queen’s University, en Belfast. Fue profesor en el University College de Dublin, entre 1975 y 1977. Desde el 2002 es Laurance S.Rockefeller University Professor of Human Values en la Universidad de Princeton, y en el 2013 fue nombrado Distinguished University Professor en la Universidad Nacional de Australia (ANU), en donde desarrollara buena parte de su vida académica. Además, Pettit fue profesor/investigador visitante en diversas Universidades, incluyendo las Universidades de Cambridge (1986), Oxford (1989), la London School of Economics (1992), Harvard  (2006-2007), o Stanford (2010-2011). El profesor Pettit ha dictado algunas de las conferencias académicas más prestigiosas incluyendo, de modo reciente, las Tanner Lectures on Human Values, en la Universidad de California en Berkeley (2015); y las John Locke Lectures, en la Universidad de Oxford (2018-19). Destacaría,  de modo muy especial, que él ha sido distinguido ya con varios Doctorados Honoris Causa: en la National University, en Irlanda (2000), en la Universidad de Creta (2005), en la Universidad de Montreal (2006), en Queen’s University, en Belfast (2007), en la Universidad de Lund (2008), y en la Universidad de Atenas (2014).

Sus temas de investigación van desde la teoría moral a la teoría política, desde la filosofía de la mente a la metafísica, y sus trabajos están en permanente diálogo –como él se empeña en subrayar- con disciplinas vecinas, que incluyen a la sicología, la sociología, la economía, o la antropología social. Ha publicado más de 200 artículos en revistas científicas de primer nivel; y es autor de otros 24 libros, que fueron traducidos a más de 16 idiomas, incluyendo –sólo por nombrar unos pocos- On the Idea of Phenomenology (1969); The Common Mind (1996): Republicanismo (1997); Una teoría de la libertad (2006);  On the People Terms (2012); Just Freedom (2014); y The Birth of Ethics (2018).

Subrayaría además, de forma muy especial, sus muy frecuentes colaboraciones con otros autores, algo que el propio Pettit se ha encargado de resaltar. En diversas entrevistas, él ha sostenido que valora particularmente tales trabajos en conjunto. Ello significa –en sus palabras- “buscar un mínimo común con otra persona”, y “evitar que la discusión filosófica se convierta en un juego de suma cero.” En igual sentido, en su libro Common Mind, Pettit defendió una posición individualista (entendida como anti-colectivista), y a la vez holista (entendida como anti-atomista) que le ha permitido afirmar, entre otras cosas, que el pensamiento de los individuos se constituye en parte en las relaciones sociales, a través de recursos comunes y esfuerzos colectivos. Honrando esa convicción, Pettit ha cultivado la práctica de pensar y escribir en conjunto con sus colegas. Sólo por mencionar alguno de entre muchos ejemplos de sus obras escritas en co-autoría, mencionaría el libro que escribiera con el amigo José Luis Martí sobre el tiempo de Zapatero en España; o los que trabajos que publicara con John Braithwaite sobre la justicia penal; con Chandran Kukathas sobre John Rawls; con Geoffrey Brennan sobre la “economía de la estima”;  o  con Christian List sobre agencia de grupos. 

Alguna vez, Pettit definió a su proyecto como un programa Sartreano. Él se mostró fascinado, desde su juventud, por la capacidad del filósofo francés para dar forma a un sistema metafísico, a una teoría de la mente, a una obra literaria, y aún a un programa político, a partir de la visión de las personas como sujetos auto-construidos. El existencialismo de Jean-Paul Sartre, y su peculiar visión sobre la libertad, motivaron a Pettit en la idea de ofrecer –él también- una visión particular de la libertad, capaz de servir como ideal tanto para pensar sobre el ámbito de lo personal, como sobre el ámbito de lo político. Sartre representó, además, el gran ejemplo acerca de cómo vincular la reflexión filosófica con las experiencias y actitudes personales.

