31 oct 2019
29 oct 2019
Crónicas columbianas 11: Washington Square, el Aleph del mundo
I
Desde que llegué a
Washington Square, alguna vez hace mucho tiempo atrás, lo supe: se trataba del
Aleph de este mundo. La mejor vez fue cuando estuve de paso, unas cuantas
semanas -frente a la plaza, en la Biblioteca Bobst- juntando información para
mi trabajo sobre el constitucionalismo latinoamericano. Era verano aquí, y las
Universidades no tenían mayor movimiento, parecían cerradas (mucho mejor para mí,
que buscaba estar todo el día leyendo). Entonces, cada mañana temprano, llegaba
a la Biblioteca, retiraba los 4 o 5 libros de la jornada, y me los llevaba a la
plaza, donde me quedaba leyendo, sentado al sol, todo el día. Recuerdo, sobre
todo, que fue ahí donde decidí incorporar a mi investigación a la tradición
constitucional mexicana. Dudé mucho en abrir esa puerta, porque sabía que si la
abría, lo que llegaba resultaría imparable, indetenible, el infinito: un camino
de ida y sin regreso. Fue así. Una avalancha de lecturas. Recuerdo, en
particular, estar ahí en la plaza, llorando, mientras leía sobre la historia de
un indígena y luego Presidente, Benito Juárez. Juárez se había exiliado en los
Estados Unidos, y aprovechaba el tiempo de la separación, del dolor, para apreder
a hablar castellano, de la mano de su amigo, mi ídolo de entonces, Melchor
Ocampo.
II
Decía de Washington Square
como el Aleph del mundo, y que supe que lo era, desde un comienzo. Volví estos
días a reunirme con esa plaza: tenía tantas ganas de reencontrarme con ella. Me
senté, esta vez, dispuesto a mirarla, esperando, con papel y lápiz en mano, abierto
a ver qué llegaba. Miré y vi a varios skaters, haciendo equilibrio
incierto -imposible diría- sobre un umbral riesgoso, peligrosísimo, afilado. Lo
vi a Thiru Kumar, de Sri Lanka, elaborando con cuidado las mejores dosas jamás preparadas,
desde un puesto ínfimo, minúsculo, oculto, absurdo, donde cada mediodía (de 11
a 4), desde hace 18 años, lo esperan como devotos, religiosamente, sus
comensales: es su reino en esta Tierra. Vi a un bro, obeso y cansado (el
de la foto), armando pompas de jabón gigantescas, y vi a una banda de chicos que
eran puro exceso, desenfrenados (los ojos encendidos como soles) desparramando los
brazos para tomarlas. Vi a una pareja de chinos, distraídos ellos, que iban de
la mano, como no van los chinos; y a un equilibrista, con el torso desnudo,
dando el salto más alto del mundo, sin que nadie advirtiera la hazaña (él
siguió como si nada). Vi a una señora vieja, con la mirada perdida, recordando un
barco que se alejaba (un barco que se iría despacio, despacio, dejándola allí
para siempre, sin retorno a su patria). Vi a una pareja de hipsters, paseando
a su perro, ambos con las barbas bien recortadas (barbas que recordaban, a
quien no lo advertía, que de hípsters se trataba). Vi a un ciego
pidiendo limosnas; a 5 afros sentados frente a sus mesas, -el ajedrez preparado-
aguardando a sus contendientes (sólo uno de ellos terminaría jugando, en esas
horas tempranas, y ganaría, por supuesto). Vi a una par de pakistaníes, recién
casados, junto a un fotógrafo que los posaba en escenas que daban pena. Yo también
les tomaría unas cuantas fotos, pero a los 3 de ellos: fotos penosas. Vi a una
anciana con peluca; a un pastor holandés junto a un pastor alemán; a un niño
que sacaba a pasear a su dinosaurio de verde plástico. Vi a un hombre sentando
en su banco, con la radio prendida, pero con el pensamiento en blanco; y a un
anciano, en ese mismo banco, aprovechando a escuchar los sonidos que el otro dejaba
libres y no tomaba. Vi a dos niñas jugando, como juegan las niñas, como si su
mundo fue era el único mundo, el verdadero, y el resto del planeta no
existiera. En ese mundo, el de ellas, los canteros eran murallas; los helechos,
la selva; la fuente del centro, la tormenta, y los truenos; los caminos de las hormigas,
carreteras; los reflejos del sol, unos rayos mágicos que venían y se iban -misteriosamente
(me recordé feliz, cuando niño, rodeado y solo en mi planeta, como ellas). Vi a
otro niño ahí cerca, mirando a su padre, necesitando de él, buscando ansioso el calor cercano, algún gesto: alguno. Aguardando que su padre lo mirara a él, que
le sonriera, que le hiciera comentarios bobos o le diera un reto, como los otros
padres a sus hijos. Pero su padre estaba ausente, otra vez, sin ni siquiera
pensarlo: para su padre no estaba, no había estado nunca. Ni era el olvido para
él, pero no importaba: esperando, esperando, esperando, con la sonrisa
preparada. Vi a una monja que parecía filipina, y por eso misionera; vi dos
mujeres hermosísimas, negras, de frente ancha, interminable, como sólo tienen la
frente las etíopes. Vi a un oficinista apurando su almuerzo; y a su compañera, de
espaldas a él, comiendo sólo para pasar el rato: estaban juntos, se conocían de
siempre, pero no se hablaban. Vi al domador de perros, al paseador de perros, a
una mujer soltera abrazada a su perro, ilusionada. Vi a un ángel cruzando
fugaz, tratando de que no lo viera. Me miró. Vi al mismísimo demonio sonriendo,
porque se creía victorioso: tenía razón y lo sabía. Vi ardillas varias; un pájaro;
dos gatos negros; decenas de perros. Vi a una mujer vendiendo estampitas. Vi a
un veterano de guerra ofreciendo chucherías de guerra. Vi a un viejo hippie, a menos
de dos metros del otro, con anteojos Lennon, rematando pins insultantes a Trump. Vi un espejo. Y vi mi rostro, apenas reconocible, en el espejo. Y vi
tu rostro también, reflejado ahí, y lloré al recordarlo. Vi a un payaso con sus
globos, sus manos y zapatos exagerados, su sonrisa ancha, pintarrajeada. Pensé:
quién podría reírse hoy de algo como esto? Vi a un abogado que recién salía de
su despacho. Atravesaba con paso rápido la plaza, yéndose, por fin, y aún así,
disimulando: una vida entera disimulando. Vi a la luna a lo lejos, y estaba
hermosa. La vi, primero, en un trazo del agua (el que había dejado la lluvia de
ayer, en un descuido), y luego en el alto. Se la veía amable, generosa, inmensa,
como llamándome, como haciéndome un guiño: tómame. Vi, sobre la noche, a 10
pordioseros, juntos en la esquina norte, la más sombría. A uno de ellos le
brillaba la mirada, y en su mirada se entreveía un rostro, y en ese rostro se entreveía
la muerte. Y tuve miedo, pero ya era tarde para temer nada.
28 oct 2019
Crónicas columbianas 10: Abducido/En trance. Y cuál será el final?
En estos días, y después de poco más que un par de semanas de haber iniciado el viaje, termino el primer borrador del libro que vine a escribir por acá arriba. Me había planteado comenzar por aquí, y seguirlo a mi vuelta, en un total de 3 meses. Lo empiezo a cerrar ahora, después de apenas 15 días: unas 230 páginas a espacio simple, al promedio de unas 10 páginas por día, tardando más o menos 1 hora por página, unas 10-12 horas por día escribiendo. Y casi sin sentirlo: en trance.
