1 oct 2007

La verdad de Satanás en Colombia (de la corresponsal María Luisa Rodríguez, en Bogotá)

“-Lo terrible del caso, Enrique, es que ese hombre es como tú o como yo. No es un esquizofrénico o un psicópata incurable. Es un individuo normal, un hombre bueno acorralado por las fuerzas oscuras de la necesidad, una víctima de una maldad mayor. Eso es lo que me impresiona, lo que me tiene turbado y confundido.
-Uno ve a menudo gente mala, Enrique, envidiosos, asesinos, ladrones, en fin, hay para todos los gustos. Pero son contadas las ocasiones en las cuales tenemos la oportunidad de ver gente realmente buena poseída por el mal contra su voluntad”.- Satanás, Mario Mendoza

La verdad de Satanás

En 1986, a tan solo un año de las tragedias del Palacio de Justicia y Armero, y cuando el clima de incertidumbre ya comenzaba a ser parte de las costumbres nacionales, Colombia volvió a estremecerse con un aterrador acontecimiento.
Un hombre ordinario, con una vida ordinaria, en un día ordinario, decidió realizar un recorrido de muerte con un total de treinta víctimas. Convertido en un “ángel exterminador”, inició su itinerario quitándole la vida a su estudiante y culminando con la suya propia. En medio, tres sitios distintos y una sola finalidad, el asesinato de una estudiante y la madre de ella al norte de la ciudad, el de su propia madre –posterior incineración- y muerte a 7 vecinos del edificio en que vivían en chapinero (los que, alertados por el humo, abrieron su puerta), y por último, el de 20 comensales en un restaurante “Pozzeto” en plena digesta. Lo más corrosivo del hecho, lo inexplicable e irracional del mismo.
El autor de la matanza Campo Elias Delgado, tenía una particularidad que entonces parecía explicar algo, era un excombatiente del Vietnam. Un episodio de estrés postraumático habría podido desatar la furia del soldado y generado, en medio de su confusión, la muerte del enemigo. Así vistos, estos seres resultaban como bombas de tiempo inactivas en forma indefinida pero que ante cualquier estimulo cotidiano podrían explotar.
La explicación apenas resultaba meridianamente tranquilizadora. Nuevos interrogantes enrarecieron el ambiente ¿qué diablos hacía un colombiano en Vietnam? ¿Acaso ya no hay suficiente guerra en Colombia como para ir a otras? Y lo más preocupante ¿Un país en constante conflicto armado estaba gestando en sus entrañas a una sociedad de post-traumáticos?
No obstante, un dato adicional, al parecer irrelevante, resulta ahora el elemento fundamental que mediante la narrativa de Mario Mendoza y su obra Satanas –Seix Barral Premio Biblioteca Breve 2002- se nos da a conocer, Campo Elias era estudiante de literatura, en medio de su recorrido de muerte buscó al mismo Mendoza, entonces también colega, no lo encontró, pero además su tesis de grado estudiaba el libro sobre el doctor Jekyll y Mr. Hyde.
En palabras de Mendoza “Él estaba escribiendo una tesis de grado sobre el doctor Jekyll y Mr. Hyde... los temas de la duplicidad de conciencia, una vieja discusión en el terreno de la filosofía y la psicología sobre si nosotros somos nosotros, si el Yo existe, si eso que llamamos Yo es una entidad monolítica o si más bien lo que parece existir en el cerebro es una confluencia de vectores que pugnan por salir y que la identidad es en realidad una ficción, un relato más. Estamos atravesados por ciertas fuerzas que nos lanzan hacia un lado o hacia otro, ciertas inclinaciones, tendencias… De ahí nuestra extraordinaria capacidad de contradecirnos permanentemente, de decir una cosa y hacer otra, de tener miles de inclinaciones que incluso llegan a avergonzarnos.” [1]
Este último aspecto resulta el más fascinante para explicar no solamente la acción de Campo Elias sino la de una sociedad en el que la violencia resulta las más de las veces gratuita y de una crueldad innecesaria. De hecho desde la versión de Mendoza, la maldad es una fuerza que nos ronda dentro, merodea nuestro propio interior, en combate con el bien. En donde el individuo es vencido por aquella fuerza estimulada por el sentimiento de frustración e impotencia propia de una sociedad injusta. El triunfo del mal que desde el interior fluye hacia el exterior es solo la consecuencia de una sociedad malsana, putrefacta.
