Lo
habitual es que, apenas se establece alguna conexión con el otro, aquí en las
tierras altas, la gente se palmee, pregunte por el nombre del otro enseguida,
aproveche para hacer un chiste corto con el desconocido: reírse con él, antes
que burlarse del distraído. Hoy, por ejemplo, en la zona del puerto, percibo unos
movimientos que llaman mi atención: vislumbro una pelea. Enfoco bien y lo
confirmo: un morocho encapuchado, y un gordote en jogging, lanzándose golpes.
Pero enseguida entiendo que no es así -como pienso- cuando distingo a una vieja
sentada, junto a ellos dos, riendo. Entonces, los dos contendientes comienzan a
reírse también, dándose un abrazo.
***
Estoy
en la hermosa Isla de Mull, voy en autobús hacia el pequeño centro urbano. El
conductor va hacia su última parada, que aparece cuando la calle se da de
bruces, abruptamente, contra el mar. El autobús avanza y avanza, y uno, que va
en el asiento de enfrente, se alerta un poco. Enseguida, el resto del pasaje,
que asimismo advierte la cercanía con las aguas, también. Ahí, en ese instante
de alarmada conciencia compartida, es cuando el conductor se da vuelta y, con
total seriedad nos dice: “bueno, ahora aspiren profundo, tomen aire, que ahí
vamos…”
***
Para
cruzar al otro lado del mar debe utilizarse un ferry viejo, que está algo
distante del centro, por lo que el único tránsito sensato es a través de un
taxi. Hace frío, y el taxista se encuentra sentado dentro de su auto, con la
ventanilla cerrada. Le golpeo la ventana, él la baja, y entonces le pregunto:
“Can I take this taxi?” (puedo tomar este taxi?). Y él responde, fingiendo que está sorprendido, indignado: “No! Of course you cant! This taxi is mine”
(“No, cómo vas a poder tomar el taxi! Si el taxi es mío!”).
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