Debo decirlo: "fue hermoso mientras duró". Pero lo que quería comentar del trance es lo siguiente. El punto alto de la experiencia ayahuásquica ha sido éste: Había reservado la mañana del sábado para comenzar con lo que debía ser el último capítulo. Tenía alguna idea acerca del tema que trataría, pero ni noción acerca de su contenido. Me preguntaba entonces: Cómo concluirá el libro? Cerrará con un final angustioso o esperanzador? ("Es que ganará la democracia, o triunfará, en cambio, ´finalmente, el constitucionalismo?"). Desde el viernes me mostraba ansioso con eso. Quiero decir, esperando con la respiración nerviosa, andando de una punta a la otra del pasillo: Qué pasará?? (Cómo preguntándome: "Y quién habrá matado al espía? Habrá sido el mayordomo el asesino?). Como gritando: Díganme ya, no puedo resistir más, necesito saberlo! Como era esperable: Me sorprendió el final! No me lo esperaba! (Como en los sueños, exacto así. Igual que cuando uno se despierta, asombrado o con susto por lo que ha soñado. Cómo es que uno puede sorprenderse, o despertarse sobresaltado, si es que uno mismo ha sido el autor de lo que ha soñado?).
27 oct 2019
Crónicas columbianas 9: Levante frustrado en Manhattan
El breve que cuento, y que anticipa la foto, es real. Sábado a la tarde en Manhattan. Una especie de Mariel Hemingway se detiene sobre el paso de cebra, algo adelantada en su cruce. Tal vez intuye lo que va a pasarle. La detiene el semáforo. Veo allá atrás algo que de pronto se mueve. Es alguien: él. Aparece presuroso, urgido, urgente. Advierto que hay algo extraño y tomo la foto. El hecho captará el instante, el instante previo. Él apura el paso, ahora que se puso en rojo, y ella se ha frenado. Acelera. La alcanza. Frente a mí, se le acerca, acerca su rostro al de ella...y se le declara. Le dice que nunca vio a alguien igual. Que no puede creerlo. El semáforo se pone verde, ella roja. Lo mira con gesto amable, pero avergonzada. Le dice que no, que no, que no puede. Agacha la cabeza, cruza, y mientras sonríe frágil, delicada, con la mano abierta se cubre la cara.
26 oct 2019
Crónicas columbianas 8: Crisis democrática: aún con los ojos cerrados.
A los fines de escribir
este libro, decidí trasladarme, en la primera semana de octubre de 2019, a los
Estados Unidos. Mi intención era aislarme de los compromisos, a veces
agobiantes, en mi país, y escribir en compañía de grandes bibliotecas y
profesores amigos. El contexto de los Estados Unidos también parecía propicio
para escribir sobre lo que he estado escribiendo: una extendida situación de (lo
que se ha denominado, de modo acertado) “fatiga democrática”, y que alguna vez
he tratado de describir, hablando del derecho, como un estado asentado de “alienación
jurídica”. Un sentido compartido de que las normas que nuestras comunidades
aprueban, en nombre nuestro, nos resultan completamente ajenas.
Decía que el contexto
político norteamericano parecía muy ajustado a mis preocupaciones, e incitante
para avanzar en lo que estaba escribiendo. Llegué aquí en un momento muy
especial, cuando ocupa la Presidencia un hombre inapto e impensado, y la
sociedad norteamericana aparece muy dividida. Muchos de los profesores con los
que estoy vinculado se encuentran escribiendo, en estos días, sobre los modos en
que podría proceder un impeachment presidencial -un juicio político.
En el momento en que tomo
un avión hacia aquí, el 9 de octubre, un colega y amigo me contacta, desde
Barcelona, para que tengamos alguna participación conjunta en el juicio, frente
a una sentencia que está por dictarse, en España, y que está llamada a generar
un estallido en las calles: la condena a 9 líderes independentistas, luego del
fallido (por varias razones) intento de la dirigencia catalana, por declarar la
independencia política de Cataluña. Debo declinar la invitación a intervenir en
el asunto, que amenaza con consumir el poco tiempo del que dispongo para sentar
las bases de este libro, y lo hago también con dolor: estallan en estos días
multitudinarias manifestaciones de protesta, en Barcelona, de una masividad
nunca antes vista.
Esta misma mañana -cuando
escribo esto es el 26 de octubre- me levanto dispuesto a escribir unas notas
contextuales, destinadas a apoyar mis dichos en este capítulo que inicio,
referido a la “erosión” y “fatiga” democráticas. Me dispongo a realizar una pequeña
investigación para ofrecer una idea del tipo de problemas a los que quiero
referirme, pero antes, como cada mañana, me preparo un café y leo los diarios
del día. Apenas abro uno, me desbordan y abruman las noticias del día. Me resulta
imposible asimilar todo lo que leo, en el momento en que me disponía a explicar
qué es lo que entiendo por “erosión democrática.” Uno de los principales
columnistas que leo, cada sábado como hoy, escribe en su columna del día sobre
la perentoria necesidad de “evitar una tragedia en la Argentina”, relacionando
la situación en mi país con la que ocurre en países vecinos, que caracteriza hablando
de “levantamientos populares, repudio al poder constituido, muertes, represión,
destrozos, amenaza a la gobernabilidad”. El columnista, Eduardo Fidanza, habla
de “votantes desesperados que podrían decir de las elites gobernantes lo mismo
que dijo Jacobo Burckardt de las grandes personalidades: ‘son todo lo que nosotros
no somos.” Es el diario de hoy.
Mientras demoro un poco
la lectura sobre las movilizaciones en Barcelona, y las manifestaciones en
Francia (donde continúan las protestas, cada vez más violentas y extendidas en
el tiempo, de los “chalecos amarillos”), leo que “una ola de furia” se ha apoderado
de América Latina. La urgencia y actualidad de la situación es tal, que ni
siquiera me concentro en un análisis de la situación de Venezuela, en donde un
impecable informe de la ONU, elaborado bajo la dirección de la ex Presidenta
Chilena Michelle Bachelet, habla de 6700 muertos en año y medio, 5 millones de
exiliados. No. Me refiero a lo que ocurre en estos días -hablo de ayer mismo, o
de mañana- en el resto de los países de la región.
Digo ayer mismo, y mañana
mismo, y no en un sentido metafórico. Digo ayer, porque ayer, 25 de octubre, se
produjo en Chile la movilización más grande en la historia del país: más de
un millón de personas se volcaron a las calles de Chile para presionar al
gobierno de Sebastián Piñera por cambios estructurales. El diario dice que no se
veían manifestaciones semejantes desde hace al menos 30 años, cuando los
chilenos se lanzaron a las calles luego del plebiscito de 1988 a través del
cual se derrotó a Pinochet. La consigna de los manifestantes es: “Chile
despertó”, “No estamos en guerra” (el Presidente del país, con una torpeza y una
llamativa falta de sensibilidad para captar lo que allí está ocurriendo, había
hablado hace días del problema social, diciendo “estamos en guerra”). En pocos
días, desde el estallido del conflicto, el 18 de octubre, se produjeron en
Chile 19 muertos y destrozos graves en una mayoría de ciudades. Conviene,
también, dejar anotado cuál fue el hecho que desató el conflicto: apenas
-diría- un aumento en el precio del boleto de subte, que a los pocos días, y
asustado por la dimensión que cobrara el asunto, el Presidente Piñera decidió
anular, reemplazándolo por ayudas sociales. Las manifestaciones en su contra no
cejaron, sino que aumentaron, exigiendo su renuncia. Ayer. Un millón de
personas.
Digo movilizaciones masivas,
aumento en el precio de los servicios, pedidos de renuncia al Presidente, y consiguiente
anulación presidencial de los aumentos decididos, para hablar de Chile, pero
exactamente los mismos dichos, en esta misma semana, me hubieran permitido
hablar de Ecuador. Diciendo exactamente lo mismo. Apenas unos días atrás (el 14
de octubre), el Presidente Lenin Moreno acaba de derogar el decreto 883, que
eliminaba al subsidio a los combustible, y que había desatado una ola de
protestas, radicalizadas movilizaciones indígenas, incendios y saqueos en todo
el país.