Así ¿que tienen en común un hombre que antes de ver morir de hambre a su mujer y sus hijos decide quitarles la vida, una joven huérfana por el conflicto armado que se dedica a engatusar hombres para robarles, una adolescente posesa que mata a su madre y cuidadora y, por último, Campo Elias? Todos se encuentran inmersos en una sociedad destructiva, excluyente y odiosa, en donde el mal se ha apoderado de ellos, y Bogotá es un ejemplo de esa sociedad.
Campo Elias forma parte de la galería de asesinos de Colombia que por la ausencia de fundamentación política, por encontrarse por fuera de la “violencia política” resulta aún más difícil de comprender. No obstante ello no significa que sea el peor, de hecho el llamado “el monstruo de Genova” o “el monstruo de los Andes” Luis Alfredo Garavito superó con creces la brutalidad de “Pozzeto”.
Garavito secuestró, violó y decapitó a alrededor de 172 niños entre 8 y 16 años “pobres, estudiantes y campesinos” por 11 departamentos del país, entre 1992 y 1998, según su escalofriante confesión. No obstante, “Después de confesar los relatos de los múltiples asesinatos, Garavito añadió que él no era un monstruo, como lo denominaba la prensa y medio país, si bien los actos fueron realizados a plena consciencia, los atribuyó a un "fuerza extraña" que lleva dentro, y pidiendo perdón al país, a su madre y a Dios, se excusó diciendo que todo se debía a los malos tratos recibidos por su padre, ya fallecido, durante su infancia.” [2]
El estreno de la adaptación cinematográfica de Satanas, de la mano del director colombiano Andrés Baiz y su reciente reconocimiento en el Festival de Mónaco, ganadora de dos categorías como mejor película y mejor actor, ha vuelto a poner sobre la palestra a Campo Elias y lo que en realidad pasó en “Pozzeto”. En la versión cinematográfica la interconexión de eventos, el entrelazamiento de las vidas de los personajes genera un efecto dominó en el que el resultado final difícilmente puede ser atribuido a una sola de las piezas. Pero si bien la historia es la misma, el escenario ha cambiado.
Justamente a principios de 2007, uno de los personajes más temidos en los últimos años, el desmovilizado jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia –AUC- Salvatore Mancuso, se presentó ante un Fiscal de justicia y Paz y en versión libre confesó ser el autor intelectual, en manguala con generales activos del Ejercito, de más de tres centenares de personas.
“Los asesinatos ocurrían (…) en acciones comando que ejecutaban encapuchados, en sorpresivos ataques en áreas rurales o zonas urbanas o desde motos al estilo de sicarios que segaban la vida de sus víctimas. En un gran porcentaje, las personas eran baleadas indefensas y desarmadas.
Sin embargo, Mancuso sostuvo que se trataba de miembros de la guerrilla, según datos que le suministraba la propia inteligencia militar. Muchos de los muertos son profesores, líderes estudiantiles, voceros campesinos y dirigentes sindicales.
Aunque Mancuso insistió en que las víctimas hacían parte del aparato armado o logístico de la guerrilla, hay varios casos en los que estos eran niños o ancianos.”[3]
La confesión enmarcada por las exigencias planteadas por la Ley de verdad, justicia y reparación, ofrece detalles sobre como se planearon y ejecutaron masacres como la del Aro o de Mapiripán por la cual fue condenado el Estado colombiano por vulneración de los Derechos Humanos. Así mismo el relato de Mancuso señaló nombres de generales y fiscales que contribuían a la causa. Aunque la versión resultó espeluznante, se considera que en ella no llegó a reconocer ni siquiera el 10% de las acciones realizadas bajo ordenes suyas por las AUC. Esta vez ni los medios ni los ciudadanos se han atrevido a ponerle un adjetivo que se corresponda con la imagen de Mancuso.
Hace tan sólo unas semanas, en su segunda versión libre, Mancuso con aspecto más frío y en ocasiones sonriente, comenzó a mencionar nombres sobre la estructura financiera de las AUC. Una estela nauseabunda empezó a apoderarse de la política colombiana. Esta vez Mancuso acusó a la influyente familia Santos, nietos de un expresidente y propietarios del único diario de circulación nacional, así como a Álvaro Leyva, de fraguar con complicidad de la guerrilla y los mismos paramilitares la caída del gobierno de Samper. Pero además incriminó al Presidente Uribe Vélez de participar en el origen del paramilitarismo en Antioquia. Con las nuevas acusaciones, al parecer, Mancuso buscaría obtener algunos beneficios judiciales ante Estados Unidos.