Referencias como las anterior interesan, entre otras razones, porque nos permiten reconocer no sólo las influencias tal vez inesperadas que marcaron su modo de hacer filosofía (para quienes vemos a Pettit como un filósofo analítico, resulta sorprendente reconocer la fuerte influencia ejercida por la filosofía francesa en su teoría) sino, sobre todo, la extraordinaria consistencia que ha mostrado el pensamiento de Pettit, desde sus inicios hasta hoy. En efecto, Pettit –en parte como Sartre- ha escrito libros sobre los temas más diversos –metafísica, teoría de la mente, teoría política, diseño institucional- pero todos ellos aparecen recorridos por ciertos hilos comunes, que le dan continuidad a su obra, y que permiten reconocer en la misma a un conjunto de piezas que se van articulando entre sí, hasta dar forma, en la actualidad, a una concepción teórica integral, sólida y coherente. Resulta notable reconocer de qué modo, la idea alternativa de libertad que, desde hace algunas décadas, dota de identidad a la teoría de Pettit, estaba presente como objetivo e ideal desde sus primeras lecturas filosóficas. Luego, y siguiendo la metodología de trabajo que lo distingue, la teoría de la libertad como no-dominación fue desarrollada por Pettit en paciente y continuo diálogo con muchos otros autores –en particular, a través de sus colaboraciones con el criminólogo John Braithwaite, con quien elaboró una notable teoría de la justicia criminal; y junto con el historiador Quentin Skinner, con quien comenzó a profundizar sus estudios sobre la tradición filosófica republicana.

La consistencia y continuidades que se advierten en la sustancia de sus escritos, se reconoce también en los métodos empleados por el autor. Me refiero, en particular, a la persistente pretensión de Pettit de vincular al pensamiento filosófico con la propia experiencia. Tal vez el ejemplo más notable –pero de ninguna manera el único- de dicha interconexión entre teoría y experiencia, es el que ofrece Pettit cuando propone el eyeball test, es decir el test con el que ilustra su lectura de la libertad como no-dominación. El “test de la mirada,” llamémoslo así, nos invita a pensar en las normas propias de un estado republicano, como aquellas que nos permitan mirarnos mutuamente a los ojos sin temor, sin “sometimiento” basado en el poder superior del otro. Tal como lo confiesa en el Prefacio de su libro Republicanismo, él desarrolló la idea de libertad como no-dominación (la idea de que nadie debe quedar sujeto a la interferencia arbitraria de ningún otro), como forma de dar cuenta de las peculiares experiencias opresivas que vivió en su paso por instituciones y seminarios religiosos, cuando intentaba ser cura. Pettit aprendió allí que la falta de libertad no requería, necesariamente, de acciones de sujeción violenta por parte de otros, sino que podía deberse, simplemente, a la imposibilidad de mirar a las autoridades a los ojos, por ejemplo a partir de una educación práctica en la pasividad y en la inseguridad sobre las propias capacidades. Dicha experiencia le permitió al autor pensar sobre la educación que recibiera, en paralelo con la experiencia que describiera Mary Wollstonecraft, en 1790, para dar cuenta de la formación de las mujeres como sujetos subordinados. Finalmente, en ambos casos encontramos ejemplos de “dominio”, de sometimiento sin coerción, que podemos reconocer a través del “test de la mirada,” en relación con la mirada del otro.