Y dije mañana, también,
porque mañana se celebran las elecciones, en mi país -la Argentina- pero no en
un marco político y social de entusiasmo (en la Argentina las jornadas del
comicio suelen ser de algarabía popular), sino de tristeza, bronca y
desencanto. El país aparece política, y no sólo económicamente, quebrado: se
habla de la existencia de una “grieta política” (un término que se viene
utilizando en muchos países, desde España a Venezuela) para hacer alusión a la
hostilidad que exhiben las dos principales facciones del país (en la Argentina,
como en otros países), hoy enojadas entre sí, y políticamente enfrentadas. La futura
vice-presidenta del país fue ya Presidenta de la Argentina en dos
oportunidades, y llega a su nuevo cargo con seis pedidos de prisión preventiva
y 12 procesamientos confirmados.
Me referí, en estas
líneas, a lo ocurrido -apenas en un puñado de días- en una diversidad de países
-desde España o Francia, a la Argentina, a Chile, Ecuador o Venezuela- pero
pude haber hablado de casi cualquier otro país, en Occidente, y sobre todo en
el continente americano. Pude haberme detenido, por caso, en un análisis de la
situación en Bolivia: no en su situación histórica, sino en lo que viene aconteciendo
desde el domingo pasado. Quiero decir, una sucesión de destrozos, incendios y
enfrentamientos sociales, luego de las denuncias de fraude que se desataron
apenas comenzó oficial de votos, luego de las elecciones presidenciales del
pasado domingo.
Pude haberme concentrado,
sino, en el análisis de las divisiones que muestra Brasil, y la catástrofe que
implica el gobierno de Jair Bolsonaro. O pude haber hecho referencia a la
situación de tragedia social que se vive en Nicaragua, desde el estallido en 2018
por las reformas al sistema de seguro social, y las multitudinarias protestas
desatadas desde entonces, denunciando una brutal represión policial, y exigiendo
la renuncia del presidente Ortega. O pude hablar de México, y de la “nueva crisis
de seguridad nacional”, que se disparara estos días, luego de que el gobierno -de
perfil ideológico de izquierda- perdiera una nueva batalla al liberar al hijo
del jefe narco mexicano, “el chapo Guzmán”, cediendo el control al narcotráfico
de la ciudad de Culiacán. Si no era el caso, podría haber elegido hablar de Uruguay,
y de las manifestaciones masivas que acaban de producirse en contra del
plebiscito “Vivir sin miedo,” que incluye nuevas medidas que permiten a los
militares actuar en la seguridad pública.
Quiero decir: pretendí
ponerme a investigar sobre el contexto de crisis actual de la democracia, para
explicitar qué es lo que entiendo al hablar de “erosión democrática,” pero me
bastó ponerme a leer el diario de hoy mismo, cuando esto escribo. La situación
nos estalla en el rostro, y es imposible no verla, aún con los ojos cerrados.
25 oct 2019
Crónicas columbianas 7: Emoción de Public Library
Como en los últimos días
me mudé -vivo ahora de prestado, en el departamento de unos amigos- mudé
también, con mis cosas, el epicentro de mis investigaciones. Antes, el eje de
mi trabajo lo ubicaba en la parte “alta” de la ciudad, y la Biblioteca de la Universidad
de Columbia (eventualmente, luego de un viaje que disfruto, en la parte “baja”
de la ciudad, con la Biblioteca de Derecho de la Universidad de Nueva York como
destino). Con la mudanza, en cambio, mis lecturas y escrituras se trasladaron
al “medio,” y desde hoy trabajo, centralmente, en la Biblioteca Pública de
Nueva York -la Public Library.
Tengo, hacia esta
Biblioteca Pública, un especial cariño. Por un lado, por un tema menor: aquí
hice, para mi investigación más larga (el constitucionalismo latinoamericano),
parte de mis búsquedas más raras. Por otro lado, me mueve un tema mayor: amo
las bibliotecas públicas, y ésta, entre las que conozco, ranquea entre las de
más arriba. Esta biblioteca ha sido siempre un gran ejemplo de las cosas buenas,
amigables, generosas, que ofrece esta difícil, áspera ciudad -una ciudad que excluye
a los sin-dinero, entre tantas otras cosas. Una de las Babel del mundo, la Biblioteca
lo alberga todo pero, además, abre la mano y lo entrega.
Basta llegar a sus puertas
para darse cuenta: la ciudad se ha apoderado de ella. Todo el mundo sentado en las
escalinatas de la entrada, que aparecen plagadas de mesas y sillas de metal. Cada
quien haciendo en el espacio, y de él, lo que se le ocurre: tomar sol, charlar,
dormir la siesta (tomando un escalón como cama), escribir, pintar, jugar al
ajedrez, ver pasar al universo.
Luego uno entra. Yo hacía
rato que no venía, así que había olvidado las reglas. Entré, con la mochila a
cuestas, reviviendo los miedos y molestias que me genera la Biblioteca Nacional,
en mi ciudad -puertas cerradas; revisiones múltiples; negación del acceso a
internet (¡); y también (cuesta creerlo, cuesta decirlo, cuesta admitirlo) prohibición
de entrar con libros propios. Pero qué pena!
Me acerco a la Sala
Principal, y me encuentro con un hombre sentado solo, sobre una silla, en la
puerta. Miro más allá, y veo -como el protagonista de El Expreso de Medianoche-
la libertad entera del otro lado. La libertad está ahí, apenas cruzando el
umbral, a pocos metros: mesas de madera extendidas, todas ocupadas por personas leyendo, jugando, cada una con su lámpara, su enchufe, una hermosa luz, acceso a
internet, silencio. Personas con auriculares, escuchando música; otras, mirando
películas; otras más, avanzando con sus tesis doctorales; algunos jugueteando
con sus celulares; otros, ya cansados, durmiendo; y otras más, buscando
libremente en la red, lo que se les ocurriera; muchos leyendo, subrayando,
haciendo cuentas; y todos los libros, de todo el mundo, disponibles: la
libertad.
Le pregunto al hombre, algo
temeroso, dónde me tengo que inscribir; dónde gestionar la autorización para
entrar (al Paraíso, iba a decirle), con mi computadora y mis libros, para
quedarme el resto del día. El hombre, vestido de gris, con corbata y saco, era
especialmente amable. Me mira a los ojos, contento, me sonríe, y me dice: “no
hay que pedir nada a nadie, entrás y te sentás donde quieras.” Me quedé un poco
pálido ante la ausencia de protocolos, lo saludé y crucé el umbral. Enseguida, encontré
uno de los pocos sitios vacíos. Me senté, y me puse a llorar.
No es que me conmoví un
poco, que sentí cosquillas en el pecho, que temblé de emoción, que una electricidad
en las manos. No. Me puse a llorar a mares. Por la alegría de estar ahí, con
todo el día a disposición, en ese mundo infinito, amable. Por no tener que
pedirle permiso a nadie. Por tener abrigo, para todo el día, en un lugar
cálido. Por tener todo el tiempo del mundo. Por verme rodeado de ricos, pobres,
estudiantes, nerds, raperos, freaks, viejos, nenes, personas con peluquín (y
luego: musulmanes, negros, latinos, indios, judíos ortodoxos, africanos: todos los
extranjeros del mundo). Por sentirme bien tratado, respetado, en un espacio
digno, limpio! Pero, sobre todo, lo que me entristeció fue pensar en lo que no
tenemos, pudiendo tenerlo, y pidiendo tan poco. Quiero decir, hablando hoy de
bibliotecas: cultivar el espacio de la libertad en común, tratarnos algo así como
si fuéramos humanos. O, lo que es lo mismo: no hace falta disponer de todos los
libros del mundo, para tener lo que vale la pena, lo que se extraña, quiero
decir, las condiciones básicas de la hospitalidad pública, el trato igual para
todos, la apertura, la dignidad, el buen trato. Y ya nada de desidia, revancha,
guerra, destrato. Nada de eso, en este pequeño mundo, por un rato.
24 oct 2019
Conversación con Waldron, en NYU
Current Debates on Judicial Review and Democracy
Thursday, October 31, 2019 | 5:00 PM - 7:00 PM
Furman Hall, 330
245 Sullivan Street New York, NY 10012
Professors Jeremy Waldron and Roberto Gargarella, two leading scholars on legal theory, will explore current debates about the problematic relationship between judicial review and democracy, and its connection with the protection of human rights in an unequal world. They will examine the evolution of these discussions in legal academia over the last decades and how legal theory scholars have shaped their positions over time. Special attention will be given to the role of the courts in different countries such as Colombia and South Africa.