La reacción de la familia Santos, con Juan Manuel como Ministro de Defensa y su hermano Francisco como Vicepresidente, no se hizo esperar. El primero de ellos reconoció dos reuniones con Mancuso “Lo hice en la búsqueda de la paz” volviendo a repetir una frase, denominador común, entre sus explicaciones y la de la mayoría de los congresistas investigados por la Corte Suprema de Justicia y actualmente detenidos por sus vínculos con el paramilitarismo. Por su parte Francisco Santos condenó preliminarmente a los investigados congresistas “al menos 40 serán condenados por sus vínculos con el paramilitarismo”. Pero en forma más sutil entre los generales, exdirectores de la Policía Nacional y demás políticos en entredicho a raíz de las declaraciones del líder paramilitar, se dejó entrever los cuestionamientos directamente a la credibilidad que puede tener un confeso delincuente. En primer lugar ¿cómo creerle a un asesino? Espetó un condecorado expolicía, pero además ¿Cuánto le falta decir? Y ¿cuanto va a ocultar?. Pese a las dudas, la verdad de Mancuso, contrastada y verificada, es una pieza fundamental en el esclarecimiento de la vida política de los últimos años de Colombia.
Ante los nuevos reclamos sobre la verdad, la de Campo Elías y Garavito resulta inexplicable y perturbadora, pero la de Mancuso, tan racional como descabellada, revela un plan fraguado por un grupo de empresarios y políticos que consciente y claramente se beneficiaron de la violencia paramilitar para cumplir un fin legítimo por medios macabros, obtener votos, perpetuarse en el poder, y de paso, enriquecerse. En este caso no se trató de un día de furia de un poseso de la humillación y la desesperanza; al contrario: se trató de un proyecto político y económico asistido de una conjunción militar y paramilitar, al que se acudió por convicción y beneficio personal, por personas “decentes”, estratégicamente diseñado, fríamente ejecutado, con resultados previsibles y controlados, para, mediante el terror, poseer y hacer suyo al estado colombiano.
NOTAS: [1] Entrevista a Mario Mendoza, narrador y periodista colombiano; Jurado de Cuento del Premio Casa 2006, por Deny Extremera. La ventana portal informativo de la Casa de las Américas. http://laventana.casa.cult.cu. // [2] Manuel Carballal, El archivo del Crimen, las creencias como factor criminógeno “Luis Alfredo Garavito Trujillo el monstruo de Genova”. Febrero 20 de 2007. http://manuelcarballal.blogspot.com/2007/02/luis-afredo-garavito-cubillos-el.html. // [3] Semana.com “Monumental escándalo por revelaciones de Salvatore Mancuso sobre masacres planeadas con militares de alto rango”. Sección Justicia, Enero 16 de 2007.

María Luisa Rodríguez Peñaranda es profesora de Derecho Constitucional en la Universidad del Externado en Bogotá, Colombia.

1 comentario:

rafelson dijo...

Es necesario seguir destapando las perversas y criminales relaciones entre empresarios, políticos y servidores públicos con bandas asesinas que han llenado de sangre los campos y las ciudades colombianas. Las últimas líneas del artículo son valientes, reveladoras y nos llenan de angustía y desesperación a quienes soñamos con un mejor país. Infortunadamente tenemos una sociedad anestesiada, indiferente, permisiva y manipulable que sigue sin ninguna crítica lo que diga el establecimiento a través de sus amanuenses. El satanás de Campo Elías y de Garavito ha seguido y seguirá su ruta criminal en Colombia en otros cuerpos y no se permitirá su destape total porque están incrustados en todas las esferas del poder.

Cuántas muertes ha dejado la violencia común en Colombia en los últimos años?

Cuántas muertes de niños y niñas, ancianos y ancianas y demás personas han tenido que soportar las mayorías colombianas por la ley 100 de 1993 que privatizó la salud en Colombia?

Satanás en Colombia sigue haciendo de las suyas. Hasta cuando?