La disposición de Pettit a pensar desde la experiencia nos llama la atención sobre otras de las virtudes esenciales de su trabajo: su permanente interés por dar fundamento empírico a sus afirmaciones, y su preocupación por basar sus propuestas de diseño institucional en una pintura realista del material humano con el que se cuenta. Citando a Immanuel Kant, Pettit se ha referido muchas veces a la necesidad de no perder de vista, a la hora de hacer filosofía, a the crooked timber of humanity, esto es decir, a la “madera torcida” de la humanidad, con la que –como decía Kant- “nunca pudo construirse nada derecho.” Para Pettit, muchos de los errores propios de la teoría contemporánea, y muchas de las falacias que distinguen a los discursos populistas actuales, tienen que ver con el desdén o la completa ignorancia acerca de las restricciones impuestas por los motivos imperfectos y las limitaciones propias de la sicología de las personas. Como dice nuestro autor, es un hecho triste, propio de la naturaleza humana, que a pesar de que muchos no se hayan corrompido nunca, muy pocos de nuestros conciudadanos sean incorruptibles. Aunque nos pese, no podemos dejar de tomar en cuenta hechos empíricos tales a la hora de hacer teoría social. Dichos supuestos empíricos, finalmente, dan anclaje a muchas de sus reflexiones sobre la vida pública contemporánea, que incluyen, por ejemplo, su escepticismo (impropio en la tradición republican) acerca de la contribución que puede llegar a hacer el Estado en materia de “cultivo de la virtud”; o sus múltiples reflexiones en torno a la fuerza del poder financiero, y la capacidad del mismo para socavar aún las mejores iniciativas y proyectos políticos del presente. 

El interés que muestra Pettit por la vida política, y por la contribución que puede hacerse a la misma desde las ciencias sociales, resulta una constante en su trayectoria intelectual. Quiero decir, se trata de una disposición que se advierte presente en él, desde que era un estudiante doctoral en la Universidad de Queen, y participaba en el movimiento estudiantil irlandés; hasta su activo y más reciente involucramiento –crítico y autocrítico- con el gobierno socialista de José Luis Zapatero, en España.

Tal tipo de intervenciones, más directas, en la vida pública –ya sea como militante o como analista político- son consistentes con sus estudios sobre el diseño institucional, y su permanente interés por lo que John Rawls denominaría la “estructura básica” de la sociedad –digamos, las cuestiones vinculadas con la organización del poder constitucional, y con los arreglos económicos sobre los que se asienta la sociedad. En materia económica, Pettit ha venido refinando, desde hace décadas, la defensa de sistemas de regulación y control público, que distingue tanto de los esquemas librados a la mano invisible, como de los sistemas basados en las puras interferencias del Estado. En materia política, mientras tanto, sus estudios nos refieren a un particular sistema de organización democrática, caracterizado por los tres elementos que en su libro On the people’s terms- reconoce como definitorios de la tradición republicana: i) el primero, que ya conocemos, es el de la libertad como no-dominación (que contrasta con la noción de libertad como no-interferencia, que popularizara Jeremy Bentham); ii) el segundo es la idea de constitución mixta (que contrasta con la noción de un único soberano, derivada del republicanismo comunitario de Jean Jacques Rousseau); y iii) el tercero refiere a la presencia de una ciudadanía activa y contestataria (que difiere de visiones más “pasivas” de la democracia, como las que pudieran propiciar Isaiah Berlin o Joseph Schumpeter, en sus escritos). Permítanme simplemente, y en este punto, subrayar el especial valor del proyecto de una “democracia contestataria” como la que defiende Pettit, en países como el nuestro, en donde la protesta y el desafío permanente contra las autoridades ha sido cuestionado, muchas veces, desde la doctrina legal y desde los mismos estrados judiciales. Para Pettit, los individuos en general, y los grupos vulnerables en particular (minorías étnicas, culturales o sexuales), deben disponer siempre del poder de “contestar” o desafiar las decisiones públicas que se adopten. El hecho de que las decisiones políticas se encuentren siempre abiertas al control y al desafío ciudadanos resulta, para nuestro autor, directamente definitorio de la existencia de un estado republicano.

La red de regulaciones, controles y desafíos que imagina y propone  Pettit, está llamada a favorecer la libertad personal y colectiva, frente a los múltiples riesgos que él mismo identifica en textos como Just Freedom. Me refiero al riesgo de la opresión mayoritaria sobre las minorías; el riesgo de la explotación ejercida por parte de los oficiales públicos; y sobre todo, el riesgo de que el poder estatal sea capturado por grupos de interés dispuestos a favorecer a los “ricos y los poderosos.” El objetivo es, en definitiva, el de establecer protecciones contra el poder privado o dominium; y defensas contra el poder público o imperium.

