30 abr 2017

Don Pisarello, alcalde de Barcelona!

(nota en La Naciòn, acà)
La nota que sigue es de El Paìs
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2017/04/28/catalunya/1493406583_112824.html

Julio de 2015. El gobierno de la flamante alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, no lleva ni un mes y medio en el poder y retira el busto del rey Juan Carlos I del salón de plenos. Junto a los dos operarios que levantan el busto está el primer teniente de alcalde y portavoz del gobierno municipal, Gerardo Pisarello (Tucumán, Argentina, 1970). Fue este uno de los momentos de mayor notoriedad de quien, casi dos años después, ha asumido la alcaldía interinamente tras nacer el segundo hijo de la alcaldesa, Ada Colau.


Es republicano y está fascinado por la Barcelona de comienzos del siglo pasado (su tradición rebelde y libertaria) y por la Segunda República y el peso que tuvo entonces el municipalismo. Partidario de emplear el Derecho “como herramienta de transformación política”, del derecho de autodeterminación, crítico con la Transición española y con la Constitución, a Pisarello le marcó el asesinato de su padre, el abogado Ángel Gerardo Pisarello, por la junta militar argentina cuando tenía seis años.

Autor de varios libros sobre constitucionalismo y derechos humanos, el actual alcalde interino es doctor en Derecho y profesor de Derecho Constitucional. Ha escrito, entre otros, La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático y Procesos Constituyentes. Caminos para la ruptura democrática, donde cuestiona la Transición democrática, un proceso que entiende que se hizo de arriba a abajo —por parte de élites que no tuvieron en cuenta a las clases populares—, y llama a un proceso de ruptura, “constituyente / destituyente”, porque, dice, reformar las instituciones es insuficiente.

Como es también insuficiente, según él, reformar la Constitución, porque “bloquea” cualquier cambio, por lo que habría que hacerla de nuevo y “desde abajo”. De hecho, en la confluencia que dio lugar a Barcelona en comú, la coalición que aupó al poder a Ada Colau, Pisarello pertenecía la cuota de Procés Constituent, la plataforma que impulsó la monja antivacunas Teresa Forcades.

Pisarello llegó a Madrid, donde permaneció cuatro años, a finales de los noventa, y entre otros barrios vivió en Vallecas. En 2001 se trasladó a Barcelona para dar clases en la universidad. Y ya no se movió. En la capital catalana conoció al abogado Jaume Asens, vinculado a los movimientos sociales e íntimo del círculo de Colau. Fue quien le presentó a la hoy alcaldesa. Ambos se vincularon a la lucha por el derecho a la vivienda, desde el Observatorio DESC (de Derechos Económicos, Sociales y Culturales) y a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Y de ahí al núcleo de activistas e intelectuales que impulsó Guanyem y posteriormente Barcelona en comú.

También en esa época conoció a su mujer, Vanesa Valiño, experta en vivienda y hoy asesora del concejal del área en el Consistorio. El fichaje de Valiño ha sido ampliamente criticado por la oposición, que lo incluye en lo que considera nepotismo por parte del equipo de Colau.

Como primer teniente de alcalde, Pisarello lleva la cartera de Economía y Hacienda —una materia que no domina— y se encarga también de la de Memoria Histórica, donde se le ve más cómodo. Bien conectado con el resto de los llamados “Ayuntamientos del cambio”, va a trabajar en bicicleta, habla catalán, es afable y cariñoso, pero defiende con vehemencia sus convicciones y cuando se enfada, se enfada mucho, aunque es también sentido. Suele protagonizar rifirrafes con la oposición. Con una agenda que echa humo por exceso de carga, suele llegar tarde a las citas —para desesperación de su equipo—, aunque una vez que llega, no tiene prisa en marcharse.

