27 ene 2008

Consensos indeseables, por Fernando Savater

Interesante artículo de Savater, acá

1 comentario:

Dushyant dijo...

Interesante articulo sobre las Asambleas (aplicable a la democracia chamuyera)(disculpen que tenga que pegarlo):

Uno de los rasgos típicos de la modernidad es la Asamblea de Representantes. Su antecedente más inmediato son los Capítulos de las Órdenes religiosas y luego los parlamentos, cortes, dietas, estados generales, dumas, etc. que proliferaron en Europa en la parte final de la Edad Media.

Pero la diferencia sustancial entre estas asambleas y las modernas, aparte del tipo de representación, era que las primeras tenían competencias muy acotadas, mientras que las segundas están pensadas a medida de la “clase discutidora” (Donoso Cortés) y su ansia de hablar de todo y sobre todo. Una Asamblea moderna es siempre esto: un grupo de personas que se sienten habilitadas para discutirlo todo y que se dedican a ese notable oficio con impar entusiasmo.

Es que la médula del sistema es esta sencilla (pero falsa) idea: debe debatirse todo con completa libertad pues de ese debate saldrá la luz y así la mayoría podrá optar por la idea mejor. La lástima es que los hechos distaron mucho de confirmar esta suposición. En el siglo XIX, cuando los mecanismos de selección de la clase dirigente no estaban todavía totalmente falsificados por el dinero y los medios de difusión, las Asambleas todavía reclutaban a algunos cerebros distinguidos y se producían —a veces— debates que podían hacer pensar que el sistema funcionaba.

No hay necesidad de ahondar mucho en la historia del siglo XX para saber que hoy el fracaso total de las Asambleas en el mundo entero es un dato de la realidad. Inundadas de espíritus mediocres (“la sub inteligencia de las ciudades”, diría Spengler) y distorsionadas por las “lealtades partidarias”, las Asambleas son hoy una reliquia del pasado que sobrevive a su utilidad.

Más claro todavía es lo sucedido con las Asambleas internacionales. Tras la primera guerra mundial los nuevos dueños del mundo creyeron que se iniciaba una época de apogeo del sistema (en realidad, comenzaba su crisis) y pretendieron trasladar el principio vital de las Asambleas al plano internacional. Así se fundó la Sociedad de las Naciones. La institución nacía viciada por un tosco olvido: se puede fingir, en el interior de un Estado, que todos los hombres son iguales. No se puede, en cambio, fundar una Asamblea de naciones sobre la ficción de que todas las naciones son iguales. No lo son, y este dato de la realidad es demasiado fuerte como para ignorarlo.

Esto hubo de reconocerse en el segundo intento, las Naciones Unidas, en las que claramente se discriminó a favor de las grandes potencias, a las que se otorgó un poder de veto que falseaba las bases teóricas del sistema.

Pues bien, el siglo XX otorgó la demostración palpable del doble fracaso de las Asambleas de naciones que ni evitaron las guerras ni fundaron un orden internacional viable. Y sin embargo, reuniones de este tipo siguen celebrándose año tras año, como una especie de ritual laico que, como todos los tales, no sirve para nada.

El último caso fue la Cumbre de Pueblos Iberoamericanos que se celebró en Santiago de Chile a principios de noviembre y que, como es preceptivo, no consiguió nada de mínima importancia. Pero inauguró una modalidad novedosa, que llevó a algunos a proponer que estas reuniones no se llamen Cumbres sino Encuentros y —aún mejor— Encontronazos. Porque un insólito Rey de España se dirigió a un sólito Presidente Chavez y lo intimó a callarse. El venezolano debió contestarle como Groucho Marx: “No me interrumpa cuando estoy interrumpiendo”, pues —en efecto— se hallaba gozando del envidiable placer de no dejar hablar a Rodríguez Zapatero. O sea, que quizás asistamos a una nueva versión de las Asambleas, que servirán ahora para que los representantes se tiren de las mechas y consigan por fin evitar las guerras, convirtiéndolas en batallas campales en el recinto. La idea —si funcionara— no es del todo mala. Pero dudo que personajes como Chavez o Evo se conformen con unos puñetes sueltos, vista la incomparable magnitud de sus sueños.

ADR