A esta altura, son muchas las preguntas que quisiera formular frente a la teoría general construida, pacientemente, y a lo largo de décadas, por Philip Pettit. Si tuviera espacio y tiempo -pero no lo tengo- cuestionaría desde la tradición anglosajona del republicanismo (tradición que que asocio con el pensamiento de Thomas Paine, Richard Price o James Burgh), su defensa de la “constitución mixta” y el republicanismo neo-romano, para reivindicar una lectura alternativa del republicanismo, que subraya el valor del autogobierno. Si tuviera espacio y tiempo contradiría también, desde un compromiso más comunitarista, su prudencia o temor frente a una política estatal más potente en el “cultivo” de la virtud cívica. Asimismo, desde una noción más robusta de democracia deliberativa, impugnaría el peso que Pettit le asigna, en su teoría penal, a la “dinámica del escándalo” (outrage dynamic) y su consiguiente defensa de una agencia estilo “Banco Central” para la definición de las penas. A la vez, desde esa misma concepción dialógica de la democracia, subrayaría el valor de la autoría (ser los autores de las normas que luego van a aplicarse sobre nosotros), aún por encima del valor de la contestación o el desafío. Finalmente objetaría, desde una visión socialista como la sostenida por Jerry Cohen en su ejemplo del campamento (camping trip) el papel, aún limitado, que Pettit le asigna a los mercados, dentro del conjunto de su concepción económica.

Sin embargo, y dadas las limitaciones y exigencias propias de una ocasión como ésta, quisiera dedicar las últimas líneas de mi presentación, a elogiar a uno de sus libros, que –en mi opinión- simboliza y resume bien el extraordinario mérito de toda su obra. Quisiera resaltar, en tal sentido, el valor especial que encuentro en No sólo su merecido -Not Just Deserts- un gran libro que Pettit co-escribiera con John Braithwaite, y que corre el riesgo de terminar opacado por la rutilante e influyente presencia de sus estudios más recientes sobre el republicanismo. Se trata de un libro que, de un modo lúcido, humanista y radical, desafía toda la doctrina dominante en el área, para invitarnos a pensar sobre el crimen, no desde una teoría del castigo, sino desde una teoría de la justicia penal; y no desde un retributivismo capaz de amparar teóricamente las nuevas políticas de orden y la mano dura, sino desde un consecuencialismo que margina, en lugar de poner en el centro, a las respuestas punitivistas tradicionales. No sólo su merecido combina de forma magistral la pulsión política de Pettit; su enfoque filosófico consecuencialista; su filosofía política republicana; el interés por la libertad como no-dominación; y su persistente preocupación por la “madera torcida” de la humanidad -the crooked timber of humanity. Libros como éste ofrecen un modelo ejemplar acerca de cómo encajar y colocar juntas, todas las piezas teóricas cinceladas trabajosamente a lo largo de toda una vida. Confieso que encuentro a este trabajo inspirador, y aún emocionante, como pocos otros que he leído.

Llegados a este punto, sólo me queda insistir en las razones que justifican la distinción que hoy entregamos. Por su compromiso político; por la seriedad y profesionalismo con que lleva adelante sus trabajos de investigación más abstractos; por su indeclinable decisión de vincular los estudios académicos con el ámbito de la experiencia; por su voluntad de poner la reflexión filosófica al servicio de la vida en común; por su disposición a utilizar la teoría para pensar mejor sobre la práctica en asuntos de interés público, es que esta Facultad ha decidido entregarle a Philip Pettit esta máxima distinción honoraria. Agradezco entonces, en nombre de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, al profesor Philip Pettit, por aceptar este premio y por venir aquí a recibirlo; y felicito también, y de este modo, al amigo, a quien desde ahora contamos orgullosamente como miembro activo de nuestra comunidad. 

2 comentarios:

JRLRC dijo...

Informativo y muy interesante.

Anónimo dijo...

Para los interesados, les cuento que en el canal de youtube de la Facultad (derechouba) está colgado el video de la actividad. Saludos