28 abr 2017

Sunstein y "nudges": Un comentario y tres crìticas




Entre liberales y conservadores. Sunstein, en su defensa del paternalismo, parece estar detrás de un proyecto que tiene alguna similitud importante con el proyecto de Dworkin, en su defensa de la igualdad. Dworkin, según entiendo, se veía a sí mismo como desafiando a los “viejos igualitarios” y a los “conservadores” de siempre, y su teoría afirmaba e incluía lo que cada uno de sus adversarios desconocía. En su visión, los “viejos igualitarios” sostenían (con razón) que la comunidad política tenía una responsabilidad colectiva con el “igual respeto” hacia cada uno, pero definían “igual respeto” de un modo que ignoraba las responsabilidades personales de cada uno. Mientras tanto, los “conservadores” también fracasaban, en su insistencia sobre la responsabilidad individual, porque ella ignoraba por completo todo lo relativo a la responsabilidad colectiva de la comunidad, en relación con la suerte o desgracia de cada uno. Sunstein, me parece, se encuentra detrás de una empresa parecida, cuando defiende el paternalismo en un medio académico tan resistente a cualquier tipo de regulación estatal (adicional). Él interviene en la discusión, como Dworkin, tratando de mostrarles a “liberales” y “conservadores”, que se aproximan a la cuestión del modo equivocado. Los “conservadores” se equivocan, porque defienden la “libertad de elección” a secas, sin reconocer o entender que muchas de las preferencias expresadas por las personas son producto de “marcos de decisión” que otros fijan en lugar de los que luego deciden. Mientras tanto, muchos “liberales” progresistas siguen atados a formas de “comando y control” que implican (i.e., a través de programas compulsivos) reemplazar directamente, o anular, la posibilidad de que alguien decidida por su cuenta, o diga no (“opt out”) frente a algún programa preferido por el Estado. 

De modo lento pero insistente, van apareciendo comentarios críticos al proyecto de “Nudge,” que provienen no ya de la derecha académica, sino de la izquierda. La derecha es la que ha virtualmente monopolizado, hasta el momento, las objeciones a dicho proyecto. De modo habitual, aparecen quejas al paternalismo estatal, aún en sus formas más suaves, como las que defiende Sunstein, porque se sigue considerando al mismo como demasiado intrusivo, o poco respetuoso de la libertad de elección o (incluso) la dignidad de cada uno (como en la crítica avanzada por Jeremy Waldron contra Sunstein, sobre este tema). Muchos otros, en cambio, nos sentimos identificados con la defensa del paternalismo estatal, pero el mismo nos deja con “gusto a poco”, cuando no se acompaña de otros pasos necesarios, o peor aún, cuando aparece como viniendo a tomar el lugar de estos últimos. Señalaría, en este respecto, las siguientes críticas. 

Individualismo. En primer lugar, el “paternalismo suave” nos pone frente a regulaciones marcadas por la posibilidad de “salida” (“opt out”), y ansiosas por dejar en claro que ellas son respetuosas de la libertad de elección individual. (Tal vez todo se explique por el peso de las críticas de la derecha académica, en un ámbito como el norteamericano). De modo más grave, y en lo que me interesaba aquí señalar, dicho paternalismo muestra un enfoque concentrado en la libertad de elección de los individuos, dejando por completo relegada la preocupación por lo “colectivo”. Este rasgo, como veremos enseguida, marca un problema cuando no aparece como una opción metodológica (comenzar primero por lo individual, o poniendo el centro en el individuo) sino como una tendencia que desplaza el interés por, y las reflexiones sobre, lo colectivo. 

Deliberación. En segundo lugar, y vinculado con lo anterior, el tipo de paternalismo defendido por Sunstein deja de lado la preocupación por las medidas estatales destinadas a promover la deliberación pública, u otras semejantes, que están interesadas en mejorar o refinar las decisiones de la comunidad, antes que concentradas en las elecciones de cada uno. Para quienes venimos de la tradición de la “democracia deliberativa,” y sobre todo para quienes venimos de una tradición que encontraba en Sunstein a uno de sus referentes en la materia, este descuido o desplazamiento de la cuestión resulta muy decepcionante. Las críticas que en los últimos largos años Sunstein ha venido haciendo a la racionalidad colectiva, o sus referencias a los sesgos de las decisiones grupales (i.e., la ley de la “polarización de grupos”) parecen ya marcar un abandono definitivo de ese compromiso deliberativo que antes mostraba. Ello asì, del mismo modo en que hoy Sunstein abandona de modo explícito la idea Milleana que propone ver a cada individuo como “el mejor juez” de sus propios intereses (se trata un rechazo que está en la raíz misma del tipo de paternalismo que hoy Sunstein defiende). 

