Nos trasladamos hoy a dos comunidades distantes, en donde el equipo local de nuestro grupo lleva adelante intensos trabajos de asistencia legal. La primera comunidad padece órdenes de desalojo reiteradas, mientras pelea con otros medios por una subsistencia que consigue apenas. El segundo caso es, sin embargo, el que nos estremece a todos. Se trata de una comunidad de miles de artistas, marginados en una población en la que viven en condiciones misérrimas. La resistencia se produce aquí entre ratas, aguas estancadas, millones de cables entrecruzados, niños pelados, enfermos. Es imposible llegar al lugar y no sentir que el estómago se cierra por el dolor, en un ambiente que apesta. Y sin embargo. Y sin embargo nos recibe un maestro de títeres, que con sus muñecos ilumina el cielo. De inmediato luego aparece el gran mago. Invisibles, casi escondidos, sentados en el piso, los músicos acompañan junto a una joven mujer que tararea. Enseguida se asoma por allá otro virtuoso, que tiene el don de las destrezas y los malabares. En medio de la peor desventura que puede reservar entre sus pliegues, la vida se pone de pie, como si nada, y canta. En medio de la más triste de sus desdichas, cae la tarde mientras la gente ríe, comparte el pan, se descalza y sobre la tierra, como si nada, baila.
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