9 jul 2011

Un cuentito



Carencias

Este es el relato de algunos, tal vez, desafortunados silencios, acompañados por al menos dos, quizás, afortunados malentendidos. La trama puede ser compleja, como cualquiera, así que comienzo por simplificar. Despejamos entonces al resto de las personas, y nos quedamos con tres. A, B y C, pongamos, Ana, Belén y Carlos. La información que resulta, entonces, es la siguiente:

* Ana es creyente y es médica (hechos ambos olvidables, por diferentes razones que aquí no vienen al caso). Es amiga de Belén, a quien conoce desde su época de estudiante.
* Ana y Belén fueron compañeras, también, de Carlos.
* Los tres viven en un pueblo relativamente pequeño, y Belén oficia de principal Asesora del Intendente (Intendente que apenas si aparecerá en esta historia).
* Ana y Carlos se frecuentan, desde hace tiempo, en un sentido algo abarcativo del término frecuentar.
* Carlos es aficionado a las letras (el dato es irrelevante), y pertenece a una familia adinerada (éste no); quiere mucho a Ana, aunque Ana se enoje con él, a veces, por la presencia que tiene el dinero en su vida (la de Carlos).
* Carlos quisiera tener algo más de dinero, y nunca cejará en estos intentos (lo confirmaríamos después, si la historia siguiera más allá del final), para lo cual necesita una firma del gobierno municipal, que lo consolide como propietario de unos productivos terrenos.
* Ansioso por obtener esa firma, Carlos comienza a vincularse con Belén. Belén, que no sospecha de sí misma, y que haría todo por la felicidad de sus amigos, acepta, entusiasta el convite. Ana, mientras tanto (y este dato es muy importante), le ha advertido a Carlos que ni se le ocurra involucrar a Belén en su búsqueda de la firma deseada: “la amistad y los negocios,” le dice, “como el vino que fermenta y el pan, no han de mezclarse.” Carlos le promete a Ana que no molestará a Belén, por estas terrenales cosas. Belén sabe de todo esto, pero no habla del tema.

Volvamos ahora, con esta información en mano, a la historia de este escrito:

Carlos se ha ido acercando a Belén con la excusa de buscar auxilio: su pretexto es fortalecer su relación (la de él, Carlos) con Ana. A ver: es cierto que Carlos tiene algunos problemas con Ana, pero también que amplifica lo que lo ocurre, pensando en que tal vez, más cerca de Belén, un día ella lo ayude en sus otros, más fecundos, asuntos. Carlos llora, excesivo, su historia de desencuentros con Ana, y le pide consejos a Belén. “Qué es lo que puedo hacer, qué es lo que ella siente, qué es lo que ella puede querer de mí” –dice, demasiado, Carlos. Belén, que le cree todo, le aconseja, y entre tanto conversa con él, hablan de esas otras cosas, como cualquiera. Carlos allí siente la tentación de introducir “su temita,” pero curiosamente o no, apenas si lo hace, temeroso de romper su promesa con Ana. A veces le ha comentado algo sobre su “turbada” situación patrimonial, algo acerca de “esos terrenitos”. Carlos claramente exagera lo que le pasa, pero en estos casos -agregaría yo- Belén “atiende pero no asimila”, no toma lo que Carlos le dice, cuando habla de esas municipales cosas (disgredo y recuerdo la historia que me contaban en clase, sobre el soldado Pérez, quien tenía la extraña virtud de dormir con los ojos abiertos. En su reporte mensual, y esto también es real, el sargento escribió: “el soldado Pérez atiende pero no asimila”).

El hecho es que una tarde de viernes, a última hora, el Intendente firma. Firma, pero no por la presión de Belén, como Carlos conjeturaría de inmediato. Belén, sólo alguna vez, y por hablar de algo (en esas tardes invernales en que ni el tren pasa y de repente silba), supo mencionar el tema de “los terrenitos” de Carlos (poco antes, tierna también, había hablado de “las frutas frescas que supe recoger, de niña, en el camino desde mi hogar a la escuela”). La firma del Intendente –de esto estoy seguro- había ocurrido por cualesquiera otras razones, que aquí con absoluta tranquilidad desconocemos. Supongamos que, simplemente, el firmante se imaginó que de ese modo podría tener más cerca a Carlos y a su familia, y así hacer negocios con ellos en un futuro posible, de los otros tantos.