Desigualdad. En tercer lugar, los escritos de Sunstein en la materia, que vienen acumulándose en estos años a través de obras individuales o en co-autoría, muestran muy poca o nula atención a las cuestiones relacionadas con la desigualdad, y la suerte de los grupos que están peor. Otra vez, dicha preocupación ocupaba un lugar central en los “viejos” escritos de Sunstein, en particular en sus críticas al mercado, o en su rechazo a ideas simplistas de la “neutralidad” (paralelas a su actual crítica a la “arquitectura de la elección”). Es posible que Sunstein preserve aquellas preocupaciones en el trasfondo de sus actuales escritos. Sin embargo (otra vez, tal vez por el peso que tiene en su ámbito la crítica de la derecha, y la necesidad de persuadirla), es llamativo e impropio que su última línea de trabajo siga tan carente de preocupaciones sociales e impulsos igualitarios. Ello, en particular, cuando tenemos en cuenta no sólo la presencia de esas desigualdades en la vida de países como los nuestros (o, más específicamente en países como los Estados Unidos); sino también cuando reconocemos lo obvio, esto es, el modo en que esas desigualdades afectan la capacidad de “elección libre” de los individuos (como bien había subrayado Gerald Cohen, entre tantos, en sus artículos sobre la libre elección). Ya que estamos, agregaría que buena parte del trabajo de Jon Elster en el área de las "fallas de racionalidad" (típicamente, en la línea de su libro "Uvas amargas") iba en esta dirección: una preocupación por la suerte de los más desaventajados (la clase obrera que no daba el salto hacia las "uvas" pensando, creyendo o auto-convenciéndose de que estaban amargas), y un interés en revisar de qué modo las desigualdades existentes terminaban afectando su capacidad de decisión.

Estas críticas retoman y en parte se inspiran en la revisión que hiciera Peter Wells sobre “Nudge: Improving decisions about health, wealth and happines” de R.Thaler y C. Sunstein en su texto “A Nudge One way, A Nudge the Other: libertarian paternalism as political strategy”, People, Place & Policy Online (2010): 4/3, pp. 111-118


26 abr 2017

De Bonafini a "Schiffrin". Derechos y democracia otra vez


Días pasados, Hebe de Bonafini realizó unas graves declaraciones, acompañando su siempre enérgica defensa de los derechos humanos con un descalificatorio alegato contra la democracia. Sus afirmaciones resultaron especialmente dolorosas, dado que hemos aprendido a carne y fuego lo que implica jugar con la democracia (denigrarla, vituperarla, insultarla) hasta perderla (es claro que la ruptura democrática fue fuente de la misma violación de derechos humanos que la propia Bonafini padeció como pocos otros). Por lo demás, su duro discurso contra la democracia contradice las insistentes afirmaciones que ella misma, como tantos otros, pudieron hacer a favor de ciertas decisiones democráticas: desde la Ley de Medios (como “ley del pueblo,” que por eso mismo debía ser respetada) al valor del sufragio popular (el “54 por ciento”, que exigía como tal un sacrosanto respeto).

De todos modos, el propósito de este texto no es el de señalar las contradicciones de nadie. En definitiva, la democracia no va a sostenerse porque hagamos demostraciones teóricas, sino en la medida en que la hayamos encarnado como práctica deseada.  Interesa, en todo caso, utilizar la oportunidad para avanzar en una discusión necesaria, referida a la dificultad de defender, categórica y simultáneamente, dos principios en tensión entre sí: el principio de los derechos humanos y el de la democracia. Por qué se dice que están en tensión? Porque la idea de democracia nos lleva a pensar en la primacía absoluta de lo que diga la mayoría, mientras que la idea de los derechos humanos nos habla de intereses que deben ser defendidos también de modo absoluto, por encima de lo que cualquiera -incluso la mayoría!- pueda decir al respecto. La cuestión es que en muchos casos, lamentablemente, esos dos absolutos parecen pelear por el mismo espacio. Entonces, uno se pregunta: la libertad de expresión es un derecho fundamental, intocable, o un derecho que puede ser limitado conforme lo diga la mayoría democrática (i.e., escribiendo una Ley de Medios)? Y la integridad física o la no-tortura? Y la pena de muerte? Y el discurso de negación del genocidio? Hablamos de “absolutos” intocables, o de cuestiones que podemos decidir a partir de la regla de la mayoría?