Jeremy Waldron teaches law and philosophy at New York University. Until recently, he was also Chichele Professor of Social and Political Theory at Oxford University (All Souls College). He studied law and philosophy at University of Otago and pursued his D. Phil. in legal philosophy at Oxford University, under the supervision of Ronald Dworkin. Professor Waldron is one of the most active critics of judicial review.
Roberto Gargarella is Professor of Law at Universidad de Buenos Aires and at Universidad Torcuato Di Tella. He studied law and sociology at Universidad de Buenos, where he also obtained his first doctoral degree in law. He holds a J.S.D from University of Chicago, as well as an LL.M. from that university and another master's degree from FLACSO. His scholarship focuses on dialogic constitutionalism, Latin American constitutionalism and human rights.
The dialogue will include references to the following articles:
Jeremy Waldron, The Core of the Case Against Judicial Review, 115 Yale L.J. 1346 (2006);
Jeremy Waldron, Judicial Review and Political Legitimacy (2017), unpublished manuscript presented in Bogotá;
Roberto Gargarella, We the People Outside of the Constitution: The Dialogic Model of Constitutionalism and the System of Checks and Balances, 67 (1) Current Legal Problems 1 (2014);
Roberto Gargarella, Why do we care about dialogue, in Katharine G. Young, ed., The Future of Social and Economic Rights, Cambridge: Cambridge University Press, 212 (2019).
Reading these materials is not required to participate in the activity.
The event will take place in Furman Hall, Room 330.
Sponsored by the Latinx Law Students Association.
Thursday, October 31, 2019 | 5:00 PM - 7:00 PM
Furman Hall, 330
245 Sullivan Street New York, NY 10012
Professors Jeremy Waldron and Roberto Gargarella, two leading scholars on legal theory, will explore current debates about the problematic relationship between judicial review and democracy, and its connection with the protection of human rights in an unequal world. They will examine the evolution of these discussions in legal academia over the last decades and how legal theory scholars have shaped their positions over time. Special attention will be given to the role of the courts in different countries such as Colombia and South Africa.
Jeremy Waldron teaches law and philosophy at New York University. Until recently, he was also Chichele Professor of Social and Political Theory at Oxford University (All Souls College). He studied law and philosophy at University of Otago and pursued his D. Phil. in legal philosophy at Oxford University, under the supervision of Ronald Dworkin. Professor Waldron is one of the most active critics of judicial review.
Roberto Gargarella is Professor of Law at Universidad de Buenos Aires and at Universidad Torcuato Di Tella. He studied law and sociology at Universidad de Buenos, where he also obtained his first doctoral degree in law. He holds a J.S.D from University of Chicago, as well as an LL.M. from that university and another master's degree from FLACSO. His scholarship focuses on dialogic constitutionalism, Latin American constitutionalism and human rights.
The dialogue will include references to the following articles:
Jeremy Waldron, The Core of the Case Against Judicial Review, 115 Yale L.J. 1346 (2006);
Jeremy Waldron, Judicial Review and Political Legitimacy (2017), unpublished manuscript presented in Bogotá;
Roberto Gargarella, We the People Outside of the Constitution: The Dialogic Model of Constitutionalism and the System of Checks and Balances, 67 (1) Current Legal Problems 1 (2014);
Roberto Gargarella, Why do we care about dialogue, in Katharine G. Young, ed., The Future of Social and Economic Rights, Cambridge: Cambridge University Press, 212 (2019).
Reading these materials is not required to participate in the activity.
The event will take place in Furman Hall, Room 330.
Sponsored by the Latinx Law Students Association.
Abogados y abogadas que dicen Myriam al Congreso!
http://www.laizquierdadiario.com/Abogados-y-abogadas-dicen-MyriamAlCongreso?fbclid=IwAR2m8PzzYDuipkuP_U5CdgXLYjOGJGG_TPrulWU4PF0wvZScV4TmRB-KKZc
El constitucionalista Roberto Gargarella encabeza la lista de decenas de abogadas y abogados que los dieron su apoyo a la candidata a diputada por el FIT-U.
El constitucionalista Roberto Gargarella encabeza la lista de decenas de abogadas y abogados que los dieron su apoyo a la candidata a diputada por el FIT-U.
23 oct 2019
22 oct 2019
Myriam tiene que estar
En las elecciones de octubre, además de Presidente, se eligen diputadxs y senadorxs.
En las PASO, los resultados ubicaron a Myriam Bregman a pocos puntos de disputar con las dos listas mayoritarias la última banca de diputadxs por la Capital Federal. Que pueda ingresar al congreso dependerá de sumar nuevos apoyos.
Los abajo firmantes damos nuestro apoyo a Myriam Bregman candidata por el Frente de Izquierda Unidad, para que ingrese como diputada, por expresar una trayectoria de lucha por los derechos humanos, de las mujeres, la juventud y lxs trabajadorxs, en defensa del medio ambiente. Es necesario que haya una voz opositora a los bloques políticos mayoritarios que van a conformar el Congreso, con referentes que han demostrado estar siempre del mismo lado, especialmente en momentos de crisis y ajuste como el que atraviesa hoy el país.
Roberto Gargarella – Abogado constitucionalista
Gustavo Gallo - Defensor Público de Niñez
María del Carmen Verdú – CORREPI
Ismael Jalil -CORREPI
Liliana Mazea – Abogada Lesa Humanidad
Sofia Caravelos, Presidenta del CIAJ y abogada Defensoria del Pueblo de la PBA
Javier Spaventa - Abogado laboralista
Andrea Forgueras, abogada laboralista y de DDHH.
Alejo Caivano, Abogades en Cooperativa.
Paula Kerle, integrante de Abogades en Cooperativa
Alejandra Yael Bernat, integrante de Abogades en Cooperativa
Joaquín Corti Bielsa, integrante de Abogades en Cooperativa
Daniel A. Stragá
Nicolás Tassara, abogado de Fundación Anahí.
Marta Ungaro, hermana de Horacio Ungaro y trabajadora del Poder Judicial.
Carolina Vilchez, abogada del Colectivo La Maza.
Luis Bonomi, abogado de causas de Lesa Humanidad.
Florencia Kordich, integrante de Abogades en Cooperativa
Ester Ali, abogada docente de la Facultad de Derecho UBA.
Mario Villareal, abogado de Daniel Ruiz.
Daniela Bernardette Porcel de Peralta
Rubén Tripi,
Edgardo Moyano
Luz Santos Morón
Celina Tidoni
Matías Aufieri
Maia Hirsch
Natalia Hormazábal
Daniel Vicente Rijavec
Brian Nadir Magnaghi
Micaela Romina Corzo -CORREPI
Juan Ignacio Maurin - CORREPI
Silvia Luján Góngora Federico Pollevik
Agustín Comas
Carlos Platkowski
Lilén Reyes,
Ingrid Hirsh
Constanza Villanueva
Eric Soñis
María Jazmín Zapata
Jorge Osvaldo Sillone
Gabriel Ignacio Dellagiovanna
Vanina Gutierrez
Adrian Krmpotic, abogado docente de la Facultad de Derecho UBA y Unpaz.
Erika Solange Lopez
Rodrigo Andrés Godoy
Pablo Bentivegne, integrante de Abogades en Cooperativa
Andrea Nibeyro
Mauro Tabak
Natalia Gutierrez
Gustavo Intrieri,
Enrique Jasid,
Mara Martini,
Mariana Derni,
Paolo Zaniratto,
Luciano Sívori,
Sebastián Hugo Maidán,
Vaneza Rodríguez,
Gabriela Campos,
María Cristina Luna, abogada. Investigadora.