Carlos no se enteraría de la ansiada firma hasta el lunes siguiente. Mientras tanto, caramba, ese fin de semana, que no sería como los demás (esto lo sabría Carlos luego de que ocurrieran los hechos que a continuación relato), Carlos había vuelto a visitar a Belén. El inapacible domingo que precedió a ese sosegado lunes, Carlos se acercó a Belén, se acercó un poco más, y Belén, sorprendiéndose a sí misma -se diría después- cedió. Cedió en lo que pensaba eran sus sólidas convcciones afectivas –las que convertían a Carlos en una mera hoja de árbol, caída en otoño, a quien ella recogía con sus manos finísimas, menos por atención hacia Carlos (la hoja) que por cariño hacia su clorofílica amiga. Belén cedió, conmovida por el llanto en voz alta de Carlos, por sus frases lisonjeras, por sus manos en apariencia trémulas, por su mirada frágil, apenas terrorífica. Cedió frente a su abrazo desesperado, frente a sus labios perdidos, frente a su pecho necesitado de abrigo... cedió por completo frente a Carlos. Cedió, y le pidió urgida que se quedara consigo esa noche...”te necesito Carlos, y necesito tu cuerpo jadeante junto al mío, como un todo!” Y Carlos, que buscaba más tierras pero no reuhía otras experiencias menos agrarias, avanzó cuanto pudo.



Ocurrió entonces:

1) Carlos: el lunes por la tarde, supo la noticia de la firma municipal, y corrió presuroso a agradecerle a Belén. Estaba seguro de que había sido gracias a ella, por su iniciativa entusiasta (la de Belén), luego de aquella noche fértil (un cielo abierto, enmarcados por unos hilos de alambre de donde colgaba una parra vieja, y la bombilla de una luz que se apagaba de pronto, y sola o mecida por el viento, repentinamente volvía a encenderse). Belén, sin embargo, no quiso atenderlo. Carlos concluyó, de inmediato, que esta negativa se debía al arrepentimiento de Belén, luego de (lo que él pensaba, habían sido) sus propias sugerencias (las de Carlos) para obtener la firma indebida.
2) Belén: estaba quebrada por lo que sentía una traición amorosa hacia su amiga Ana. Tanta vergüenza tenía, que no se animó a decirle nada de lo ocurrido, mientras angustiada pensaba en dónde ocultar tamaño secreto.
3) Ana: es muy curioso. Ana supo, también a través de Carlos, que Carlos había obtenido la firma deseada, y entonces las tierras. Esto fue demasiado para ella, quien radical propuso que “el hecho” había rebasado absolutamente los límites fijados. Desde entonces, Ana no duerme, no responde. Le dijo entonces a Carlos (como Belén le había dicho a Carlos) que no quería verlo más, nunca más. Pero eso no es lo peor (si es que eso es malo): lo peor es que Ana se ofendió con Belén, porque presumió que ella, por buena fe, por debilidad o por lo que fuese, había hecho presiones para que Carlos obtuviese la firma buscada. Y dejó de hablarle a Belén. También. Dos voces menos.

Hagamos un balance, pues, con lo que hasta aquí tenemos. Ordenemos las piezas de este agitado (aunque finalmente, tan mundano) acontecer de un pueblo calmo. Teníamos tres personas: dos amigas, un tirifilo. El último amaba a la primera, a quien frecuentaba; mientras tanto se acercaba a la segunda, la amiga de la primera, como dudando, o acechante. Ahora, ya no hay amistad, ya no hay vínculos, sólo silencio.

El tiempo pasó, el silencio se mantuvo. Ana eludía a Belén, porque sospechaba que ella había presionado indebidamente a su jefe (al de Belén). Belén, avergonzada, no se acercaba a Ana, a quien intuía defraudada (por ella). Belén leía el silencio de Ana como certeza de que Ana lo sabía todo –lo real, lo verdaderamente importante. Carlos, mientras tanto, tenía vedado el acceso a ambas. A Ana, por la tierra buscada, a Belén, por la tierra encontrada.

El tiempo pasó, pasó, y Ana y Carlos, que se deseaban, no volvieron a verse. Mientras tanto, en la primer semana de enero, y tal vez por esas decembrinas promesas, se produjo una ansiada o inesperada conversación telefónica y se escribieron además dos cartas (el resto de las personas siguen entre paréntesis).

La conversación telefónica fue entre Ana y Carlos. Ana llamó, sabiendo que Carlos, deshauciado, la buscaba. Ana calló entonces muchas cosas, pero sostuvo también, entre otras: “Te dije que no te metieras con Belén, te dije que no la involucraras”. Carlos pensó en esa noche ardiente, en el frenesí de los besos dados bajo la parra que se deshojaba muy lentamentamente en el patio mudo, todo pintado de blanco. Ana pensaba, mientras tanto en la insistencia ansiosa por una firma, que no había existido. Carlos retrucó entonces: “Pero te juro que no la forcé jamás, juro que fue por ella, por su propia iniciativa.” Carlos recordaba a Belén, fuera de sí, fogosamente arrojada a sus brazos. Ana, mientras tanto, lo veía a Carlos urgiendo a Belén para que Belén lo ayudara. Ana retrucó: “no tenés vergüenza, así que ahora la culpa es de ella.” Y cortó, tal vez angustiadísima, seguramente en medio de un desolado llanto. Y no volvió a levantar el teléfono por él. Simplemente jamás. Aquí tenemos a dos de los protagonistas que, nos enteramos ahora, no volverían a hablarse. Sabemos ahora de la llamada, vayamos entonces a las cartas.