Las cosas se complican más todavía porque, advirtiendo el poder de tales gigantes o “absolutos” (la democracia y los derechos humanos) muchos intentan ganar control sobre ellos hasta adueñarse de los mismos. De modo habitual, algunos pretenden señalarle al resto cuál es la “verdadera” democracia, mientras que otros se asumen con el conocimiento exclusivo de lo que los derechos humanos “verdaderamente” significan. Quienes nos hablan en nombre de la democracia nos dicen, por ejemplo, que “la ‘verdadera’ voluntad del pueblo”, es la que representa su líder preferido (“el presidente”), o un grupo (“los legisladores”), o un cuerpo (“el pueblo”) u órgano institucional concreto (“la Convención Constituyente”): ellos serían la encarnación de la democracia “real”, antes que “formal”. Enfrente quedan entonces las expresiones ciudadanas que no les gustan, que terminan siendo descalificadas como contrarias a la democracia, e incluso como “dictadura”. En nuestro país, en todos estos años, pasó a ser común hablar de “dictadura” para desautorizar a gobiernos -cleptocráticos o plutócraticos- con los que sensatamente se desacordaba. De modo similar, en estos días, se advirtió esa misma disputa sobre qué es una “verdadera” democracia, en torno al (auto)golpe de estado que se desatara en Venezuela. Así, quienes gustan ideológicamente del gobierno venezolano negaron la obviedad que tenían frente a sus ojos -esto es, que la democracia en todos lados requiere de un elemental respeto de procedimientos; elecciones; separación de poderes; independencia de las ramas de gobierno- en nombre de una democracia no “formal” sino “verdadera”, desvinculada de los procedimientos, y atada a los resultados ocasionalmente preferidos.

Algo similar ocurre en materia de derechos humanos. Pero, si en materia democrática lo que prima es el oportunismo, en materia de derechos humanos lo que domina el campo es el dogmatismo. Dogmatismo que lleva a cada uno a reivindicar (sólo) los derechos que prefiere, del modo en que prefiere –aunque siempre enfáticamente- e invocando a la autoridad que en el momento más le convenga. Como todos asumimos, con razón, que los derechos humanos deben ser respetados “absolutamente,” pero tenemos dudas sobre el contenido, alcance y límites de tales derechos, son muchos los que aparecen entonces arrogándose la autoridad o el conocimiento último sobre los mismos. Ellos vienen a señalarnos, entonces, qué es lo que debemos hacer, si es que realmente queremos respetar los derechos humanos. Nos dicen, por caso: es obligatorio hacer tal cosa, y no tal otra, “porque está escrito en el Tratado;” “porque lo dijo la Corte;” “porque así lo decidió la Corte Interamericana”, como si ello fuera una razón para obedecerles y dejar de pensar en alternativas. Y lo cierto es que cualquiera de tales invocaciones puede comenzar una conversación, pero nunca cerrarla. 

Durante décadas, por caso, los tribunales se negaron a reconocer a los derechos sociales como derechos “plenos”: los tribunales, simplemente, se equivocaron durante años. Eso ocurrió y puede ocurrir con otros temas, por lo cual debemos tomar la palabra de nuestras autoridades jurídicas con mucho más cuidado. Lamentablemente, los que hablan en nombre de los derechos parece que no quieren ayudarnos a pensar, sino imponernos sus propios dogmas. Nuevos oráculos –jueces, doctrinarios, periodistas- vienen a decirnos entonces, en nombre de tal o cual potestad, qué es lo que podemos hacer democráticamente y lo que no, si no queremos convertirnos en violadores de los derechos humanos. 

Basta mirar el reciente (valioso e importante) caso resuelto por la Corte argentina, en “Schiffrin”. Allí, nuestros jueces citan a Locke, Hobbes, Habermas, Alexy, Radbruch, y muchos otros, para sostener lo insostenible: que la Constitución incluye contenidos como los derechos humanos, que serían “pétreos” (?), es decir irreformables, y que ellos (los jueces) se encuentran a cargo de definir, controlar y proteger esos contenidos pétreos en nuestro nombre. Y claro, todos terminan dándole a lo “pétreo” el sentido que prefieren (nuestros viejos constitucionalistas, por ejemplo, incluían como “pétreo” el carácter confesional del Estado!). El punto es: los derechos (humanos) no son ni deben ser vistos como entidades misteriosas e intocables, custodiadas por guardianes platónicos y ajenas al común de los mortales. Se trata de creaciones humanas: designamos con la idea de derechos a aquellos intereses fundamentales que nos interesa proteger de modo muy especial. Por eso mismo, la definición acerca de qué derechos son fundamentales, cuál es su contenido, cuál su alcance, cuáles sus límites, no le corresponde a nadie, sino al conjunto. Los derechos no dependen sino de nuestra conversación colectiva.

Y es aquí donde democracia y derechos pueden encontrarse. Decir que los derechos (su sentido, significado, etc.) no dependen de nadie, sino de todos nosotros, no implica decir zonceras del tipo “votemos a ver si cerramos este diario opositor o no;” “votemos a ver si hoy aplicamos la pena de muerte.” Implica reconocer que ni la democracia se reduce al eventual Dios que nos señale el oráculo de turno (la Convención Constituyente, el Congreso, el presidente o líder del momento); ni los derechos son de propiedad y custodia exclusiva de una minoría selecta (llámense jueces superiores, o activistas de derechos humanos).

