Seguimos saludando desde la página del amigo Raffo, ese talento. Una pequeña nota, siempre agridulce, para bonk, acá (bueno, y lo copio abajo porque en un rato lo sacan de allá, ya que los trabajos los van rotando)
Toda pared es política
Ya que vamos a suponer supongamos que estoy en Nueva York y que cada tanto miro hacia el cielo. Digamos que veo un montón de paredes, digamos que son algo intimidantes, a veces impecables, raramente bonitas, con cristales azules, impenetrables; otras rodean ventanas, escaleras, ladrillos descubiertos; y algunas más, como las de esta universidad, copian construcciones centenarias, hacen como si estuviéramos en otro país otra ciudad, pongamos Inglaterra y Oxford, hace doscientos años. Hay algo de irritante en estas construcciones, en la copia, en la impersonalidad, en la antigüedad comprada, en la artificialidad, en la pretensión de perfección, en el dinero, en los que fueron desplazados para levantarlas (me recuerdo en Chicago, hace unos dieciocho años, cuando mi entonces universidad festejaba sus primeros cien, recuerdo a la universidad invitándonos a jugar a juegos que a nadie interesaban, las banderas, ay, los globos que se desinflaban, los copos de maíz, las flores plantadas hace instantes, las ardillas recién puestas a correr, las bolsas de hielo hechas agua, recuerdo a la universidad sacando pecho, orgullosa por sus cien años, rodeada de la pobreza más desigual, la de Rodney King y la violencia racial, la que ella misma había creado comprando y cerrando todos los locales de música y divertimento de la comunidad negra para asegurarle felicidad y seguridad a sus alumnos, a todos nosotros, a mí, recuerdo la vergüenza de estar allí, con un vaso de coca gratis en la mano y un helado en la otra, mientras festejábamos no sabíamos qué sobre los restos de lo que había sido y sobre todo lo que habría podido ser la riquísima vida cultural negra del Hyde Park centenario).
Miro las paredes, decía, y me desespero un poco, una pequeñita inyección de infelicidad diaria, pero no siempre, porque a la mañana, digamos, cuando aún está todo en silencio, es diferente, porque recién sale el sol y veo las paredes desde mi ventana, y es difícil no emocionarse al descubrir los lugares que el sol ha elegido para posar su mano —cada día uno distinto— con la luz pálida y amistosa de cuando todavía es temprano. Y es que hoy cuando se levanta el día la luz no es la misma que ayer, cuando había cúmulos que anunciaban lluvia, ni que antes de ayer, cuando el cielo estaba rojo de apenas furioso, ni que una semana atrás, cuando soplaban vientos que trasladaban nubes que abrían y ocultaban el cielo, cubriendo y descubriendo nuevas luces sobre las paredes de siempre. Entonces, pienso en el tanque de agua tan metálico que veo desde mi cuarto, y me pregunto si le tocará el sol en la espalda, esta mañana, si el sol lo despertará cálido, fraterno, o lo sorprenderá cansado y solo, allí arriba, y si le pondrá el brillo intensísimo inimaginable con que me enamora a veces, como ayer, cuando el tanque-cohete irradió su luz sobre todo el barrio, y fue luz potente y calma, brava pero a la vez tan dulce, sobre un vecindario entero que dormía o despertaba sin saber toda la vida que ocurría allí afuera.
O sino por la tarde, cuando nos volvemos, cuando el sol se aleja, las sombras se alargan, nos confunden, me confunden, y el espectáculo de las paredes de siempre se transforma en uno de sombras extrañas, sombras de hojas negras sobre paredes rojas, sombras largas de verjas azules sobre ventanas claras, sombras móviles de un transeúnte con sombrero altísimo contra una puerta amarilla que se va cerrando. Y sombras, sobre todo, de escaleras que convierten a sus escalones en sombras y a las sombras en escalones que se mezclan con los escalones y sombras que van subiendo y bajando.
Miro las paredes, decía, y veo que contra el alisado perfecto logrado por mexicanos mal pagos hay grietas que se abren paso con el paso del tiempo, hay colores que pierden tono por el simple andar del tiempo, y otros que se entremezclan por la lluvia que golpea descuidada, y hay paredes grises que hoy son marrones por el agua que gotea gotea desde las tuberías averiadas, y hay óxido que se expande desde aquella compuerta de metal ya vieja, amarilleándola hasta darle un tono dramático, único, ya rojizo, y un sol que castiga intenso en agosto hasta tornar claras las piedras oscuras, y paredes que se descascaran y dejan ver otras viejas paredes descascaradas o casi muertas, y musgos que invaden verdosos triunfantes, y telas de araña que se apropian de rincones inalcanzables, y hojas que trepan, y enredaderas que suben, y afiches semi-arrancados, y graffitis que cruzan, y mensajes de amor incomprensibles y nunca leídos salvo por quienes no debían haberlos leído nunca, y techos negros de hollín, y rincones por siempre sucios, y círculos ciegos de humedad que no se irá nunca, y rastros de manos que se apoyan, zapatos que se limpian, ruedas de bicicletas que rozan y se arrastran, y es entonces que el espectáculo gana vida, se quiebra y emerge desconocido, burlándose de lo que alguien quiso que fuera, riéndose de quien inauguró la obra que trabajaron otros, dándole la espalda a quien llegó hasta aquí para descubrir su propia placa frente al resto. Es la historia en letras pequeñas que trastoca las una vez paredes firmes, en pose, arrogantes, tan empresarias, hasta permitir que por fin se agrieten, ensucien, hasta ser otras, amarronadas, marcadas por el óxido, húmedas, perplejas, fuera de lugar, como nosotros, finalmente nuestras.
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2 comentarios:
Excelente relato!!!
Buenisma la descripcion, la verdad que es para leerlo mas de una vez.
felicitaciones roberto, me gusta mucho, también el de la cena me pareció muy bueno.
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