Augusto Huerta,
José Chiarello,
Lautaro Miranda,
Jessica Bandoni
Lorena Novella
Gastón Berra, abogado y docente de la UNLP
Damian Brumer. Abogado. Militante del Colectivo de abogadxs populares La Ciega
Jairo Castro Moreno. Abogado. Militante del Colectivo de abogadxs populares La Ciega
Maria Laura Jorajuría, Abogada y ayudante de catedra de Sociologia Juridica de la UNLP
Hernan Alexis Navarro, abogado integrante del Colectivo de abogadxs populares La Ciega
21 oct 2019
20 oct 2019
Crónicas columbianas 6: Elster feliz, bajando la montaña
Después de unos meses,
volví a encontrarme, esta noche, con Jon Elster, el cientista social noruego.
Como otras veces, pero también como nunca antes, en una noche luminosa,
hablamos de la pasión por escribir, por el entusiasmo de hacer sólo lo que uno quiere, sin importar los costos de ello: Elster está por cumplir
80 años, y sigue escribiendo, embarcado en un proyecto personal al que espera concretar en 5 años! Dijo estar muy contento con el tema, y de advertir, con satisfacción, que sigue teniendo ideas. Elster insistió, además, sobre cuestiones que siempre ha remachado: sólo hay que escribir sobre lo que a uno le gusta, sólo
hay que involucrarse con aquello que a uno le interesa. En otros términos,
escribir sin calcular, sin hacer lo que hacen tantos: pensar en cuál es el tema
con más mercado; cuál el “nicho vacío” del que uno, con astucia, podría apropiarse;
cuál es el hot topic del momento (para quienes hacen estudios doctorales
afuera, agregaría, otro problema es buscar el tema localísimo, pensando así en "zafar" el doctorado, reafirmándose en lo que uno ya sabe, y sin aprender nada nuevo).
Contó Elster que ahora estaba en prensa el volumen 1, de los 3 que publicará sobre lo que pasó a ser el gran tema de su vida: lleva 30 años comparando las Convenciones Constituyentes Francesa y
Norteamericana (hace 30 años debutó en la cuestión tratando de publicar uno de sus artículos luego más
citados: “Argumentación vs. Deliberación”, en la Revista de la Escuela de
Derecho de Yale, y su artículo fue rechazado!). Contó también que los primeros
dos volúmenes serán puramente históricos (reconstruir la historia que precedió
a los debates, y la de los mismos debates); y que los historiadores (pocos
gremios tan celosos de su territorio) aborrecían de esos escritos suyos. Pero concluyó: “no me importa para nada, escribir todo esto me divierte muchísimo, lo
disfruto a montones, y sólo quiero seguir haciéndolo”.
Y también contó lo siguiente, excitado
y moviéndose en la silla: “Yo miro cómo me siento mientras escribo. Si me
siento subiendo una montaña, trabajosamente, me detengo enseguida, miro, y me digo:
acá hay algo que no va. O el tópico no me interesa, o lo que escribo no me
gusta. Entonces lo dejo. Pero cuando siento que voy bajando la montaña, ahhhh, esa
sensación. Eso es maravilloso, conozco bien esa sensación, la sentí tantas veces” -dijo feliz, emocionado.
Chile: La hoguera de las desiguladades
De JPLuna, ante la catástrofe, el estado de sitio, la arremetida armada
https://ciperchile.cl/2019/10/20/18-o-la-hoguera-de-las-desigualdades/?fbclid=IwAR3Sh_0kyW2X3smx4GioWlx9cu8SDgmsipdVOBqF9S3P0V0AsPssGZ1kPfk
https://ciperchile.cl/2019/10/20/18-o-la-hoguera-de-las-desigualdades/?fbclid=IwAR3Sh_0kyW2X3smx4GioWlx9cu8SDgmsipdVOBqF9S3P0V0AsPssGZ1kPfk
Premio Seminario a la Cineasta de la Década
Petra Costa, actriz y directora de cine brasileña. Autora de filmes semi-documentales: refinada, talentosa, de cabeza abierta, con las emociones siempre cerca. Premio indiscutido por una obra intensa y reciente. Habíamos mencionado ya su trabajo sobre la caída del PT, The Edge of Democracy (2019), que se suma a Olmo & the Seagull (2015), Undertow Eyes (2009) y Elena (2012). Brillanta!
16 oct 2019
Crónicas columbianas 5: Correr de atrás
Con la escritura del
libro en el que estoy embarcado, me pasa algo extraño. Como nunca antes, he
estado hablando del libro antes de publicarlo. Cómo puedo hablar de lo que todavía
no he escrito? Cómo anticipar noticias sobre lo que todavía no he terminado? Anatema!
Vergüenza en mí! Llegué varias veces a decir, incluso, que el libro ya lo tenía
escrito en mi cabeza, completo, y que sólo necesitaba apretar el botón, dar la
orden, para sacarlo: ponerme a escribirlo. Cuesta admitirlo, pero hasta ahora
ha sido así, plenamente así (lo cual no dice nada, por supuesto, sobre la
calidad de lo escrito, o sobre el interés que pueda generar, o no, el futuro libro).
Un libro que no me cuesta escribir, en absoluto, porque ya está todo escrito por
dentro. A veces me pregunto: A alguien le importará este libro? Y respondo: Es
que no me importa! Tengo que completarlo!
***
Vivo estos días con la
sensación de ir corriendo detrás del texto, me agoto escribiendo lo que interiormente
ya tengo escrito. Me pasa lo que a un traductor simultáneo, que tiene que
traducir al que habla demasiado rápido: no hago tiempo a tomar todas las notas
que escucho; no alcanzo a traducir al texto todas las frases que se me dictan;
no me da la velocidad de las manos para escribir lo que se me va hablando. Está
bueno eso. No me había pasado muchas veces, escribiendo artículos. No me había
pasado nunca, escribiendo un libro. Un libro ya escrito, que transcribo. Uno en papel del
copista esmerado: un amanuense disciplinado.
***
Lo más sensacional de
este estado de éxtasis expresivo, es la liviandad, la ligereza con la que
siento que escribo (otra vez, esto no dice nada sobre el valor del libro). Ni el
mínimo esfuerzo! Todo el trabajo ya terminado! Todo el pensamiento ya hecho! Siento
que todo está ya procesado: se trata de pasar las notas al papel, simplemente. Qué fácil que es esto! La extraordinaria
ventaja de la situación es ésta: escribo, literalmente, donde quiero, donde
puedo, donde me encuentre. Lo comento un poco porque yo mismo me sorprendo:
escribir en cualquier lado! Como en el juego de la silla: escribo en la silla que me toqué, y si me toca el piso sigo escribiendo (Ayuda muchísimo, para eso, estar en freakilandia.
Es muy liberador ese estado! Hacer cualquier cosa, y que a nadie le importe un
reverendo céntimo lo que uno hace. Habla, también, de las libertades que no tenemos, o que no nos
damos). En estos días me encontré escribiendo:
* En las bibliotecas, la
mayor parte del tiempo
* En la cama, como ahora
* En cafés (decenas, varios
por día)
* En la sala común de NYU
* En el subte (Tomo el
subte todos los días: trayectos larguíiiisimos. Esos son los mejores: cuanto
más largos, mejores: más tiempo escribiendo. Me encanta tomar la computadora y
escribir mientras el subte avanza, sobre todo cuando avanza lento, o cuando arranca y el maquinista dice: stay clear from the closing door. Buenísimo. (El multiculturalismo entero resumido en un vagón de subte. Como decía alguno: ayudame a mirar, que solo no puedo). Media hora
de trayecto? Excelente! Un montón de tiempo por delante! 10 minutos solamente? Bien, adelanto unos párrafos!
* En un banco al costado
del subte, esperándolo. A veces, si estoy entusiasmado, dejo pasar uno o dos trenes,
hasta completar la idea: qué mundo el subterráneo! Me contaron, que bajo el asfalto…
* En un banco de la plaza-planeta
que es Washington Square. Al sol, hermoso. Me canso un poco y levanto la vista:
Esas caras! Esos cuerpos! Esos gestos! Un show permanente, infinito, inacabable,
inabarcable! Qué planeta WS!