25 abr 2017

21 abr 2017

Pensar a contrapelo (dedicado a José Aricó)

http://www.lanacion.com.ar/2014135-el-estimulante-ejercicio-de-cuestionar-las-propias-certezas

“Pensar a contrapelo”, dedicado a José Aricó

Hace muchos años, al término de un curso que dictaba en el subsuelo de una librería hoy ausente, el filósofo cordobés José Aricó ofreció, como al pasar, un consejo: “hay que pensar a contrapelo,” sostuvo. Quiso decir: debemos obligarnos a pensar en el sentido contrario al que nos lleva la inercia.
O también: se trata de no pensar del modo que nos quede más fácil, el que reafirme todos nuestros prejuicios, el que deje todas las piezas exactamente en el lugar en el que queríamos desde un principio. Fue natural recordar aquella frase luego de estas semanas de movilizaciones intensas, y después de que tantos oficialistas y opositores encontraran auto-satisfacción describiendo las marchas “propias” y “contrarias,” no conforme a lo que significaron, en su mejor versión, sino según lo que, de antemano, cada uno de ellos deseaba o esperaba que las mismas fueran.

Algunos funcionarios del gobierno, y aún el propio Presidente, se aventuraron a señalar, frente a las repetidas y numerosas demostraciones opositoras, que quienes marchaban no lo hacían por convicciones, con vigor y acompañados de buenas razones, sino arrastrados, movidos por un intercambio de favores. Llegaron a decir: “les pagaron 500 pesos”. Llegaron a denunciar: “A cambio de que marcharan, les dieron comida!” Y si en una sociedad política no fuera extraño, sino lo esperable, que mucha gente se movilizara por razones y con intenciones obviamente políticas (cambiar el rumbo de una política económica; avanzar ideales de un signo opuesto al prevaleciente)? Y si el hecho de que hubiera tanta gente dispuesta a movilizarse por un mísero pedazo de pan denunciara no el engaño en el que cayeron muchos, ni necesariamente la perversidad de los convocantes, sino los extremos de la miseria en los que tantos han quedado atrapados? Y si estas movilizaciones, como ocurre siempre, hubieran combinado impulsos malintencionados y motivos confusos, junto con razones también valiosas, relacionadas con decisiones injustas tomadas por el gobierno? Y si hubiera llegado la hora de repensar el orden de prioridades establecido por el gobierno, en la distribución de los principales costos y beneficios de las medidas que toma? Y si en medio del tumulto de las movilizaciones se pudiera leer también lo que es legalmente cierto, esto es, que las políticas que abraza el gobierno son no sólo controversiales sino también jurídicamente impugnables, a la luz de obligaciones constitucionales inexcusables que se muestra incumpliendo?

Lo mismo en torno a la fuerte movilización que se produjera en apoyo de la continuidad del gobierno. Ansiosos por descartarla –por negarle entidad, por confirmar que nadie puede movilizarse en las cercanías de este gobierno- muchos rieron su fracaso antes mismo de que la marcha empezara: simplemente, no era concebible que hubiera gente apoyando estas políticas. Luego, preocupados por los números que veían presentes en las plazas, pasaron a descalificar a quienes formaron parte de ella. Es que –sostuvieron algunos, con alivio- no se trataba de personas sino, en todo caso, de un rejunte de carcamanes. Baste mirarles las caras –dijeron, como dirían los racistas, asociando rostros con ideología, aspecto con carácter. Más luego, viendo que no todos tenían los mismos rasgos, pasaron a privarlos de una dignidad cualquiera: “se trata de meros golpistas” –una afirmación por demás curiosa, si se tiene en cuenta que quienes marchaban lucían pancartas proclamando exactamente lo contrario, esto es, que se movían por la democracia y contra la amenaza de un nuevo golpe de estado.