La primera carta fue de Carlos, para Belén. Apenas kantiano, Carlos distinguió entre la mentira y la verdad incompleta, y calló entonces algunas cosas, pero escribió muchas otras, y entre ellas incluyó palabras como las siguientes:

Pasión
Amistad
Ayuda
Cooperación
Solidaridad
Confusión
Ternura
Soledad

Todo eso estaba muy bien, y de algún modo conmovió a Belén. Una única cosa la inquietaba, una única línea, la última, en donde Carlos escribía, enigmáticamente, “finalmente, por qué tanto dolor, por un simple cúmulo de ruinosas, apenas si florecidas tierras”. “Tierras?” –se preguntó Belén. “Qué tendrá que ver la tierra con la pasión, con la amistad, con la ayuda...?” “Nos besamos, nos abrazamos, tuvimos la noche del lujurioso amor...y él me habla de un cúmulo de ruinosas, apenas si florecidas tierras?” –se preguntó Belén. El acto de leer no significa nada: Quien no quiere leer no lee. Dobló la carta, la guardó, la lloró (pensando en Ana), y no volvió a abrirla nunca más, ni pensó, tampoco más, acerca de aquella extraña, en apariencia equívoca mención. Desde entonces, muy de vez en cuando, Belén se encuentra con Carlos, y desde prudente distancia, se miran y se saludan con un honesto pero sólo amable (si correspondiera, por la hora) “buen día.”

Pero luego la otra carta, expedida –vaya casualidad, difícil de creer- esa misma semana, ese mismo día. Esta fue una carta de Belén a Ana. Ana la recibió, la leyó ansiosa, la agradeció en silencio –“hacía tanto que esperaba esta epístola, te congratulo oh Señor, que cada día me iluminas.” La carta de Belén, tímidamente, callaba muchas cosas, pero también decía otras, incluyendo palabras como las siguientes:

Error
Falta
Descuido
Vergüenza
Deshonor
Amor
Reconciliación
Perdón

Ana se alegró mucho por la carta, se conmovió -necesitaba conmoverse. Una única cosa la inquietaba, una única línea, la última línea, en donde Belén escribía, enigmáticamente, “como dos cuerpos sudorosos, casi dando pena.” “Cuerpos sudorosos” –se preguntó Ana. “Qué tendrán que ver dos cuerpos sudorosos dando pena, con el error, con la falta, con la reconciliación, que tanto anhelo?”. Ana tampoco quería leer. Dobló la carta, la guardó, la lloró (pensando en Belén), y no volvió a abrirla jamás. Ana y Belén volvieron a ser amigas, desde entonces, y no hablaron más del asunto. La verdad, que en un momento había podido separarlas, había quedado enterrada. La verdad, que en otro momento habría podido unirlas, había faltado esta vez a su cita.

Cada quien supo entonces lo que quiso saber, refugiado en lo que prefirió no decir. Y los acontecimientos se amoldaron, cuanto pudieron, a esas habituales ausencias. Era verano otra vez, y el viento (“es el tren que ha vuelto,” dijeron los viejos del pueblo), parecía silbar a lo lejos.

3 comentarios:

Intelektual pastelero - por PIC dijo...

Muy bueno. Faltan referencias al paisaje, clima y alimentación pampeana y un uso más abundante del sociolecto y regiolecto de los personajes. La descripción del patio con la parra es ajustada, aunque precisa más elaboración. Recomiendo la lectura de Elías Carpena para ir arrimando el bochín en cuanto al estilo.

Intelektual pastelero - por PIC dijo...

Por ejemplo, cuando decís viejos, podés decir viejos paisanos. En vez de decir que se frecuentaban, que se acollaraban. Que había lomas=que había albardones. Que Ana fue engañada=que era aspuda, cornuda. Que el tipo era rico=que era bacán o balaqueador (presuntuoso). Que aprovechó la oportunidad para acostarse con la mujer=que aprovechó la bolada para acollararse con la prienda (o prenda). Que quería sacar provecho con unos terrenos=que quería sacar afrecho. Que su acercamiento fue casual respecto con la prebenda=que fue por carambola. Que cometió un error= que la pifió. Que Belén era una mujer muy arreglada=que era currutaca.
Y después, palabras como ajuera, m'hijo y demás.

rg dijo...

jaja, pero me haces acordar al cine "joven" argentino, abordando el campo: todos con mate y pava en mano, diciendo juira canejo, que leian en patoruzito, y llamando a la patroncita