* En un banco del parque, mirando
al Hudson
* En el Banco (el
Citibank!!), esperando a que me atiendan (insoportables).
* En un banco interno de la
Facultad de Filosofía, también esperando a que me atiendan.
* (Ésta es interesante:) En el pasto, junto a la cancha de fútbol, un viernes a la mañana, con los pantalones cortos y zapatillas, esperando que vinieran mis compañeros de fútbol de hace varios años (No vinieron! No se jugó! Dónde están? Dónde están jugando?). Me quedé más de una hora aguardándolos, con la vela de la ilusión prendida. No se apagó, porque estaba escribiendo, aunque llovía.
* (Ésta es increíble:) En
el sillón del dentista, una hora y media, mientras el dentista esperaba que el
seguro autorizara mi “gasto” (no lo autorizó!). Nota increíble 1: El dentista
no tuvo otro paciente durante la primera hora de esa espera, y me dejó ahí sentado.
Estaba en cualquier otra, con su cara de astronauta alunizado. Nota increíble
2: Había una televisión con un video puesto, que me interesó muchísimo (en
tanto película para ver en el dentista, mientras le sacan a uno una muela):
Tetro, de la fase onanista de Francis Ford Coppola. Filmada entre La Boca y San
Telmo. Mirando un rato, escribiendo otro, hablando con la vieja asistente, dominicana, con la que nos reíamos un poco de la película.
Llevo poco más de una
semana acá arriba, y ya tengo dos tercios del libro terminado. Pero qué bueno!
Pero qué raro! Pero qué es esto?
15 oct 2019
Crónicas columbianas 4: En mi cuarto
Vivo en un cuarto de 3 x
4, donde apenas entran una cama y un armario. En el cuarto puedo dormir o salir
de él: para eso me sirve. El espacio no me alcanza para un escritorio, para elongar
o hacer gimnasia, para poner una silla donde colgar las piernas. Mi cuarto se encierra entre una ventana amplia
y tres paredes llenas de cuadros. La ventana choca contra el edificio de al
lado (al que veo sólo de espaldas), mientras que, por sus otros costados, la
habitación linda con dos cuartos contiguos, todos ocupados. No sé, en verdad,
cuánta gente vive en este mismo departamento: entran y salen de a muchos, se
abren y se cierran las puertas, continuamente, todos se movilizan hablando. No sé,
no sé cuántos son, ni como se distribuyen en los cuartos. Sé que no hubo una sola
vez -ni una sola- en que quise entrar en la cocina y alguien no estaba
cocinándose algo (y eso que probé cenar a la medianoche, cenar a las 8, cenar incluso al mediodía). Sé que no hubo una sola vez que no
tomé el ascensor sin encontrarlo lleno de lado a lado. (En la soledad en que
vivo aquí arriba, vivo todo el día rodeado). Sé, también, que las dueñas de
este piso son dos mujeres mayores, dos mujeres brasileñas: madre e hija. Mientras
la hija trabaja, durante el día, la madre se queda aquí, del otro lado de mi
pared, esperando. La escucho, todos los días, escuchando la radio: temas viejos
de samba, de brasileña samba, mientras se queda esperando. Debe hacer más de 30
años que está aquí instalada en los Estados Unidos, pero no parece haberse
acogido ni a la televisión, ni al cine o teatro: sus recuerdos son los de su
barrio. La voz de la radio, en portugués, ni se escucha, no la escucha ni ella,
pero el idioma es lo que importa: el lenguaje de su país es su casa verdadera, la
casa en donde ella vive.
Vivo en un vecindario latino, donde durante todo el sábado se oye merengue, cumbia, ballenato. Los vecinos
parecen dividirse en tres bandos principales: los que cortan el pelo, los que
hablan de cortarse el pelo, y los que se la pasan cortándoselo. Los sábados, en
particular, los hispanos se quedan en las veredas, las ocupan, y desde allí se
encuentran, se saludan, se insultan: vociferan irreproducibles improperios, de
mujeres a hombres, de hombres a hombres, de jóvenes a mayores. Lo mejor de los
fines de semana es verlos jugar al dominó, golpeando sobre la mesa, disfrutando.
Eso es fantástico: verlos ahí, abstraídos del mundo, desinteresados por quienes
pasan al lado, jugando entre ellos, acompañándose sin decirlo, como si sólo
estuvieran jugando. En el barrio también hay pizzerías con nombres breves (Bill;
Ben; Bernie); puertorriqueños con botellas de cerveza en la mano; dominicanos
hablando del dinero que les tiene que llegar o que deben ir enviando;
venezolanos con deudas de almacén, comprando indefectiblemente platos baratos
(chip poteitos); argentinos con la camiseta de Racing (la misma que tengo yo,
del tiempo en que nos auspiciaba Multicanal) revolviendo la basura. “Qué es lo
que tu haces”, pregunta un cubano. A pesar de los dolores, me gusta el barrio. Me
gusta, en particular, cuando los viejos, de orígenes y destinos cruzados, se
juntan frente a alguna puerta y discuten sobre temas con los que no están comprometidos,
burlándose. Malhablados pero gritando. Me encanta cuando lanzan las risotadas, tan
poco americanos, tan poco contenidos, tan excesivos. Somos esto, parecen decirles,
somos lo contrario.
La portera de mi edificio
es de Puerto Rico. La vi recién, por décima vez en el día, luego de haber
salido en horarios irregulares, desde las 7 de la mañana y hasta hace un rato,
casi sobre la media noche. Le pregunté qué hacía todavía en el edificio: había
pasado sentada en su mismo lugar, todo el día, todo el tiempo: to-do-el-tiem-po
ahí sentada. Van dos días enteros así, me dijo. Me aclaró que igual cierra los
ojos un poco, se queda dormida, durante la noche, cuando ya no hay nadie. Me confesó
que va a tener todavía dos días más así, enteros así, y me lo dijo riendo. Imposible.
Vuelvo a mi cuarto. Estoy
tan cansado que me acuerdo de la canción de Vivencia! Uy qué viejo! La canción
decía:
En mi cuarto
en mi cuarto se refugian
las heridas,
que me han hecho,
que me han hecho los
golpes de la vida
Allí nadie me molesta, ni
critica, ni protesta
estoy solo
En mi cuarto, en mi
cuarto
tengo hermanos a montones
tengo libros, tengo
libros
que aclararon mis errores
13 oct 2019
Crónicas columbianas 3: Secta en naranja
Anoche terminé el día
agotado, mareado. Así que, bien temprano, decidí salir a caminar, esta mañana
de domingo, para quebrar una rutina que todavía no llego a establecer. Quiero despejarme
andando junto al Hudson, sin nadie, nada que me perturbe. Mientras voy
llegando, bajando las barrancas, veo un movimiento intenso, raro (aunque, a
decir verdad, casi todo lo que veo por aquí me parece raro). En todo caso, lo
raro de ahora es esto: un grupo grande de personas, en su mayoría chinos, se
agolpan frente a la primera bajada de las barrancas. Remeras naranjas, banderas
naranjas, gorras naranjas. Parece una secta y sus miembros actúan como si lo
fueran, pero no. Simplemente otro grupo de locos, me digo. Me acerco un poco y busco
leer lo que dicen sus remeras, los papeles que cuelgan de las mesas que han instalado:
parece que es un grupo que “camina por el Alzheimer,” algo tan normal como eso.
La demás gente que anda por allí (no se si los llamaría los “normales”: runners,
maratonistas obsesivos, gimnastas ansiosos que miran su reloj digital o celular
a cada rato, lectores tempranos que buscan un espacio verde) pasan junto al
grupo, y pasan desapercibidos. Los de la secta, mientras tanto, se mueven en su
propio mundo, detrás de los dos o tres líderes del grupo, buscando que llegue
el resto, que se arme el conjunto, y que la actividad -vaya a saberse cuál-
comience. Todos pasan, decía, y pasan desapercibidos. Sin embargo, cuando me
acerco yo, que también quería pasar a través de ellos, sin que me noten, la
cosa es distinta. Uy, me digo, porque lo advierto enseguida. Varios me saludan,
algunos me sonríen, un hombre inclina su cabeza a mi paso. Qué les pasa
conmigo? Una vieja se acerca, busca darme un abrazo. Me asusto un poco. Doy un
paso atrás, apresurado. Querrán secuestrarme? Querrán que forme parte de la
secta? (toman rehenes?). Ahí veo el problema. En mi mochila cuelga, todavía, el
pañuelo naranja que traigo de la Argentina, el que pide la separación Iglesia y
Estado. Ahí está la cuestión, ahí me percato. Espero salir de este lío. Ahora soy
uno más de ellos.