Generaron este tipo de manifiestas evidencias alguna duda? No, sólo se hizo necesario duplicar la apuesta, para hablar entonces de “golpistas que además pretenden engañarnos.” Fascistas aunque no lo sepan, y a pesar de que se proclamen republicanos. Es que no importaba lo que ellos dijeran, sino lo que se suponía que gente como ellos debía estar mascullando: importaba el odio golpista que delataban sus ropas caras. Por último, pero sin tardanza, apareció el argumento estrella de la última década, el más bobo y cómodo de todos. El que dice que quienes se manifiestan o mueven en contra de las ideas que uno sostiene, lo hacen no por voluntad propia, sino porque así se los impone la televisión o así lo decidieron los medios. Sorprendente que un argumento de este talante (el que nos refiere a los sujetos como autómatas o personas sin pensamiento propio que avanzan por las calles hipnotizados por rayos catódicos) apareciera en los mismos labios de quienes, días atrás, se horrorizaban frente a quienes asociaron las manifestaciones de protesta con el intercambio por comida o por unos pocos pesos. Era indignante, por completo inaceptable, que alguien les osara decir que se marchaba a cambio de un dinero o bocado, pero para ellos totalmente normal y sensato afirmar que todos los demás lo hacían porque la televisión así se los había ordenado: fueron zombies desfilando!

Y si en medio de aquella marea de gentes distintas hubiese miles de personas sensatamente preocupadas por la posibilidad de un quiebre institucional, angustiadas porque han sabido lo que implican los golpes de estado; personas que sufrieron en piel propia lo que significa la desestabilización de un gobierno; gentes temerosas de los efectos de una nueva crisis, golpeando esta vez sobre sus hijos? Y si miles y miles de entre ellos fueran parecidos a uno, esto es decir, personas que quieren un país más justo y solidario, que –no por egoísmo, sino con parte de la razón de su lado- tienen miedo a un cambio que vuelva a traer consigo algunos de los imperdonables fallos del gobierno pasado (pobreza creciente, corrupción, narcotráfico)?

Y si hubiera lugar para alguna duda? Y si alguno aceptara –de un lado u otro- alguna pregunta que pudiera ponerlo en aprietos? Y si no fuera cierto que lidiamos día a día con imberbes, fascistas y zombies, golpistas y reaccionarios, carneros y borregos? Entre tantos de nuestros conciudadanos de a pie –entre los que piensan como uno y entre quienes lo hacen en contra- una dignidad moral y energía cívica admirables. Una dignidad que les permite caerse y levantarse una vez, y otra, y otra. Ellos no merecen ser tratados como ganado ni descriptos como zombies: se mueven, muchas veces con la ilusión golpeada, o con las fuerzas que no tienen, en nombre de lo que creen correcto. Nada de esto implica candidez, ni desconocer el hecho obvio de que hay gente oportunista, que se aprovecha de los dolores o necesidades del resto: los hay a montones, y son habitualmente los que llevan el mando. La cuestión es aceptar, sin embargo, que son cientos de miles los que se quejan por lo que creen inicuo, y se manifiestan por ello No se trata, simplemente, de pensar en dirección opuesta al discurso que uno cree dominante, sino de arriesgarse a hacerlo en dirección contraria al relato propio. Se trata de resistir de una vez la narrativa de la auto-satisfacción, el cuento que sitúa las causas de los problemas lejos de las fronteras propias. Pensar a contrapelo es resistir el discurso auto-complaciente, que en estos tiempos de cultura blanda y narcisista, en un lado o en el otro predomina.

19 abr 2017

Hispánicas X: Panorama del cine español


Hago este post en vísperas del Bafici, y luego de una temporada hispánica, que me permitió actualizar un poco mi panorama del cine nuevo español. El mismo, afortunadamente, salió del soponcio y aburguesamiento plenos en el que estaba, y de la marca comercial como predominante hasta el hastío, para abrirse lentamente a algunas propuestas más interesantes. En particular, vi un claro crecimiento del cine "profesional" (paralelo al de otros países europeos en circunstancias de aburguesamiento similares) y un especial cultivo de un (profesional entonces) cine policial. En medio de la bulla, algunas notas de aire fresco, como las libres películas que viene haciendo el (más) joven Jonás Trueba (habitué con sus películas del Bafici, para cerrar el círculo), y un omnipresente y eficaz actor todoterreno, como Antonio de la Torre.

Vi en este tiempo:

De Jonàs Trueba (1981)
Los exiliados romànticos (2015)
Todas las canciones hablan de mì (2010)

El jovencìsimo Jonàs Trueba, hijo del importante director Fernando Trueba, y sobrino de David, es para mì lo mejor que ha dado el nuevo cine español. Hipón y sin pretensiones, sus pelìculas -emparentadas con las de Philippe Garrel, son ligeras pero nunca superficiales ni sobradoras. Es un cineasta que tiene mucho que dar y hay mucho que aprender de èl.

