16 ene 2014

Híper-presidencialismo con ausencia presidencial plena



El gobierno argentino se encuentra optando por una alternativa política extraña y sin dudas fatal. Afirma un sistema de toma de decisiones que pretende mantenerse sobre-centralizado, a la vez que lleva adelante una práctica en donde quien supuestamente toma todas las decisiones se mantiene en silencio público y en completa ausencia. Hoy, jueves 16 de enero de 2014, damos aviso de que esta combinación es altamente inestable y está llamada a terminar mal. El capricho o resentimiento presidencial, que hoy parece llevar al silencio como respuesta frente al malestar social, promete estallar en mil pedazos frente a i) las exigencias propias del híper-presidencialismo, y ii) una sociedad sensibilizada y dispuesta a mal-reaccionar frente a los problemas –aun menores- que enfrente. Qué es lo que viene entonces? Abandono del poder? Delegación formal en el Jefe de Gabinete? Mal agüero: vienen tiempos políticamente más complicados.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Salvando las distancias... el vacío y la deriva, la negación contigua a la demencia, me recuerdan a los últimos tiempos de Isabel. También entonces había cuadros ultraverticalistas (se autodenominaban así)que interpretaban y justificaban todo. Eran por cierto más toscos que Forster, pero igualmente sofistas con conclusiones del tipo "Si tal medida la decidió la Presidenta, entonces es correcta". Espero que las semejanzas queden aquí. Belisario

Anónimo dijo...

Creo que es una oportunidad única para experimentar con un parlamentarismo: que el presidente delegue todos sus poderes en el jefe de gabinete, y que este negocie las decisiones en las mayorías del Congreso. Sería una manera de ver si funciona en argentina. Abrazos,
SL

Anónimo dijo...

SL, que el parlamentarismo sea viable en Arg es otro tema, para ello habría q cambiar la CN y, básicamente, la forma en la q se eligen los miembros del Parlamento.

Pretender dejar en esta bolsa de obsecuentes devenidos hasta ayer en escribanía del PE el manejo del país -para peor en un marco constitucional híperpresidencialista- es como echar nafta al fuego para intentar apagarlo.