10 oct 2019
Crónicas columbianas 2: 36 burócratas están salvando al mundo
1) Cuando en el Talmud se explica la tradición de los Tzadikim, se habla de 36 hombres justos que existen sobre la faz de la Tierra. Esas 36 personas son las que, sin que los demás se den cuenta, sostienen al mundo, por lo que, si ellos desaparecen, el mundo entero desaparece. Ese relato maravilloso es el que retoma Borges, en su poema Los Justos, que concluye con esta línea referida a los 36 hombres justos: "Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo."
2) Enfrentado a la burocracia universitaria de por acá arriba, veo -sin mayor sorpresa- que se repite aquí lo que uno ya conoce desde otros lados: burócratas que eluden sus responsabilidades; empleados que se señalan unos a otros; administrativos que se escabullen por la primera hendija que encuentran; colaboradores que a cada instante alegan tiempo de almuerzo o de descanso; oficinistas especializados en derivarlo a uno a la oficina de al lado; funcionarios que manejan el repertorio completo de las negativas disponibles; expertos en excusas departamentales; etc.
3) Pensando en 2 (la burocracia universalmente imposible) me pregunto entonces: Quién hace el laburo? Quién es el que lleva el trámite, si cada uno de los que están a cargo de algo, "le pasa la pelota" de su responsabilidad a quien tiene al costado? Recuerdo entonces a 1 (la historia de Los Justos), y me digo: creo que hay 36 burócratas, en la Tierra, que son los que hacen todo el trabajo. Todos los demás le pasan su tarea a los otros, y eluden así la tarea que tienen a cargo. "Esos 36 burócratas, que se ignoran, están salvando al mundo"
9 oct 2019
Crónicas columbianas 1: Brazil en Columbia
Estoy por algunas semanas, tratando de empezar a escribir un libro, en la Universidad de Columbia. El libro es sobre constitucionalismo, hacía rato que tenía ganas de hacerlo, y ahora que tengo un tiempo sin clases, voy a ponerme en ello.
Acabo de llegar, hace apenas horas, y aprovecho la jornada interrumpta para los trámites de rutina: obtener el ingreso a la biblioteca; acomodar las cuentas; abrir un correo.
Ocurre, sin embargo, y como era esperable, lo inesperado. Como en la película Brazil, de Terry Gilliam, parece que hace años, un burócrata, aplastó una mosca contra una hoja suelta de un folio, que resultó ser un folio de mi carpeta aquí, en la Universidad. Por el incidente, quedó registrado mal un número de mi expediente: un solo número. En Brazil, el hecho generaba un caso burocrático alarmante, que llevaba a que la vida completa del protagonista cambiara, y pasara a ser perseguido por las fuerzas del Orden hasta la agonía (depende de qué versión uno veía de la película, ese último momento era agónico o algo más esperanzador). La cuestión es que, por un número mal leído y mal escrito entonces, por un burócrata -un solo número- hace diez años, toda la maquinaria de la Universidad, frente a mi expediente, se traba: los trámites no pueden empezar, las paredes se agrietan, el techo cruje, se abre el abismo por abajo.
Finalmente, una solución a la argentina, provisional, con alambres ya usados, después de 5 horas, lo destraba todo. La máquina arranca, el trámite se soluciona: obtengo el número. Empiezo a escribir.
6 oct 2019
4 oct 2019
Waldron en Colombia 3: El dinosaurio todavía está allí
Ante la respuesta del amigo Jorge Roa, sobre "el paso de Waldron por Colombia," (ver abajo) , sigue a continuación mi respuesta a su respuesta!
Cuando despertó,
el dinosaurio todavía estaba allí
(Augusto Monterroso)
Me alegra mucho poder mantener abierta esta
conversación con el ilustre amigo Jorge Roa. Conociendo, sin embargo, el
compromiso de ambos con la discusión pública sobre los temas que nos interesan,
y la firmeza -o testarudez- con que sostenemos nuestras posiciones, prometo
presentar una réplica de su réplica muy breve, y ayudar de este modo a apagar
lentamente lo que promete ser un diálogo apasionante para nosotros pero
continuo hasta el infinito. Tenemos y mantendremos dicha polémica, a lo largo
del tiempo y por medios diversos, pero creo que al cabo de este ir y venir ya
hemos dejado en claro nuestros respectivos puntos de vista, que es lo que por
ahora importa. A continuación, por tanto, me centraré sólo en un punto de los
varios que presenta Jorge en su rica e inteligente réplica. El punto que voy a
hacer es pequeño pero no por ello menos relevante.
Lo que me interesó decirle a Jorge desde el
comienzo de este intercambio es que en su texto original -como ahora en su
réplica- él se pierde de tomar en cuenta la significativa crítica que Waldron
está haciendo sobre el modo en que viene ejerciéndose en Colombia el control
judicial. La crítica de Waldron es una que muchos compartimos, y por venir de
quien viene, en el momento en que viene, gana especial sentido. Es una crítica
hecha por quien es, seguramente, el analista más agudo sobre la materia; que es
presentada en un momento en donde la Corte Constitucional Colombiana ha ganado
un enorme reconocimiento internacional -más allá del que siempre tuvo, en América
Latina-; frente mismo al tribunal; y en tiempos en donde él ya no sostiene la
versión más radical y carente de matices que sostenía en un principio. Por todo
ello, resulta particularmente interesante que Waldron -ése gran analista del
control judicial- siga sosteniendo hoy -frente al reconocimiento alcanzado por
la CCC, y en su “momento de moderación”- la crítica que sostiene. Pero Jorge
-como otros buenos colegas- parece preferir que esa crítica “pase de largo”,
como si Waldron no alcanzase a ver lo que está viendo, o no estuviera realmente
preocupado por comprender lo que comprende, o estuviera hablándole al “mundo” o
la “doctrina en general,” y no -muy específicamente- a los jueces y académicos
del derecho colombianos.
El “core” de mi desacuerdo con Jorge se
advierte, precisamente, en el preciso instante en que Jorge busca replicar mi
señalamiento en este respecto. Allí, tratando de aclararme que él sí toma en
serio la crítica de Waldron para Colombia y los colombianos, él revela lo
contrario, al dejar en claro, de modo prístino, que él entiende que Waldron
llegó a Bogotá para hablarle…a la doctrina mundial. Me dice Jorge, entonces, y con
un énfasis pleno de amigables signos de admiración, que él no escribió “un artículo sobre Waldron en
Bogotá para decirle a los lectores: “no lo escuchen, no tiene nada que ver con
nosotros”. ¡¡¡Por el contrario!!!” -continúa- “lo escribí y le puse ese título
porque creo que lo que Waldron dijo en Bogotá
es muy relevante para el debate global sobre el judicial review”. No es
así, Jorge -quisiera insistirle- él fue a Colombia para decir algo
especialmente relevante, no para el “debate global,” sino para el debate colombiano.
Jorge parece presentar a Waldron, en cambio, como si él hubiera hablado frente
a los jueces de Angola -quiero decir, un país alejado de sus preocupaciones
inmediatas- o los de Noruega -quiero decir, un país con un poder judicial
básicamente deferente frente a la política, y un ejercicio del control de
constitucionalidad sin mayores conflictos con el gobierno.