Del sevillano Aberto Rodrìguez (1971)
La isla mìnima, del 2014, fantàstico policial, oscuro sin ser truculento, misterioso en la medida justa, con una excelente pareja de policías como protagonistas -uno, Antonio de la Torre, ya convertido en una especie de Ricardo Darìn, eficiente todoterreno, que parece indispensable para lograr una pelìcula con èxito. Notable logro del director, el de manejar el film con solvencia y elegancia de veterano.
Grupo 7, del 2012, bien, sobre un grupo policial, en el contexto de la ExpoSevilla, buscando "limpiar la ciudad", pero algo torpe en relaciòn con lo que sería La isla mínima
7 Vìrgenes, del 2005, sobre un joven que recupera su libertad. Muy fresca, bien

Magical Girl, de Carlos Vermut (2014), un ovni en el cine español, que Almodòvar considerò la película del siglo en España. Lejos de serlo, pero digna de verse como el producto fuera de juego que es

Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen (2016), el otro gran thriller que vi en este tiempo. Realismo sucio español, al estilo de La Isla Mìnima, protagonizada -como aquella- por otra pareja bizarra y carismàtica

Vivir es fàcil con los ojos cerrados, de David Trueba (2013). Expresión del buenismo español, con alguna gracia

Un monstruo viene a verme, de J.A.Bayona (2016), muy premiada y admirada, aunque para mì no le llega a los talones a la imaginación, creatividad y emoción que podía transmitir un Laberinto del Fauno, para tomar una película con la que está emparentada (y a la que este film mira con cariño)

Kiki, el amor se hace, de Paco Leòn (2016), un film superficial y banal, que apenas se airea un poco por algunas improvisaciones de la argentina Anna Katz

Tarde para la ira, de Raùl Arèvalo (2016), un thriller ambicioso, que pretende ir mucho más lejos de allì donde se muestra capacitado para llegar

Cien años de perdòn, de Daniel Calpasoro (2016)

Julieta, de Pedro Almodòvar (2016). Qué bueno era el joven Almodóvar

La familia española, de Daniel Sànchez Arèvalo (2013), españolada exagerada y boba, còmica en sus partes serias, y grave en sus partes còmicas

Como yapa, Furtivos (1975), de Josè Luis Borau y con el buen Manuel Gutièrrez Aragòn como co-guionista. Una pelìcula de la estirpe de Crìa Cuervos de Carlos Saura, y emparentada tambièn con El espìritu de la Colmena -la mejor de todas- de Vìctor Erice -el mejor de todos. Envejeciò bastante, pero guarda una excepcional fotografìa y buenos y extremos retratos de la España profunda.

(En la foto, J. Trueba)

17 abr 2017

Hoy Mesa Redonda sobre "Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto"

El 14 de febrero de este año, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictó sentencia en el caso “Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto”, en la cual resolvió que la Corte Interamericana de Derechos Humanos no tenía facultades para dejar sin efecto la sentencia que la Corte Suprema había dictado, en el año 2001, en el caso “Menem c. Editorial Perfil”.

¿Cuál es el alcance de esta sentencia? ¿Qué efectos tiene, si alguno, sobre la protección de los derechos humanos en el país? ¿Qué precedente genera?

Debaten:

Alejandro Chehtman
Roberto Gargarella
Hernán Gullco
Modera:
Paola Bergallo

HOY 17 abril, UTDT, 17hs

8 abr 2017

Ni una menos/garantismo

M. habría muerto en manos de un violador, que tenía dos violaciones ya en su haber, y que había sido liberado de forma anticipada, pese a que algún informe penitenciario con el que contaba le solicitaba no hacerlo. En estos momentos sólo importa acompañar al dolor de los familiares de la víctima, pero una palabra sobre la renovada disputa en torno al "garantismo." Creo que hay un error múltiple: Error en  pensar que la cárcel previene crímenes, cuando lo que hace es educar en el crimen a quienes alberga, fomentándolo en definitiva. Error en pensar que cualquier tontería que haga un juez es imputable al "garantismo." Y error en algunos jueces que quieren verse a sí mismos como garantistas, y que creen que el garantismo, como opuesto a la brutalidad penal, es igual a su absoluto opuesto, esto es, igual a la inacción penal. Y lo cierto es que este tremendo error debe abandonarse de una vez por todas: cuidar de las garantías, respetar los derechos de todos (también los de los criminales) no es lo mismo que no responder. Y "responder" -hacer a alguien responsable, imputarlo, reprocharle lo que ha hecho- no es lo mismo que castigarlo (no castigar no es lo mismo que consagrar la impunidad!). Ni una menos.