Pero no. Lo cierto es que -y esto es lo que
dio especial atractivo y sentido al paso de Waldron por Colombia, y lo que me
llevó a reivindicar esa visita suya- es que Waldron habló frente a los jueces
de la CCC, con plena consciencia del lugar en donde estaba, y del modo en que
en dicho lugar podían interpretarse sus dichos. Más todavía: lo hizo -y aquí el
mérito que le destaco- poniéndose a estudiar algo de la jurisprudencia y
doctrina colombianas, y tratando de responder en consecuencia (respondiendo de
ese modo a la tradición celebratoria y auto-celebratoria que existe frente al
gran tribunal colombiano). Adviértase que, interpretando de este modo al paso
de Waldron por Colombia, ganan sentido pleno todos sus dichos, sus críticas, y
sus matizaciones, de un modo que lo perderían si Waldron hubiera escogido un
foro internacional cualunque -digamos, el de Angola o Noruega- como excusa para
seguir refinando y modulando su postura inicial sobre el derecho, los
desacuerdos y el “core of the case”. Por eso mismo, se entiende que Waldron le
hable a grandes jueces y juristas como Manuel Cepeda, y no a la doctrina
internacional en general: le dice a Cepeda -y, a través de él, a los grandes
jueces y juristas de Colombia- que la objeción democrática no se salva alegando
(como ellos han alegado) el derecho de la población a modificar la Constitución
a través de procesos políticos de enmienda; ni se elude (como ellos la han
aludido) apelando al hecho de que la Corte se haya abocado a una interpretación
“sustantiva” y no meramente formalista de la Constitución (si la interpretación
hoy requiere tomar en consideración principios, y valores, y derechos, y balancearlos
de modo apropiado, por qué no reconocer, entonces, el carácter político de dicha
tarea, que por tanto pasa a corresponderle centralmente al Congreso). Por eso
también, hace pleno sentido que Waldron haya sostenido -reflexivo y
auto-crítico como se mostrara- que años atrás sólo les hubiera dicho (a los
colombianos, o a los noruegos o angoleños) que el control de constitucionalidad
estaba “mal, mal, mal”. Por supuesto: hoy Waldron -como tantos de nosotros- ha
abierto su postura inicial a matizaciones contextuales. Sin embargo -y esto es,
precisamente (repito) lo que dio atractivo y sentido a su presentación en
Colombia- Waldron se preocupó en señalar que, a pesar de todas las matizaciones
que hoy reconoce a su postura inicial, y la admiración genuina que despierta el
máximo tribunal constitucional colombiano, él todavía seguía advirtiendo
problemas en los modos en que dicho control se ejercía (en Colombia) y se
justificaba (a través de la doctrina y jurisprudencia colombianas). Waldron no
fue hasta allí para apoyar la idea de que (lo cito a Jorge) “debemos aspirar a
ser una sociedad core of the case.” No fue hasta allí, tampoco, para
precisar (frente a la doctrina mundial) de qué modo podría ejercerse el control
judicial en una sociedad “core of the case”, o para pensar, en abstracto, sobre
cómo podrían ayudar los ciudadanos a construir una sociedad semejante (como lo
sugiere Jorge en su respuesta). Waldron fue hasta Colombia, y habló frente a la
CCC, para decir -en ese preciso lugar y tiempo- que, a pesar de todo -los
cambios en su pensamiento; sus últimos escritos; la admiración que suscita la
CCC; los buenos jueces y doctrinarios colombianos- el dinosaurio todavía estaba
allí.
3 oct 2019
Crónica de una entrega atrasada. Devolver El Federalista 33 años después
Lo que me interesa contar, de todos modos, no es la historia del Seminario, sino la historia de un libro -El Federalista- y mi historia con él. Resulta que cada semana, durante más de un año, curioseaba los libros contenidos en las vitrinas de la Biblioteca del Instituto. Mientras esperaba el comienzo de las sesiones del Seminario, cada semana, miraba a través de esa vitrina -cerrada con llave- con la avidez de lectura que era tan propia de ese tiempo. Pensaba para mí: cuántos años hará que esta biblioteca no se abre? Cuánto tiempo hará que nadie saca un libro de allí! Había un libro, en particular, que llamaba mi atención, porque lo había visto citado en más de uno de los textos que leímos -El Federalista. Con la nariz contra el vidrio, miraba el libro -y el libro a mí- y me recordaba cada vez que debía leerlo.
Ocurrió, sin embargo, que un día llegué muy temprano al Seminario, y me encontré no sólo con la vitrina de siempre sino, también, con la llave de la vitrina. Sin mayores dudas o resquemores, abrí el armario, tomé el libro ansiado, un libro lleno de polvo, abandonado, solo y triste (en condición de encierro buena parte de su vida, cabe aclarar), y me puse a hojearlo con atención: el libro me interesaba muchísimo! (Me pareció escuchar: "sácame de aquí, sácame de aquí!". Una revelación diría). Carente de todo sentimiento de culpa, casi enseguida, decidí llevármelo a mi casa. Pensé: el libro allí dentro estaba casi muerto (encerrado, con frío, con un mundo dándole la espalda, privándolo de la posibilidad de ser), inmovilizado por años. Finalmente alguien le va a devolver la vida! Finalmente alguien lo va a leer! Finalmente la Biblioteca sin uso va a cobrar sentido!
La cuestión es que leí el libro, y el libro cambió el curso de mi vida. En lo sustantivo, me enojé muchísimo con los debates constitucionales norteamericanos (y así latinoamericanos), pero al mismo tiempo quedé fascinado con ese ejercicio de razonamiento que proponía el libro: cada decisión constitucional estaba justificada, meditada, razonada detenidamente. Un ejercicio de argumentación a través de razones públicas inigualable, fabuloso, claro, relevante. Extraordinario.
Tal fue el impacto del libro que yo, que pensaba irme a estudiar un doctorado a Italia, terminé yéndome a completar mi doctorado a los Estados Unidos (me iría 4 años después), para escribir una tesis de crítica a lo que había aprendido, con la ayuda El Federalista, sobre esos debates constituyentes (crítica a la doctrina contemporánea que reivindicaba las argumentaciones de El Federalista). Desde entonces, también, me convertí (creo) en un gran difusor (y crítico) de los debates de El Federalista, en la Argentina y más allá (varios de mis primeros libros -Nos los representantes, La justicia frente al gobierno- giraron en torno a aquella obra, pero aún sigo escribiendo en sintonía con aquella forma de pensar).
Desde entonces me dije (tal vez en un mero ejercicio auto-justificatorio retrospectivo? Quizás como mera racionalización del hecho consumado?): "Qué importante haberme llevado esa obra! Cuánto aprendí de un libro que, de otro modo, hubiera quedo muerto, perdido! Y cuánto ayudé a difundir y repensar aquellas ideas!" En otras palabras: Qué bueno haber tomado ese libro en préstamo, cuando ni sabía a quién pedirlo prestado! Un préstamo extendido, sí, excesivo quizás, algo inconsulto en sus formas, con el mejor ánimo, en cualquier caso.
Hoy, cuando volvía al querido Instituto Gioja a presentar un seminario, de la mano de mi amigo Alegre, decidimos -33 años después- que era hora de retornar el libro a su viejo anaquel! Cuánto había paseado ese libro por el mundo! Así que, antes de comenzar el seminario, en el que volvía a hablar sobre diseños institucionales, citando a El Federalista, hicimos la pequeña ceremonia de restitución, con el compañero Alegre. Hoy repatriamos a El Federalista, devolviéndolo a su viejo anaquel. Antes del (desgarrador) desprendimiento, arreglé y vestí al libro con sus mejores ropas (se había descascarado un poco en el camino; el cuerpo del texto le había soltado amarras a la tapa; el lomo lo develaba muy fatigado).
El viejo libro volvió hoy a su vieja vitrina. Ahora lo retornaba a su estante, en donde vivirá sus últimos años, sin llave, sin prejuicios, tranquilo: realizado, me animaría a decir. Cuando lo dejaba, me pareció verlo sonreír. Acercando mi boca a la contratapa, en voz bien baja, antes de soltarlo le dije gracias. Larga vida al Gioja! Larga vida a El Federalista!
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