Cordera/Barcelona

Supongo que en estas situaciones lo que se juega es algo diferente del derecho. En todo caso, para la parte del derecho penal que es tocada, lo que tenemos son nuevas y en todo caso más visibles manifestaciones sobre la irracionalidad del uso del poder coercitivo estatal. Luego de una condena social como la que recibió, de modo comprensible, Cordera, qué sentido tiene procesarlo y embargo? Qué sentido blandir el látigo sobre una publicación satìrica?

4 abr 2017

Hispánicas IX: No ni ná

La máxima afirmación en el "idioma andaluz" es una triple negación. Excelente

Tengo miedo torero

Qué buen libro de Pedro Lemebel. En su sensibilidad y delicadeza, y en la mezcla de (hetero)sexualidad y política, me recordaba a "Un día particular," del gran Ettore S.

3 abr 2017

Ascenso (y caída): Los derechos humanos como derechos pétreos

Los derechos humanos acaban de ser ascendidos a “derechos pétreos,” según el reciente fallo de la Corte Suprema en “Schiffrin,” lo cual es un problema. En todo caso, y como previa aclaración, es interesante notar que el “ascenso” contradice en buena medida la idea que algunos echaron a rodar, luego de la decisión del mismo tribunal en “Fontevecchia”. Se dijo entonces que la Corte empezaba a abandonar su tradicionalmente invocado compromiso con los derechos humanos en general, y el sistema interamericano de protección de derechos humanos en particular. Como me interesara sostener entonces, eso no es cierto: la Corte mantendrá en alto un firme compromiso con los derechos humanos, sólo que bajo la fuerte salvedad de “yo decido cuáles son esos derechos y cómo se protegen” –que no es bueno, pero no es demasiado diferente de lo que dijo siempre (sino, que alguien me cuente cuándo la Corte aceptó una decisión de una autoridad extranjera, en contra de su misma opinión actual al respecto).

La idea de los contenidos pétreos, como lo sabemos, tensa la idea de democracia, la use el Tribunal alemán, el “neoconstitucionalismo,” o Bidart Campos. La principal función de este tipo de novedades es autorizar al que invoca tales petritudes a poner dentro de esa caja lo que parece, para entenderlo como le parece. Qué mejor muestra de lo que digo, que nuestro viejo constitucionalista considerando como contenido pétreo al “carácter confesional” del Estado argentino. Una “tontería en zancos,” como diría Jeremías, y muy peligrosa por lo demás.

La Corte se quiere cuidar de tal síndrome cualunquista, entonces refiere como contenidos pétreos a otros algo más presentables (considerando 16 del fallo): los relacionados con el sistema republicano y sus procedimientos, y los derechos humanos. Todo está muy bien, pero uno quiere seguir sabiendo quién y por qué alguien le va a decir cuáles son esos procedimientos, cuáles esos derechos. Sobre todo, uno quiere saber quién va a ser que les ponga forma, contenido y límite a esas nociones, y con carácter final. Si la respuesta a ese tipo de interrogantes es una que a deja afuera al ciudadano común (más allá de que, como es esperable, se actúe siempre en nombre de uno y de todos), estamos en problemas. Ergo: estamos en problemas.

Protesta en las calles y autoritarismo

En un trabajo en preparación, en el que piensa en torno al significado del gobierno de Donald Trump, el riguroso Adam Przeworski señala lo siguiente:

"La experiencia histórica sugiere que cuando el conflicto se vuelca a las calles, el apoyo público para las medidas autoritarias destinadas a mantener el orden público tiende a incrementarse, aún si las protestas en la calle se dirigen precisamente en contra de las tendencias autoritarias de los gobiernos. Por lo tanto, cuando los conflictos abandonan sus límites institucionales, ellos tienden a escalar. Más todavía, a menos que la oposición se encuentre unida y disciplinada, algunos grupos emergen, con el objeto de llevar a cabo acciones violentas que son políticamente contra-productivas, y sólo proveen razones adicionales para la represión. Cuando los conflictos salen del marco representativo, los gobiernos quedan sólo con dos elecciones: o perseverar en sus políticas a través de la represión, o abandonar sus políticas para tomar medidas destinadas a aplacar a la oposición. Ninguna de las alternativas es atractiva. El espiral de represión, o la quiebra del orden termina por socavar a la democracia, mientras que las concesiones repetidas a los grupos que protestan terminan por convertir a los gobiernos en incapaces de implementar políticas estables." 

Interesante. Cómo actuar entonces, de un lado y del otro del mostrador?